Opinión
Carta abierta de una vecina: la otra cara del desfile
Una vecina del centro de Logroño relata en una carta la otra cara del desfile: gasto, molestias, restricciones de circulación, eliminación de mobiliario urbano y servicios, ruidos, identificaciones...

Parece que todas y todos los logroñeses tenemos que estar dando palmas con las orejas por el desfile de las Fuerzas Armadas del 26 de mayo, y vivir las “molestias” que ha ocasionado con resignación, estoicamente, y con orgullo patrio. Mire usted; pues que yo también soy española, vecina de Logroño, vivo al lado del cogollito del presuntuoso desfile y no me hace ninguna gracia. Me pregunto de quiénes han sacado conclusiones ciertos medios regionales estos días, porque curiosamente, “nadie quiere perderse este acontecimiento histórico”. Pero NADIE, ¿eh? ¿Será que algunas no existimos, o que claro, igual, ilusas nosotras, pretendemos que el ayuntamiento sea de “todos” y nos tenga en cuenta, o que algunos medios hagan Periodismo, sí, con mayúscula?
Me gustaría compartir ciertas “incomodidades” que hemos sufrido vecinas y vecinos estos días:
Durante las últimas semanas hemos soportado vuelos militares sobre nuestras cabezas, quemando queroseno como si no hubiera un mañana. Claro, que a quienes no creen en el cambio climático, esto de hacer vuelos militares día sí día también les toca un pie. Efectivamente, como no hay mañana, gastamos y consumimos combustibles fósiles por encima de nuestras posibilidades. Y si es con vuelos militares bajos, mejor que mejor, aunque generen estrés y malestar emocional, por el ruido y porque nos hacen imaginar y vivenciar situaciones pasadas o presentes de guerra.
Tampoco olvidamos las restricciones al tráfico y a peatones. Uy, que tiene usted que andar 300 metros más, mala suerte. ¿Que no hay autobús o ya no está su parada habitual? Camine, oiga, que es muy sano. ¿Qué no cabe el carrito de bebé por el hueco que queda entre la tribuna y la pared del edificio? Qué lástima. Pliegue el carrito, póngase al churumbel sobre la cabeza y arree, que para algo es joven. Todo aderezado de auténticas obras de arte urbano como vallas impidiendo cruzar a viandantes por el paso de peatones.
También recordaré las sorpresas: Hace dos días me disponía a coger la bicicleta del punto municipal de alquiler de Gran Vía, y… ¡tachán! habían volado todas las bicis por arte de birlibirloque y sin avisar. Deben pensar que nadie usa estas bicis en su vida cotidiana… Tuve que ir en autobús, pero ya no recordaba qué paradas estaban cerradas y si alguna línea estaba desviada. Cogí otro que me dejaba más lejos y llegué un cuarto de hora tarde a recoger a mi hija al colegio. Menos mal que tengo la suerte de que los padres y madres nos apoyamos en estos casos. ¡Esto sí que es apostar por la movilidad! Claro, ya nos lo demostraron en la reciente semana de la movilidad en nuestra ciudad, por si alguien no lo recuerda… A esto se añade el corte de diferentes calles del centro de la ciudad durante días.
Ay, ¿Quién le mandó irse de vacaciones estos días o con un viaje de trabajo y dejar aparcado el coche ahí? ¿No sabe que es mejor que el coche duerma en garaje? Bueno, no se preocupe. Seguro (o casi), que no se lo habrán robado. Se acerca usted al depósito municipal y supongo que por un módico precio lo recoge. Que no es para tanto, que para algo están las grúas…
-Igual, con suerte, tiene además el privilegio de vivir en una calle agraciada con tan preciado desfile, ¿sí? Entonces le habrá encantado que le llamen a su puerta y le interroguen. Es guay. Que quién vive aquí, que si hay alguien no empadronado, que me deje el DNI, que si va a venir alguien de visita en los próximos días. ¿Quién, por qué motivo? Necesitamos su identificación también, oiga.
En una academia de baile comentaba una madre que vive en Vara del Rey que, además de eso, le habían dicho que no se asomara al balcón. Con cara de póker decía “¿Acaso me van a multar por asomarme a mi balcón?” Pues ándese con ojo, no vaya a ser… y más aún si pone un cartel antimilitarista. Que la libertad de expresión hay que usarla con moderación, o mejor dicho, con mordazas.
Otro vecino me comentaba que ha intentado salir de su casa el día del desfile antes de que empiece y casi no le dejan. Y que cada día una novedad y una restricción nueva. Vaya, que la escasa información ha llegado tarde y mal.
Para aderezar todo este alboroto la tarde del jueves disfrutamos de un fabuloso ruido patriótico por la megafonía dispuesta en la calle que, nos ensordeció, durante horas para impedirnos hablar de otro tema. Eso sí, hablarlo en casa, porque lo que es en la calle mantener una conversación con tal nivel de ruido era un ejercicio heroico. Ni que decir tiene el ensayo general del desfile, con ruidos hasta pasada la una de la madrugada en un día laborable.
Hace más de una semana comenzó la retirada de contenedores, marquesinas, farolas, semáforos, señales... Venga, que ya sabemos que España es un auténtico festín en esto de las infraestructuras, gastemos y gastemos, asfaltemos, quitemos y pongamos, y sobre todo, paguémoslo con el dinero de todas y todos los españoles, como Dios manda.
Y todo esto, sin contar cómo ha afectado a los negocios, porque para llegar a algunos había que hacer una especie de gynkana. Y para leer su rótulo era preciso estirar el cuello cual jirafa y retorcerse como si fuera una clase de taichi. Qué suerte. Y gratis. Con razón algunos comercios decidieron cerrar, algunos a la fuerza tapados por tribunas, banderas y otros menesteres, y afectados por barreras de diferente tipo.
De la mañana del desfile poco puedo decir, salvo que decidí huir del lugar cual exiliada. He vuelto casi a la noche y me he encontrado las secuelas de tan tamaño evento y las máquinas recogiendo en la calle. Reconozco que he suspirado, aliviada, pensando que mañana será otro día.
Han sido sólo pequeños daños colaterales. Acompañados de un módico coste. Para qué consultar a la ciudadanía sobre la pertinencia o no de hacer este desfile. Los 733.796 euros que ha puesto el Ministerio de Defensa y los 40.000 euros, que serán más, que ha aportado el Ayuntamiento de Logroño son dinero de todas, también de quienes no les votan, pero eso no importa. Como premio de consolación siempre queda la posibilidad en estas fechas de sumarse a la campaña de objeción fiscal a los gastos militares…
Pero además del enorme coste este ejercicio de ostentación de la fuerza militar es éticamente reprobable. Ningún ejército defiende la paz, por mucho postureo humanitario que haga. Y las armas no son un juego: sirven para matar. También muchas personas que no se cuestionan la existencia del ejército pueden considerar que este alarde de fuerza y este despilfarro es inmoral. Y por ello debemos alzar la voz, tal como pide esta poesía de Gloria Fuertes, quien por desgracia, algo vivió de guerras…
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