Ángeles García Ventura
12 nov 2025 12:13

Que las redes sociales se han convertido en un espacio de difusión ideológica no es ninguna novedad. Sin embargo, las políticas conservadoras no paran de reinventarse con tal de introducir sus ideas disfrazadas de estilos de vida diferentes, intereses personales o hobbys, consejos de salud o críticas al sistema. Si hace unos años las tradwives irrumpían con sus aparentemente inocuas recetas para devolver a las mujeres al espacio doméstico, hoy en día existen miles de comunidades dirigidas al público masculino que pretenden recuperar el rol de hombre proveedor y promover la familia tradicional. Entre ellas, el ámbito de la salud ha resultado ser particularmente atractivo entre la población joven, una salud entendida únicamente en términos estéticos, esencialmente gordófoba, capacitista y machista. Si los gymbro han construido su identidad alrededor del gimnasio, los ancestralistas recogen esta obsesión por las dominadas y los burpees y añaden otras inquietudes para ampliar su target y seducir a ciertos sectores de la izquierda.

Su contenido se basa en defender algunos de los principios del movimiento ancestral, o lo que es lo mismo, un retorno a la vida de nuestros “antepasados”, priorizando los alimentos de origen natural, así como ciertos hábitos saludables que se han perdido debido a la imposición de los ritmos de vida actuales. Y es aquí donde radica, precisamente, su principal atractivo: la idea de que existe la posibilidad de crear sociedades mejores, más conectadas con la naturaleza y por tanto, más satisfactorias. Bajo esta premisa, y creando un tipo de contenido provocador, estos perfiles acumulan cientos de miles de seguidores que creen haber encontrado, por fin, un propósito a su existencia y una comunidad basada en una serie de planteamientos aparentemente lógicos. Sin embargo, esta corriente no es nueva. El naturismo anarquista vegetariano ya propuso cuestiones similares hace más de un siglo, salvo por una diferencia esencial: el movimiento ancestral se declara apolítico, al mismo tiempo que carga contra los veganos, la agenda 2030, Pedro Sánchez y los posicionamientos woke. Veamos cuánto de cierto hay en esto analizando algunas de sus principales características.

En primer lugar, ninguno de ellos especifica exactamente a qué tipo de ancestros hacen referencia, pues en ocasiones hablan de comunidades de hace “miles de años”, y en otras ponen como ejemplo a nuestros abuelos, los que vivían en el campo. Es decir, cabría preguntarse de qué periodo exacto estamos hablando o de qué zona geográfica concreta, pues las diferencias que esto entraña pueden ser abismales. ¿Hablamos de los primeros homínidos, que recogían raíces y frutos silvestres y eran carroñeros? ¿O de las sociedades recolectoras-cazadoras del paleolítico? ¿O de los primeros agricultores del neolítico? Sea como fuere, lo importante es recuperar lo que ellos asumen que las primeras poblaciones humanas hacían: comer únicamente carne, sin tener en cuenta las limitaciones de este tipo de estudios historiográficos, que en muchas ocasiones se basan en hipótesis que más tarde quedan rebatidas. Este es el primer guiño sutil a conservadores o reaccionarios, ya que a través de este discurso se cuelan, de vez en cuando, defensas acérrimas a la familia tradicional, o a una idea de pureza racial “que se está perdiendo”.

