Arte
Yayoi Kusama, enfrentar el miedo con el arte

La artista japonesa es protagonista de la exposición ‘Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy’ en el Museo Guggenheim de Bilbao, donde se hace un repaso por su trayectoria vital y artística.
Auto-obliteración (Self-Obliteration), de Yayoi Kusama
Auto-obliteración (Self-Obliteration), de Yayoi Kusama. Pintura sobre maniquíes, mesa, sillas, pelucas, bolso, tazas, platos, cenicero, jarra, plantas de plástico, flores de plástico, frutas de plástico. © YAYOI KUSAMA.

Las alucinaciones que la perseguían desde niña acabaron convirtiéndose en el motivo principal de su trayectoria artística. Durante más de 70 años, los lunares y sus hipnóticas Redes de infinito han inundado de forma obsesiva los cuadros, las esculturas, las performances y todo tipo de creación de la artista multidisciplinar japonesa Yayoi Kusama (Matsumoto, Nagano, 1929). A pesar de tratarse de uno de los iconos culturales más relevantes de la actualidad, el camino hasta convertirse en una artista reconocida no fue sencillo.

Kusama nació en el seno de una familia del entorno rural japonés formada por un matrimonio roto y con una madre autoritaria que no aprobaba sus intereses por la pintura, ya que no concebía que el destino de una mujer estuviese desligado de la idea tradicional del matrimonio y la entrega total al hogar. Esto, sumado al panorama conservador de un país que acababa de sufrir los estragos de la Segunda Guerra Mundial, hizo que Kusama se trasladase a Nueva York en 1958.

Allí no solo tuvo que enfrentarse a la misoginia del mundo artístico, dominado en su mayoría por hombres blancos, sino también al racismo por ser japonesa. A pesar de que no se reconocía su talento innovador, ella seguía creando sin parar y, al mismo tiempo, luchaba contra los problemas de salud mental que seguía sufriendo. Entre ellos, su fobia al sexo, que se veía traducida en el arte como una concentración obsesiva del propio objeto de su obsesión. Esto dio lugar a su serie Acumulación, en la que destacaban las ‘sillas fálicas’, hechas a partir de tela cosida rellena, madera y pintura, y que llamaron mucho la atención en la época.

“Fue consciente desde el principio de que su arte le servía como sanación y lo entendía como una manera de superar sus temores”, cuenta Lucia Agirre, una de las comisarias de la exposición

“El arte le servía para enfrentar sus miedos. Cuando analizamos, a posteriori, la obra de muchos artistas, hacemos referencia a las enfermedades mentales o traumas que sufrieron… Pero en el caso de Kusama, ella lo evidencia, ella fue consciente desde el principio de que su arte le servía como sanación y lo entendía como una manera de superar sus temores”, cuenta Lucia Agirre, una de las comisarias de la exposición Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy, que se puede visitar desde finales de junio hasta principios de octubre en el Museo Guggenheim de Bilbao.

A través de esta retrospectiva, que recoge parte de la obra de la autora, podemos entender el mundo interior que la ha llevado a ser quien es. Qué es un lunar para Kusama o por qué cubre los cuerpos de estas redes infinitas a través de la repetición de lunares, hasta lograr que el objeto en sí mismo desaparezca y generando esta sensación de infinitud son algunas de las cuestiones a las que da respuesta la exposición. Unas cuestiones que están muy ligadas al concepto de “auto-obliteración”, que es clave en la obra y en la filosofía de vida de Kusama, como indica Agirre. La “auto-obliteración” a través del arte es creer en la idea de que mediante la liberación del yo se puede generar una sanación grupal que, a su vez, conecta profundamente a las personas, especialmente a las que viven en los márgenes de la sociedad. O, como bien explica Agirre, es una forma de “intentar dejar ese ego que todos tenemos para relacionarnos mejor con el mundo y, gracias a eso, ayudar a sanarlo. Te hace plantearte cómo estás y cómo te relacionas, no solo con las personas, sino también con el planeta, con todo lo que sucede a tu alrededor”.

Debido a este pensamiento, tanto su obra como sus happenings y performances tenían un importante carácter crítico con la sociedad. Desde un posicionamiento antibelicista hasta su rechazo a la mentalidad conservadora de los sistemas museísticos, que todavía en Nueva York, a pesar del espíritu vanguardista de la ciudad a finales de los años 70, impedían que una mujer extranjera expusiese su obra de forma individual y, por tanto, no recibiese la misma consideración que sus contemporáneos masculinos y occidentales, como Andy Warhol, Claes Oldenburg o Lucas Samaras.

