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No se trata desde luego de ninguna novedad para quien estos últimos meses haya estado siguiendo la actualidad política alemana, pero lo que antes se mencionaba en voz baja se ha convertido ya en una cuestión que se debate en público abiertamente, con frecuencia de manera muy tensa entre las partes implicadas. “¿Habrá una escisión en Die Linke (La Izquierda)?”, es la pregunta que recorre los pasillos del poder, atraviesa despachos y ocupa páginas en los medios de comunicación. “La pregunta ya no es más si el partido implosionará, sino cuándo”, se aventuraba a afirmar la revista Cicero en su edición del pasado mes de mayo.
Ruido de fondo
La formación surgida de la fusión en el año 2007 del Partido del Socialismo Democrático (PDS) –resultante de la reforma del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) tras la desaparición de la República Democrática Alemana y arraigado en el Este del país– y la Alternativa Electoral por la Justicia Social (WASG) –una escisión del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) encabezada por su exministro de Finanzas, Oskar Lafontaine–, que se convirtió en una de las referencias para el resto de partidos de la izquierda europea gracias a su rápida consolidación en el sistema de partidos alemán, atraviesa desde hace meses una crisis que podría terminar en ruptura. No se trata de la primera, pero sí de una de las más graves y profundas, y presenta, además, algunas similitudes con otros desarrollos en la izquierda europea.
El detonante han sido los malos resultados electorales –especialmente en las elecciones al Bundestag, en las que La Izquierda a punto estuvo de convertirse en fuerza extraparlamentaria al quedar por debajo del umbral del 5%, necesario para entrar en la cámara, de no haber sido por tres escaños obtenidos por mandato directo– así como las consecuencias sociales y económicas en Alemania y Europa de la guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia, y qué respuesta se debía ofrecer a todo ello desde la izquierda. Con todo, la tensión venía acumulándose desde hace años entre dos campos, generalmente descritos, a grandes trazos, como “populista”, liderado por la diputada Sahra Wagenknecht –cuyas posiciones en los últimos años sobre inmigración o la orientación general de la izquierda han generado una enorme controversia–, y otro “progresista” –en el lenguaje vernáculo de la izquierda alemana: “emancipatorio-progresista”–, vinculado principalmente a los movimientos sociales. La propia descripción de la situación exige de una considerable cautela a riesgo de ser acusado de favorecer a uno de los dos campos. “En la CDU [Unión Demócrata Cristiana] se abofetean con un guante, nosotros nos pegamos hachazos en la cabeza”, lamentaba un partidario de Sahra Wagenknecht al periodista Moritz Gathmann en el mencionado artículo de Cicero.
Las discrepancias de Wagenknecht con algunos de los sectores y tendencias de La Izquierda son bien conocidas y vienen de lejos, pero los problemas sociales y económicos acumulados y no resueltos en Alemania en dos décadas, por una parte, y los cambios en el ecosistema mediático, con el peso creciente de las redes sociales –con su inmediatez y preferencia por los discursos simples y con frecuencia emocionales–, y la polarización consiguiente del debate público, por la otra, unido a problemas internos estructurales que la formación arrastra desde hace años, han llevado a La Izquierda a su complicada situación actual.
La Izquierda ha perdido 10.000 militantes desde el estallido del conflicto en Ucrania, ha sido “en ambas direcciones”
Aunque en 2019 Wagenknecht anunció que dejaba la presidencia del grupo parlamentario en el Bundestag por cuestiones de salud, no abandonó su actividad publicística, que le ha servido de plataforma para lo que podría ser un órdago inminente, si las circunstancias se precipitan. Así, el primer momento crítico de esta relación cada vez más deteriorada entre Wagenknecht y el partido fue la publicación de Die Selbstgerechten en 2021. En este libro, muy discutido entre la izquierda y que ha vendido cientos de miles de ejemplares, Wagenknecht denunciaba el auge de una izquierda formada por activistas con educación universitaria y residentes en grandes ciudades que, en su opinión, ha secuestrado, gracias a una mayor disponibilidad de tiempo para la militancia, el discurso público con cuestiones –o su enfoque, al menos– que no reflejan los intereses de la mayoría social. El libro ha sido acusado de adoptar posiciones propias de la derecha e incluso de la extrema derecha en materias como la política de inmigración y de género, y la propia Wagenknecht, de “nacionalismo” y lo que podría traducirse al vocabulario político español como “rojipardismo”.
