Opinión
Cara al sol: el significado de un desfile militar

Cara al sol y –cosas de protocolo– con la camisa nueva. Así discurre, si las circunstancias lo permiten, cada cita anual del desfile militar.

Legionarios en Logroño
Irene Martínez Un grupo de legionarios desfilan por las calles de Logroño
26 may 2018 07:12

Cara al sol y –cosas de protocolo– con la camisa nueva. Así discurre, si las circunstancias lo permiten, cada cita anual del desfile militar, donde Felipe VI entra en comunión con el Ejército con una multitud engalanada de testigo. El Rey, capitán general de las Fuerzas Armadas, reconoce de esta forma cuál es el origen de su poder: un golpe militar que habría de culminar en una restauración monárquica que sería bendecida cual trágala por la Constitución del 78.

Siendo como es un evento heredado del régimen franquista, pues no se trata sino del tristemente célebre Desfile de la Victoria –en un sangriento conflicto civil calificado por algunos, ingenuamente, como se ve, de “guerra fratricida”– bajo otros ropajes, se presenta paradójicamente como uno de los días más reconocibles de nuestro calendario oficial y democrático. Sí, democrático, porque la jornada rememora también que la institución armada fue uno de los garantes del proceso que culminó en nuestro sistema político actual, como lo refleja el episodio de la monitorización militar de la redacción del artículo segundo de la Constitución, según vino a reconocer Jordi Solé Tura.

La sagrada Transición y la inclusión española en las estructuras de la no menos canonizada OTAN transformaron al Ejército en un agente nacionalizador democrático, como han señalado, entre otros, Pedro Oliver Olmo, blanqueando su imagen en misiones de paz (sic) y convirtiéndolo en un elemento esencial para nuestra defensa, aunque los enemigos sean, como ocurrió en el incidente de Perejil, un rebaño de cabras isleñas. Cuerpos como los regulares o la Legión, manteniendo sin complejos el recuerdo de su origen colonial y africanista, marchan por las calles de Logroño, donde tiene lugar este año el desfile, y son recibidos por vítores y banderas rojigualdas. Porque son ellos quienes hipotéticamente disiparán nuestras amenazas, ya sean contra nuestra propia seguridad o contra nuestro ordenamiento político.

Y es precisamente esta última amenaza la que más presente estará en Logroño. Fracasada la renombrada “brigada Aranzadi” en su intento de amordazar al independentismo catalán, hay que mostrar a los díscolos las herramientas con la que se impondría el artículo octavo de la Constitución, el referido a la unidad de la patria. No faltan, incluso en la prensa regional, articulistas que piden trasladar las celebraciones de las orillas del Ebro a la ciudad ubicada entre Collserola y el Mediterráneo. Muy previsible todo.

Pero, vistos los últimos acontecimientos informativos, y dada la competencia naranja en la cuestión nacionalizadora, da la impresión de que en esta ocasión las banderas servirán tanto para amordazar como para tapar las miserias del partido dirigente, algo tocado últimamente a nivel judicial. Mientras el equipo de gobierno retira en el Ayuntamiento una pancarta que denunciaba el montaje del “no caso” del 14-N, nadie parece recordar la implicación de la sede logroñesa del PP en los papeles de Bárcenas, cuya autenticidad ha sido ahora corroborada por sentencia. Que nada interrumpa el desfile.


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