Opinión
Por qué odiamos y amamos Benidorm

Puede que el odio que despierta Benidorm tenga relación con que es símbolo del modelo económico español y, por tanto, de la precarización del mercado laboral. O puede que Benidorm moleste porque nos iguala ante la muerte. Por eso, tal vez, tantas personas deciden pasar sus últimos años allí.

Benidorm desde los apartamentos Don Salva, en 2016
Benidorm desde los apartamentos Don Salva, en 2016. Fotografía de Felipe Hernández.
9 jul 2019 06:00

Este verano, en los perfiles de Instagram aparecerán las localizaciones de pequeñas calas de Ibiza, de largas playas de Cádiz, fondos con bellas casas blancas en Miconos, y, cómo no, frases motivacionales en Ayutthaya (Tailandia). También aparecerá Alicante. Así, escueto: Alicante. Pero detrás de ese Alicante se esconde la capital de la Costa Blanca, el Miami de Europa, el Nueva York del Mediterráneo. Detrás de ese Alicante se esconde Benidorm.

¿Cuál es la causa de esta vergüenza? ¿Cuál es el motivo por el que se ocultan unas vacaciones en un destino que puede llegar a albergar a medio millón de personas en verano? Para intentar acabar con ciertos tópicos y con la sensación de ignominia que puede afectar a algunos veraneantes, la editorial Barrett acaba de publicar Ensayo y (error) Benidorm, un libro coral en el que arquitectos, urbanistas, periodistas, fotógrafos, escritoras como Marta Sanz o Joaquín Rodríguez, bajista y letrista de Los Nikis, dan su visión sobre una de las ciudades más emblemáticas del modelo turístico nacional.

Puede que el odio que despierta Benidorm tenga relación con que es símbolo del modelo económico español y, por tanto, de la precarización del mercado laboral. O puede que el origen sea la posibilidad de hacer accesible el ocio a todo el mundo, ya seas un ingeniero alemán o un delineante soriano. O puede que Benidorm moleste porque nos iguala ante la muerte. Por eso, tal vez, tantas personas deciden pasar sus últimos años allí. Pero si hay razones para odiar Benidorm, también hay motivos para amarla.

Como todo lugar de culto, Benidorm también tiene su propio mito fundacional. En 1953, la máxima referencia en turismo de sol y playa del País Valencià no era más que un pequeño pueblo de pescadores. Para intentar vitalizar la economía del municipio, Pedro Zaragoza —miembro de la Falange y alcalde de Benidorm en ese momento— decidió ir en Vespa hasta Madrid para pedirle a Franco que permitiese llevar biquini en la playa y atraer a la población extranjera. El dictador aceptó y evitó así que la Iglesia se entrometiera en los planes de Zaragoza para turistificar la ciudad. Junto a la llegada del biquini, la estrategia del alcalde pasaba por un plan urbanístico que convirtió a Benidorm en uno de los destinos predilectos de miles de personas, tanto de dentro como de fuera de España.

“El modelo urbanístico de Benidorm ha sido denostado durante décadas por considerarlo ajeno al lugar, por su elección de promover la altura de los edificios, por su excesiva densidad y por su falta de espacio público y comunitario más allá de su espléndida playa”, explican en el libro los arquitectos Carlos Ferrater y Xavier Martí, autores del paseo marítimo de la Playa de Poniente, que ganó el Premio Nacional de Arquitectura 2011.

“Pasado el tiempo desde aquella decisión municipal y visto en la actualidad en comparación con los diferentes asentamientos turísticos de la costa española, frente a la destrucción sistemática del litoral con urbanizaciones invasivas, con pobres primeras líneas, con inmensas ciudades fantasma, vacías la mayor parte del año, con el consiguiente esfuerzo para mantener infraestructuras, viarios, servicios y seguridad, cabe preguntarse si el modelo de Benidorm no ha resultado ser uno de los más sostenibles del litoral español por aspectos como el poquísimo territorio consumido, apenas unas pocas hectáreas, o la bajísima utilización del transporte privado ya que cualquier lugar de la población se encuentra a una distancia de la playa no superior a diez minutos andando”, aseguran Ferrater y Martí.

Benidorm
Benidorm. Fotografía de Aleix Bagué.

Benidorm son pieles quemadas y animal prints, olor a fritanga y a aftersun, rascacielos, sombrillas de colores y agua caliente, las fotos de Martin Parr para Magnum y las de tu abuela con las amigas del Imserso. Benidorm es lo cutre —lo kitsch, mejor dicho— o lo hipster, según se mire. Porque fue en esta ciudad donde artistas como Raphael o Julio Iglesias saltaron a la fama tras su participación en el Festival de la Canción, que, obviamente, también fue una idea de Pedro Zaragoza. Esta tradición musical pervive en la actualidad gracias a los festivales que todavía se celebran en el municipio y a los miles de artistas desconocidos que se ganan la vida con sus conciertos en hoteles, restaurantes o pubs.

“Benidorm pudo significar el origen de la fama de Julio Iglesias igual que hoy es la sede del Low Festival o recibe a David Guetta o a Steve Aoki más veces que Madrid o Barcelona. Pero si algo es omnipresente es la profesionalización de la cultura musical como parte de la vida urbana”, explica el urbanista Iago Carro, que, junto a este aspecto, destaca la capacidad de la ciudad de hacer que sus visitantes conecten con la multitud, que se pierdan dentro de algo que es más grande que ellos. “Solo desde una cultura que ha convertido el ‘sé tú mismo’, la exclusividad o la diferenciación personal en lemas consensuales y funcionales (tanto como para publicar una exposición artística, como para vender coches), se puede entender el desprecio hacia Benidorm en términos culturales”, añade Carro. Benidorm es la posibilidad de ser uno más, de dejar a un lado la individualidad.

Zacarías Lara y Manuel Burraco, editores de Barrett, aseguran que ya no saben si han estado en Benidorm o si solo lo han soñado. Porque aunque no hayas visitado Benidorm, todo el mundo conoce la ciudad. Pero de lo que están seguros Lara y Burraco es de haber disfrutado en el proceso de selección de los textos, aunque algunas firmas se quedaron sin entrar en Ensayo y (error) Benidorm. “Hay gente que finalmente, por falta de tiempo, no pudo participar, como ha sido el caso de Raphael o la modista Cristina Rodríguez, que hubieran dado un punto de vista realmente interesante”, afirman.

Los responsables de la editorial sevillana aseguran que la idea nace —entre vermús— con la pretensión de acabar con el rechazo hacia la ciudad. “Pretendíamos desmitificar todo lo que teníamos en la cabeza sobre Benidorm y su urbanismo en altura sin ningún tipo de conciencia ecológica”, dicen. La amalgama de textos va desde el tono ensayístico a obras de ficción, pasando por testimonios en primera persona de benidormenses, guiones y poemas. Una visión positiva, divertida y extravagante de una ciudad que también destaca por su capacidad para transformarse con el paso del tiempo.

En estos 60 años, Benidorm ha sido una referencia en el modelo económico turístico. Sol, playa, marketing de destino y edificios que crecen hacia el cielo azul del Mediterráneo. Con sus impresionantes rascacielos y sus habitantes caducos, que vuelven cada poco tiempo, la ciudad ha logrado ser tan odiada como amada.

Christina Linares, directora del departamento comercial del Grupo Editorial Renacimiento, lo deja claro en el poema con el que colabora: “Crece, se reproduce y florece para renacer al verano siguiente/ Benidorm, como todo lo que importa, no te deja indiferente”.

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