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Medio rural
Apadrinar olivos para recuperar un pueblo
En Oliete, un pueblo del bajo Aragón, están censados 365 vecinos. El proyecto Apadrina un Olivo se ha propuesto luchar contra el despoblamiento rural salvando miles de estos árboles centenarios.
David, Álvaro y Wilson manejan con brío y soltura el hacha. Los tres trabajan en el proyecto Apadrina un Olivo. Su labor principal en los primeros meses del año es la poda. La tarea se complica cuando tienen que llevar a cabo una “sesión de peluquería” a unos árboles que han carecido de cuidados durante varias décadas. Tienen que retirar todos los chitos —ramas que nacen desde la base del tronco robando los recursos del árbol— de la base del olivo y dejarlo limpio. Cuando terminen, deberán podar la copa, cortar las ramas secas y las que han crecido en exceso hacia arriba, dejando el centro del tronco menos frondoso para que la luz entre y el aire circule. Este es el primer paso para que el olivo resurja.
De este modo, más de 5.200 olivos centenarios han recobrado la vida en Oliete, un pequeño pueblo del bajo Aragón, en los dos años que Apadrina un olivo lleva en marcha. Pero son más de cien mil los que han ido adaptándose a la orografía del valle en las terrazas creadas hace siglos para ganarle terreno cultivable al monte, creando un paisaje que está bien curtido de sobrevivir a inviernos duros. Actualmente, un 70% de estos árboles están yermos.
Donde todo el mundo veía olivos viejos e improductivos, Alberto Alfonso, uno de los fundadores de la iniciativa, y sus compañeros vieron una oportunidad de desarrollo económico para luchar contra el despoblamiento rural. Pueblos que emanaban vida hace décadas ya han desaparecido, mientras que otros, como Oliete, aguantan el tirón como pueden y vuelven a lucir como antaño en meses de verano y festivos. Durante el año sobreviven con una población cada vez más envejecida. Su fórmula para revertir esta situación: crear un proyecto social, solidario y sostenible. “Recuperamos olivos abandonados gracias a la solidaridad de las personas que los apadrinan, generando a su vez una economía sostenible con matices sociales colaborando con personas con discapacidad intelectual y en un área rural en vías de desaparición”. Así lo describe Alfonso.
CINCO PUESTOS DE TRABAJO
Revertir la despoblación con empleo, este es su objetivo. De momento, han creado cinco puestos de trabajo fijos y otros dos temporales: una persona como auxiliar de almazara y otra para la recogida de las olivas.
“Yo he vivido fuera, en la ciudad, pero siempre me ha gustado la vida del campo y buscas alternativas para quedarte. El carbón no es el futuro, han cerrado ya la mina. Todo proyecto, como este, que sea una alternativa al carbón es bueno”, dice Álvaro, que lleva un año y medio trabajando en el proyecto. Mientras, no le quita ojo a su compañero para seguir minuciosamente sus instrucciones de poda. “No somos jóvenes raros los que nos quedamos. Me enfado cuando la gente piensa que estamos aislados del mundo”, añade David, el agricultor más veterano.
Ya son más de 2.000 padrinos y madrinas y la lista sigue creciendo. Ha llegado gente hasta de Finlandia para conocer su olivo
A la conversación se une Wilson. La vida le trajo desde el Valle colombiano del Cauca hace diez años. Desde el primer día que pisó España vive en Oliete, donde lleva casi dos años trabajando en la iniciativa. “Mi hija es seguidora del proyecto por Facebook. Cuando hablamos por teléfono o videollamada me cuenta lo que van poniendo nuevo, está entusiasmada con todo esto”, comenta.
Los chicos y chicas de la Agrupación Turolense de Asociaciones de personas con Discapacidad Intelectual (ATADI) son también parte importante. Hoy Joaquín y Laura están reconstruyendo un pequeño muro que, con el paso de los años y la erosión, se ha ido cayendo. Otros días podan, recogen olivas cuando es temporada o limpian acequias. Siempre van en equipos de tres, el monitor conoce las capacidades de cada uno y así reparte las tareas. “Como a cualquier persona, lo que les gusta es trabajar y sentirse integrados en la sociedad, y aquí están encantados”, añade Javier Cantalapiedra, responsable del centro especial de empleo.
Pero el beneficio del proyecto también se extiende a los establecimientos del pueblo. “Cuando viene gente, se hace de tal forma para que ganen todos los comercios”, cuenta Rogelio, el panadero del pueblo. Aún recuerda el primer día, cuando Alberto le comentó la iniciativa: “Me quedé loco. ‘¿Sabes lo que estas diciendo?’, le dije. Hoy le hago la ola porque hemos visto que va funcionando”.
Los fines de semana muchos apuran las últimas horas antes de volver a la ciudad y aprovechan para conocer el olivo que han apadrinado o reencontrarse con él de nuevo. Buscan primer la parcela en la que se encuentra y luego la zona concreta dependiendo de la numeración de su árbol. Un padre y su chaval de unos ocho años se acercan al olivar donde los chicos trabajan y buscan el 1.553, ni uno más ni uno menos. Viven en la capital aragonesa pero les une un vínculo familiar con el pueblo. Por supuesto, encuentran su olivo.
