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Asia
Moon Jae-in, Sunshine Policy y la importancia de Corea en el mundo
Las relaciones intercoreanas dependen de lo que sucede en las urnas del sur. La apuesta del presidente surcoreano Moon Jae-in por el acercamiento diplomático con su vecino del norte importa, por cuanto lo que ocurre en la península coreana tiene relevancia en el tablero internacional.
Cuando se trata de diplomacia, en la República Popular Democrática de Corea, la del norte, no se andan con grises. El marco de actuación es claro: desde el respeto a la soberanía del país y a su modelo político y económico se puede negociar y charlar de casi todo. Un equilibrio complicado teniendo en cuenta la peculiaridad ideológica del sistema norcoreano, especialmente con respecto al sur. Es precisamente con sus tocayos con quienes la diplomacia se torna más compleja cuando se sientan enfrente o, más a menudo, al otro lado del teléfono.
No obstante, esta situación parecería contraintuitiva si atendemos al hecho de que el pueblo coreano lleva siendo uno desde hace siglos. Con toda la prudencia que requiere el intento de datar el origen de una colectividad humana, sí puede decirse que durante siglos los habitantes de la península coreana vivieron con un grado de aislacionismo considerable y compartieron rasgos culturales y lingüísticos entre sí. Se convirtieron con la llegada de la dinastía Chosŏn a fines del siglo XIV en los más confucianos entre los confucianos, llegando esta filosofía a ser la doctrina ordenante de las instituciones y la sociedad, y desarrollaron su propio alfabeto (hangeul/chosongul), clave en el posterior desarrollo de la idea nacional.
A medida que el foco de poder en el Asia Oriental se desplazaba desde China hacia Japón en la segunda mitad del siglo XIX, los nacionalistas coreanos empezaron a poner sobre la mesa la urgencia de un Estado propio. Es ahí cuando puede hablarse de la nación coreana: cuando las infraestructuras económicas comenzaron a permitir una cierta continuidad en las relaciones entre habitantes de puntos alejados de la península y la amenaza exterior de un Japón expansionista (a diferencia de una China que durante mucho tiempo se había relacionado con Corea en términos tributarios) reflejaba la necesidad de una entidad estatal nacional.
¿Qué pensará Dangun, que descendió del cielo hace más de 4.000 años para posarse en el Monte Paektu y fundar Gojoseon, al ver que al norte de una división arbitraria geológica e históricamente se destruye un edificio que simboliza las buenas relaciones entre los coreanos? De Dangun son descendientes, según el mito nacionalista, todos los coreanos, y en ese “todos” queda sobrepasada la línea que desde 1948 parte en dos a la nación coreana. Sobre esa misma lógica apoyaron en abril de 2018 los líderes de norte y sur, Kim Jong-un y Moon Jae-in, la Declaración de Panmunjom, en la que se incluía, entre otros acuerdos, la edificación de una Oficina de Enlace Intercoreana. ¿El lugar? La región norteña de Kaesong, donde norte y sur cooperaron durante años económicamente gracias al estatus especial del que goza esa zona. Unos meses después, Moon Jae-in daba un discurso en Pyongyang aplaudido por miles de norcoreanos. Un hito histórico.
Pero el pasado 16 de junio se pudo haber venido abajo lo avanzado, metafórica y literalmente. La oficina fue derribada por la propia administración de la RPD Corea en respuesta a unos flyers con propaganda anti norte y anti Kim Jong-un que varios individuos introdujeron al país por aire desde el sur. Aunque el gobierno surcoreano haya reaccionado restringiendo las actividades de estos grupos de desertores norcoreanos en el sur, la situación va a requerir de nuevos empujes para solventar este bache, que pasan por reivindicar la senda de cooperación marcada por la Política del Sol articulada por primera vez en 1998 por el entonces presidente Kim Dae-jung.
LA política del sol
Moon Yong-hyung nació en la provincia de Hamgyŏng del Sur, en la actual Corea del Norte. Como tantos otros, al terminar la Guerra de Corea (1950-1953) no se encontraba en el mismo sitio que cuando empezó. Él terminó en el sur, lejos de su Hamhung natal, y allí nació su hijo, Moon Jae-in. El mismo que antes de ser elegido Presidente de la República de Corea en 2017 dijo querer visitar, por fin, la parte norte de la península. Dicho y hecho. En abril de 2018 cruzaba la frontera de la mano de Kim Jong-un dejando una imagen para la historia. Se encontraron de nuevo en mayo, y en septiembre Moon volvió y dio un discurso en Pyongyang frente a 150.000 norcoreanos. Además, visitó junto a Kim el monte Paektu. Que los máximos representantes políticos de ambos gobiernos se encuentren en este lugar es profundamente simbólico, por cuanto es uno de los grandes mitos fundacionales de la nación, el lugar al que, como se ha dicho más arriba, Dangun habría bajado antes de dar nacimiento a Gojoseon.
