Opinión
No es el Coronavirus; es el Sistema

La aparición de una pandemia global ha permitido a los grandes sistemas financieros desviar la atención y la culpabilidad sobre la gran crisis económica que venía gestándose. Por ello, ante la externalización de las pérdidas, es necesario defender lo público y fortalecer lo común. El futuro es incierto, pero solo el pueblo salva al pueblo.

En el transcurso de la crisis sanitaria, nadie parece dudar del impacto que tendrá la recesión económica que sufriremos cuando ésta pase. Sin embargo, la crisis financiera no es sino el reflejo de una serie de comportamientos del Mercado que desde hace tiempo vienen desarrollándose inexorablemente como parte de un engranaje capitalista bien lubricado. Está claro que, desde la puesta en marcha, allá por la década de los 80, del capitalismo salvaje, la ley de la selva necesita de crisis cíclicas para sostener el imperio del más fuerte.

Lo vivimos de manera excepcional a partir de 2008, y aún seguimos recuperándonos de las consecuencias que tuvieron la explosión de la burbuja inmobiliaria o el hundimiento de los sistemas bancarios globales. Durante esta etapa no fue posible externalizar la causalidad de la recesión y de la frustración surgieron movimientos como Occupy Wall Street o el 15M, que entendieron que el capitalismo lleva intrínsecas estas depresiones y que quien las paga siempre es el pueblo y la clase trabajadora mientras los verdaderos causantes del problema continúan ensanchando sus diferencias económicas y llenando sus carteras.

En esta ocasión, el contexto es distinto. Si bien estaba claro que una nueva crisis estaba a la vuelta de la esquina, el surgimiento de un factor externo que justificara los arreglos y recortes que se deberán llevar a cabo ha caído como agua bendita para todos aquellos que veían peligrar su alto estatus. Por un lado, la explicación racional de los acontecimientos ya no se encontraría en el boom de la burbuja del alquiler o en una mala praxis de la bolsa y de las principales economías mundiales, sino en el colapso causado por un virus originado, por casualidad, en este momento histórico. Es decir, se eximiría de cualquier tipo de culpa al sistema capitalista en su conjunto e incluso podría llegar a entenderse como una crisis del Estado de Bienestar, sobrepasado en su totalidad en el sistema comercial, sanitario y educativo por el devenir de la pandemia.  Por otro lado, tal y como tiende a ocurrir en este tipo de trances, los costes los acaba pagando el Estado y, por lo tanto, la ciudadanía. Recordemos si no el rescate a la banca.

Lo que está teniendo lugar estos días es una expresión más del carácter insolidario de un sistema injusto que prioriza la economía sobre la vida de las personas. Son más de 500 ERTES los que se han llevado a cabo, provocando que los gastos laborales se paguen desde la Seguridad Social, desde el bolsillo de todos y cada uno de los ciudadanos, con el fin de “proteger al empresario”. O lo que es lo mismo, los beneficios son privados, pero las pérdidas son siempre públicas.

La excepcionalidad del momento ha terminado por demostrar las carencias y resultados de una sistemática privatización de los servicios públicos. En épocas de crisis se vuelve imprescindible defender el acceso universal a los servicios y derechos que garantizan una vida digna. Cuando el sistema capitalista demuestra que es incapaz de atender a las demandas de la ciudadanía y que prioriza la maximización de los ingresos sobre cualquier tipo de bienestar social, debemos tener una consigna clara: defender lo público, construir lo común. Tan solo desde la comunidad, la solidaridad y el apoyo mutuo va a ser posible definir alternativas de futuro levantadas desde abajo. Redes horizontales, feministas, obreras y ecologistas en las que el bien común sea el centro de la vida en sociedad, enfatizando en el componente social de los momentos de dificultad y siendo plenamente conscientes de que solo el pueblo salva al pueblo.

Que la crisis sanitaria no sirva como prerrogativa para un reforzamiento de las bases neoliberales o totalitarias; que sea la palanca de cambio hacia una sociedad justa, democrática y libre. Como bien dijo Gramsci: “Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia; conmuévanse, porque necesitaremos de todo nuestro entusiasmo; organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza”. Hay mucho en juego.

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