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Migración
Josefina Juste: “Hay mucha gente aquí que sabe lo que es el exilio. ¿Cómo pueden no entender la migración?”
La vida de Josefina Juste contiene un testimonio vivo de la historia reciente de América Latina contado en primera persona y desde la militancia de base, exilio tras exilio. Una historia que se origina en València y que transita por los campos de refugiados republicanos en Francia, el Movimiento Tupamaro en Uruguay, la Revolución Cubana o las Madres de Plaza de Mayo en Argentina. Años más tarde, el corralito y la crisis económica le traerían de vuelta a València, siendo una de las voces reconocidas del programa Dones Lliures, ahora en Radio Malva.
Recorrer tu biografía, Josefina, significa revisar los acontecimientos más relevantes de la historia reciente de América Latina ¿Incluye este libro el relato de una militante de base y de la historia no oficial, alejada de los grandes personajes?
Tengo tres hermanos y cada uno tenemos una historia vital distinta. Puede sonar a pose, pero no creo haber hecho nada especial. Siempre fui militante de base y tenía claro que nunca sería dirigente. Mi historia es la de cualquier persona que tiene curiosidad y que se interesa por saber cómo va el mundo a través de sus ideas, cualquiera que quiera solidarizarse y hacer cosas para cambiarlo.
Nací en València en 1947. Mis padres eran anarquistas y agnósticos, la religión no era un tema importante para ellos, pero una lata de leche costaba lo mismo que una semana del salario de mi padre. Solo si te bautizabas, la iglesia te daba una cartilla de racionamiento en la que se incluía esa lata de leche, así que fui bautizada. La guerra fue jodida pero la postguerra fue devastadora. Mientras yo crecía, mis padres seguían militando y trabajando. La militancia de mi padre nunca fue en partidos políticos sino en movimientos y, fundamentalmente, en su forma de actuar.
Tenía 22 meses cuando salimos al exilio, como muchos otros exiliados españoles, refugiados en Francia. Mi madre cruzó la frontera embarazada y dos meses después nació mi hermano”
Tenía 22 meses cuando salimos al exilio, como muchos otros exiliados españoles, refugiados en Francia. Mi madre cruzó la frontera embarazada y dos meses después nació mi hermano. Cuando veo las fotos, en los periódicos o en la televisión, de esas mujeres embarazadas cruzando las fronteras, con sus barrigas y sus criaturas, recuerdo haber oído esa misma historia muchas veces en mi casa.
En Bolivia, siendo una niña de seis años, conoces el colonialismo y los privilegios occidentales frente a los indígenas.
Las épocas determinan muchas cosas. Mis padres habían pasado la Guerra Civil, y todo el desastre que sobrevino, y se empezaba a hablar incluso de una nueva Guerra Mundial. Australia, Canadá y Bolivia eran los tres países que daban visa para los refugiados, así que nos fuimos a Bolivia. Una vez en Bolivia, nos damos cuenta de que para un español, blanco y con cierto nivel cultural como el que tenía mi padre, parecía que el mundo estaba a sus pies. Empezó a trabajar como jefe de obra en un proyecto de construcción y tenía un chofer de la empresa.
Vivíamos en Cochabamba, y en nuestra casa también trabajaban personas. Cuando terminábamos de cenar y la familia se iba a dormir, los trabajadores tiraban sacos de arpillera y dormían en el suelo. Fue muy impresionante. Nosotros teníamos camas turcas, porque tampoco nos daba para mucho más, así que mi padre compró camas turcas para todos los que trabajaban en casa. El chofer, la señora que ayudaba en la casa, todos. Cuando se enteraron los otros jefes, empezaron a decir que mi padre estaba malcriando a los indios y le dieron una gran paliza. Nunca se supo bien quien había sido, pero le destrozaron la cara y la situación era de mucha incomodidad.
Ya en Uruguay empieza tu militancia y te encuentras también con el machismo.
Nos fuimos a Uruguay y nos quedamos allá un montón de años. Empecé el instituto a los 13 años, un año después del triunfo de la Revolución Cubana. Era impresionante la movilización que había en Uruguay durante esos años. El mismo Che Guevara vino a la Conferencia de Cancilleres de Punta del Este, en la que se iba a decidir la ruptura con Cuba, y muchísimas personas salimos a la calle. Ese día retiraron a la policía y es algo que siempre recordaré, porque no había ni un solo policía y las manifestaciones eran impresionantes. El Che dio su discurso en el Paraninfo de la Universidad y fuimos a despedirlo al aeropuerto. Cuando volvimos, nos estaba esperando la policía y junto a ella una gran represión: el Che se había ido.