En la cultura popular, esta dinámica encuentra reflejo en series como Crash Landing On You, estrenada en 2020. Ahí, aun dramatizando las diferencias políticas entre ambas sociedades y con un cierto sesgo, hay una romantización de lo que une a coreanos de sur y norte y una crítica a lo que les separa. Eso sí, este accionar no encuentra un absoluto consenso en la sociedad surcoreana. Si bien es cierto que muchos en el país apoyan la reunificación o el establecimiento de algún tipo de cooperación y federación de intereses, los hay también que no. Al fin y al cabo, las diferencias ideológicas son colosales y Corea del Sur hace tiempo que se incorporó a los circuitos económicos y culturales internacionales, dando pie a una identidad diferenciada. Incluso aunque no lleguen a considerar a los coreanos del norte como extraños, muchos surcoreanos no se sienten interpelados por conceptos como Uriminzokkiri, que viene a defender que sean los coreanos y nadie más quienes decidan de manera conjunta su destino como pueblo. Por tanto, aplicar una política de Estado basada en la confianza con el norte y el desarrollo de horizontes compartidos requiere de una profunda voluntad política y trae consigo ciertos riesgos electorales.
Toda esta lógica encuentra su pistoletazo de salida en 1998. Luego de dos presidencias un tanto atropelladas en materia de las relaciones con la República Popular Democrática, las de Roh Tae-woo y Kim Young-sam, Kim Dae-jung ganó las elecciones. Cambió el partido, la línea política y la forma de mirar al norte. El contexto internacional en el último lustro del siglo XX no podía ser peor para Pyongyang: el bloque socialista recién diluido, una China bastante reticente a dar sustento y un bloque liberal-conservador envalentonado en todo el globo. El fin de la Historia, la victoria de la doctrina liberal, aquel ambiente mundial hacía pensar que era cuestión de tiempo el derrumbe del sistema socialista en Corea del Norte. Kim Dae-jung puso sobre la mesa su Sunshine Policy apoyada en tres máximas: en primer lugar, que Corea del Sur no aceptaría provocaciones armadas del norte; en segundo lugar, que no existía voluntad de dañar o absorber al norte; y en tercer lugar, que la reconciliación y la cooperación eran objetivos fundamentales.
Con la voluntad de Kim Dae-jung, la de su sucesor Roh Moo-hyun y la de Kim Jong-il se reunieron familias separadas desde la guerra, se desarrollaron lazos económicos y se prestó ayuda a una Corea del Norte que pasaba años difíciles. Sin renunciar a la contención, las relaciones intercoreanas de aquellos años tuvieron mucho más de confianza mutua, una confianza que tenía pocas garantías en primera instancia pero que se pudo valer de la voluntad de ambas partes para servir a la causa. Se desarrolló la colaborativa Región Industrial de Kaesong en el norte, se retiraron minas en la zona desmilitarizada, se enviaron a los Juegos Asiáticos de Busan (Corea del Sur) a deportistas del norte, se voló diariamente de Seúl a Pyongyang… Hasta 2008.
Con las presidencias de Lee Myung-bak (2008-2013) y Park Geun-hye (2013-2017), del Gran Partido Nacional y del Partido Saenuri respectivamente (en la práctica, este es la refundación de aquel), la situación dio un giro de 180 grados. La formación es heredera ideológica de las élites vinculadas a los gobiernos militares. Tanto es así que Park Geun-hye, quien se despidió del poder en medio de gigantescos escándalos de corrupción, es hija de Park Chung-hee, presidente militar del país desde 1963 hasta 1979 y uno de los grandes artífices del crecimiento de los chaebol, esos grandes conglomerados económicos que suponen el fundamento primario de la economía surcoreana. Buena parte de lo avanzado con la Política del Sol, a la basura.
