Opinión
De pollavieja para pollavieja

La anécdota de José Bono sobre Gil Robles, los ministros, las mujeres y las putas es representativa de la mentalidad de ciertos personajes a los que se atribuye el parto de la transición.

22 jun 2019 14:44

Hay anécdotas de un simbolismo que trasciende lo meramente episódico, como la gracieta machista que soltó José Bono en Los desayunos de TVE, y que merecen ser analizadas pese a la arcada inicial que puedan provocar. Esta solo podía protagonizar alguien como Bono. Un personaje que, cargando a sus espaldas con más de cuarenta años de carrera política, después de serlo ha sido casi todo –fracasando en su meta más importante, la presidencia del Gobierno–, ejerce en la actualidad de político retirado, interpretando con celo el papel de guardián de las esencias de la transición y del PSOE; es decir, del régimen actual.

Bono se encontraba por tanto en la ya comentada tertulia haciendo de Bono, y atacaba la ambición de Podemos de conseguir ministerios en las negociaciones de la legislatura por venir. Se le veía cómodo ante un formato diseñado para darle coba: usted que sabe, un hombre de su experiencia y contactos, ilumínenos desde su atalaya de sabiduría. Y se relajó. La bisoñez política de los líderes morados –con la que tal vez se identifique más lo que le gustaría reconocer– debió de retrotraerle a un momento de su juventud, aquel tiempo tan feliz en el que no necesitaba injertos de pelo y militaba en las filas del PSP de Enrique Tierno Galván.

Las redes sociales sentenciaron: por más que hubiese censurado la humorada machista de Gil Robles, al reproducirla, Bono había desvelado su perfil pollaviejuno.

Bono sintió que era necesario dar las periodistas lo que le pedían, un chascarrillo irrelevante que, por proceder de una época mitificada, pasaría a ser visto como un precepto político inmarcesible. Lej voy a contar. Y contó, vaya si contó, sin rebozo alguno, su “poco ortodoxa (sic)” anécdota.

En calidad de chófer sin remunerar de Tierno Galván –¿para cuándo una lista de grandes hits de servicios a la democracia?–, relata que se encontraba junto con su mentor político en casa de José María Gil Robles para algo que parece no venir al caso. Se intuye que el tierno Bono se sentía un tanto cohibido ante Gil Robles, historia viva. Tendría en mente que había sido el gran líder de la CEDA, la principal fuerza de derechas en la II República, y que en aquel entonces las juventudes de su partido le saludaban como “Jefe”, a la manera de los dictadores europeos. Repudiado sin embargo por Franco, se alejó del general asesino y se convirtió en consejero de Juan de Borbón, por lo que hoy en día es visto como un opositor al franquismo. Bonita vuelta de tuerca para quien se caracterizó por desacreditar las instituciones democráticas republicanas.

El día de la visita de Tierno y Bono, el honorable Gil Robles estaba haciendo frente a una pesada molestia. Su gran amigo José María de Areilza se mostraba aterrado con que el primero gobierno del heredero de Franco, Juan Carlos I, se olvidara de él al repartir los cargos ministeriales, por más que se demostrara un temor vano –llegaría a ser ministro de Asuntos Exteriores–. De ahí que asediara a sus cercanos con llamadas insistentes, entre ellos Gil Robles. A este último le debía chocar que un hombre con el temple suficiente como para ser el alcalde de Bilbao y gobernador civil de Vizcaya durante la guerra, mostrara ahora los nervios de una mujercita. O quizás es que no fuera lo mismo dictar estar a la cabeza de las represalias política contra paisanos que sumirse en el ostracismo político. En cualquier caso, a la enésima llamada, a Gil Robles se le escapó un chiste de viejo camarada curtido: no te preocupes, hombre, que más mujeres que se mueren sin haber podido ser putas. Ji-ji-jí-ja-ja-já.

¿Cómo se tomó Bono semejante conversación? Dejemos volar a nuestra imaginación: un tierno Bono asistiendo embelesado a la enseñanza de todo un animal político. Así se cortan las asechanzas de cualquier ambiciosillo, de manera directa y sin medias tintas, coño. Recia y virilmente, mostrando fuerza a través de quienes se considera más débiles, las mujeres.

Pero mientras refería aquella triste escena, Bono se iba dando cuenta de que había transcurrido mucho tiempo y de que, a fin de cuentas, él no había pasado una guerra civil. Qué mal. Las educadas objeciones de los periodistas le confirmaron la metedura de pata: Pepe, que eso queda muy feo y no está el horno para bromear sobre las mujeres; que estamos en la televisión pública y en horario protegido; que estás hablando de iconos de la transición y que va a parecer que eran personas de carne, hueso… regüeldos y ventosidades. Las redes sociales sentenciaron: por más que hubiese censurado la humorada machista de Gil Robles, al reproducirla, Bono había desvelado su perfil pollaviejuno.

La anécdota revela todavía mucho más. A través de ella vemos que en aquellos días de finales de 1975 estaban los Tierno, Gil Robles, Areilza y otros más, que se afanaban en sus labores de conspiradores de salón con el fin de velar por sus carreras políticas. Había otros, más jóvenes, que les seguían obsequiosos, aprendiendo de sus argucias y de su cinismo como quien cree cumplir con ello los ritos obligatorios del paso hacia la madurez. Esos eran los Bono y compañía.

Pero, por último, había muchos más que ponían sus vidas en peligro peleando por beneficios colectivos: masas anónimas reivindicando libertades políticas; trabajadores luchando por mejoras laborales; movimientos autonomistas y nacionalistas en Cataluña, País Vasco, Navarra, Valencia, Galicia, Andalucía o Canarias; gays y lesbianas saliendo de la invisibilidad; o mujeres que no querían ser putas, Gil Robles, sino iguales en derechos a los hombres. Personas que en estas anécdotas de pollavieja para pollaviejas solo pueden aparecer bajo la forma de abstracción, excepción o de chiste, malo y sexista.

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