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Asia
China e India: dos gigantes condenados a relacionarse
El monje budista Xuanzang visitó en el siglo VII la ciudad de Nalanda, hoy ubicada en el estado indio de Bihar. La fama de este religioso Ch’an ayudó enormemente a que algunas de sus reflexiones sobreviviesen al paso del tiempo. La forma más común entonces para referirse a India dentro de China era probablemente Tianzhu, aunque Xuanzang convino en utilizar Yìndù (印度), nombre que mantiene vigencia hasta nuestros días. “Todos los seres vivos giran sin cesar en la rueda de la transmigración a través de la larga noche de la ignorancia, sin una estrella que los guíe. [...] La brillante luz de hombres santos y sabios, que guía al mundo como el resplandor de la luna, ha hecho que este país sea eminente, y por eso se llama Yìndù. [...] La luna tiene muchos nombres, y este es uno de ellos”. Lo dijo sin cortapisas: India es la brillante luna del mundo.
La influencia del budismo, nacido de las entrañas mismas de India, a lo largo de la historia china es incuestionable. Y aunque estos antecedentes pudieran llevar a pensar lo contrario, las relaciones entre los dos estados en las últimas décadas distan mucho de ser tranquilas, viéndose empapadas de una resbaladiza mezcla de conveniencia y desconfianza.
La virtud es un elemento central en el pensamiento confuciano que alcanza a su misma visión sobre el mundo y sobre las relaciones entre países. La máxima “Xiu shen, qi jia, zhi guo, ping tianxia”, o “cultivar el yo, regular la familia, gobernar el estado y armonizar el mundo” aparece en el Gran Saber (Dà xuě) como una línea maestra: todas las personas, todos los países y, en general, todos los sujetos pueden favorecer a la armonía global. Es precisamente la armonía en el sistema-mundo uno de los elementos confucionistas que el Partido Comunista Chino viene rescatando para su accionar desde antes del liderazgo de Jiang Zemin (1993-2003). Presumir de Confucio pareciera más amable que hacerlo del poder nuclear.
China ofrece al resto del mundo lo que define como relaciones de mutua ganancia (obviando a menudo su propio tamaño y poder), el gobierno del Chaiwalla Modi ha decidido llevar por bandera Bollywood, ayurveda y mucho yoga
Hay un punto en común en este sentido con el gobierno de Narendra Modi. India dispone de cerca de 150 ojivas nucleares, algo menos de la mitad que la República Popular China. Y lo que es más relevante: unas pocas menos que Pakistán. La primera prueba de un arma nuclear de fisión en el caso de India se produjo en 1974: su nombre, “Smiling Buddha”. La de China, en 1964, fue apodada simplemente “596”. Sin pasar de ser una mera anécdota, este contraste se conecta con dos formas diferentes de operar en la escala internacional. Al tiempo que China ofrece al resto del mundo lo que define como relaciones de mutua ganancia (obviando a menudo su propio tamaño y poder), el gobierno del Chaiwalla Modi ha decidido llevar por bandera Bollywood, ayurveda y mucho yoga.
El elefante y el dragón
En 2015, la ONU celebró el Día Internacional del Yoga tras una intensa campaña del recién asumido Primer Ministro indio. Tan relevante le parece a su gobierno esta disciplina que fue la punta de lanza de su primera intervención frente a la Asamblea General de la ONU en 2014, una puesta en escena que no hacía sino advertir lo que sería la espina dorsal de su proyecto político: el nacionalismo hindú o hindutva. “El yoga no se trata solo de ejercicios, se trata de una manera de descubrir el sentido de identidad de uno mismo, el mundo y la naturaleza”, dijo. Es precisamente el enaltecimiento de esta identidad hindú como un objeto totalizante donde contener a través de la negación las diversas formas de ser indio lo que choca con el esfuerzo de muchos gobiernos desde Gandhi de amalgamar las diferencias y convertir esta pluralidad en la Marca India. Fuera de las fronteras indias Modi se esfuerza en mostrar el lado amistoso e inclusivo del hinduismo, al tiempo que no se priva de dificultar el acceso a la ciudadanía de la población no hindú.