Hacia el ultimátum
Sin embargo, la guerra en Ucrania y la respuesta política de la Unión Europea, y la reacción de La Izquierda a ambas, han sido el auténtico catalizador del hoy más probable rompimiento. Este debate, que se ha producido en todos los partidos de la izquierda europea, en La Izquierda alemana ha alcanzado una mayor intensidad debido a motivos históricos y a los vínculos económicos, sobre todo energéticos, del país con Rusia.
De acuerdo con declaraciones a Cicero de Sören Benn, al frente de la gestión del barrio berlinés de Pankow de 2016 a 2023, La Izquierda ha perdido 10.000 militantes desde el estallido del conflicto “en ambas direcciones”: unos, por lo que consideran una política acrítica y demasiado apegada a la del gobierno federal, con destacados miembros del partido –como el presidente de Turingia, Bodo Ramelow– a favor del envío de armas a Ucrania e incluso de relajar las posiciones de la formación hacia la OTAN; otros, en protesta contra lo que consideran tibieza de la dirección hacia Wagenknecht, cuyo comportamiento, aseveran, hace peligrar la unidad de la izquierda y limita sus posibilidades electorales.
Esta última ha definido la ofensiva rusa en Ucrania como un “crimen” y contraria al derecho internacional, pero se ha opuesto al envío de armas y es favorable al fin de las sanciones a Rusia con el fin de abrir negociaciones con Moscú y recuperar, en la medida de lo posible, el statu quo ante que permitía a la industria y los consumidores alemanes contar con un suministro energético a un precio de mercado relativamente bajo.
El pasado 8 de septiembre, en un controvertido discurso en el Bundestag, recibido con abucheos y gritos por parte de la bancada de los partidos en el gobierno y aplausos de algunos diputados de Alternativa para Alemania (AfD), Wagenknecht tachó a Los Verdes de ser “el partido más peligroso” de la cámara por sus políticas al frente del Ministerio de Economía, a cuyo titular, Robert Habeck, responsabilizó de la escalada de precios en el país y sumisión a los intereses estadounidenses.
A pesar de que muchos cargos de La Izquierda desearían de buena gana ver a Wagenknecht marchar, el frío cálculo electoral les sugiere que sería mejor que no lo hiciese
La dirección de La Izquierda, formada por Janine Wissler y Martin Schirdewan, se distanció al día siguiente de manera explícita de este discurso: “En nuestra opinión, los diputados que hablan en nombre del grupo parlamentario han de representar las posiciones acordadas por La Izquierda”, afirmaron en declaraciones al diario Neues Deutschland, haciéndose eco de numerosos militantes para los que las declaraciones de Wagenknecht habían ido demasiado lejos.
Según el ex co-presidente de La Izquierda Bernd Riexinger explicó a Cicero, tras el discurso de Wagenknecht unos 800 militantes solicitaron la baja del partido. La agrupación del partido en el estado federado de Schleswig-Holstein llegó incluso a pedir públicamente que se expulsase a Wagenknecht del grupo parlamentario. No se llegó a tales extremos, pero el grupo decidió aprobar la posibilidad de reducir el tiempo de palabra a aquellos diputados que se desvíen de las posiciones oficiales del partido.
Como ocurrió tras la publicación de Die Selbstgerechten, y por usar las palabras de Gathmann en su artículo para Cicero, Wagenknecht, que cuenta con su propio canal de YouTube con más de 600 mil suscriptores, comenzó al poco tiempo “una gira por los programas de televisión y el país” mientras “La Izquierda no podía más que ocupar el asiento del espectador.” Meses después, en febrero de 2023, Wagenknecht convocó junto a la veterana feminista Alice Schwarzer a una multitudinaria manifestación en Berlín en contra del envío de armas a Ucrania y en defensa de una salida diplomática al conflicto, en la que participaron, según cifras oficiales de la policía, unas 13.000 personas, y que vino precedida por un manifiesto que logró reunir más de medio millón de firmas.
Un mes después Wagenknecht anunció su intención de no presentarse más como candidata de La Izquierda –hasta ahora lo hacía en representación del estado federado de Renania del Norte-Westfalia– y decidir hasta finales de año su futuro político, lo que todo el mundo interpretó como la posibilidad de fundación de un nuevo partido.
El 12 de junio trascendió que en su última reunión con Wagenknecht la dirección del partido le había solicitado formalmente que abandonase su escaño
La primera semana de junio varios periódicos alemanes informaron de una reunión entre la dirección del partido y Wagenknecht que fue descrita como un ultimátum a la diputada. A pesar de que muchos cargos de La Izquierda desearían de buena gana ver a Wagenknecht marchar, el frío cálculo electoral les sugiere que sería mejor que no lo hiciese –si Wagenknecht y sus diputados afines (se cifran en torno a diez) abandonasen el partido, La Izquierda dejaría de contar con los parlamentarios necesarios para formar un grupo y, con él, perdería tiempo de palabra y recursos financieros– y confían en que el precedente de Aufstehen (En pie), un movimiento ciudadano impulsado por Wagenknecht años atrás que nunca consiguió despegar del todo a pesar del interés inicial que despertó, acabe pesando en la decisión última.
