No es feminismo, se llama obsesión

La lógica dicotómica del “velo sí, velo no” da paso a varias dudas intrínsecamente interrelacionadas. Para empezar ¿por qué este debate? ¿Cuál es su origen y de dónde procede? Y ¿por qué ahora? En otras palabras, el framing, la (uni)direccionalidad de éste y su agenda.

23 oct 2019 11:30

Parece ser que los velos están marcando más tendencia que los productos de última tecnología. Cada temporada aparecen por los medios de comunicación decenas de artículos describiendo las últimas características de los velos, sus funciones y utilidades, así como de sus posibles defectos de fábrica. Los modelos de velos varían en función del país, de la región o incluso del contexto. Por ejemplo, si se trata de velos usados por mujeres iraníes o afganas parece ser que tienen más cobertura. En cambio, los elegantes velos que usaba Audrey Hepburn o los angelicales de Maria Teresa de Calcuta no presentan demasiados problemas.

La “cuestión” del velo, por lo tanto, está ocupando un importante espacio en los medios de comunicación y llama la constante atención de muchos periodistas, columnistas, tertulianos y políticos. Los artículos y reportajes publicados presentan un supuesto debate que a primera vista parece ser imprescindible y sumamente necesario. “¿Es el velo islámico machista? ¿Estás de acuerdo con el uso del velo islámico? ¿El velo islámico debería tener cabida en las aulas?”. Cualquiera diría que se trata de una asunto de emergencia nacional.

A consecuencia, aparecen opiniones en contra o a favor del velo, como buen debate socrático y moderado, tan característico de las sociedades liberales occidentales. “El velo islámico es machista porque oprime a las mujeres” o bien “el velo islámico forma parte de la libertad religiosa”. El debate se presenta como abierto y todo el mundo está invitado a participar, des de mujeres musulmanas y no musulmanas, hombres “muy feministas y mucho feministas” y todo tipo de personas supuestamente interesadas en los derechos humanos y de las mujeres. Se organizan, incluso, debates televisivos nacionales o autonómicos, des de TV3 a TVE donde mujeres musulmanas hijabis y no hijabis ocupan sillas en los platós para presentar sus amplios argumentos ante el público de este país. Najat Driouech versus Najat el Hachmi. Además, en las redes sociales, se crean largos hilos explicativos (calificarlos de constructivos sería exagerar) y multitudinarios comentarios y respuestas, incluidos likes y retweets de todo aquel o aquella que se esté paseando cerca.

Pero como todo en esta vida, nada es lo que parece, y menos aún viniendo del mainstream. La lógica dicotómica del “velo sí, velo no” da paso a varias dudas intrínsecamente interrelacionadas. Para empezar ¿por qué este debate? ¿Cuál es su origen y de dónde procede? Y ¿por qué ahora? En otras palabras, el framing, la (uni)direccionalidad de éste y su agenda.

En primer lugar, no es ningún secreto que el discurso o la perspectiva narrativa es más que suficiente para transmitir unas ideas en vez de otras, más o menos predominantes. En el caso de “el debate”, la narrativa se reproduce una y otra vez, de forma que las preguntas de archivo se plantean con la respuesta incluida (¡dos en uno!). Por ejemplo, la clásica: “¿Se debería permitir el velo en [escriba un espacio público aquí]?”. Ya de primeras, el velo se convierte en el sujeto a debatir y, por lo tanto, se ubica al margen de la normalidad.

La mujer velada debe defender y justificar porqué el velo es libertad, mientras que la mujer no velada debe defender y justificar porqué el velo es opresión. Pero la cuestión es que el escrutinio al que se ve sometida la primera es más intenso que al que se ve sometida la segunda por una razón muy sencilla y es que la segunda, estando asimilada físicamente a las convenciones de vestuario de la “civilización” europea occidental, no se percibe como visiblemente diferente a la norma. De la misma manera, sería más fácil defender por qué el cielo es azul en la Tierra que hacerlo en Marte.

La narrativa de que la mujer velada necesita ser salvada mientras que la no velada avanza hacia la “libertad” esconde varias y determinadas intenciones. Tal y como explica la antropóloga Lila Abu-Lughoud:

“Si uno construye a algunas mujeres a través de la necesidad de ser vistas con pena o con la necesidad de ser salvadas, uno implica que no solamente se las quiere salvar de algo, sino que se las quiere salvar por algo - es decir, otro tipo de mundo y conjunto de re-orden. ¿Qué tipo de violencias puede generar esta transformación? Y ¿qué presunciones se hacen sobre la superioridad de aquello de lo cual se las salva?” [1].

