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Abusos a la infancia
Gritemos bien fuerte, nosotras que podemos
“El abuso sexual infantil cuestiona la visión del mundo como un lugar protector”.
Pepa Horno.
Hay un cuento para niños, de la escritora Bel Olid, que lleva por título Grita muy fuerte, Estela. Estela, la niña protagonista del libro, sufre abusos sexuales por parte de un tío. Pero, al final del libro, conseguirá sacar de dentro un gran grito, un NO tan poderoso que hará acudir la familia entera a su auxilio (“la madre y el padre, los abuelos, la tía María, el tío Joaquim e, incluso, la prima Miriam”) y los brazos de la madre lo rodearán y protegerán y, felizmente, los abusos acabarán para Estela. El cuento quiere enseñar a los niños a decir que no y la importancia de pedir ayuda, no silenciar, no callar, poder hablar de aquello que les pasa.
Ocurre sin embargo que, a menudo, la realidad es mucho más turbia y compleja y triste que en los cuentos y, ni los niños y niñas tienen la capacidad de pedir ayuda ni, cuando la piden, la familia y la sociedad acuden raudas a su auxilio. La realidad en cifras, por ejemplo, nos explica que el 90% de las criaturas que sufren abusos no lo dirá durante la niñez. Y, en buena parte, este silencio está relacionado con el mecanismo perverso del abuso sexual en la infancia. No solo porque se trata de un ataque a la indemnidad sexual y psicológica de un niño o una niña, sino porque, quien comete el crimen es, en su mayoría, un adulto del entorno de la criatura, es decir, una persona de su confianza, alguien que tendría que cuidarle y protegerle: un padre, un tío, un hermano, un amigo, un profesor, un entrenador, un monitor de tiempo libre... Así, por ejemplo, 2 de cada 10 casos denunciados de abuso hacen referencia a los abusos padre-hija, que son los más traumáticos para las víctimas tanto por el que suponen de traición, por parte de la figura supuestamente protectora, como por la de disolución de los vínculos familiares más básicos. Ciertamente, en algunos casos, el agresor es agresora, pero, las cosas como son, la tradición patriarcal, en la cual se enmarca nuestra sociedad, no deja mucho margen: según diferentes investigaciones entre el 90 y 95% de los casos, los criminales son hombres.
La víctima tiene que enfrentarse a una persona adulta en quien confía y a quien, probablemente, quiere o ha querido. Pero, no solo esto, la criatura, para poder revelar qué le está pasando, tendrá que entender primero, qué le está pasando
La víctima, por lo tanto, tiene que enfrentarse a una persona adulta en quien confía y a quien, probablemente, quiere o ha querido. Pero, no solo esto, la criatura, para poder revelar qué le está pasando, tendrá que entender primero, qué le está pasando. Y esto, que parece tan sencillo de hacer y de decir, no lo es en absoluto. Tenemos que comprender, por ejemplo, que los abusos sexuales se dan de manera paulatina, suelen empezar con caricias que, obviamente, el niño o niña confundirá con manifestaciones de afecto. Más adelante, cuando la víctima empiece a sentir incomodidad ante aquellas caricias, le será difícil pensar que aquel adulto, que es su familiar o cuidador en un alto porcentaje de casos, quiere hacerle daño e, incluso, llegará a culparse de la situación. Muchas víctimas, reconocen, de manera retrospectiva, que callaron por miedo. Las víctimas tienen miedo de que no se las crea, que se las haga culpables de la situación, de destrozar la familia si cuentan qué les está sucediendo. Y tienen también miedo de su agresor que suele utilizar el chantaje emocional y la coerción para que la víctima se mantenga en silencio.
Para complicar todavía más la situación, nos encontramos que cuando por fin, después de vencer todos los obstáculos, el niño, la niña o el adolescente ha conseguido revelar el abuso, el entorno no corre, como en el cuento, a su socorro. El mundo adulto tiende a restar credibilidad el testimonio del niño seguramente porque, como explica Pepa Horno en Honrar su dolor: el acompañamiento a las víctimas de abuso sexual infantil a lo largo de su vida, el abuso sexual infantil cuestiona la visión del mundo como un lugar protector. Rompe la solidez de las creencias de las personas que lo sufren tanto como las de su entorno, especialmente, en los casos de abuso sexual cometido por personas que eran referentes familiares o espirituales. Por eso, el entorno siempre tenderá a protegerse, para mantener su propia sensación de seguridad. Negar el abuso o restarle importancia es la salida más fácil.
Ni la familia ni la escuela ni el ámbito judicial responden. En el ámbito escolar. Se calcula que, solo 1 de cada 4 docentes que ha tenido conocimiento de un caso de victimización sexual infantil lo ha notificado,
Ni la familia ni la escuela ni el ámbito judicial responden. En el ámbito escolar, según el informe de Save The Children Ojos que no quieren ver, se calcula que, solo 1 de cada 4 docentes que ha tenido conocimiento de un caso de victimización sexual infantil lo ha notificado, por carencia de formación, miedos prejuicios o no saber cómo actuar. En los casos que sí se produce la notificación, los protocolos de actuación – no solo los de abusos sexuales – resultan ser una burocracia tan lenta e ineficaz que, a menudo, dejan sin atender las necesidades de los niños y las familias. En cuanto al proceso judicial, una vez denunciados los hechos, la víctima los tiene que volver a explicar una media de cuatro veces —solo en 1 de cada 3 casos se acepta la prueba preconstituída— el proceso puede alargarse hasta 3 años y 7 de cada 10 casos de denuncias no llegan a juicio por carencia de pruebas. La retracción de la víctima y la revictimización suele ser una de las consecuencias más habituales de este proceso tortuoso.
Pero no todo son malas noticias. Así, el 25 de junio pasado, entraba en vigor la Ley Orgánica de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, aprobada por el Pleno del Congreso español. Con la misma voluntad de cuidar los derechos de niños, niñas y adolescentes, cada son más las ciudades que apuestan por el modelo de Barnahus o Casas de los Niños. El objetivo principal de estas es disponer de profesionales especializados y coordinados, y agrupar en un mismo espacio todos los recursos que intervienen en un caso de abuso sexual en la infancia, para disminuir así la victimización secundaria de los niños víctimas y de sus familias. De una forma o de otra, hoy, más que nunca, los abusos sexuales contra la infancia tienen un espacio en el debate público y cada vez es más difícil mirar hacia otro lugar ante esta realidad vergonzante.
Esperemos estar en el buen camino en la protección de los derechos de la infancia y que, algún día no muy lejano, podamos decir que no hace faltar conmemorar más 19 de noviembres (Día Europeo contra la explotación y el abuso sexual infantil, organizado por el Consejo de Europa). Mientras tanto, gritemos bien fuerte por todas las víctimas que todavía no pueden gritar y protejámoslas debidamente, si llega el caso. Tenemos una responsabilidad colectiva porque, la realidad, no se escribe solo en los papeles, en altas instancias, la realidad la construimos todos y todas en nuestro día a día.