Si es importante la imagen que un país ofrece al resto, tanto o más lo es la precaución y las reservas con las que el mismo mira hacia fuera. Desde buena parte de los espacios de pensamiento político en China se percibe la desconfianza que muchos gobiernos y sociedades occidentales tienen hacia el proyecto del PCCh. A través de “valores universales”, se cree, las “fuerzas occidentales hostiles” buscan torcer el rumbo del país y su reforma.
En 2014 Xi Jinping propuso que el PCCh se adhiriera al concepto de la Perspectiva General de Seguridad Nacional. “Observando la seguridad de la gente como el objetivo; la seguridad política como el principio fundamental; la seguridad económica como la base; la seguridad militar, cultural y social como las garantías; y la promoción de la seguridad internacional como una fuente de apoyo, forjaremos el camino de la seguridad nacional con características chinas”. No por repetido pierde importancia el concepto de “características chinas”. En este caso, la seguridad nacional incluye la noción de seguridad ideológica. Es decir, aquella situación en la que la ideología dominante está relativamente segura y libre de amenazas internas y externas.
Si en China se hizo explícita la voluntad de asegurar el socialismo con características propias como guía de la nación, en India el gobierno del Bharatiya Janata Party ha abandonado su moderación inicial y ha intentado erigir el hindutva en ideología de Estado
Y si en China se hizo explícita la voluntad de asegurar el socialismo con características propias como guía de la nación, en India el gobierno del Bharatiya Janata Party (BJP) ha abandonado su moderación inicial y ha intentado erigir el hindutva en ideología de Estado. Esta radicalización coincide con la victoria de Modi en 2019, que le otorgó 303 de los 545 diputados que forman el Lok Sabha. En realidad, el hindutva hunde sus raíces en el período colonial o Raj británico (1858-1947). Intelectuales como Madhavrao Golwalkar creían que los tiempos dorados de la civilización hindú fueron “contaminados” por las invasiones cristianas, musulmanas y británicas, fundamentalmente. Golwalkar y otras figuras fundaron en 1925 el Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), organización en la que el propio Modi militó, que posibilitó su paso de vendedor de té a gobernador del complejo estado de Bujarat (2001-2014) y que hoy él mismo emplea como fuerza de choque no oficial.
La impronta de las ideas fundacionales de las RSS en el gobierno de Modi se hace palpable en su visión de la población musulmana como enemigo interno “contaminante” al excluirla de la identidad india, y externo, al colocar el conflicto con la República Islámica de Pakistán en el centro de su política exterior. En el siempre tenso equilibrio nuclear, militar y propagandístico entre el propio Pakistán y el Estado indio juega un papel crucial la voluntad de la RP China de aumentar el tamaño de su esfera de influencia en la región, especialmente desde que la segunda revolución del PCCh, liderada por Deng Xiaoping, Hu Yaobang, Zhao Ziyang y otros sectores del partido catapultara el crecimiento económico del dragón.
La política exterior de los dos gigantes asiáticos se cruza en muchos puntos por la propia inercia. Es tan grande la influencia que ambos Estados ejercen a su alrededor, tan masiva la gravedad que generan, que de forma inevitable se condicionan mutuamente. A pesar de la divergencia ideológica de partida, Pakistán vio desde su fundación en 1947 con buenos ojos la posibilidad de que China creciera en tamaño y poder para servir de contrapeso de India. En 1956, Zhou Enlai y Huseyn S. Suhrawardy firmaron el Tratado de Amistad sino-pakistaní, paso fundamental en una estrecha relación que ha ido consolidándose hasta nuestros días.
