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Coronavirus
Las cuatro crisis del Coronavirus y la que está por venir
Aunque el impacto del Covid-19 haya generado varias crisis, todavía nos falta asistir a la más importante de todas ellas: la crisis de confianza
En estos días estamos asistiendo a una serie de crisis, en su mayoría interdependientes, que se suceden cual piezas de dominó dispuestas en fila que van abatiéndose una detrás de otra, provocando a su caída un estruendo tal que no puede ser acallado por ningún aplauso.
La primera, por supuesto, es una crisis sanitaria que a la altura de 20 de marzo se ha cobrado más de mil vidas y que mantiene colapsado el sistema. La que era vendida por los poderes públicos como “mejor sanidad del mundo” está reventando ante la trágica falta de recursos materiales y humanos, detraídos en buena parte por mentes no muy predispuestas al interés colectivo, que ponen entre interrogantes la potencia y el alcance de nuestro Estado del Bienestar.
La segunda, derivada obviamente de la primera, consiste en una crisis política. La gestión gubernamental de la crisis sanitaria despierta multitud de críticas, que seguramente arreciando conforme las consecuencias de esta última vayan acrecentándose. Lo cierto es que las autoridades han pasado sin ninguna transición de una despreocupación rayana en la frivolidad al drama, un abrupto cambio de registro que no contribuye precisamente a disipar las dudas.
La tercera, resultado de las otras dos, es una crisis económica, con su correlato subsiguiente en el mundo del trabajo. A diferencia de China, en España no existe la suficiente capacidad productiva que permita ver esta crisis como un mal sueño, dependiente además de la benevolencia europea con el gasto público. Y, en este orden económico capitalista, no es ningún misterio que serán las clases trabajadoras las que más motivos tengan para temblar con esta pesadilla.
La cuarta, que en principio era independiente, aunque a causa del contexto se confunde con las anteriores, es una crisis institucional. El Emérito ha revelado ser ―oh, sorpresa― uno de los principales enemigos del erario público, obsesionado con la creación de fortunas opacas en el extranjero, en las que también figuraría como beneficiario, entre otros miembros de la augusta familia borbónica, su heredero y monarca nuestro. Como para no hacerse más de dos preguntas sobre la conducta del actual rey.
La quinta crisis, la que aún no se ha manifestado con toda su fuerza, es la de confianza. Durante estos días la seguridad del sistema está haciendo aguas a causa de tantas crisis. Aunque en la presente situación nuestra libertad está coartada ―el Jefe de Estado Mayor de la Defensa, “JEMAD”, ha proferido sin ningún rubor que “todos somos soldados”, una metáfora que va más allá de las medidas para contener el virus y que viene a significar que nos encontramos prisioneros de una instancia inalcanzable―, se están produciendo unos espasmos lo suficientemente graves como para no hacer tambalearse convicciones sagradas.
Pero que sólo sea una depresión más depende no tanto de la conciencia de la situación, sino de la movilización contra sus causantes. Una movilización que, a diferencia de otros episodios, ha de ser cimentada en la organización de ese desencanto. Una tarea que, aunque de momento parezca hercúlea, puede ser allanada por las presentes circunstancias.