Solo hace falta echar un vistazo a algún que otro libro (“El último patriarca”) donde se reproduce la dinámica que Abu-Lughoud explica. La mujer musulmana necesita ser salvada de su padre abusivo y su madre sumisa de ponerse el hiyab y solo abandonando a su familia puede ser libre, vivir feliz y comer perdiz. Éxito en ventas. Ahora bien, no es casualidad que sea consumido mayoritariamente por los cuerpos blancos para reafirmar su superioridad civilizatoria. He aquí la primera asimetría.

En segundo lugar, ubicar la direccionalidad del debate es esencial para entender las relaciones de poder que se establecen en el escenario, es decir, quién es el que pregunta y quién es el que responde, quién controla el debate o quién debe justificarse. Para Lila Abu-Lughoud es habitual encontrar artículos y publicaciones sobre la opresión de la mujer musulmana y su vestimenta des de medios de comunicación occidentales, pero bien extraño sería encontrar un artículo sobre la opresión de la mujer europea y su vestimenta en un medio de comunicación iraquí o malayo [1].

Este elemento es claro para reconocer quien posee una legitimidad auto-impuesta - en este caso, el mundo occidental - para poner a debate culturas ajenas - y tradicionalmente consideradas inferiores.

Y es que la direccionalidad - en este caso, la unidireccionalidad - no es para nada inocente; justamente en el sentido que quien legitima la pregunta es quien controla, también, la respuesta. De esta manera, la posición de las mujeres veladas en el debate se encuentra en una clara posición de desigualdad.

En último lugar, y no menos importante, la imposición de una agenda determina de qué temas hablar, cuando y, sobretodo, quién puede hablar de ello. Qué casualidad que en la temporada de verano, los “debates” sobre el burkini en las piscinas es más candente que el balconing. Tampoco es casualidad que cuando el “problema” no son los mal llamados “menas”, o la violencia de las calles de Barcelona, son las mujeres musulmanas y los velos, pues el hecho de controlar la agenda también permite el control tanto del marco narrativo o framing como el contenido de éste. De hecho, el Observatorio de la Islamofobia publicó un detallado informe en 2017 en el cual la investigadora Ghufran Khir Allah afirmaba que “durante 2017 alrededor del 70% de las noticias cuyo tema principal era la mujer musulmana o el velo eran claramente islamófobas. Un porcentaje incluso más elevado durante la primera mitad del año que cuando la noticia aborda temas de terrorismo” [2]. Y es que el problema radica en que no es tanto el hecho de que no se hable de ello, sino que se hable demasiado, de forma imprecisa e intencionadamente incorrecta.

Así, pues, resulta que la utópica sociedad liberal occidental de Rousseau brilla por su ausencia. Un debate supuestamente objetivo no es más que la perpetuación y reproducción de un imaginario orientalista y de supremacismo político, social y epistemológico del mundo occidental, donde el laicismo ilustrado se ha convertido en nada más que una herramienta de imposición de una hegemonía racista, política y social con poco margen a la reforma. ¿A qué recordará eso?

Pero, ante esto ¿qué hacer? ¿cómo evitar caer en estas dinámicas y, aún y así, querer tener un debate político no contaminado?

La clave no es tanto el debate en sí mismo, sino plantear preguntas que eviten la (uni)direccionalidad y la imposición de agendas ajenas a los intereses de la propia comunidad. Así, el debate sobre las mujeres veladas no debería ser si el velo es o no es opresión, sino por qué las mujeres veladas sufren un triple techo de cristal en lo que se refiere a oportunidades laboral-económicas en este país.

O, cómo las opiniones de las mujeres no veladas de tradición musulmana sirven para la reproducción del argumentario de determinados personajes de la ultraderecha y cómo poder evitarlo. Para poner un simple ejemplo, establecer preguntas al margen de la imposición de la agenda es tan sencillo como hacer el siguiente ejercicio: ¿Hablaría Susana Griso del tema? Si es que “sí”, ahí tienes tu respuesta.



Referencias

[1] Abu-Lughoud, L. (2006). The Muslim Woman. The power of images and the danger of pity. Eurozine. 
[2] Khir Allah, G. (2018). Ignorancia, opresión y exclusión: los ejes de la islamofobia de genero.
Una realidad incontestable: Islamofobia en los medios, 29-42.

Sobre o blog
Espacio de reflexión crítica destinado a:
Analizar y denunciar el racismo de Estado desde una perspectiva decolonial.
Revisar la construcción ideológica del Imperio español, su historia colonial y sus pervivencias, rastreando el origen de las relaciones de dominación y opresión que enfrentan las comunidades racializadas y/o provenientes de la migración postcolonial.
Desvelar las heterarquías del poder moderno en torno a la raza, la clase, el género, la sexualidad, la espiritualidad…
Afianzar las condiciones de posibilidad para el desarrollo de un antirracismo político en el Estado español.
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