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València
El frágil equilibrio de las Fallas
La precariedad que asola a los cerca de 500 artistas falleros que dan vida a la fiesta valenciana amenaza a una de las festividades más importantes de península.
Las Fallas de València son una fiesta repleta de elementos distintivos. Aquello que empezó como una quema de trastos viejos al acabar el invierno ha acabado por convertirse en un polifacético festival de fuegos artificiales, mascletás, sátira, procesiones religiosas y bandas de música. Pero hay una cosa que, si bien se ha sofisticado a lo largo de los siglos, no cambia en lo esencial. Todo continúa girando entorno al elemento central, el componente eminentemente artístico de la fiesta: la falla.
“Las Fallas son el monumento. Es lo que mueve todo y lo que atrae a la gente”, asegura convencida María Esteban, una joven artista fallera que se acercó hace cinco años a este oficio atraída por su componente escenográfico y teatral. Con el mismo convencimiento, Esteban señala la otra cara de la moneda: “No conozco a ningún artista que no tenga deudas”. Ximo Esteve es el secretario general del Gremio de Artistas Falleros, que representa a 216 artistas de los cerca de 500 que se estima que hay. Se ha dedicado durante 40 años a hacer fallas. “Nos acusan de llorar demasiado, pero yo antes podía vivir de esto y ahora hace cuatro o cinco años que pierdo dinero”, relata.
La precariedad que asedia el oficio es reconocida por todas las partes implicadas en la fiesta, desde la Junta Central Fallera, que agrupa las 382 comisiones de València, hasta el Ayuntamiento pasando por el mismo Gremio de Artistas Falleros. “El sector se ha ido precarizando desde hace 25 años”, indica Carlos Líton, que ha trabajado durante dos décadas como pintor y escultor de monumentos. Tal y como señala, mientras los precios que la comisión paga por falla se han mantenido estables, todo lo que gira en torno a producción (alquiler, materiales, mano de obra…) se ha encarecido.
Líton, Esteve y el resto de artistas más veteranos coinciden en un elemento que contribuyó a agravar la situación. La introducción de nuevos materiales como el poliespán en la construcción de los monumentos permitió dejar atrás la técnica tradicional con cartón, que dependía de la construcción previa de moldes de escayola que multiplicaban los costes de producción y almacenaje. Pero aquello que, en principio, suponía una mejora tecnológica que tenía que abaratar los gastos de los artistas, se volvió en su contra. “Los más beneficiados fueron las comisiones”, indica Líton, que recuerda que, a partir de ese momento, empezaron a exigir más originalidad (ya que antes se solían reutilizar los moldes ya hechos) y un mayor volumen de trabajo, pues el material resultaba más barato.
Esteve calcula que cerca de un 40% de los artistas de su generación abandonarán el oficio en los próximos años
“Hace falta poner a los falleros de acuerdo en que no se puede exprimir tanto al artista. Ellos quieren que te gastes los 3.000 euros de presupuesto en el monumento, pero con eso también tienes que pagar un alquiler, salarios, maquinaria, material… Yo querría que exigieran menos para trabajar mejor”, reivindica María Esteban. Por su parte, Ximo Esteve recuerda que se ha llegado a un punto en que la precariedad de los artistas no se soluciona con más volumen de trabajo. “Cuanto más trabajo, más pierdo. Es contradictorio, pero es la realidad del mercado”, afirma taxativo. “Te ves forzado a coger menos volumen de trabajo, pero si lo haces, al año siguiente ya no firmas la falla”, se lamenta, explicando así el callejón sin salida en el que se encuentran muchos artistas.
La realidad para las comisiones falleras, pese a todo, es bien distinta. Santi Ballester, el presidente de la Federación de Especial —aquella que agrupa todas las comisiones que compiten en la categoría más alta— considera que el problema no les corresponde. “Claro que nos duele que los artistas estén clavados en la mala organización que tienen”, explica. Como los artistas, Ballester también considera que “las Fallas son el monumento” y no cree que las comisiones estén aprovechándose de los artistas. “Que sepan gestionar sus presupuestos y acaben con el intrusismo” es la fórmula que aporta para encontrar una solución. “Si te doy tanto dinero, has de saber a qué corresponde cada cosa. No se puede decir después que has perdido dinero”, aclara.
“Suicidio económico”
En medio de las dos posturas, la Concejalía de Cultura Festiva encabezada por Pere Fuset trata de mediar y llegar a acuerdos. El concejal señala como indeseables las prácticas que se aprovechan del “suicidio económico” de los artistas para abaratar costes. Fuset alerta de que “lo que hoy puede parecer beneficioso puede generar que los clientes se queden sin proveedores”.
Desde 2015, la subvención a los artistas falleros ha pasado de 25.000 euros a 70.000. También se ha llegado a acuerdos como subir el precio mínimo para acceder a cada categoría, una medida con la que el mismo Ballester se muestra de acuerdo.
