Movimiento afroamericano
Libres y lejos: de la mitología de las Panteras Negras

La historia de las Panteras Negras, como toda historia, conviene comenzarla tiempo antes de su nacimiento. En el presente artículo trazaremos esta historia comenzando a finales del siglo XVII, con el gobierno de Thomas Jefferson, y la (in)concluiremos en la actualidad, al calor del #BlackLivesMatter y otros regresos del Black Power de los sesenta.

Panteras Negras
10 dic 2018 06:33

“Nada hay escrito con más seguridad en el libro del destino como que estas gentes han de ser libres; pero no es menos cierto que las dos razas, igualmente libres, no pueden vivir bajo el mismo gobierno”. Así dice Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, en su autobiografía de 1821. Ya antes, Notas sobre el Estado de Virginia (1781-82) decía: “Los negros, fuera por ser de origen una raza distinta o por volverse diferentes con el tiempo y las circunstancias, son inferiores a los blancos en su cualidades, tanto corporales como mentales”. No mucho después, Abraham Lincoln, el decimosexto (¿esa manía que tienen los americanos con los ordinales no parece un poco monárquica?) decía en 1854: “¿Liberarlos y hacerlos nuestros iguales? Mis propios sentimientos no lo aceptarían; y, de aceptarlo yo, sé bien que los sentimientos de la gran masa de la población blanca no lo iban a aceptar tampoco (…). Si todos los poderes me fueran dados no sabría qué hacer con respecto a la institución existente. Mi primer impulso sería liberar a todos y los esclavos, y mandarlos a Liberia, su país natal”.

En 1847, la Sociedad de Colonización para la Gente Libre de Color Americana, fundada en 1816, compra Cabo Mesurado, un terreno de tres millas por 36 situado bajo Sierra Leona por 300 dólares y la inestimable ayuda de una pistola. Al territorio se le llamó Liberia y su primera colonia, unos 3.000 negros llamados a conforman la clase gobernante, fue llamada Monrovia, en honor al quinto presidente, Monroe (o Monroe V…).

Efectivamente, para los estadounidenses —y no solo para ellos—, antiesclavismo y racismo convivieron y conviven sin más problema en un mismo tiempo. Dictados del libre mercado, como le recordaba la AIT a Lincoln en una carta.

Lo siniestro de todo este movimiento es que esta originaria “fantasía del hombre blanco para negros”, al decir de Theodore Draper (del que, por cierto, extraemos gran parte de la información que aquí reproducimos), fue asumida por los propios negros como propia. Es necesario, por lo demás, apuntar que no fue fácil esa asimilación: como cuenta Draper, hacia 1852, de los 435.000 esclavos libertos, solo 7.856 quisieron partir para Liberia, donde, al parecer, la explotación de los negros por sus patrones (ahora llamados ‘jefes’) era tan brutal si no más que en la América esclavista.

El retorno a África y el retorno al Islam

Los jalones son muchos. Quizá los dos fundamentales sean el “retorno a África” y el “retorno al Islam”. Quizá las dos figuras más representativas de ambos sean Marcus Garvey (por la parte africana) y Drew Alí (por la islámica). En ambos casos se trató, aceptando ese antagonismo histórico-genético que preconizara Jefferson, de tomar partido por la autodeterminación. En el caso de Garvey, la cosa llegó hasta el punto de reunirse y mostrar afinidad con las posiciones del KKK. Lo que para unos era expulsión, para otro pasó a ser regreso.

Solo la compleja y potente figura de W.E.B. Du Bois vio claramente el problema y trató de establecer soluciones teóricas. Su solución, profundamente influyente para las Panteras Negras, fue bautizada como teoría de la “doble conciencia”, que, por simplificarla en exceso, es un intento por tratar de contemporizar la raza con la nacionalidad. La vía del regreso no era ni factible —cosa que ya veía incluso Lincoln—, ni beneficiosa para la propia comunidad. La cosa era más compleja.
Sin embargo, el predicamento teórico de Du Bois, quizá por su complejidad —y es que no es fácil mantener esta cosa de las identidades a raya— no logró imponerse a otros modelos más simplones y aplicables (y aplicabilidad y eficacia no son conceptos correlativos) como los de Garvey o Alí.