Todos estos rechazos, además de las intensas sesiones de trabajo a las que se sometía, provocaron que el estado de salud de Kusama fuese empeorando paulatinamente, haciendo que cada vez estuviese más deprimida. Este es el motivo por el cual decide, en 1973, abandonar Estados Unidos y volver a intentar ser reconocida como artista en Japón. Sin embargo, la escena cultura japonesa todavía iba muy atrasada respecto a la estadounidense y no aceptaba el tipo de obras que creaba Kusama.

“En uno de esos momentos difíciles de su vida, tanto de extenuación por el trabajo, por la falta de reconocimiento y la muerte de sus seres queridos, ella decide internarse en un hospital psiquiátrico, porque ve que necesita terapia”, explica Agirre. A pesar de que Kusama siempre había utilizado el arte como una forma de sanación y de hacer frente a sus miedos y problemas psicológicos, alcanza un estado depresivo tan profundo que la lleva a creer que tal vez no pueda pintar nunca más. Este sentimiento es el que le empuja a iniciar un tratamiento de arteterapia.

La arteterapia, explica Norma Irene García Reyna, doctora en Psicología, arteterapeuta y profesora en la Escuela de Arte y Arteterapia Metàfora de Barcelona, es “una forma más de psicoterapia que, además del uso de la palabra, se vale también de las artes visuales y de los procesos artísticos como medio de comunicación, y que actúa sobre mecanismos psíquicos como agente terapéutico”.

A través de la terapia guiada, y con la seguridad que le transmitía ese entorno, Kusama pudo empezar a crear de nuevo. De entre las diferentes técnicas artísticas que estaban disponibles, en la que más se centró fue el collage. Muchas de las obras creadas en ese momento vital representaban el ciclo de la vida de una manera muy profunda, a raíz de la reciente muerte de su padre, y las pérdidas provocadas por la guerra.

Explica García Reyna que “en las sesiones de arteterapia, el o la paciente es libre de elegir el material que desee, ya que cada persona tiene sus propios objetivos terapéuticos que la profesional tendrá presente para llevar a cabo su trabajo”, pero que la técnica de collage —utilizada por Kusama— ofrece con mayor facilidad “la posibilidad de crear múltiples superposiciones y yuxtaposiciones; nos permite acercar fragmentos de fuentes infinitas donde puede ser plasmado el diálogo interno por muy disparatado o dicotómico que parezca. Así se pueden crear infinidad de discursos, los opuestos pueden ser reconciliados difuminando las fronteras y la combinación de fragmentos crea resonancias y conexiones simultáneas con discursos y aprendizajes nuevos”. Todo ello permitiendo que la terapeuta pueda “observar estados anímicos y realidades íntimas, tanto en la obra como durante el proceso creativo”.

En 1993, Kusama se convirtió en la primera mujer japonesa en representar en solitario a Japón en la Bienal de Venecia

En el caso de Kusama, trabajar con arteterapia le permitió volver a crear el arte que durante toda la vida le había servido como terapia. Hasta que, finalmente, a finales de la década de los 80 y principios de los 90, diversidad de profesionales del entorno del arte empezaron a considerar realmente su trabajo. Tanto que, en 1993, Kusama se convirtió en la primera mujer japonesa en representar en solitario a Japón en la Bienal de Venecia.

En la actualidad, Kusama sigue dedicando los últimos años de su vida y la energía vital que le queda a seguir creando. A pesar de que continúa enfrentándose a esas alucinaciones que desde tan joven marcaron su trabajo, sus obras más recientes, aunque siguen manteniendo la esencia de la artista, sí que permiten observar un carácter diferente, fruto de la satisfacción por ser reconocida después de tantas adversidades. Esta imponente mujer de más de 90 años, con sus pelucas rojas y su vestimenta llena de los patrones que hicieron de su obra algo tan singular, “se ha convertido ella misma en parte de su obra y, por ello, su imagen ha dejado una impronta tan importante”, concluye Agirre.

Además, las redes sociales han colaborado en acercar la obra de Kusama a una amplia variedad de público que se siente atrapado e hipnotizado por esas “redes infinitas”, sus salas de espejos y su uso del color. Un fenómeno que ha convertido a la artista, todavía con más fuerza, en el icono cultural que ya fue en sus años de juventud, pero ahora con el reconocimiento que realmente se merece.

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