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Acoso escolar
Cabeza de gorrión
El lenguaje nunca es neutral, a través de su uso reflejamos intereses, género o ideología. Esa presunta y asumida “no participación” es una herencia homologada que, tal vez, debamos poner en discusión para profundizar en cómo abre puertas, ya desde muy corta edad, al abuso y a la imposición.
Cuando nos achispábamos solíamos caer en largas y pesadas discusiones sobre política, sexualidad, arte, ética, lenguaje…, cualquier tema nos servía para mantener presumibles discursos sesudos e irrebatibles, aunque eran discutibles todos, y mucha veces ni siquiera muy elaborados. Mi amigo José Luis, cuando no tenía ganas de meterse en berenjenales decía las ideas son un rollo, y era su manera elegante de destensar la situación, porque aquellas peroratas podían hacer naufragar la noche y convertir nuestra diversión en uno de esos dramas estériles que duran hasta el amanecer del día siguiente. Esquivar juntos los fantasmas de nuestras propias contradicciones también era una forma de mostrar amistad. Envejecer también es plantearse elaborar una cartografía de esos mundos afectivos.
Tal vez bajo la influencia de la lectura de En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo de Alberto Santamaría (Akal, 2018), tal vez por la obsesión que tenemos los poetas por devolver el peso a las palabras después de décadas de vaciado de significantes y significados, quién sabe, tal vez por todo o por nada uno se pasa las horas analizando el lenguaje de los demás y el suyo propio. Una simple frase de mi sobrino Sergio desencadena este escrito: Enrique Cabezón, cabeza de gorrión, dice. Y se ríe. Tiene 7 años. La repite varias veces y yo le explico que me considero alguien con suerte por llevar ese apellido que él quiere ridiculizar, le digo que gracias a él me ahorre la crueldad de mis compañeros de colegio. Al menos lo recuerdo así, desde que tengo uso de razón “cabezón” fue mi mote (y el de mis hermanos), nadie se metió con mis gafas, mi obesidad o con lo malo que era para alguno de los deportes del desarrollo y la imposición masculina. Y con todo “cabeza de gorrión” me gusta como me gustan los gorriones y los pensamientos que, como ellos, vuelan libres sin posibilidad de sobrevivir si se les pretende domesticar.
El colegio enseña a competir, y el uso cruel del lenguaje, incluso la rima, forman parte de la paleta de recursos que aquel que quiere humillar al otro usa sin ningún tipo de cuestionamiento ético, ya lo he dicho, Sergio tiene 7 años, todavía no sabe que la culpa es un invento de dominación judeocristiano y que su tío, de hablarle de algo, lo hará de responsabilidad. Hay un momento de desconexión por su parte cuando le cuento todo esto, y yo recuerdo lo que escribió Neil Gaiman y he leído hace poco: los niños forman una minoría relativamente indefensa y, como todos los pueblos oprimidos, conocen mejor a sus opresores que sus opresores a ellos. Ellos pueden ser los opresores, de hecho quieren serlo antes de pertenecer a ese grupo heterogéneo que forman los oprimidos, a eso enseña el capitalismo afectivo que con tanto rigor describe Santamaría en su ensayo. “Cabeza de gorrión” es mejor que el soniquete de mi época, Enrique Cabezón quiere ir a la Legión, su madre no le deja por exceso de cabeza. Ni quise, ni quiero, ni querré ir, cuando me hablan de la Legión pienso en esas turbadoras imágenes donde los legionarios españoles posan con la cabeza decapitada de rivales rifeños, en el traslado del Cristo de la Buena Muerte a saltitos, en la cabra dirigiendo ese cuerpo en el desfile anual de las Fuerzas Armadas que, este año, sucederá en Logroño. El periodista Gérard Biard, editor del semanario satírico Charlie Hebdo dijo: convertirse en ciudadano es aprender que algunas ideas, algunas palabras, algunas imágenes nos pueden escandalizar. Escandalizarse forma parte del debate democrático. El asesinato, no. Fue después de los atentados sufridos en enero de 2015. Lo que ocurre, es que el debate democrático que desea Biard se puede adulterar haciendo trampas con la lengua, vivimos una época de tahúres, no es nuevo, pero ocurre cotidianamente, a mí me ha sucedido algo terrible, no me han escandalizado las palabras de mi sobrino, he comprendido por qué Sergio quiere elegir el bando que intuye ganador y me he avergonzado de mi parte de responsabilidad en su educación y de dejar, en muchas ocasiones, ese campo en manos de docentes, como si ser profesora o profesor garantizase una enseñanza libre de sesgos.