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Resulta intrigante pensar que el plástico, hoy en día asociado con problemas ambientales, fue originalmente concebido como la solución a otro dilema ecológico. Antes de 1860, las bolas de billar se fabricaban con marfil de colmillo de elefante, una práctica que amenazaba la supervivencia de estos animales. Ante esta situación, la empresa estadounidense Phelan and Collander organizó un concurso para encontrar una alternativa, y fue durante este evento que el inventor John Wesley Hyatt creó el primer aditivo plastificante, tal y como relata el libro Antropocéano.
En la actualidad el plástico no solo se usa para hacer bolas de billar, sino para infinitud de propósitos. Uno de los usos que se le da es para producir redes de pesca más resistentes y duraderas. Sin embargo, el problema aparece cuando estas redes se separan de sus dueños y viajan por el océano. Y aumenta cuando son 640.000 toneladas de redes de pesca las que quedan abandonadas en el mundo cada año, según el estudio publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Es sencillo imaginarse el peso de una manzana, una bicicleta estándar, o una maleta llena para un viaje largo, pero ¿cómo concebir la magnitud de 640.000 toneladas? Una ballena puede llegar a pesar alrededor de 150 toneladas y la Torre Eiffel 7.300 toneladas. Pero, aun así, estas comparaciones palidecen ante la imponente cifra de 640,000 toneladas. Eso es aproximadamente 87 Torres Eiffel.
Los artilugios de pesca que se encuentran a la deriva en el agua continúan cumpliendo su función original al capturar y causar la muerte de peces durante extensos periodos de tiempo
Estas mallas de pesca también se conocen como “redes fantasmas”. La FAO especifica que son redes que han sido extraviadas o abandonadas en el océano. Los artilugios de pesca que se encuentran a la deriva en el agua continúan cumpliendo su función original al capturar y causar la muerte de peces durante extensos periodos de tiempo.
Los estudios sobre las redes fantasmas son limitados. Los registros sobre la presencia de redes fantasmas empezaron en 2009 en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP). Según Andrea Spinelli, doctor en biología marina, la investigación científica ha arrojado luz sobre este fenómeno durante la última década.
Cada vez son más científicos quienes, como Andrea Spinelli, investigan sobre las redes fantasmas. Spinelli empezó a involucrarse en la problemática en 2020 cuando, junto con su hermano Marco, en el Golfo de Cefalú, Italia, vieron que el fondo marino estaba recubierto por redes fantasmas y “quisieron encontrar una solución”.
“Esperábamos encontrar media tonelada de redes, pero la realidad superó nuestras expectativas”, narra. Finalmente, junto con el apoyo logístico de Oceanogràfic, Cressi España y los participantes en la colecta de fondos, se extrajo el doble de lo estimado: una tonelada de redes fantasma.
Tras el éxito del primer proyecto llamado Misión Euridice se ha empezado un proyecto de localización, estudio y extracción de redes fantasmas en el País Valencià. Spinelli explica que “hemos identificado diez lugares en la costa valenciana donde existen redes fantasmas. Por ejemplo, en Alicante retiramos 300 kilogramos y en Benidorm 150kg. Aunque de momento no hemos encontrado lugares con grandes cantidades de ellas, porque, como con Misión Eurídice, necesitamos estar en el fondo para estimar con precisión”.
Las repercusiones ambientales que causan las redes fantasmas son significativas, explica Spinelli: “Las redes perdidas atrapan numerosos animales y, en el caso de estar en el fondo marino, asfixia hábitats coralígenos (de corales) y de fanerógamas (de plantas marinas). Además, provocan contaminación por microplásticos, cuando se degradan y generan pequeñas partículas de plástico que se acumulan en el ecosistema”. De hecho, la FAO estima que las redes fantasmas eliminan entre un 0,5% y un 30% de las capturas de especies comerciales en varios países de Europa y Norteamérica.
En cuanto a la contaminación por microplásticos, Dyana Vitale, doctora en biología aplicada, bióloga marina y especialista en estudios ecotoxicológicos, apunta que “son todos los fragmentos del plástico que tiene un tamaño entre un micrómetro y cinco milímetros”. Según su origen se pueden diferenciar entre primario o secundarios, especifica. “Los primarios son aquellos que se fabricaron en ese tamaño mientras que los secundarios provienen de la degradación de fragmentos más grandes”.
Dyana Vitale participó en un estudio, junto con Andrea Spinelli, sobre los microplásticos derivados de las redes fantasmas en el Golfo de Cefalú donde se extrajo la tonelada de redes. Esta investigación fue la primera publicación sobre el estudio de microplásticos asociados a las redes fantasmas obtenidos en muestra a través de actividades de buceo.
“El estudio demostró la presencia del mismo polímero de microplásticos de la red que se encontraba en el fondo marino. En concreto, se encontraron polietileno, nailon y poliamida, que era el material que estaba formada la red”, especifica Vitale. Sin embargo, “también se encontraron otros tipos de plásticos que no provenían de las redes. Como por ejemplo derivados de tejidos de ropa”.
“Los peces de los que nos alimentamos pueden haber consumido microplásticos y al comerlos introducimos los plásticos en nuestro organismo”, expone Vitale
Las consecuencias de la presencia de microplásticos son numerosas, expone Vitale: “Los peces de los que nos alimentamos pueden haber consumido microplásticos y al comerlos introducimos los plásticos en nuestro organismo. Se ha visto que los peces que consumen microplásticos pueden llegar a tener trastornos hormonales que afecten a la reproducción”.
