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Historia
Un historiador “liberal” en tiempos dictatoriales: el adiós a Carlos Seco Serrano
La muerte de Carlos Seco Serrano se ha convertido en otra oportunidad de reescribir la historia de la denominada “oposición silenciosa” a la dictadura franquista. No todo, sin embargo, es tan bonito como lo pintan.
Se ha ido el “decano de los historiadores de los españoles”. La muerte a los 96 años le ha supuesto al historiador Carlos Seco Serrano –merced al registro ditirámbico manejado por la agencia EFE y repicado por los periódicos– el último de sus últimos méritos honoríficos. A su muerte, ¿con qué representante vivo de aquellos miembros del gremio que hizo su carrera durante el franquismo pueden identificarse los historiadores actuales? La reducida gama de gestos que podían permitirse entonces los funcionarios, con una reducida escala de grises basculante entre la alabanza y el miedo, dificulta enormemente la tarea de decantarse por algunos de los supervivientes. Pienso, sobre todo, en Luis Suárez Fernández, tan reconocido medievalista como descarado propagandista del franquismo.
Conste, sin embargo, que tampoco es sencillo reivindicar el liberalismo de Carlos Seco Serrano, por más que los elogios fúnebres contengan las benevolentes omisiones acostumbradas. Siguiendo el utilísimo Diccionario Akal de Historiadores Españoles Contemporáneos, constatamos que a Seco Serrano le tocó sufrir como adolescente el asesinato de su padre, comandante, republicano y masón, que se había negado a secundar la sublevación iniciada por sus compañeros en el Marruecos español. Este trágico hecho, capaz de marcar por sí solo una vida que iba a transcurrir en un escenario dirigido por los verdugos, no tendría sin embargo una trascendencia fatalista en la carrera del futuro historiador.
No era el “decano de los historiadores”, sino uno de los últimos representantes de una época afortunadamente pasada.
Doctor en Filosofía y Letras e investigador, a la par que escritor y periodista, los intereses de Seco Serrano se bifurcaron entre las historias moderna y contemporánea con una promiscuidad pasmosa para quienes hoy en día nos vemos obligados a sufrir las consecuencias burocráticas de una cronología artificial. Por sus manos pasaron destacados personajes históricos, muchos de los cuales sufrían y sufren una leyenda negra a las que el historiador intentó arrojar un poco de luz, desde el valido Manuel Godoy al rey Alfonso XIII. Y aunque sus resultados no son necesariamente incuestionables, consiguió labrarse una reputación duramente trabajada desde que obtuviera una beca del Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo en 1947, gracias a Ciriaco Pérez Bustamante, falangista durante la guerra posteriormente vinculado a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.
Pese a gozar de esta y otras bien posicionadas protecciones, sería un error de brocha gorda calificar de ultra a quien, en un libro de corte autobiográfico, no se recata en reproducir severos juicios contra Franco. ¿Fue entonces un silente opositor, un liberal, como quieren los panegíricos? ¿El mismo que defendió las conclusiones de un diletante neofranquista calificándolas de “sensacionales”? Solo si entendemos el peculiar significado que adquiere el término “liberal” en el contexto franquista. Como no había en la oposición una formación política que encarnase unos valores liberales claramente definibles, no resultó complicado para quienes integraban los engranajes del régimen ejemplificar su desacuerdo personal con determinadas actuaciones y políticas.
Seco Serrano fue liberal de la misma manera que un burócrata del despotismo borbónico del XVIII podía ser ilustrado: de forma tímida, contradictoria y sin cuestionar los fundamentos del poder mientras fuera necesario. Ya jubilado y retirado en la que por voluntad propia se ha convertido en cementerio de elefantes, la Real Academia de la Historia, cabe disentir de los elogios fúnebres dedicados a Seco Serrano. No era el “decano de los historiadores”, sino uno de los últimos representantes de una época afortunadamente pasada.