Y en esas, llegó Moon. El actual presidente de Corea del Sur asume como propios anhelos que nacieron de figuras como Shin Chae-ho a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Por aquel entonces Japón se había convertido en Gran Imperio y sus ojos se posaron sobre la península, por lo que todas las urgencias de la modernidad cayeron de golpe sobre los coreanos. Para el ideario imperial japonés, ellos portaban la modernidad y los avances occidentales frente a unos vecinos atrasados y premodernos. Japón tenía la legitimidad para incorporarse territorios del Asia Oriental y del Sudeste asiático porque venía a traer los avances irrenunciables de la modernidad capitalista. Así, ocupó Corea e impuso a su gente un trato terrorífico por el que todavía hoy no hay disculpa oficial. ¿Suena familiar, no?
Pudiera ser que, ante una eventual reunificación coreana, desde el Gobierno chino busquen sentar un debate precedente sobre los derechos históricos de China en el norte de la península
Fue en esta situación en la que historiadores y figuras de la sociedad coreana trataron de articular lo que por aquel entonces era un grupo étnico y lingüístico, sí, pero con unas infraestructuras comunicativas y de transporte muy pobres que dificultaban el desarrollo de una conciencia nacional propiamente dicha (es decir, la voluntad de un pueblo/grupo étnico de dotarse de un Estado). Como en todo proceso de configuración de una nación, se requerían mitos, figuras y proyectos que dotaran de sentido a tal aspiración. Elementos antaño rechazados por las élites por su sustrato popular, como el chamanismo, comenzaron a ser reivindicados como emblema de una supuesta “coreanidad” ancestral. Así, la nación coreana se conformó en términos de “raza”. Según esta idea, existe una comunidad humana, el minjok (민족), descendiente directa de Dangun, que comparte lazos de sangre y conforma un sujeto nacional por sí misma.
Es esta noción del sujeto coreano la que guía la actuación de Moon Jae-in con respecto a Corea del Norte. Cuando en septiembre de 2018 habló en Pyongyang, vitoreado en una imagen histórica por miles de tocayos norteños, reafirmó el principio de autodeterminación y la voluntad de que “nosotros [los 80 millones de coreanos] determinemos el destino de nuestro pueblo”. Especialmente significativo fue cuando habló de los “lazos de sangre” que ambas administraciones y sociedades debían recuperar. A la interna, la popularidad de Moon Jae-in creció desde su victoria en las presidenciales de 2017 tanto como para dotar de mayoría absoluta a su Partido Democrático en las legislativas de este pasado abril. No obstante, y pese a las especulaciones al respecto de una posible reforma, a día de hoy la Constitución surcoreana únicamente permite una presidencia de cinco años sin posibilidad de volver a candidatearse. En cualquier caso, parecería más que factible una victoria del candidato del Partido Democrático en 2022 que dote de continuidad a la Política del Sol. Ahora bien, el contexto interno no es el único factor a tener en cuenta.
en medio de dos gigantes
El término “Zhonghua minzu” hace referencia a una ambigua noción bio-cultural de la comunidad china, según la cual la nación desborda no solo a la etnia Han, sino que va más allá de las fronteras vigentes del Estado chino, quedando incorporados otros territorios y pueblos del Asia Oriental. La vigencia de las enseñanzas pasadas en las sociedades confucianas, la especial relevancia que asume la historia (antigua, en muchos casos) y sus consideraciones míticas a la hora de proyectar el futuro es un factor crucial para comprender las actuales relaciones entre China y la península coreana.
Evidentemente, hablar de pueblos antiguos en términos nacionales es un anacronismo. El reino de Goguryeo fue junto a Baekje y Silla uno de los Tres Reinos de Corea. Eventualmente, Silla venció y unificó la península. Teniendo en cuenta que estamos haciendo una radiografía de dos milenios atrás en el tiempo, tendría poca importancia hablar de Goguryeo en términos coreanos o chinos (de hecho, su lengua parecía estar vinculada al japonés primigenio). Sin embargo, este sujeto político de la historia antigua simboliza como ninguno la complejidad de las relaciones sino-coreanas en la actualidad.
En 2004, Corea del Sur pidió explicaciones al gobierno chino por presentar a Goguryeo en sus libros de Historia como parte de la “antiquísima nación china”, aquella Zhonghua minzu. Como no podía ser de otra forma, el gobierno surcoreano comenzó a resaltar en televisión y en el ámbito historiográfico la inquebrantable “cualidad coreana” del reino de Goguryeo. Además, China trasladó a las Naciones Unidas su voluntad de demarcar el Monte Paektu (Changbaishan para los chinos) como un lugar histórico de China. Para ser justos, el monte está exactamente en la frontera entre Corea del Norte y China, por lo que técnicamente es parte de ambas naciones. Ahora bien, es un sitio emblemático en la constitución nacional coreana, por lo que es un anhelo como mínimo atrevido por parte del gobierno chino.