Queda pendiente una exigencia de los artistas que es bien vista por la Concejalía, pero genera un rotundo rechazo por parte de las comisiones. Se trata de poner límites de volumen en cada categoría, como ya ocurra en las Hogueras de Alicante o en las mascletás —limitadas a determinados kilos de pólvora— para que, en palabras de Fuset, “las fallas sean valoradas como arte y no se compren a kilos”. Para Ballester, “eso no se podrá hacer nunca en la vida. Sería limitar la competitividad sana que existe entre las fallas”.
Entre los trabajadores del oficio asumen que la Junta Central Fallera tiene un poder de presión sobre las instancias políticas muy superior al que pueden tener los artistas. Pese a todo, Ximo Esteve también hace autocrítica: “No podemos depender de que la Junta marque un precio. También nosotros tenemos la culpa cuando hay una competencia bestial”, reconoce.
Esteve lamenta que los mismos agremiados no se pongan de acuerdo a la hora de autorregular sus precios. Por otro lado, las leyes de protección de la competencia impiden que la dirección del gremio imponga un monopolio de precios. “Desde el Gremio estamos atados de pies y manos. ¿Qué obligación tienen los artistas de hacer lo que les digamos?”, se pregunta.
Mientras tanto, Esteve advierte: “Están cayendo los talleres mejor preparados económica y empresarialmente” y calcula que cerca de un 40% de los artistas de su generación abandonarán el oficio en los próximos años junto a los que ya lo han hecho. Para el secretario general del Gremio, esto provoca que la calidad del trabajo baje y que la gente que queda “no tengo medios para comprar naves, legalizarlas o asegurar a sus trabajadores” frente a una competencia desleal que trabaja en negro y que es aprovechada por las mismas comisiones para abaratar costes.
¿Un oficio menospreciado?
El trabajo del artista fallero nunca ha sido fácil, entre otras cosas, por su confrontación directa con el poder. En el pasado, el carácter históricamente satírico y anticlerical de las fallas costaba persecuciones a sus autores. Regí Mas, considerado el padre de los artistas falleros y creador de la Ciutat Fallera, fue encarcelado durante seis meses al acabar la Guerra Civil. Ese mismo año, en 1939, se creó la Junta Central Fallera y se incorporaron las actividades religiosas que sobreviven hoy en día. Mas continuó trabajando durante la dictadura a pesar de la censura aplicada a las fallas hasta que, en 1969, murió en un accidente laboral al caer de un andamio en su taller.
Las condiciones de trabajo del artista son duras. Se trata de una carrera a contrarreloj con jornadas de 12 o 13 horas en talleres cargados de pintura y polvo en suspensión. “No se paga bien, no siempre hay contratos, pasas mucho frío en el invierno y mucho calor en verano, no es saludable…”, repasa Carlos Líton, que admite que se trata de un trabajo muy vocacional. Él ha trabajado durante diez años como empleado y otros diez como autónomo. “He visto perder muchas vocaciones. Gente joven que entra ilusionada y se quema en pocos años”, asegura. Para Líton, “la vocación debe ir acompañada de una mínima dignidad”.
Tedi Chichanova es una de las pocas artistas falleras, en su caso agremiada, que se abren paso en un mundo muy masculinizado. De los 216 artistas del Gremio, solo 15 son mujeres, entre las cuales suenan nombres muy reconocidos, como Marisa Falcó o Marina Puche. Chichanova pertenece a una nueva generación de artistas jóvenes. En su caso, vino de Bulgaria hace diez años y lleva tres haciendo fallas. Quedó fascinada por “el tamaño de los monumentos y el detalle de los colores”. Ahora se dedica a hacer fallas infantiles movida por el “componente educativo” que tienen.
“Mi madre me ayuda a empapelar, mi pareja con la carpintería... Si tuviera que pagar por eso me quedaba si nada”
“La relación entre beneficio y coste te ahoga”, explica Chichanova, que sale adelante, con una hija pequeña a su cargo, con la ayuda de sus familiares. “Mi madre me ayuda a empapelar, mi marido a hacer la carpintería… Si tuviera que pagar por todo eso, me quedaba sin nada. Te dejas el sueño en la falla, la vida en la falla”, asegura. Por su parte, Maria Esteban cuenta que su mayor complicación la tiene ahora que quiere ser madre. “¿Cómo me cojo una baja de maternidad? Es una locura… Con este trabajo acabaría teniendo un hijo desconocido para mí”, explica.
Esteban se plantea si continuar haciendo fallas el año que viene. “Algo se tiene que hacer. Nosotros luchamos por ser legales, pero te lo ponen muy difícil. Es muy duro y las condiciones no valen la pena, pero cada año acabas plantando y quedas orgullosa de tu trabajo”, relata. Esteban, que reivindica los ejemplos de solidaridad entre los trabajadores del sector, también es de la opinión de que hay muchos artistas para tan pocas fallas, lo que exacerba la competitividad entre ellos. “Pero estamos cortando las cabezas equivocadas”, lamenta Esteban, que ve como las comisiones aprovechan la situación “para exigirte hasta que sangras y con la máxima calidad”.
