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Patrimonio
Salvemos la Valvanera: el mercado tiene una nueva oportunidad
Está —casi— en una de las esquinas del periférico barrio de La Creu Coberta, en València. Está escondido en el interior de un patio de manzanas. Está descuidado, a menos de la mitad de su potencial, algo estropeado, un pelín tristón. Está en obras, está renovándose, está aferrándose a un futuro distinto. Es, en cierto modo, un mercado bello. Una belleza insólita y obrera, industrial, como diría la arquitecta e investigadora Diana Sánchez Mustieles al referirse al Mercado de la Virgen de Valvanera. Este mercado, el único de la ciudad que no tiene titularidad municipal, fue inaugurado en abril de 1961. Atiende a un proyecto realizado por el arquitecto racionalista Cayetano Borso di Carminati —el mismo que firmó los reconocidos proyectos de Bombas Gens y del Cine Rialto— en colaboración con su discípulo Rafael Contel Comenge, con quien trabajó en el edificio de Stella Maris de Nazarat, edificado en 1958.
César Guardeño es el cofundador de CaminArt, un proyecto que explora el patrimonio cultural de la ciudad de València y alrededores. Explica que la contextualización histórica del Mercado de la Valvanera “se enmarca dentro del movimiento migratorio de los años sesenta, en los que mucha gente de provincias próximas a la Comunitat Valenciana, tales como Cuenca, Albacete, Murcia y gente de toda Andalucía, se desplazan a València en busca de trabajo y a una zona con mucha industria, como es el caso concreto de este barrio de La Creu Coberta”. En esta zona, cuenta, empezaron a proliferar grupos de viviendas, tipo colmena, durante todos estos años del desarrollismo. “Es una obra que podría adscribirse al conocido como Movimiento Moderno”, resume.
Cayetano Borso di Carminati fue también el arquitecto del Grupo de Viviendas de Nuestra Señora de la Valvanera, los bloques que rodean al mercado y que se encuentran entre las calles Joaquín Navarro, Juan de Celaya, Carrícola y Pintor Sala. Este grupo de viviendas fue construido para albergar, entre otras personas, a los trabajadores de la cercana factoría de Macosa (Material y Construcciones S.A.) y a sus familias. El desarrollismo exigía una rápida urbanización de la periferia de la ciudad para dar cabida a la creciente plantilla de los centros productivos industriales.
Vivienda, abastecimiento de productos alimenticios y lugar de trabajo. Todo en un mismo espacio, sin que se haga necesario salir del barrio y acudir al centro. El caso de la Valvanera nos puede recordar, vagamente, al pasado industrial del Puerto de Sagunto, en el que la vida de los trabajadores de los Altos Hornos del Mediterráneo estaba organizada por una empresa paternalista que les facilitaba domicilio, estudios, servicios médicos y ocio.
Del cuerno de la abundancia a la decadencia
Guardeño señala que el mercado, al estar oculto en el patio interior de un grupo de viviendas, “no tiene la misma visibilidad que tienen el resto de mercados de la ciudad, que cuentan con edificios exentos situados en plazas públicas y lugares más concurridos”. Esto, defiende, unido a la aparición de multitud de cadenas de supermercados en la zona y los cambios en los hábitos y horarios de compra, ha hecho que los mercados, en general, hayan disminuido considerablemente su nivel de ventas.
Diana Sánchez destaca de este mercado su singularidad. “Tiene un diseño que se puede considerar racionalista, que impacta y es muy diferente a otros mercados de la ciudad. Un diseño sencillo, que no significa que sea malo. A nivel de materialidad es más sincero, es muy bello. El tamaño de las luminarias tiene mucho valor. Debería estar protegido pensando en que se debe usar, no como la protección pura y dura que deja a los edificios sin utilidad”.
Con la reconversión industrial y el cierre de las grandes factorías próximas al barrio, el envejecimiento de su población y el auge de las cadenas de supermercados, el mercado fue perdiendo clientela y muchos de sus puestos, cerrando
Con la reconversión industrial y el cierre de las grandes factorías próximas al barrio, el envejecimiento de la población del mismo y el auge de las cadenas de supermercados, el mercado fue perdiendo clientela y muchos de sus puestos, cerrando. No ayudó su enclave escondido y la edad de los vendedores y vendedoras, muchos de ellos ya jubilados. Sin renovación generacional entre los comerciantes y una exigua organización —y presupuesto— para hacer comunicación publicitaria, la estampa de persianas bajadas y puestos sin actividad que mostraba la Valvanera era desoladora.
En los estatutos del Mercado —que datan de 1978— se lee que el mercado contaba con sesenta y cuatro puestos distribuidos en ocho pescaderías, ocho ultramarinos y salazones, un puesto de tanda, siete de aves y huevos, ocho carnicerías, una panificadora, treinta puestos de frutas, verduras y otros productos y un bar. A comienzos del 2021 los puestos en activo no llegaban a la veintena y muchos de los cuales solo abrían el día en el que el mercadillo ambulante se establece en el exterior del edificio, pero desde hace unos meses, la situación se está revirtiendo.
El nuevo comercio que trae la comunidad latina
En el mercado hay nuevos acentos que traen nuevos olores: ají, cilantro, lima y frutas tropicales. La comunidad latina está alquilando muchos de los puestos y abriendo negocios hosteleros que ofrecen gastronomía popular de sus países de origen. También hay un negocio de composturas y algunos de los comercios, como el puesto de frutos secos, encurtidos y salazones de Juan y Eva, han renovado sus instalaciones para hacerlas más atractivas.