Pero esta no es la única teoría conspiracionista que defienden. De hecho, este es otro de los grandes atractivos de su contenido, situarse como personas con pensamiento crítico e ideas radicales, a pesar de que, en esencia, tan solo reproducen los discursos hegemónicos pero con un ligero lavado de cara. Entre ellas, encontramos la de los chemtrails, la de las vacunas, el negacionismo del cambio climático a través del señalamiento a la Agenda 2030 y, especialmente, la supuesta imposición del veganismo por algún tipo de interés económico o adoctrinador. Según ellos, la dieta basada en plantas se estaría implementando de manera forzosa para perjudicar la salud de los consumidores y, por tanto, beneficiar a la industria farmacéutica. Sin embargo, he aquí una de sus principales contradicciones, y es que, mientras que las dietas veganas y vegetarianas representan todavía un ínfimo porcentaje de la población total, el consumo de carne se incrementa de manera exponencial años tras año. Tan sólo en nuestro país hemos pasado de unos 13 kilos anuales en la década de los 60, o más de 80 kilos anuales por persona. Pero para ellos, estamos en el peor momento a nivel de salud mundial precisamente por haber “desterrado” los productos de origen animal de nuestras dietas. Su propuesta se centra, precisamente, en basar nuestra alimentación casi en su totalidad en carnes, huevos y lácteos, siendo los vegetales prácticamente prescindibles, de nuevo, amparándose en los hábitos “saludables” de nuestros ancestros. Sin embargo, no tienen en cuenta, en primer lugar, que la calidad nutricional de la carne de los animales salvajes de hace más de 10.000 años tiene poco que ver con la de los animales actuales.

Sin entrar siquiera a analizar la ganadería industrial, la de tipo extensivo utiliza animales que han sido cruzados genéticamente durante cientos de generaciones para obtener carne más grasa e individuos que engorden rápido. De hecho, suelen aferrarse a la defensa de la ganadería regenerativa cuando tienen que confrontar las contradicciones medioambientales o éticas de la ganadería industrial. Sin embargo, se sabe desde hace décadas que este tipo de producciones son completamente insostenibles por diferentes motivos. En primer lugar, porque la emisión de gases de efecto invernadero es igual o incluso superior a la de las macrogranjas; en segundo lugar, porque no son económicamente accesibles para la mayoría de la población; y en tercer lugar, por la gran superficie terrestre que requiere, una de las principales causas del desigual reparto de alimentos mundial (aproximadamente el 75% de la tierra cultivable se destina actualmente a la ganadería o al cultivo de cereales destinados a la ganadería, como la soja). De hecho, para poder abastecer la altísima demanda que requieren las dietas ancestrales, necesitaríamos varios planetas para criar el ganado destinado a su consumo.

Y si nos centramos únicamente en términos de salud, la realidad tampoco es muy alentadora. La carne roja se ha erigido como uno de los principales carcinógenos en multitud de estudios independientes, mientras que los huevos y los lácteos también se están relacionando con problemas cardiovasculares, entre otros. A pesar de la cantidad de evidencia científica que respalda estos datos, los ancestralistas defienden que son investigaciones financiadas por el “lobby” vegano. Resulta un posicionamiento burdo, e incluso tremendamente ingenuo, si tenemos en cuenta que la industria ganadera es, posiblemente, el sector que mayores subvenciones recibe a nivel mundial. Pero para estas cuentas, divulgar sobre nutrición sin ser nutricionistas ni tener ninguna formación relacionada, no es un problema. El uso de las fake news, informaciones no contrastadas y asunciones basadas en su experiencia personal como si fuesen representativas, forman parte de la estrategia del movimiento ancestral para incrementar su público. Una comunidad formada, en gran parte, por personas cansadas de que los sectores de la izquierda les interpelen para revisarse sus hábitos nocivos o poco éticos. La gente busca, en esencia, un mensaje sencillo y cómodo, basado en la confirmación de las propias creencias (aunque sean problemáticas) en lugar del cuestionamiento constante. Una de las seguidoras de Ahnormal comenta que está muy contenta porque lleva toda la vida preocupada por tener el colesterol alto, pero que gracias a esta página se ha dado cuenta de que los médicos mienten, así que puede seguir comiendo lo que le hace feliz.