¿Quién fundó Gojoseon hace miles de años: el chino Ji-zi o Dangun, ambas figuras legendarias? ¿Hablamos de Changbaishan o Baekdusan? Son debates por un lado estériles, por cuanto parten de una posición difícil de sostener: que la historia antigua guarda algún anclaje sustancial con las naciones modernas. Pero, al mismo tiempo, por la esencia nacionalista de las reclamas, tiene una importancia considerable. A lo largo de la historia, los diferentes gobernantes de China han tenido intereses en Corea, ya fueran identitarios, territoriales o económicos (a menudo los tres). Por supuesto esa realidad no se ha desvanecido, cuánto menos si consideramos el elemento de la disputa con Estados Unidos. De alguna forma el statu quo en la península no es despreciable para China. Corea del Norte, con sus más y sus menos en sus relaciones con el gigante asiático, frena el avance estadounidense en la región. Pudiera ser que, ante una eventual reunificación coreana, desde el Gobierno chino busquen sentar un debate precedente sobre los derechos históricos de China en el norte de la península para asegurarse el mantenimiento de una cierta influencia más allá de su frontera terrestre. ¿Por qué? Porque si las dos Coreas volvieran a ser una sola tras un proceso de absorción del sur al norte (por muy descabellado que pueda parecer a corto plazo), es de esperar que Estados Unidos mantendría su influencia política, económica y, sobre todo, militar. Y no solo eso, sino que avanzaría hasta el límite de las provincias chinas de Liaoning y Jilin.
Por parte del otro actor global, el interés es menos místico. Estados Unidos dispone de presencia militar en la República de Corea desde que apoyara al nacionalista Syngman Rhee para contener el avance comunista desde el norte. De aquel momento en adelante no ha salido del territorio. De alguna forma el sistema surcoreano es una versión superlativa del estadounidense, que actúa como su gran valedor a nivel internacional, especialmente antaño cuando el bajo desarrollo del país no le otorgaba la legitimidad de la que hoy dispone.
A Washington también parecería convenirle la actual situación por motivos, en primer lugar, económicos. Al actuar de facto como el hermano mayor del modelo surcoreano se asegura una muy buena posición en una de las grandes economías de Asia, así como la entrada privilegiada al circuito comercial de la región. En segundo lugar, existe la motivación política de influir en una región en crecimiento pero en la que se disputa la fórmula de este: por un lado, la apuesta encabezada por Corea del Sur y Japón, con un vertiginoso crecimiento sustentado en la esfera privada con alta concentración de la riqueza y vínculos con la administración del Estado; por otro lado, el socialismo de mercado representado por China, fundamentalmente, y por otros como Vietnam. Y en último lugar, cómo no, lo militar. Entrar en conflicto directo con una Corea del Norte que ha demostrado por décadas el carácter persuasivo y no ofensivo de su armamento sería de una demencia terrorífica. Sin embargo, mantenerse en el sur a la espera de una posible asimilación con sede en Seúl es en realidad una situación favorable a la Casa Blanca, por cuanto le asegura presencia militar en el corto, medio y largo plazo.
Lo cierto es que la península coreana es un foco importante de atención a nivel global por méritos propios. Es, por encima de otras ubicaciones como Pakistán, el capítulo más vívido de la persuasión nuclear en la actualidad. Corea del Norte sobrevive, como bien reconocen sus propias tesis, gracias a la proliferación. Además, de manera creciente y aunque le pese a ambos países, la península se enmarca en un conflicto que ya puede ser el principal elemento geopolítico a nivel mundial: la batalla sino-estadounidense. De alguna forma en Corea pugnan dos concepciones muy distintas de lo que tiene que ser el Este asiático, la región a la que se traslada desde hace tiempo el centro global del consumo. Sintetiza un cruce de ideas que, en realidad, está definiendo casi toda la política de la región. Parecería un pequeño enclave en el Extremo Oriente, pero lo cierto es que cuando Corea tiembla, los gatos de todo el globo se asustan.
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ojalá encontrar más notas como éstas, la voy a recomendar como introducción a dos países muchas veces mal leídos desde fuera del continente! muchas gracias por el contenido de calidad, el salto!
Es rarísimo (y muy agradecido) encontrar un artículo de éstas características.
Muy interesante, muchísismas gracias.