Gerardo Ruiz es presidente de la asociación vendedores del mercado desde 2016. En conversación telefónica, cuenta que tras una reunión acordaron que este era el año de apostar por el mercado en un último intento por hacerlo revivir. “Decidí que la solución era invertir en el mercado, renovando los puestos. porque no podía continuar así. Hemos hecho pequeñas mejoras para que al menos luzcan mejor. Se está rehabilitando y hay una nueva comunidad de vendedores caribeños, de Cuba. Otra de sudamericanos y los vendedores españoles que ya estaban”. Pero también menciona lo malo: “Por desgracia no tenemos un plan conjunto para arreglar el mercado, porque los inversores no entran y aquí no hay mucho dinero. A los vendedores no les podemos exigir que inviertan demasiado, porque los ingresos son bajos. Con las pequeñas ayudas que hay, vamos haciendo pequeños arreglos”.
Desde el mercado indican que le ofrecieron al Ayuntamiento de València la gestión del mismo. Por lo que cuentan, el consistorio no se interesó por la Valvanera ni con fines comerciales ni de protección del patrimonio. “El Ayuntamiento no está por labor. Nada de rehabilitación del edificio, como no es suyo no invierten aquí. Todo es a base de nuestro esfuerzo”. Desde la sección de patrimonio del Ayuntamiento de València confirman que “no consta actuación alguna en orden a la adquisición por el Ayuntamiento del citado inmueble, ni consignación presupuestaria a tal fin”.
Pese a la inversión, Juan y Eva no se muestran muy esperanzados. “El mercado lo que es echar propaganda no lo está haciendo, hay una página de Facebook pero no cuelgan nada. No confiamos demasiado, estamos aguantando con uñas y dientes. Una vez la gente mayor desaparezca ya no vendrá nadie, ten en cuenta que todos acabamos en Mercadona. El comercio tradicional va poco a poco muriendo”.
Entre la nueva multicultural comunidad que está llenando los puestos de otros sabores, hay cierta esperanza —la lógica, al emprender una aventura empresarial— de que este lavado de cara revitalice la Valvanera.
¿La desregularización horaria es positiva?
Este mercado, al no estar sujeto por la misma normativa que los mercados municipales, tiene la posibilidad de abrir en un horario más amplio y ofrecer servicio por las tardes. Ruiz cuenta que estudian esa posibilidad. “Vamos a intentarlo poco a poco, ya hay tres puestos que abren por la tarde”. Los vendedores del puesto de frutos secos tienen opiniones dispares: “Es la gente mayor la que viene a comprar, que viene por la mañana. Quizás abrir por la tarde y darle facilidades a la gente joven… pero no lo veo claro”.
La desregularización horaria es un tema controvertido en los mercados tradicionales de alimentos. Quienes están en contra de ampliar el horario y abrir por la tarde argumentan la dificultad para la conciliación entre trabajar en el mercado y la vida privada —en muchas ocasiones, el trabajo empieza antes de encender las luces del puesto, cuando los vendedores acuden a Mercavalencia o similares—. Los defensores de una apertura más laxa ven en la posibilidad de abrir por las tardes una oportunidad para captar al público que por sus propios horarios vitales, no tiene disponibilidad para acudir al mercado por las mañanas y por tanto, realiza su compra cotidiana en medianas y grandes superficies comerciales.
¿Cuida València de su patrimonio industrial?
Sánchez Mustieles señala la falta de consideración que hay en el territorio valenciano respecto al patrimonio industrial: “Hasta hace poco se pasaba un poco por alto. Desde la Administración sí que protegieron algunos edificios por su carácter especial, como la Tabacalera, las chimeneas —que es un tema aparte— o Bombas Gens. En València se le ha dado un poco la espalda a la industrialización, como si no la hubiéramos tenido. Se observa en lo que ha ocurrido con las naves y construcciones industriales del Parque Central. Creo que es porque no hemos tenido un solo sector industrial y por la cercanía en el tiempo que tiene este episodio de la historia”.
Pasar por alto el patrimonio industrial es borrar la memoria colectiva obrera de las décadas de los sesenta y setenta, cuando el desarrollismo desplegado por los tecnócratas del régimen franquista fue a la par profundos cambios sociodemográficos: el flujo migratorio desde el mundo rural a las ciudades, el aumento de las mujeres que se incorporaban a la vida laboral y el malestar social por las condiciones laborales y el desigual acceso al consumo, que desembocó en conflictividad obrera y el auge del sindicalismo de carácter asambleario.
“La educación en patrimonio industrial es muy importante y se debería dar desde los colegios. Si los niños saben que un castillo o una iglesia también deberían saber qué son las distintas piezas del pasado industrial. Falta hacer arqueología industrial y defender el patrimonio”, defiende la arquitecta. “Es agotador ver cómo el concepto de antigüedad prima al evaluar el patrimonio. La belleza industrial está en quien lo mira. Para mí, la luz que entra en una fábrica es mucho más bella, es más cálida que la de muchas iglesias”.
César Guardeño coincide: “A las administraciones públicas le sigue costando y mucho reconocer el patrimonio industrial como patrimonio, tal y como se hace con otros inmuebles y bienes culturales. Salvo casos contados como La Ceramo, Las Naves en la calle José Verdeguer, las chimeneas industriales, y algún edificio más, que es destinado a uso cultural, el resto terminan siendo naves cerradas y abandonadas, esperando el rescate de la iniciativa privada o, directamente, el derribo”.
El patrimonio industrial no es solo una carcasa arquitectónica con atractivo estético, es un continente que atesora el recuerdo de las clases sociales trabajadoras de nuestro pasado industrial.