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Pintar un muro se está convirtiendo en una acción peligrosamente subversiva para la unidad y el orden. Para nosotros, antes no era así. Reconozco que lo que más llama mi atención es la capacidad del espacio público para interpelar a tus contemporáneos. Incluso es hermoso, estético. Así lo entendía. Un espacio en el que se podía luchar con ideales comunes y alentar a esa poética de la lucha política. Con ideas, eslóganes, frases hechas y poemas revolucionarios que aunaban muchas luchas.
Pero hoy ya he dicho basta. Hoy hemos decidido arrojar nuestro cuerpos a la lucha. Le hemos querido sumar a esa capacidad de diálogo del muro un sentido mucho más directo, más próximo a las personas y a las luchas del ahora. A la opresión que vivimos hoy en este país y en este mundo. Y es que cuando el ansia producido por un sistema de valores tan violento te agrede de una forma tan brutal, no queda más que mancharse las manos.
Nuestro modo de hacer es a través del muralismo. Pero hay otras tantas maneras de afrontarlo. Creo que lo importante es desgarrar la fina capa “cotidiana” que mantiene el espacio público como una propiedad privada de los intereses mercantiles y alienantes del sistema. Esto es: crear contrahegemonía.
Cuando el arte cuestiona las relaciones de poder es cuando se producen los monstruos de los que nos hablaba Gramsci. Queremos creer que en este claroscuro en el que nos encontramos somos capaces de quebrar al complejo aparato del poder. Pero creo que solo con mensajes “bellos”, esperanzadores, nostálgicos no podemos más que decorar los espacios, y así el arte político no puede ser sin pecado un adorno. Enfrentarnos a una situación injusta desde la cultura puede (y debe) ser necesario para construir poder popular en el hoy.
Si desde el discurso artístico seguimos incidiendo en lo social, como un espécimen aislado de las acciones que lo generan, estaremos desaprovechando una oportunidad. No es que crea que el arte sea el motor del cambio, mas sí un mecanismo. Una pequeña palanca, un dispositivo con capacidad agregadora. Es por ello que, cuanto más se preocupa una práctica “social” de representar el drama y la tragedia del capitalismo, menos efectiva es como herramienta para la lucha. Es jugar en los mismos parámetros en los que el imaginario neoliberal se mueve: en lo emocional. El drama de los refugiados, de la pobreza y los desahucios, por ejemplo, apela a lo sentimental. Por ello creo en generar una praxis que plantee preguntas y represente el conflicto de clase desde el aquí y ahora. Y a partir de ahí, producir una emoción, sí, pero una emoción política. Porque desarticular lo político del arte no sirve para desenmascarar un sistema de opresión, sino para maquillarlo o vestirlo de falsa moralidad.
Obviamente esto no es un dogma de fe, como nada puede serlo en el arte. Es solo una posición política y vital. Que ya es bastante. Y suficientes problemas tenemos ya todos los días con ello. Y justo porque los tenemos es que tomamos la determinación de continuar esta senda. Acompañados mejor que solos.
Si también has tomado conciencia, y aún así desarrollas tu arte desde otros lugares, o tu discurso artístico no se “mancha” de lucha, también estás en tu derecho a hacerlo. Pero, como dice Jessa Crispin: “Espero que cambies e opinión. Porque te necesitamos”.
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Si el arte está totalmente exento de lucha, no puede reclamar un espacio en la mente del espectador.
Pintar muros (reales o virtuales), es quizá una de las manifestaciones artísticas más antiguas. Es genial que desde la prehistoria la humanidad decorara las cavernas. Es una pena que ahora sea una práctica controlada y mediatizada por las instituciones (u oculta en el underground y las prácticas delictivas, cuando no se alinea con esos intereses. Seguramente ahí esté la clave de su escasa efectividad a la hora de conseguir transformaciones en el plano material.
https://locuramoral.blogspot.com/2018/11/redes-sociales-de-realidades.html