Opinión
Romper relaciones para sanar heridas
Estos dos años de genocidio en Palestina han cambiado el mundo y a quienes lo habitamos. Han roto parte de lo que éramos, y para sanar esas heridas es necesario romper con quienes las causaron y con quienes miraron para otro lado.
Se han roto muchas cosas, algunas de ellas buenas, como el silencio de gran parte de la sociedad ante las sistemáticas vulneraciones de derechos del pueblo palestino.
Para quienes sumamos ya algunas décadas en el movimiento de solidaridad con Palestina, o al menos para mí, escuchar hablar de ocupación ilegal, de boicot a Israel o del derecho del pueblo palestino a ser libre en cada informativo, en cada emisión de radio por las mañanas, parecía algo casi irreal.
He de reconocer que me ha costado contener las lágrimas más de una vez al mirar alrededor y ver kuffiyas en las estaciones de tren, escuchar a gente hablar de Palestina por la calle o presenciar manifestaciones masivas con miles de personas gritando por el fin del genocidio. Lágrimas de alegría al ver que, por fin, esas demandas que llevábamos años repitiendo han calado. Se había roto el círculo de “las de siempre” y, como me decía un periodista hace unas semanas, habíamos conseguido transversalizar el movimiento tras años de lucha.
En estos dos años se han roto muchas cosas, algunas de ellas buenas, como el silencio de gran parte de la sociedad ante las sistemáticas vulneraciones de derechos del pueblo palestino.
Estas lágrimas de alegría se mezclaban con otras mucho más amargas, de esas que hacen que te duela el corazón y se te encoja el alma. Lágrimas de impotencia por no haber sabido, o no haber podido, conseguir esas movilizaciones antes. Lágrimas de rabia por pensar que, para que el mundo se moviera por Palestina, haya sido necesario ver en nuestras pantallas, a tiempo real, un genocidio con consecuencias humanas y ecológicas que perdurarán durante décadas.
Ha sido hermoso, sin duda, ver ese grito de solidaridad colectiva; ha aportado humanidad y cordura frente a la barbarie, pero duele pensar en el incalculable precio que ha tenido que pagar el pueblo palestino para conseguir que el mundo despierte.
Este acuerdo de paz no es, ni mucho menos, el final de la carrera. No es punto final, ni siquiera un punto y aparte. Es un momento para respirar, para reponer fuerzas, para que en Gaza puedan llorar a sus muertos, volver a lo que queda de sus hogares, empezar su duelo.
Para quienes estamos fuera, es un momento para reforzar la presión y seguir exigiendo la ruptura total de todo tipo de relaciones con el régimen colonial, genocida y de apartheid de Israel, y con todo lo que representa.
Este acuerdo de paz no es, ni mucho menos, el final de la carrera. No es punto final, ni siquiera un punto y aparte. Es un momento para respirar, para reponer fuerzas
Estamos ante un momento clave en la historia de la humanidad, en el que nos jugamos qué modelo de gobernanza global queremos: si uno basado en privilegios para algunos o en derechos para todas.
Aquí, en el Estado español, gracias a la impresionante movilización popular, se han conseguido dar pasos en la dirección correcta. La votación del pasado miércoles en el Congreso es muestra de ello, pero aún queda mucho camino por recorrer para conseguir lo que queremos: un embargo de armas integral y una ruptura total de relaciones.
Muestra de que aún queda mucho camino son los incontables barcos que siguen transitando por nuestras aguas —como el Marianne Danica o el Overseas Santorini—; la presencia de empresas como Enlight Israel, que se lucran de la ocupación ilegal y contribuyen al greenwashing israelí; o la recién inaugurada Cámara de Comercio entre España e Israel, en cuya página web podemos leer aberraciones como que “Israel ha sabido transformar sus limitaciones geográficas e históricas en recursos y fortalezas”.
No es menos bochornoso que la imagen de portada de la página web del ICEX en Israel sea la foto de la cúpula de la mezquita de Al Aqsa, situada en Jerusalén Este, ilegalmente anexionada por Israel.
Es absolutamente inaceptable que un Gobierno que aprueba un paquete de “sanciones”, entre las que se incluye la denegación de licencias de tránsito, siga permitiendo el paso de barcos por nuestras aguas y el uso de nuestros puertos a buques que son —y han sido— el sostén logístico del genocidio.
Es una vergüenza que, mientras apruebas medidas para, supuestamente, romper el comercio con los asentamientos (como si existiera algún comercio legítimo con un régimen de apartheid), uses como imagen de tu propia oficina de comercio en Israel símbolos de la Palestina ocupada.
Es inaceptable que un Gobierno que aprueba un paquete de “sanciones”, entre las que se incluye la denegación de licencias de tránsito, siga permitiendo el paso de barcos por nuestras aguas
Solamente podremos sanar las heridas y hablar de un proceso de reparación y rendición de cuentas si apostamos por una ruptura total con el genocidio, el apartheid y la ocupación ilegal, y con las estructuras racistas, capitalistas y militaristas que los sostienen.
Hay que cortar por lo sano para tejer nuevas redes, nuevas alianzas que conformen una nueva manera de relacionarnos entre nosotras y con el mundo. Mantener cualquier tipo de relación con Israel —ya sea deportiva, cultural, académica, diplomática, y por supuesto económica o militar— no puede formar parte de ese nuevo futuro que anhelamos.
Ahora que, por fin, hemos despertado, no podemos dejar de soñar. Como decía Silvia Federici, dejar de protestar es un lujo que no nos podemos permitir.
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