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Memoria histórica
¿Por qué nadie nos habló nunca del Patronato de Protección a la Mujer?
Encerradas, humilladas y maltratadas. Acompañado de rezos diarios, duchas frías y mucha escasez de comida. Todo para acabar con aquellas almas extraviadas, carentes de costumbres, dignidad y fe. Así definió la Santa Sede a las mujeres que habitaban, y no por deseo propio, el Patronato de Protección a la Mujer en octubre de 1943. La institución actuaba en favor de la moral católica y, como tal, merecía los halagos de la más alta organización eclesiástica.
Durante más de 40 años, adolescentes y niñas fueron internadas en los centros a cargo del Patronato. Cualquier mujer que se atreviera a desafiar la moral católica impuesta por el franquismo era susceptible de ser encarrilada con la ayuda de las órdenes religiosas. El organismo purificador por excelencia y cómplice necesario de los crímenes cometidos durante la dictadura franquista. Una denuncia de la familia bastaba para que el Estado se hiciera cargo de “reeducar” a las jóvenes. También a través de la redadas y detenciones de la policía, las denuncias de particulares, por petición de las propias víctimas, o por indicación de las autoridades civiles, religiosas y asociaciones del régimen.
Memoria histórica
Memoria histórica El Patronato de la Mujer, una historia silenciada: “Si ustedes siguen esperando, no va a quedar ninguna viva”
El aparato represivo más longevo del franquismo estaba pensado para “la dignificación moral de la mujer” con el fin de “impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica”. Con ese objetivo, el Patronato se mantuvo activo hasta 1985. Habían pasado diez años desde la muerte del dictador, ocho desde la proclama de la constitución española y tres desde la llegada del primer gobierno socialista en la nueva y vitoreada democracia.
El cese de la institución a mediados de los 80 llegó sin hacer mucho ruido. La democracia avanzaba, pero no para todas, ni al mismo tiempo. El verdadero entramado que había detrás del Patronato de Protección a la Mujer iniciado en 1941 con Carmen Polo como presidenta de honor, estaba lejos de ser destapado y el número de víctimas, todavía hoy, es un misterio. Nadie parecía conocer este lugar, aunque en el imaginario de aquella sociedad franquista había conventos a los que te llevaban si te portabas mal, una amenaza que para muchas jóvenes se convirtió en realidad.
El Patronato es un organismo represivo y “asfixiantemente machista” que hizo “añicos cualquier atisbo de independencia y libertad conseguidos durante la República”
Las periodistas y autoras de Indignas hijas de su patria. Crónicas del Patronato de Protección a la Mujer en el País Valencià, Marta García Carbonell y María Palau Galdón, escucharon hablar por primera vez del Patronato cuando investigaban sobre la cárcel de mujeres de Santa Clara. Fue entonces, en ese vaivén de archivos históricos, cuando tropezaron con el Patronato. En los informes anuales que la institución debía elaborar y a los que las investigadoras y periodistas han tenido acceso, se repetía una misma frase: “Y se hizo cargo de ella el Patronato”. Detrás de aquellas palabras se escondía un organismo represivo y “asfixiantemente machista” que hizo “añicos cualquier atisbo de independencia y libertad conseguidos durante la República”, concluyen las autoras en las primeras páginas de su libro para definir la institución.
Ante la cantidad de información a la que hicieron frente en los primeros meses, siempre la misma pregunta: ¿por qué nadie nos habló nunca del Patronato? García Carbonell y Palau Galdón no alcanzaban a entender por qué semejante institución había pasado desapercibida en el contexto de una extensa trayectoria educativa. “Sentimos mucha indignación cuando descubrimos la magnitud del Patronato. Te indignas porque existió, por no conocerlo, porque nadie te lo hubiese contado y también porque nadie nos supiese contestar. Teníamos muchas preguntas y muy pocas respuestas”, comienzan contando las periodistas en conversación con El Salto. Ambas aseguran que el sentimiento es compartido con el resto de las personas que han dedicado parte de su carrera profesional a estudiar este organismo y que, casualidad o no, son todas mujeres. Las autoras aseguran que la sociedad “nos ha forzado a tener esa responsabilidad”.
Cuando en 2020 las estudiantes de periodismo deciden volcar sus investigaciones presentes y futuras en un libro, agradecen que algunas autoras, ya fuera desde la historia, la academia o el periodismo, contaran con artículos sobre el Patronato de Protección a la Mujer y sus funciones. Carmen Guillén, Lucia Prieto, Llum Quiñonero, María Zuile, Violeta Siego o Raquel Quiles. “Un libro que se sustenta sobre una red de mujeres”, recalcan las periodistas en referencia a su obra, editada por la Institució Alfons el Magnànim a través de la Beca de periodismo de investigación Josep Torrent que otorga la Unió de Periodistes Valencians. El mensaje, insisten, “es muy positivo”, porque “cada vez somos más, y muchas, muy jóvenes”.
Pionera en destapar la existencia del Patronato y lo que verdaderamente significó para las internas fue la superviviente Consuelo García del Cid. Completamente sola y con la promesa de contar lo que vivió empezó a investigar. Habían pasado más de 20 años desde que García del Cid, al despedirse, prometiera a sus compañeras que algún día sería escritora para contar al mundo lo que allí vivieron. Era 1976 y tenía 17 años. Atrás, en las Adoratrices de Madrid, quedaron niñas y adolescentes que antes de acabar allí, “habían recorrido todo el arco de instituciones”. De los orfanatos al auxilio social.
En conversación telefónica con El Salto, Consuelo cuenta que entre las internas había hijas de madres solteras y también mujeres víctimas de violencia sexual en el entorno familiar. “El violador estaba fuera y ellas dentro”, asevera García del Cid. Además, recalca, “muchos las venían a ver”. Las razones por las que algunas estaban allí eran “de risa”, asegura. “A una la habían pillado dándose un beso con el novio por la calle y a otra fumando en horario escolar”.
