Literatura
Bleturge

Isabel Bono ha ganado el premio Café Gijón 2016 con su novela Una casa en Bleturge, ¿pero qué lugar es Bleturge si es que es un lugar? ¿Es Bleturge el único nudo que mantiene unida a la familia protagonista de la novela?

Isabel Bono
La escritora Isabel Bono

De casi todo hace ya años, de esta historia hace siete. Ustedes y yo estamos mirando a través de la cristalera de un restaurante regentado por unos hermanos guatemaltecos en la logroñesa calle de Sagasta, muy cerca del río Ebro. Es verano. Fijémonos en la concurrida mesa del fondo, es la única ocupada del local, en ella hay tres parejas. Una la forman la poeta malagueña Isabel Bono y el cortometrajista y doctor Alberto Jiménez, nieto del también médico Isaac Puente, un mito del anarquismo ibérico vinculado a estas tierras del norte.

Otra pareja la forman el escritor conocido como Purranki Sandongui, autor de un blog clausurado por entonces que nos apasiona a todos, El potadero de Bleturge. Le acompaña su pareja que lleva un libro de José Antonio Marina, El cerebro infantil: la gran oportunidad, parece mentira que recuerde este detalle pero haya olvidado su nombre, sin embargo así es, creo que no tienen niños, o quizá sí. Está también la poeta riojana Carmen Beltrán y estoy yo, qué raro, dentro y fuera a la vez, como escribiendo poesía. El motivo del encuentro es la presentación del cuaderno de poemas de Isabel, Maomegean, en el festival Agosto Clandestino, una excusa como cualquier otra como para que Purranki se haya desplazado desde Cataluña para verla.

A veces fantaseamos con la idea de que si Alan Moore uniese los puntos de procedencia de todo el que pasa por el festival el resultado no sería muy distinto al que plantea en From Hell uniendo las iglesias londinenses del arquitecto Nicholas Hawksmoor, algo ritual, algo mágico. En un momento dado, y después de vehementes y animadas conversaciones que no vienen al caso, Sandongui saca de su maletín una copia de El potadero de Bleturge completa, parecen más de 400 folios encuadernados en espiral y se la entrega con gesto distante y tímido a Isabel. Más tarde la poeta escribirá: “Bleturge, no me quedó claro, ¿era un estado de ánimo que lo convertía todo en solar abandonado o un solar abandonado que se convertía en hogar al ponerle nombre? ¿Era un abismo o lo convertía todo en abismo? ¿Un lugar de donde escapar o donde refugiarse? Lo que sí supe es que yo había estado allí muchas veces. Bleturge era mi casa”.

La anécdota quizá no tenga importancia. O sí, porque acabo de terminar de leer la primera novela de Isabel Bono, Una casa en Bleturge (premio Café Gijón 2016, editado por Siruela) y, de pronto, todas las piezas parecen encajar como en un juego de educción. La nota de prensa de la concesión del premio dice “una casa en Bleturge cuenta la vida de un matrimonio con hijos. Un hijo que ya no está y una hija que parece que estorba. Y el hijo, que murió prematuramente, es el eje sobre el cual gira una familia que se gasta. La hija se siente culpable y su padre se lo recuerda con cada gesto. La culpabilidad, el odio soterrado, el dolor no se gastan. Este matrimonio a punto de entrar en los sesenta, sin crisis aparente, carga cada uno por su lado con una soledad inmensa. Cada cual la resuelve como bien sabe”.

La cuestión es que cuando hablamos de Bleturge lo hacemos de un lugar que no existe pero que forma parte de nuestra biografía, de una manera vívida y real, el lugar donde se sume lo descartado.

Un lugar de huida que bien puede ser el suicidio, pero que también es la indolencia y la indiferencia con la que deambulamos nuestros días zombis. Estamos en 2017, escribo esto desde Sevilla, nadie sabe qué fue de Purranki Sandongui y por qué nadie ha editado El potadero de Bleturge, el escritor Sergi Puertas se pregunta por qué en público y afirma que Sandongui es el mejor escritor de nuestra generación. Tal vez lo sea.

Mejor y peor son siempre adjetivos relativos, poco precisos. Bleturge también es un lugar o una sensación poco precisa. ¿Quién necesita precisión con la que está cayendo? Eso lo pregunta una voz desde mi interior que no he sido capaz de callar. Recuerdo que en aquella mesa lejana comimos berenjenas con miel, rememoro el sabor porque acabamos de comer lo mismo en un restaurante para guiris cerca del Álcazar.

Los libros, la elección de nuestras lecturas, pueden ser Bleturge, todo esto que cuento es vital pero tiene poca o nula importancia. La cotidianidad nos muele sin miramiento alguno.

La cuestión es que, a la espera de que alguien recupere la monumental obra de Purranki Sandongui, esta ya ha dado a luz una secuela, y hay que decir que la novela de Isabel Bono es material de primera, que tiene mucho de su escritura poética y que merece la pena ser leída. Cada lector encontrará su propio Bleturge, tal vez coincidamos en él. Desgraciadamente si hay algo común a todos nosotros es el dolor y el sufrimiento.

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