Relación contradictoria
La relación entre la Junta Central Fallera y los artistas siempre ha sido contradictoria. Mientras las comisiones tienen un interés festivo, los artistas, que dependen de sus contrataciones, tienen un interés laboral. “Con aquello con lo que tú te ganas la vida, yo me divierto”, resume Carlos Líton. Por su parte, Santi Ballester asegura que en las categorías más altas, las comisiones dedican entre un 60% y un 80% de su presupuesto al monumento, una cifra que cuenta con las subvenciones del Ayuntamiento y el eventual premio, del que el artista no recibe nada a no ser que se haya acordado previamente —lo cual aumenta las exigencias sobre su trabajo—. En cualquier caso, Ballester admite que ese porcentaje baja en las categorías inferiores en beneficio del montaje de las carpas y, en general, de la fiesta.
Desde la Concejalía de Cultura Festiva, Pere Fuset señala que el artista “es el eslabón más débil de la cadena”. Para él, una posible solución pasa por cambiar la actual relación entre “cliente y proveedor” y considerarla como “mecenas y artista”, una propuesta que no todos acaban de entender. “Eso no haría más que subrayar que vivimos gracias a ellos”, piensa Líton, lo que generaría una situación de mayor debilidad en una relación que no dejaría de ser laboral. De cualquier manera, Fuset recuerda que el aspecto económico, aunque es esencial, no lo es todo. “Si cambiamos la consideración que tenemos hacia los artistas, cambiarán muchas otras cosas”, insiste, y recuerda que, hasta hace poco, cuando se leían los premios que recibían las fallas, se mencionaba a la comisión galardonada, pero no al autor del monumento.
La insostenible situación de los y las artistas genera dudas sobre la continuidad del oficio. Ximo Esteve, que trabaja en su taller de la Ciutat Fallera, plantea su paradoja personal. “Mis dos hijos, ingenieros, están más preparados para hacer fallas que yo y les gusta. Pero esto no les dará de comer. Si mi futuro, familiarmente hablando, no está aquí, ¿por qué habría de importarme? Solo debería pensar en vender la nave a quien me dé más dinero”, explica. Pero frente a esta postura, se impone la “obligación moral” de continuar defendiendo un oficio inseparable de la cultura valenciana.
“Si mañana llega una multinacional china que haga fallas por la mitad de precio, se acabaron los artistas”, dice Líton.
Por ahora, la estrategia de supervivencia de los artistas es abrirse mercado, para lo que piden más promoción por parte de las instituciones. Antes de la crisis, la diversidad de ambientes creativos era propicia para unos artistas formados en muchos niveles, desde la escultura a la escenografía pasando por la pintura o el modelaje digital. “Si nos conocieran más fuera, podríamos volver a acceder”, explica Esteve.
Carlos Líton es poco optimista respecto al futuro del oficio. “Si continua así, empezarán a salir empresas con mejor tecnología que acaparen esto. Hoy en día, con impresoras 3D, cualquiera podría hacer una falla. Si mañana llega una multinacional china que haga fallas por la mitad de precio, se acabaron los artistas. Esto es muy frágil”, advierte. Esteve no piensa que se pueda llegar hasta ese punto, pero sí que el trabajo acabará aglutinándose en muy pocos talleres. Por su parte, Santi Ballester tampoco cree que el oficio esté en peligro de desaparecer. “Solo se tiene que gestionar bien. Uno no puede decir ‘estoy perdiendo dinero así que voy a cerrar’. La crisis fue para todos, todos lo pasamos mal. Y todos hemos buscado vías de escape”, explica, pese a que el problema, si bien se ha agravado con la crisis económica, venía de antes.
Aunque está generalmente asumida la gran importancia del impacto económico que generan las Fallas, no hay ningún informe que dé cifras que aporten una imagen panorámica. Cada año la prensa suele hablar de la llegada de un millón de visitantes, una cifra puesta en cuestión y muy elevada teniendo en cuenta que a final de año son cerca de dos millones los que han visitado la ciudad. En cualquier caso, la ocupación hotelera suele acercarse al 100% y son muchas las actividades económicas que se revitalizan durante el mes de marzo. En el centro de todo, se encuentra la falla, el monumento, lo que invita a preguntarse qué sería de unas Fallas sin fallas o, del mismo modo, cuál sería el impacto de una huelga de artistas falleros.
“El problema de las Fallas reside en todos. Nosotros no luchamos juntos”, se lamenta María Esteban reconociendo la parte de culpa de los propios artistas. Por su parte, Ximo Esteve ve con incomprensión “la indolencia de la juventud”, que también se refleja en las nuevas generaciones de artistas y considera que “son quienes se han de mover, los que se van a quedar aquí”. De cualquier modo, el secretario general del Gremio reivindica sus esfuerzos por la movilización y la asunción de acuerdos y recuerda: “aquí nadie regala nada, hace falta ponerse a luchar”.