La partición del Raj británico dio lugar a la que todavía hoy es una de las fronteras más tensas del planeta: la indo-pakistaní. Las batallas de “baile” que a menudo se dan entre militares de uno y otro lado bajo los vítores de las hinchadas nacionales que asisten a la línea divisoria pueden confundir a un espectador ajeno, pero el conflicto se siente tan cotidiano como el panipuri en las calles de Delhi. Y, cómo no, la presencia de China en el conflicto se hace notar. En la práctica, apoya a Pakistán en la cuestión de Cachemira, mientras este se posiciona del lado del PCCh en lo que a Taiwán, el conflicto del Tíbet y las cuestiones de Xinjiang se refiere.
En este idilio, el elemento militar es central. Como el propio Ministerio de Asuntos Exteriores pakistaní reconoce en su página web, “la colaboración en Defensa constituye la columna vertebral de la relación. [...] La cooperación abarca intercambios militares de alto nivel, conversaciones estructuradas de defensa y seguridad, ejercicios conjuntos, capacitación de personal en las instituciones de ambos, producción conjunta de defensa y comercio de defensa”. Por otro lado, el comercio entre los dos países es amplio y fluido, lo que no es baladí. Que China sea el principal socio comercial de Pakistán no es una gran sorpresa. Al fin y al cabo, lo es de muchos países en vías de desarrollo a través de sus inversiones en infraestructura. Uno se asegura la inversión y la energía que necesita, mientras el otro obtiene una privilegiada puerta de acceso al mercado islámico. Ahora bien, ser el principal socio comercial de uno de tus vecinos al tiempo que éste mantiene tira y aflojas con otro más poderoso enrarece la convivencia regional. China trata de ser neutral atendiendo a su doctrina para las relaciones internacionales, pero la estrechez de sus vínculos con Pakistán atiranta su relación con India.
La anexión del Tíbet en 1951 reforzó en la India el recelo ante lo que conciben como una esencia expansionista que acompaña a China
Por otra parte, Mao decía que todo es dialéctica. Es decir, cualquier fenómeno tiene su opuesto a través del cual se explica su existencia. Sucede que India también influye a través de su política exterior en asuntos que llevan décadas enquistados en la sociedad china. En 1951 China completó la anexión del Tíbet tras derrocar a su débil y solitario ejército, acabando con el que había sido el territorio “tapón” entre ella e India durante siglos. Desde entonces el ejemplo de la, en adelante, Región Autónoma del Tíbet, reforzó en la India el recelo ante lo que conciben como una esencia expansionista que acompaña a China. Es popular en la India, aunque de difícil rastreo, la noción de los “cinco dedos”. Según esta creencia Mao y, en consecuencia, el Partido Comunista de China tendrían una voluntad expansionista que alcanzaría los territorios de Ladakh, Nepal, Sikkim, Bhután y Arunachal Pradesh. Pese al alto grado de especulación que rodea a esta convicción, lo cierto es que arroja información de interés al respecto de cómo India percibe a China.
En tibetano, China es llamada “Gyanak”, que puede traducirse como “Tierra Ominosa” o “Tierra Impía”, al tiempo que a la India se le dice “Gyakar”, “Tierra Sagrada” o “Tierra Blanca”. En 1959, tras la disolución del gobierno local tibetano por parte de Beijing y el exilio del decimocuarto Dalai Lama a India bajo el paraguas de la CIA, el líder del budismo tibetano conformó allí un gobierno en el exilio que permanece hasta nuestros días. No obstante, el volumen de la influencia china en el planeta dificulta enormemente que los tibetanos sumen Estados a su causa —no así celebridades—.