“Cuando los microplásticos se introducen en el ser humano puede provocar mala circulación en la sangre, inflamación, y alteración del metabolismo”. Y subraya: “Se han encontrado microplásticos en la placenta. No es algo que solo nos afecta a nosotros, sino que también a generaciones futuras”.
Pero, como indica la científica, no todos esos microplásticos provienen de la pesca. Aunque el dato mencionado anteriormente suene alto, 640,000 toneladas de redes fantasmas por año, en realidad representa menos del 10,6 % de desechos marinos, según un estudio publicado en Brazilian journal of oceanography.
Cristina Romero es oceanógrafa y en su libro Antropocéano afirma que “la mayor parte del plástico que llega al mar es de origen terrestre. Se ha calculado que entre el 88% y el 95% del plástico mundial que acaba en el océano, lo hace a través de diez ríos, ocho de ellos están en Asia y dos en África”.
“La principal fuente de microplásticos primarios que acaban en el océano son fibras sintéticas procedentes de la lavadora; seguido de las partículas que sueltan los neumáticos al friccionar con el asfalto y partículas que provienen de las ciudades como la pintura de los edificios”, explica.
Al fin y al cabo, “el plástico es un material maravilloso”, afirma Romero, “es ligero, muy barato, maleable y se le puede dar la rigidez y color deseados. Además, como es un material sintético nuevo, no hay bacterias que lo degraden”. El sector pesquero también quiso aprovechar las ventajas del plástico y durante la industrialización, el plástico sustituyó los materiales biodegradables de las redes por plástico, según el estudio Basuras marinas, plásticos y microplásticos de Ecologista en Acción.
Se ha calculado que entre el 88% y el 95% del plástico mundial que acaba en el océano, lo hace a través de diez ríos, ocho de ellos están en Asia y dos en África
Spinelli declara que la solución no se encuentra en cambiar el material de las redes de pesca porque “las de plástico son más económicas y resistentes y es imposible a nivel global cambiarlo”. Sin embargo, sí que se puede mejorar la situación localizando las redes perdidas pronto con la colaboración y los avisos por parte de pescadores para retirarlas antes de que se degraden y devolvérselas a sus dueños para que puedan volver a usarlas en el mar.
Tanto Spinelli como Vitale afirman que algo que podría mejorar la situación es el monitoreo y localización de redes con la colaboración de pescadores. Vitale explica que esto es posible y que Noruega es un ejemplo de ello: “en Noruega los pescadores están obligados por ley a comunicar en unas horas las pérdidas de redes. Tras el aviso se recuperan y se les devuelve a sus dueños”. Añade que “gracias a los estudios y las evidencias científicas, hay indicios que se vaya a ampliar el sistema a Europa”.
A las soluciones propuestas por Spinelli y Vitale, Ignacio Martí, oceanólogo y responsable de puertos de Gravity Wave añade otra solución para mitigar el impacto de residuos plásticos. Una de las funciones de su empresa es reciclar las redes de pesca y así evitar que acaben en vertederos o quemadas e insertarlas en un sistema de reciclaje.
“Antes de Gravity Wave existían otras iniciativas, pero no eran de reciclaje como tal. Eran más de reutilización”, explica Martín. “Nosotros hemos depositado contenedores en puertos para recoger estas redes y creado la cadena necesaria para el tratamiento correcto de estas”, añade.
Además, explica Martí, “con las redes recicladas hacemos diversos productos. De hecho, todo el material de la oficina está hecho con redes recicladas”. Y afirma que actualmente se están haciendo pruebas para crear “granza de plástico” (fragmentos pequeños que surgen del plástico reciclado) que se utilizarían como materia prima. Con ello, se conseguiría una reintroducción del material al mundo industrial y un gran impacto positivo medioambiental, ya que se podría fabricar lo que se quisiera introduciendo el material reciclado en un molde.
En el puerto de Gandía se pasó de recoger en 2022 un total de 534 kg de redes de pesca a 3.060 kg en 2023
Cuando las redes fantasmas pasan mucho tiempo en el océano es difícil poder reutilizarlas, como pasó con la extracción de una tonelada de redes de Misión Euridice y, por ello, es importante la temprana localización. Martí de Gravity Wave ensalza la colaboración de pescadores que no solo depositan sus redes, sino que en ocasiones también las que se encuentran en el mar.
En el puerto de Gandía se pasó de recoger en 2022 un total de 534 kg de redes de pesca a 3.060 kg en 2023. Un aumento de más de un 500%. En todos los puertos en los que trabajan se recogieron en 2022 unas 60 toneladas, mientras que en 2023 aumentó su presencia en 24 puertos y se recogieron más de 200 toneladas.
En el puerto de Valencia también hay un contenedor, pero, al tener menos actividad pesquera, la cantidad de redes que se recogen es menor. Un trabajador de un pequeño barco pesquero en el puerto de Valencia explica: “Esta red suele durar dos temporadas de pesca porque va por rocas y se rompe. Cuando se rompe me encargo de separar la cuerda de la red para reutilizar la cuerda y tirar la red al contenedor de Gravity Wave”.
Ignacio Martí insiste en no demonizar a los pescadores, ya que los residuos derivados de la pesca representan el 10% y que la contaminación proviene también de otros sectores. Concluye afirmando que “hay mucha gente que tiene ganas de hacer las cosas bien” y que la concienciación y el esfuerzo se ven en los datos.
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Muy interesante. Se debería dar más importancia a este tema.
Solo 10%? He leido de ONGs especialistas en vida marina que es mas de un 70%.