Como vemos, este tipo de espacios recogen el descontento de gran parte de la población y lo proyectan contra cualquier expresión política que señale las relaciones de poder de las que nos beneficiamos, como en este caso, el movimiento por la liberación de los animales, cuyos activistas son ridiculizados por sus aparentes contradicciones. Ellos, mientras, preparan pizzas keto con productos procesados del Mercadona y los presentan como si fuesen alternativas ancestrales, venden productos para unas supuestas necesidades sin respaldo científico (como unas gafas con un filtro de luz o almohadas eléctricas con toma de tierra), hacen publicidad a marcas de suplementos nutricionales (a la vez que critican a los veganos por suplementarse con vitamina B12) o niegan alegremente que la exposición al sol pueda provocar cáncer de piel. Y a pesar de que podríamos pensar que esta manipulación deliberada es evidente, no es así para quienes los siguen de manera fanática. De hecho, algunos de ellos ofrecen cursos sobre nutrición y buenos hábitos que pueden alcanzar los 200 euros a cambio del envío de unos documentos donde cuentan su experiencia. Esto demuestra que, en cierta manera, saben como alimentar al monstruo del algoritmo para que se reproduzca: creando publicaciones confrontativas (por ejemplo, criticando abiertamente a la comunidad vegana) para que mucha gente comente, aunque sea para desmontar sus argumentos. Un ejemplo es el de señalar el consumo de soja como principal culpable de la deforestación mundial, omitiendo el hecho evidente de que la práctica totalidad de su producción se destina al sector ganadero. Obviamente, cientos de personas van a interactuar frente a estas afirmaciones falaces, elevando exponencialmente las visualizaciones. Al final, el potencial de las redes sociales es que se hable de uno, independientemente de que sea de manera positiva o negativa.

Y he aquí donde la defensa del consumo de carne resulta clave. Si el auge de la extrema derecha ha sido promovida, en parte, por una reacción en contra de un feminismo emergente que cuestionaba los privilegios masculinos, el ancestralismo es la respuesta a ecologistas y veganos por alertar acerca de las repercusiones de la ganadería a nivel medioambiental y ético. Pero además, la opresión de los animales está profundamente vinculada a la violencia contra las mujeres. No es casualidad que la presencia femenina en estas cuentas sea prácticamente nula, y sin embargo gran parte de su contenido sean grupos de hombres musculados sin camiseta compartiendo barbacoas como espacio de socialización. Uno de ellos afirma que el consumo de carne roja y el ejercicio al aire libre aumenta la testosterona y que por eso nuestros abuelos tenían más relaciones sexuales, obviando, evidentemente, que conceptos como el consentimiento o el deseo de las mujeres resultaban irrelevantes en este tipo de matrimonios. Esta exaltación de la masculinidad alcanza uno de sus momentos más surrealistas en un vídeo en el que aparecen dos de ellos en la puerta de un supermercado retándose a comer un pollo crudo que acaban de comprar. El objetivo parece ser demostrar que nadie muere por comer un animal sin cocinar. El que parece más decidido a hacerlo, se ha quitado la camiseta, e increpa al otro para que haga lo mismo, porque es la única forma de hacerlo y sobrevivir, como si este acto les otorgara algún tipo de poder o fortaleza.

Este tipo de fragilidad también se ve reflejada en publicaciones que muestran abiertamente su homofobia o transfobia. El influencer El secreto del shaman dice, mientras se graba recargando una escopeta, que “Cinco cosas que debes hacer si quieres encajar en una sociedad enferma” son “hacerte vegano para limpiar tu conciencia a base de monocultivos de soja” (a pesar de que estos monocultivos van dedicados casi en su totalidad a piensos animales), “comprarte un coche eléctrico para salvar el planeta”, “tener una mascota como hijo”, “inventarte un pronombre y olvidar lo aprendido en biología” o “apoyar el calendario 2030 por el bien común”. Uno de los representantes más radicales de esta corriente, Jotamanifiesto, también ridiculiza de manera habitual a la comunidad LGTBIQ+. En uno de sus vídeos, muestra una persona no binaria que se presenta como dietista, para burlarse de sus pronombres y de su corporalidad. Ahnormal republica un carrusel titulado “La generación más enferma de todas” en las que hace referencia al colectivo afirmando que están “sexualizando a la infancia, minando el núcleo familiar, y empujando con márketing comercial la destrucción del sagrado masculino y divino femenino, y su unión divina”. Por último, resulta curioso como en ocasiones cogen filetes crudos y les dan unos cachetes antes de ser cocinados, generando risas de complicidad entre sus compañeros. Este gesto, que podría parecer a priori irrelevante, nos ha generado una incomodidad muy conectada con la teoría del referente ausente de la escritora Carol J. Adams, en la que investiga la cosificación de los cuerpos feminizados y su conexión con el consumo de carne.