En ese momento, la militancia en Uruguay empezaba por el partido comunista. El anarquismo era una cosa residual y tampoco aparecían públicamente, así que empecé a militar en las juventudes del Partido Comunista, pero duré poco. A los 17 años me expulsaron porque cuestionaba demasiado la estructura del partido y porque, además, me gustaba bailar. Parece una tontería, pero no estaba bien visto que una militante comunista se pintara los ojos y le gustara bailar.
Parece una tontería, pero no estaba bien visto que una militante comunista se pintara los ojos y le gustara bailar”
La libertad sexual no existía y las chicas, si se acostaban con alguien era con su novio, con el que normalmente se casaban. Eso y mi cuestionamiento insistente empezó a molestar. Por ejemplo, salíamos a pintar y a pegar carteles pero siempre salía la militancia, la dirigencia nunca salía con nosotros. Ellos, los dirigentes, eran grupos que iban a la cabeza en las manifestaciones pero no se metían en el charco. Y yo empecé a preguntar dónde estaban, por qué había una actitud para los militantes de base y otra para la dirigencia. Y cuando preguntas tres, cuatro y cinco veces, molestas.
Más tarde conectas con el Movimiento Tupamaro ¿En qué colaborabas?
Yo tenía 17 años y recuerdo que Raúl Sendic, una figura clave para el movimiento Tupamaro, apareció en Montevideo con una gran marcha de los trabajadores de la caña de azúcar, que venían caminando desde Bella Unión, que está en la otra punta del país. Veías a hombres, mujeres, criaturas, todos entrando a Montevideo por la avenida Agraciada y era muy impresionante. Poco después, empezó en Uruguay una etapa de durísima represión y lo que yo hacía era fundamentalmente conseguir casas. Podías esconder personas en tu casa un día, pero no podías meterlas de forma sistemática porque estaba claro que alguien te iba a preguntar, entonces lo que hacíamos era conseguir casas.
Más tarde me casé y me fui a vivir a Buenos Aires, donde también les conseguía casas. En ese momento empezaba a salir mucha gente, intentando escapar de la represión y se daba un exilio, que obviamente no era oficial y que les servía de refugio hasta que se les pudiera sacar a otros países, como Suecia o México.
Desde Uruguay viajas a Cuba y conectas con la efervescencia de la Revolución ¿Qué significaba Cuba para el resto de América Latina?
En contacto con el Movimiento Tupamaro, viajé a algunos sitios que en ese momento eran importantes. Estuve en Angola, Argelia y en la Cuba revolucionaria. Hablar de la revolución cubana me parece fundamental, porque en América Latina tuvimos la sensación de que una gran revolución estaba en la palma de nuestras manos. Si Cuba lo había hecho, nosotros también lo podíamos hacer. Sabíamos que EEUU no iba a permitir nada más, y de hecho poco tiempo después se pondría en marcha la llamada Operación Cóndor y toda la estrategia de la CIA, que iba país por país adiestrando a las agencias de inteligencia y a los medios armados para la represión.
Cuando viajé a Cuba, me impresionó ver cómo la gente se estaba moviendo y organizando. Era algo que excedía al tema político y la gente estaba comprometida con lo que estaba pasando”
Cuando viajé a Cuba, me impresionó ver cómo la gente se estaba moviendo y organizando. Era algo que excedía al tema político y la gente estaba comprometida con lo que estaba pasando. Un pueblo analfabeto, que nunca había sido tenida en cuenta y que había sido sometido, de repente estaba siendo alfabetizado y tenían acceso a la educación. Para América latina, Cuba se había convertido en una verdadera ventana y alimentaba la esperanza de que otro mundo era posible.
A principios de los años 2000, el corralito y la crisis económica te empujan de nuevo al exilio, esta vez económico, y te traen de vuelta a València, tu ciudad natal ¿Cómo ves la ciudad y los movimientos sociales aquí?
Creo que antes de hablar de organización colectiva, debemos hablar de que estamos en Europa. La organización y las cosas que se plantean en los sindicatos y la clase trabajadora europea no tiene nada que ver con lo que se plantea en América Latina. Si hablas con los africanos y con los asiáticos te dirían cosas bastante peores de las que te puedo decir yo, porque la situación es diferente y el compromiso es diferente.
Acá siento la indignación por lo débil que puede llegar a ser la memoria. A mi, española y valenciana, me acogieron en muchos territorios. Sin embargo, hoy se cierra las fronteras a mucha gente que lo necesita. Además, a los que logran entrar se les cierran las posibilidades. Hay mucha gente aquí que sabe lo que es el exilio. ¿Cómo pueden no entender la migración?
En mi caso, desde que volví a València empecé a participar en el programa de radio Dones Lliures, y en medio de todo eso empecé con la silla de ruedas. He ido progresando con la esclerosis múltiple, y sigo viendo qué quiere hacer ella conmigo. También participo del Comité de Español de Personas con Discapacidad, donde creamos una comisión de mujeres y donde seguimos luchando para que se reconozcan nuestros derechos.