Otros, como Riexinger, creen que sin Wagenknecht La Izquierda podría volver a obtener entre un 6% y un 7% en las próximas elecciones. Y otros más se preguntan por qué Wagenknecht no se ha marchado ya: ¿Quiere maximizar el daño en La Izquierda antes del cisma? ¿Está esperando a las elecciones de octubre en el estado federado de Hesse, por el cual es diputada Wissler y donde no se esperan buenos resultados? ¿O más bien a las elecciones al Parlamento Europeo en junio de 2024, en las que únicamente se necesita una lista electoral y el umbral para obtener representación se reduce al 1%, y a partir de esa base edificar un partido con el que concurrir a las elecciones federales de 2025? Mientras tanto, las propuestas de La Izquierda no consiguen atravesar desde hace meses el denso muro de los medios de comunicación, exclusivamente interesados en el choque entre Wagenknecht y la dirección del partido.
La posibilidad de una escisión se torna más real con cada día que pasa. El 12 de junio trascendió que en su última reunión con Wagenknecht la dirección del partido le había solicitado formalmente que abandonase su escaño, y, por extensión, a todos los diputados cercanos a ella. Según Wissler en comparecencia ante la prensa, con esta medida se busca mantener la unidad del partido frente a potenciales escisiones.
Las posiciones minoritarias son respetadas, explicó la co-presidenta de La Izquierda, pero se espera que “las decisiones democráticas del partido sean tomadas en serio y también que se cumplan.” Los diputados más próximos a Wagenknecht no tardaron en reaccionar a las declaraciones de Wissler: Amira Mohamed Ali, co-presidenta del grupo parlamentario, habló de “un grave error e indigno de un partido que lleva inscritos en su bandera la solidaridad y la pluralidad”; Sevim Dagdelen, diputada por Renania del Norte-Westfalia, declaró a la agencia dpa que la dirección de La Izquierda se había dejado llevar por una “lógica de purgas” y “prácticas sectarias” que la conducía a la irrelevancia; Alexander Ulrich, diputado por Renania-Palatinado, llamó a Wagenknecht a no ceder, recordando que los escaños no pertenecen al partido, sino a los diputados electos, y exigió a la dirección, a la que acusó de incompetencia, que dimitiese; en una entrevista con el diario junge Welt, Zaklin Nastic, diputada por Hamburgo, se sumó a la demanda de Ulrich, responsabilizando a la dirección actual, de la que dijo que era “políticamente irresponsable”, de los malos resultados de este último ciclo electoral.
En un artículo para ese mismo diario, el periodista Nico Popp calificó la decisión de la dirección de “autogolpe” y atribuyó el motivo a la estrategia de la cúpula del partido de “atraer a votantes ‘desencantados’ de Los Verdes”. “Con ese fin apuesta por aumentar su atractivo para este medio con la expulsión ostentosa de Wagenknecht”, añadía. Según Popp, de producirse una escisión, el partido quedaría reducido a “dos o tres corrientes liberales de izquierdas sin una base electoral estable, que no se distinguirían por cuestiones fundamentales, sino por su procedencia, jerga y habitus” y que “gestionaría el oportunismo de la izquierda gubernamental, la de los ‘movimientos sociales’ o la de las políticas de la identidad, enfrentadas entre sí o conviviendo entre ellas, e intentaría a medio plazo, en la medida que obtuviese escaños, encontrar empleos de la mano de Los Verdes o el SPD, o, con la misma intención, cargos en las ONG ‘progresistas’ en el distrito gubernamental.”
Gesine Lötzsch, una de las diputadas de La Izquierda en el Bundestag por mandato directo por Berlín (Lichtenberg) y a la que los medios señalan como una de las pocas personas capaces de mantener la unidad en el partido, lamentó que no se la hubiese consultado ni a ella ni a Sören Pellman o Gregor Gysi, también diputados por mandato directo de Leipzig y Berlín (Treptow-Köpenick). Lötzsch criticó la decisión en un programa matinal de ZDF (segundo canal de la televisión pública alemana), aduciendo que no conduce “a ninguna solución” y “carece de efecto”. “La Izquierda debería más bien estar interesada en mantener a alguien como Sahra Wagenknecht”, agregó.
¿Un partido con posibilidades de éxito?