Con la llegada de internet en los años 90, lo primero que Consuelo tecleó fue “Patronato de Protección a la Mujer”. Lo tenía claro, era hora de empezar a contar la verdad. Encontró un artículo, uno solo, que además situaba el cierre de la institución en 1978. “Yo sabía que esto no era cierto”. Y comenzó a investigar. Rebuscó en los archivos históricos, encontró expedientes en los lugares más insospechados, y descubrió que nadie en aquellos pozos de memoria sabía de lo que hablaba. Fruto de todo ese trabajo publicó Las desterradas hijas de Eva (Anantes, 2012).
Se trataba del primer libro sobre el Patronato de Protección a la Mujer y diferentes investigadoras coinciden en que sin su trabajo prácticamente nada de lo que vino después hubiera sido posible. En aquellos meses de promoción en la capital, confiesa ahora Consuelo, las amenazas por la reciente publicación fueron continuas. “Me llamaban para amenazarme de muerte. Eran voces masculinas y nunca supe de donde venían”. Consuelo segura que las amenazas respondían al destape de la trama de los bebés robados. Aquella impunidad de la que gozaban entonces, y también ahora, se veía comprometida.
Cada vez hay más libros que hablan del Patronato, aunque parece que nunca será suficiente ni habrá jamás quien consiga transmitir a través de ellos una décima parte de todo el sufrimiento que aquel encierro supuso para muchas mujeres. De los testimonios que hablan de aquel “régimen penitenciario oculto para mujeres”, como así lo define Consuelo, hay quienes nunca supieron que formaban parte de él. Esta es la historia de Pilar Dasí, quien ha descubierto 50 años después, que su internamiento en el convento Madre Sacramento de las religiosas Adoratrices respondía a un entramado institucional a través del cual el franquismo trató de encarrilar por la vía de la moral católica a las niñas y adolescentes.
Con 19 años, la joven fue internada cuatro meses por orden del Patronato de Protección a la Mujer. Dasí pasó los cuatro primeros días en el convento situado en la Calle Hernán Cortés de València hasta que la sede cambió su domicilio a la Avenida del Puerto de la misma ciudad, donde pasó el resto de su encierro. Asegura que su madre no era consciente de lo que aquel lugar suponía y que trató de sacarla, pero para entonces, la custodia pertenecía al Estado, y no fue posible.
Ella no recuerda aquellas escenas porque no estaba presente, pero sí lo hace su hermana Neli, quien tenía 12 años cuando acompañó a su madre a la calle Hernán Cortés a “reclamar” porque no podía ver a su hija. Pilar nunca supo del significado del Patronato y quizás hay alguien leyendo estas líneas que tampoco se identifique con él, pero le resulte familiar si escucha hablar de las Oblatas del Santísimo Redentor, Trinitarias, Adoratrices, Terciarias Capuchinas, Hermanas de la Caridad o la orden secular de las Cruzadas Evangélicas. Y deben saber que todas ellas fueron congregaciones adheridas a la institución. “Yo sí sabía lo que eran las Adoratrices. Eso no se me puede olvidar a mí en la vida”, zanja Dasí.
Un organismo estatal activo durante 44 años y que actuó en todos los pueblos y ciudades de la España franquista y democrática debió de dejar una marca muy profunda para que sus víctimas no hayan alzado la voz 80 años después
En la actualidad solo son 22 mujeres, todas víctimas del Patronato, las que componen una red de apoyo y lucha para que sus derechos sean reconocidos. Consuelo declara que el Patronato de Protección a la Mujer es “lo más grave que se hizo en España contra las mujeres”. Un organismo estatal activo durante 44 años y que actuó en todos los pueblos y ciudades de la España franquista y democrática debió de dejar una marca muy profunda para que sus víctimas no hayan alzado la voz 80 años después. García Del Cid responde: “cuando te han violado, te han dicho puta en reiteradas ocasiones, el estigma es muy grande. La mayoría no va a querer hablar nunca porque es el secreto más grande de toda su vida y una vergüenza para ellas”.
Las historias de las ciento de miles de mujeres internadas contra su voluntad continúan ocultas. Son los silencios propios de un Estado que no ha reparado a sus víctimas ni ha garantizado sus derechos. El Patronato de Protección a la Mujer no forma parte de ninguna de las leyes de “verdad, justicia y reparación” a las víctimas del golpe de Estado del 36, la posterior respuesta al mismo y el franquismo. En la Ley de Memoria Histórica de 2007 no tuvieron oportunidad de pedirlo porque Consuelo todavía trabajaba en el primer libro. Pero sí lo hicieron ante la creación de su sucesora, la Ley de Memoria Democrática aprobada en 2022.
La respuesta de la Moncloa fue contundente, afirma Consuelo, “necesitaban documentación”. Algo paradójico teniendo en cuenta las investigaciones en los últimos años acerca del Patronato, los libros y personas que han aportado sus testimonios, la trama de los bebés robados, el trabajo forzado al que sometieron a las internas, los suicidios en los conventos bajo la sombra de la ley de fugas o el estado mental de las internas; en definitiva, todos esos archivos que colocan a las mujeres que regentaron estos centros como víctimas y que podrían suponer una base sólida para imputar a las órdenes religiosas por su implicación en la trama.
Preguntada Pilar Dasí qué había supuesto hablar públicamente después de tantos años, su respuesta confirmó la contundencia de Consuelo: “Me da un poco de vergüenza”, respondió. “Pero si esto sirve para que estas mujeres con la que hablo, gracias a Consuelo, puedan restaurar algo, asumo el riesgo”.