Ya son más de 2.000 padrinos y madrinas y la lista sigue creciendo. “Viene mucha gente para conocer su olivo desde diferentes partes de España, y muchos vuelven para ver cómo va siendo la evolución”, dice David. “Han venido desde Finlandia. Estaban de vacaciones en España y aprovecharon para ver su olivo. Es una pasada que lo conozca gente desde tan lejos”, añade Álvaro.
La tecnología ha sido fundamental. Cada olivo está identificado con un código QR que permite que los padrinos reciban fotografías y sepan qué tareas tiene programado su árbol: poda, fertilización, labranza. Incluso pueden escribirle al agricultor si tienen dudas. La etiqueta colgada en cada árbol que está listo para ser apadrinado tiene un número de identificación y un pequeño espacio para que padrinos y madrinas bauticen a sus ahijados. Hay de todo, algunos ponen el nombre del abuelo, de los nietos, de la cuadrilla de amigos o simplemente alguna broma.
“El mío tiene el tronco más ancho, creo que es este”, dice Milena. Intenta recordar cómo era su olivo por las fotos que ha ido recibiendo y a la segunda acierta. “Yo soy de una gran ciudad como Sao Paulo y estando aquí te das cuenta que no es solo un olivo, es una tradición, una historia, y este proyecto te permite disfrutar de esa vivencia”, señala. Inmortaliza el momento del encuentro con una fotografía. Como ella, más de mil padrinos se han acercado a conocer sus olivos y ya han recibido el fruto de su solidaridad: dos litros de aceite al año.
Claudio se ha encargado, entre otras labores, durante este tiempo de “ponerle swing”, como él lo define, a estas visitas y además enseñarles el patrimonio cultural de la zona: la sima de San Pedro, algo único en Europa, el embalse de la Cueva Foradada sobre el río Martín, o las rutas para llegar a las ruinas íberas. “La ciudad ya no es para mí”, debió pensar cuando volvió al pueblo el 1 de julio de 2014. Recuerda bien la fecha porque ese día cambió su vida en Barcelona y se trasladó a la casa familiar que aún conservan en Oliete. “¿Por qué no? Venir y ver que hay una posibilidad para que este pueblo salga a flote con este proyecto me motivó”, dice.
ILUSIÓN FRENTE AL PESIMISMO
Alberto Alfonso emarca varias veces cómo este proyecto ha devuelto la ilusión y ha hecho que mucha gente se aleje de ese “pesimismo que a veces envuelve el tema rural”. Sira Plana, amiga de la infancia, y él recuerdan cómo al principio les tomaban por locos.
Muchos no podían imaginar cómo lo iban a hacer, pero hubo un punto de inflexión. “Cuando vinieron dos autobuses llenos desde Madrid y Barcelona con los voluntarios la gente del pueblo empezó a creer en el proyecto, empezó a ver que algo estaba pasando”, cuenta José, que regenta uno de los tres bares del pueblo junto a su mujer Angelines.
“En verano, que viene más gente que vive fuera, te van parando por la calle para que recuperes sus olivares”, cuenta Sira. “Al final, la gente tiene los campos abandonados, y lo que ven es que sin ningún tipo de gasto por su parte se los dejamos perfectos, les plantamos árboles en los huecos, se los cuidamos y les damos valor”, añade Alfonso. A través de un contrato de cesión de territorio por diez años, el proyecto rehabilita su parcela y a partir del quinto año se les da el 10% de la cosecha. Aunque aún no están en ese punto. Para que un olivo se recupere y dé su máxima productividad tienen que pasar cinco años. Sueñan con llegar a vender su aceite y que el proyecto sea más sostenible.
Alberto Alfonso cree que el proyecto ha hecho que mucha gente se aleje del "pesimismo que a veces envuelve el tema rural"
Algunos vecinos se han animado a volver a cosechar sus olivos, como el hijo de José o Ramiro, el alcalde de la localidad. “Muchas veces trabajamos en esto por algo nostálgico, no porque sea rentable. Lo que ha animado a muchos es que se haya abierto la almazara”, dice Ramiro. La almazara “triple S: solidaria, sostenible y social” que, gracias al proyecto, se ha construido en el pueblo ha ayudado a que más de 50 agricultores no tengan que ir a moler sus olivas a otros pueblos, con el sobrecoste que esto supone.
Siete alumnos
Eduardo, el profesor de Educación Física, que acude al colegio los lunes y viernes, tiene que hacer peripecias para encontrar juegos que no cansen mucho a los de cinco años ni aburran a la más mayor, de doce. A Silvia, también docente, la encontramos mientras corrige ejercicios y preparando las próximas clases. Ella viene diariamente desde Zaragoza, junto con otros cinco compañeros, para dar clase en el Colegio Rural Agrupado a los alumnos de las localidades de Alacón, Muniesa y Oliete. “Ahora mismo, en Oliete son siete alumnos en el aula. Las mamás me comentan que hay otra niña que entra el año que viene y otros dos al siguiente y en principio ya está, no hay más bebés”, explica.
A ellos se les unirán los tres hijos de Raúl, que se ha trasladado desde León como nuevo miembro del proyecto. El ayuntamiento ha cedido al proyecto una casa a la entrada del pueblo para que se instale la nueva familia que, además, espera a un nuevo bebé. Quizá en otro colegio tres nuevos alumnos no significan mucho, pero para este es asegurar que permanecerá abierto durante unos años más. El futuro de Oliete y de otros pueblos de España son ellos, los más jóvenes. Los olivos, sin duda, una buena excusa para quedarse.