Si damos un pequeño salto en el tiempo —un tiempo, a este respecto, por lo demás fascinante— y nos situamos en 1963, quizá podamos mostrar cómo toda esta –con perdón– patraña racista muestra sus contradicciones o, al menos, sus límites.

‘Turn and face the strange / Ch-ch-changes’

En 1963, Malcolm X todavía estaba bajo la firme estela del profeta Elijah Muhammad. No era el único. El 10 de noviembre de 1963, pues, pronunció en un discurso: “Lo que tenemos sobre todo en común es ese enemigo: el hombre blanco. Ese, es enemigo de todos nosotros”. En su último discurso (insistimos que sacamos la información de Thedore Draper) como musulmán no dejó de hablar del “regreso a nuestro propio país de origen”, África. Sin embargo, en mayo de 1964, en un viaje a Ghana, durante una reunión con el embajador argelino en ese país tuvo lugar la siguiente conversación: “Cuando le dije que mi filosofía política, social y económica era el nacionalismo negro, me preguntó con toda franqueza: 'Bien, pero, entonces, ¿dónde me deja a mí?' Era blanco. Era africano, pero de Argelia, y, lo miraras por dónde lo miraras, era un hombre blanco. Y dijo que si yo definía mi objetivo como la victoria del nacionalismo negro, ¿en dónde le dejaba a él? ¿Dónde dejaba a los revolucionarios de Marruecos, de Egipto, de Irán, de Mauritania?”. Pues bien, ya que África no era negra, o al menos no lo era si querías que en ella cupieran las luchas nacionalistas y/o anticoloniales, África tenía que ser, más que un continente, una idea. Por poco tiempo comenzó a hablar de un “regreso psicológico” a África. La vuelta real ya no era posible, pero el africanismo podía ser una cultura emancipatoria. Último gran empujón este para la constitución de los black studies.

El 19 de enero de 1965, en una entrevista, Malcolm respondió de un modo que seguramente le costó la vida a dos simples preguntas:

—¿Ya no cree en un Estado negro? 
No.
—¿En Norteamérica?
—No. Creo en una sociedad donde la gente pueda vivir como seres humanos sobre la base de la igualdad.

Y añadió: Aunque todavía me vería en un apuro para dar una definición específica de la filosofía en conjunto que creo necesaria para la liberación del pueblo negro de este país

La entrevista fue publicada póstumamente. Cuando mataron a Malcolm, sus seguidores tuvieron que ser retenidos, ya que salían con pistolas en mano dispuestos a matar a todos los musulmanes negros que se pusieran a tiro.

La herencia ideológica de las Panteras Negras queda recogida, creemos, en la narración de estos últimos tres breves años finales de Malcolm X. No en balde, el epitafio de Malcolm reza: “Toda mi vida ha sido una sucesión... de cambios”.

Agamenon y su porquero

Por lo general, el trabajo de las cúpulas es bastante más amable que el trabajo de las bases. Así ocurrió también en las Panteras Negras. Para personajes como Eldridge Cleaver, Bobby Seale o Assata Shakur no existía problema al hablar de la población negra como la víctima de las políticas racistas y capitalistas de los Estados Unidos. Efectivamente, así era. Sin embargo, cuando el trabajo se realiza en la base, los problemas aparecen. Así ocurrió con el comienzo de los llamados Programas de supervivencia que ahora edita en castellano la editorial Libros Corrientes.

A mediados de los años 60, en 1966, el Partido de las Panteras Negras comenzó en su sede de Oakland una serie de programas de intervención social. Huey P. Newton, por aquel entonces líder indiscutible del partido, los consideraba una respuesta no tanto a la pregunta de “qué hacer”, sino una respuesta “mientras tanto”: “No son programas de mejora; en realidad son programas revolucionarios comunitarios (…) diseñados para ayudar a la gente a sobrevivir hasta que su nivel de conciencia se eleve, lo que supone el primer paso para la revolución que creará una nueva América”.