Ni siquiera India da soporte explícito al impulso secesionista, aunque sí ofrece refugio a monjes y migrantes. Se estima que 100.000 tibetanos viven exiliados bajo la protección que les brinda el elefante asiático. El gobierno chino, como se puede intuir, no ve con buenos ojos este accionar ya convertido en una política de Estado. Si algo caracteriza a los países socialistas es su afán por rechazar las injerencias de terceros Estados, tanto más el PCCh. Este hecho, unido al mencionado vínculo sino-pakistaní, tensa todavía más el precario equilibrio existente en varios puntos de la frontera entre las dos potencias.
Hindi Chini bhai bhai
Jawaharlal Nehru fue el Primer Ministro de India desde la independencia en 1947 hasta su muerte en 1964. A él se le atribuye en la cultura popular nacional el eslogan “Hindi Chini bhai bhai”, que pudiera ser traducido como “la India y China son hermanos”. Su postura frente a las pretensiones territoriales del vecino, ingenua en primer lugar y perdedora más adelante, hizo que quedase colgada sobre su figura histórica la pesada etiqueta de tibio. Algunos sectores de la sociedad india ven todavía hoy en Nehru a un presidente que consintió a China avanzar militarmente sobre territorios indios para completar su “esfuerzo liberador” en Asia.
El nacionalismo de dos países antaño coloniales pero que hoy ostentan el cargo de, como mínimo, potencias regionales, condujo inevitablemente a choques de intereses
Las grandes amistades a veces son más fáciles de enunciar que de sostener, planteamiento que es reforzado al observar el desarrollo histórico de las relaciones sino-indias. El nacionalismo de dos países antaño coloniales pero que hoy ostentan el cargo de, como mínimo, potencias regionales, condujo inevitablemente a choques de intereses. Atrás quedaron los años del “Hindi Chini bhai bhai”, si es que alguna vez llegó a tener esta idea algo de profundidad. La línea McMahon, diseñada bajo criterios arbitrarios y coloniales por el Reino Unido, se mantiene hoy como frontera oficial entre los dos Estados. Los territorios de Aksai Chin y Arunachal Pradesh fueron testigo de la guerra sino-china de 1962 y desde entonces se han ido sucediendo pequeños núcleos de conflicto allí y en zonas como Ladakh. Si bien durante décadas después de la guerra se vivió una realidad de paz tensa en la frontera, desde 2013 la disputa se ha intensificado enormemente.
Coincidiendo con la entrada de Xi Jinping y Narendra Modi al liderazgo de una y otra nación se ha venido produciendo una escalada de tensión que desembocó finalmente en las escaramuzas de 2020. Que los dos Estados acordasen la no utilización de armas de fuego en la frontera no imposibilita de manera tajante la aparición de violencia, como pudo constatarse en varios puntos de Ladakh y Sikkim, aunque sí parece acotar las posibilidades para el ascenso a conflicto armado. El establecimiento de campamentos en los laterales de la línea divisoria entorpece el nexo y afecta a la política interna de ambos países. Adentro de India, de hecho, ciertas fracciones nacionalistas —especialmente ubicadas en Twitter y otras redes sociales— comenzaron a referirse al Primer Ministro como “ModiXi”, en un juego de palabras con tres aristas: “ModiXina”, “ModiXi Jinping” y “Modiji”, siendo “ji” una coletilla cariñosa, a menudo empleada en tono sarcástico idéntica a la que se emplea a veces para referirse a Nehru(ji).
En definitiva, tan descomunal es la influencia que China e India ejercen en el Asia oriental, el sudeste asiático y el Asia central como decisivas son las relaciones entre ambos: de hecho, existen muchos actores secundarios especialmente dependientes de las decisiones que tomen el uno respecto al otro, como Pakistán o Corea del Norte. Además, pareciera que del tipo de vínculo que llegue a diseñar un gobierno con el país vecino se extrae una parte crucial de su legitimidad, especialmente desde el lado indio, tal como Modi está padeciendo en carne propia.
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Un texto interesante. Asia es más importante que nunca y las relaciones entre sus países también.
Nota con sabor a poco, debería el autor extenderse más sobre la influencia económica de cHIna en la región