Si la primera pregunta concierne a la escisión, la segunda, y que condiciona en buena medida la primera, es si dicha escisión tendría alguna posibilidad de éxito electoral. Las respuestas no son del todo claras, y quizás por este mismo motivo no se ha producido todavía.
De acuerdo con un sondeo publicado en marzo, el potencial de un partido liderado por Wagenknecht se situaría en torno al 19% a escala federal, un porcentaje similar al de AfD y muy por encima de La Izquierda. Hermann Binkert, presidente de la consultora Insa, asegura que un partido así podría dividir el voto de AfD hasta la mitad en el Este del país, al recuperar a una buena parte del electorado fugado de La Izquierda que sitúa en un cuadrante que denomina “conservador de izquierdas”: socioeconómicamente de izquierdas, pero socioculturalmente conservador.
Una cosa es aparecer en las encuestas de intención de voto y otra muy diferente construir un partido con implantación territorial y cuadros capaz de realizar con éxito campañas electorales
Consultado por Cicero, Emanuel Richter, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Técnica de Aquisgrán, rebajaba las expectativas electorales a un 2% o 3%. Richter sostiene que “vivimos en tiempos de crisis”, y que en éstos “la población tiende hacia el centro político” en búsqueda de una mayor estabilidad frente a turbulencias políticas y sociales. El ascenso de AfD, que mientras tanto se sitúa ya en el 20% de intención de voto, parece desmentir a Richter.
Alemania
Veinticinco años de Los Verdes/Alianza 90
El 14 de mayo, Los Verdes cumplen 25 años como resultado de la fusión con Bündnis 90, una alianza de partidos de la Alemania oriental con la defensa de los derechos civiles como denominador común. El partido, que celebrará este aniversario con discreción, recuerda unos orígenes que muy poco tienen que ver con la actualidad.
Por su parte, desde EuroIntelligence el economista Wolfgang Münchau consideró en marzo como un escenario realista la posibilidad de que un partido de estas características consiga representación parlamentaria, y establecía paralelismos con la irrupción antes de Los Verdes –aupados por el auge del movimiento ecologista y pacifista en los ochenta– y la misma Die Linke, que concentró el voto de protesta hacia las políticas del gobierno rojiverde que contribuyeron a un notable incremento de la precariedad económica en Alemania.
Con todo y con eso, conviene mencionar que no todos los partidos surgidos al calor de una protesta puntual han sobrevivido: los restos del naufragio del Partido Pirata alemán –que nunca llegó a consolidarse en el sistema de partidos a pesar de la incidencia cada vez mayor de las redes sociales en el debate social, la digitalización de amplios sectores de la economía y escándalos como las filtraciones de Edward Snowden, transformaciones que situaban a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en el centro del debate político– todavía son visibles en el cada vez más agitado mar político alemán y actúan como aviso a navegantes.
Una cosa es aparecer en las encuestas de intención de voto y otra muy diferente construir un partido con implantación territorial y cuadros capaz de realizar con éxito campañas electorales. Wagenknecht necesitaría a “alguien como Lafontaine, pero 30 años más joven”, admite un antiguo miembro de Aufstehen citado por Cicero. Algunos de los nombres que suenan para esa tarea son los de Sevim Dagdelen o el exdiputado Fabio De Masi, que abandonó La Izquierda en 2021 y había sido antes secretario de la oficina de Wagenknecht. “Para fundar un partido se necesitan unas juventudes, y ella no las tiene”, apunta Sören Benn. Otros tantos precedentes en Europa estos últimos años señalan las limitaciones del populismo de izquierdas.
El desenlace de este proceso lo veremos con toda seguridad en las próximas semanas. Sea cual sea, las consecuencias se dejarán sentir en la izquierda alemana, pero también, inevitablemente, en la europea.
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Señores/as: En Alemania, sí, en Alemania, hace tiempo que viene implosionando el huevo de la serpiente.
Lo cual sería ya el alineamiento de Europa al nazismo.
En resumidas cuentas, una parte del Die Linke, profundamente populista y reformista, quiere fundar un nuevo partido y va por los medios corporativos (muy contentos ellos) metiendo cicaña y división.
Que lastima, en mi opinión, el Die Linke debería de dejarse de titubeos y asumir una política de socialismo democrático: Pacifismo, estado social y control obrero. Así es como se gana el apoyo popular, no con discursos populistas que parecen los de la derecha.
Joder, yo le saco similitudes con Yolanda y los pasos que se han ido sucediendo. Qué miedo.
Por un lado, si que es parecido a las peleas internas. Pero no sé puede comparar e Yolanda, que a intentado unificar diferentes partidos, con esta populista que quiere disolver un partido socialista.