Efectivamente, la clara línea de horizonte de las Panteras era la revolución social. Y en preparación de la misma operaban los programas de supervivencia. Hasta ahí, todo era sencillo. Pero, cuando las panteras se pusieron en movimiento, se dieron cuenta de que ni todos los pobres eran negros ni todos los negros, pobres. Dentro de los programas se comenzó a hablar de “negros y pobres”, y no solo de negros. Es fácil entender cómo los militantes de un programa como el famoso Programa de Desayunos Gratuitos (aunque había muchos y de lo más variopinto, como el Servicio popular de ambulancias gratuitas, Programa de vivienda cooperativa popular, el Centro de aprendizaje comunitario o el Programa de control gratuito de plagas, entre muchos otros) se encontraban a diario con que la gente que desfilaba por la puerta del local eran, como el embajador nigeriano, blancos de libro. Y, sin embargo, también pobres.

La extensión y éxito de los programas generó tanto pánico en el FBI como dentro de ciertos sectores de las Panteras, que consideraban que los programas no tenían que cumplir otra función que no fuera propagandística.

La pregunta es vieja dentro de los movimientos revolucionarios: ¿es posible la revolución en un solo país? ¿Dentro de una comunidad? Un militante de Panteras como David Hilliard (muy volcado ahora, en cambio, en la reivindicación de los Programas, como editor de los textos de los mismos...) llegaba a defender en los 60, citando a Stalin, algo tan esotérico como el “socialismo en una comunidad”.
Equiparar, como hacía Newton, colonización con explotación trae problemas. Para las panteras, la nación originaria ya no es África, es Estados Unidos. Fueron de los únicos movimientos del Black Power en pactar políticas con movimientos de “base blanca” (sic) no racistas como el Peace and Freedom Party o Students for a Democratic Society. Pero también pactaron con otros movimientos de nacionalismo negro como la League of Revolutionary Black Workers y reivindicaban a autores como a Garvey, Fanon, Du Bois o incluso, a un tiempo, a Stalin y a Trotski. Una pata en el marxismo-lenisnimo, la otra en las políticas raciales y la otra…

Veinte años después, o más

Tiempo después, y según datos igual no tan anticuados de 2015, de las 1.138 personas asesinadas en Estados Unidos por la policía, 306 eran negras (tremendo número teniendo en cuenta el porcentaje de gente negra), los guetos no han disminuido, ni la densidad de negros que viven en ellos, tampoco ha disminuido el número de negros encarcelados (proporcionalmente a los niveles de mediados de los sesenta, cuando las Panteras arrancaron). El movimiento #BlackLivesMatter está recuperando el espíritu sesentero del Black Power, volviendo sobre los problemas que otrora encontraran los militantes de las Panteras. Sin embargo, algo ha cambiado: las élites negras están ya perfectamente definidas, y un afroamericano con suficiente espíritu emprendedor puede competir y hasta ganar (llegando a ser presidente, por ejemplo) en la famosa carrera de renacuajos, de la que hablaba Tawney, y que es la sociedad capitalista.

El racismo no ha acabado, pero podría acabar sin que la revolución social tuviera lugar y sin que el capitalismo acusara recibo. No afrontar este problema es tratar de colonizar una Liberia mental para buscar allí una huida.

Las Panteras Negras navegaron en esa contradicción. Gracias, en una importante media, a la aplicación de los Programas de supervivencia —acabemos citando el texto de Draper, ¡de 1969!, del que tanto hemos sacado en este texto— “se dieron cuenta de que no podían destruir el capitalismo e instaurar el socialismo para la comunidad negra, sin destruir el capitalismo e instaurar el socialismo en la sociedad blanca”.

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13/12/2018 12:15

Aquí se puede conseguir el libro: https://latiendacomprometida.com/antirracismo/1330-panteras-negras-al-sevicio-del-pueblo-manifiestos-y-programas-de-intervencion-social.html

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Fred
11/12/2018 10:59

Lamentable también que tampoco se mencione a Lorenzo Lamas y Winston Churchill...

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#27554
11/12/2018 11:53

Ni a Chiquetete, por dios! Es que nadie piensa en Chiquetete?

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#27453
10/12/2018 12:02

Lamentable que no haya ni siquiera una mención a la figura de Fred Hampton.

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