La doble cita electoral del 26-M ha sido un auténtico desastre para el partido morada. Ya no es que los resultados marquen un fin de ciclo, sino que están advirtiendo, a quien quiera oírlo, que Podemos corre un riesgo cierto de desaparición institucional –aunque mantuviera una residual presencia, de peso siempre simbólico y no real–, por más que Pablo Iglesias todavía siga exigiendo –contra toda evidencia– puestos de responsabilidad en el futuro Ejecutivo socialista.
Que el líder de la formación morada no está sosteniendo una visión realista, dada la actual correlación de fuerzas, queda constatado por ese idealismo rayano en la caricatura del que hace gala. No nos engañemos: la idea de la “competencia virtuosa”, concebida primero por Íñigo Errejón y apropiada después por Iglesias, ha demostrado ser nefasta en una campaña que por naturaleza debía ser agresiva, al competir ambos partidos por un electorado similar. Dicho lo cual, seguramente sea superfluo añadir aquello que dice la sabiduría popular de que es preferible el original a la copia.
Ha llegado el momento de que demuestren que la institución es una prolongación de la calle. O viceversa.
Probablemente, detrás de este llamamiento a la desesperada a Pedro Sánchez –que aún no ha pasado la cuenta por los desencuentros pasados– se encuentre el último intento de Iglesias de reivindicarse. Si Podemos, en cuanto plataforma fundamentalmente personalista, se remite para las cuestiones estratégicas a su jefatura, él debe justificar su liderazgo de alguna manera, ya sea clamando que los cielos se toman por asalto, ya que es prioritario ser cómplice de la actuación gubernamental.
Este marchamo personalista ha dejado su sello en antiguos aliados y presentes rivales políticos. Aquí sí que la campaña del 26-M no ha demostrado piedad alguna, pervirtiendo la máxima feminista de “lo personal es político” hasta el punto de pasar obsesiones y fobias faccionales como si fueran cuestiones de interés colectivo. Las polémicas acontecidas entre Más Madrid y Madrid En Pie son un ejemplo ilustrativo. Tras las elecciones, partisanos de una y otra pueden recurrir a la aritmética electoral para consolarse obviando el factor psicológico. Los traumas provocados por enfrentamientos y divisiones, aunque sean en otros territorios, generan desmovilización. Una la desmovilización que no puede ser revertida presentando vino viejo –bajo la forma de direcciones, prácticas, proyectos, etc.– en candidaturas nuevas.
Quienes son o fueron primeros espadas del podemismo han devenido en pastores sin rebaño. Ahora, mientras deciden si es necesario buscar sustitutos, o sustitutas –por aquello de predicar con el ejemplo en vez de llenarse la boca con tanto feminismo–, ha llegado el momento de que demuestren que la institución es una prolongación de la calle. O viceversa.
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