Por último, existe otro punto problemático de este movimiento y es la defensa más o menos explícita de la blanquitud y las tradiciones de los pueblos “europeos”, mientras utilizan la apropiación cultural como una forma de validar sus argumentos o dotarlos de un aparente misticismo. El influencer Ahnormal en su cuenta secundaria defiende la peligrosa teoría del gran reemplazo, la misma que utiliza la ultraderecha para infundir temor sobre una supuesta “invasión” por parte de la población árabe y musulmana y bajo la que justifican la necesidad de una expulsión masiva de inmigrantes del territorio europeo. Un posicionamiento que dista mucho de la supuesta neutralidad política de la que presumen. Desde la cuenta El secreto del shaman se comparte una publicación que reza: ni de izquierdas ni de derechas, español y de pueblo, mientras alguien muestra su pulsera con los colores de la bandera nacional.

Así, tenemos a algunas de estas personas refiriéndose a sí mismos como “chamanes”, lo que nos recuerda irremediablemente a QAnon Shaman (o Jake Angeli), un personaje de ultraderecha que recordamos por liderar el asalto al Capitolio en Estados Unidos en 2021, cuando Trump perdió las elecciones. Su nombre quizás no nos suene, pero seguro que todo el mundo tiene aún en la memoria la imagen de ese individuo con la cara pintada, vestido con un gorro de piel de bisonte con cuernos, torso al descubierto y bandera en mano que ocupó todas las portadas referidas al intento de golpe de estado. Como los ancestralistas, Angeli también defiende valores patrióticos y comparte diversas teorías conspiracionistas, como las antivacunas. El movimiento QAnon considera, además, que Trump es un mesías enviado por Dios para acabar con el poder de la izquierda estadounidense. Aunque los ancestralistas aún no se han posicionado abiertamente sobre este tema, sí que estamos empezando a ver como comparten, tímidamente, algún acercamiento ideológico. Jotamanifiesto, por ejemplo, afirma que la teoría de Trump acerca del paracetamol y el autismo quizás no sea una idea tan descabellada. Por su parte, Ahnormal, después de publicar un vídeo titulado “Protege tu cultura” en la que critica una supuesta imposición islámica en nuestro país, ya ha compartido unas declaraciones de Javier Jové Sandoval, un diputado de VOX que afirma que podríamos frenar el cambio climático plantando un ficus por persona.

Ante el auge del fascismo, consideramos fundamental reconocer cuáles son las red flags de estas nuevas corrientes ideológicas que cada día ganan adeptos entre la derecha, la izquierda y la juventud apolítica de nuestro país. En un momento histórico profundamente individualista y polarizado, lo habitual es que la sociedad tienda a un fuerte identitarismo, pues los sujetos buscan lugares en los que sentirse reconocidos. El machismo, el racismo, el negacionismo del cambio climático, pero también la explotación del resto de animales, debería hacernos reflexionar acerca de si el contenido que estamos consumiendo es realmente inofensivo. No en vano, el franquismo también reprimió a los vegetarianos, llegando a fusilar a disidentes políticos por este motivo. Los anarquistas naturistas fueron, de hecho, los primeros en crear comunidades libres que buscaban restaurar estilos de vida conectados con la naturaleza y respetuosos con los animales, basados en la promoción de una cultura popular y autogestionada, la igualdad entre hombres y mujeres, las relaciones sexo-afectivas libres, y una organización política basada en la horizontalidad y la democracia radical. No dejemos que nuestros referentes históricos caigan en el olvido, y mucho menos que sean sustituidos por aquellos que habrían participado también en su desaparición.

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