Feminismos
Girls, retrato de una generación orgullosamente imperfecta

La serie “Girls” genera sentimientos encontrados. Su perspectiva feminista y generacional merecen, al menos, un segundo visionado para terminar de saber si lo que hay tras Dunham es una inaguantable frivolidad demócrata-clintoniana o una especie de reconfortante populismo millenial-progresista.

Girls
Fotograma de la serie 'Girls' (2012), HBO.
18 sep 2017 10:18

El proyecto personal e innovador de Lena Dunham para HBO supone un importante cambio en el paradigma televisivo de series para menores de 30 años. Las creaciones verosímiles, pero no reales, dejan paso a un estilo que reivindica la imperfección.

Con Girls abandonamos el progresismo de salón tipo How I Met Your Mother, con relatos circulares y románticos, para abrazar una historia que empieza con la invitación de los padres de Hannah a toda una generación. La generación del bienestar y la seguridad nos invita a un mundo de futuro laboral incierto y profunda insatisfacción en los proyectos de desarrollo personal. El resto de la serie avanza de forma errática, con el cuerpo de la protagonista como metáfora narrativa. La amistad no funciona, los no amantísimos padres tienen problemas y la ciudad es un sitio al que deseamos tanto como odiamos.

La gente joven es como esa ropa barata de outlet con taras y esto, parece no ser un insulto sino puro arte. El cuerpo de Dunham es un cuerpo que se puede asumir; la mezcla entre rasgos femeninos marcados y tatuajes, ropa descuidada y ancha, pero de diseño tipo Zara, junto con el pelo corto son un canto al género. Esta generación es profundamente identitaria, necesita reconocerse en la diferencia y también por eso, la gestión de lo LGTBi en el guión, a través de Elijah, niega lo normativo.

Si algo hay que alabar de la producción es su tratamiento del trabajo y la maternidad. Los personajes tienen perfiles laborales nada definidos inclinándose por las ocupaciones creativas y los periodos ociosos, lo que en principio podría parecer un elitismo hedonista, pero que termina canalizándose en una renuncia a lo profesional como medio de dignificación del sujeto. Realmente no terminamos de saber muy bien lo que hacen personajes como Jessa o Marnie, más allá de fumar salvia al despertar. En el caso de Hannah, su inicial labor como articulista conecta con esa nueva forma de trabajar online alejada de la oficina donde el obrero se empodera como nunca antes de los aspectos organizativos, precisamente este inicio transgresor deja la puerta abierta al final docente como una puerta abierta a la esperanza.


La maternidad se presenta, acertadamente, como un proceso exclusivamente femenino y no por ello desprovisto de responsabilidad paterna porque es decididamente solitario. Entender la maternidad como un proceso de dudas y de miedos, no idealizado, le dota de un especial contenido decisional. Hannah renuncia al aborto clandestino que le propone el médico (con el que tiene un breve intercambio sobre el Obamacare) para engordar y sufrir, en un embarazo no deseado, nada deseado a los 27 años, que es conocido gracias a una deselegante infección de orina. Así es la venida al mundo para los hijos de la Generación Y, una combinación entre deseo desbocado y voluntad femenina.

Por contra, los dos aspectos más debatibles de la serie son su proceso de identificación de rasgos en los personajes femeninos y su frivolidad dramática. La mujer orgullosamente desequilibrada e intensa, que cae mil veces en las manos del tío equivocado, a la que le gusta sufrir porque así se siente viva, corre el riesgo de resbalar hacia la debilitación natural de lo femenino. Incluso en la figura materna de Hannah, una adicta que reniega de ser abuela como estado deseable, a la que su marido ha dejado declarando su homosexualidad, se plasma esa frivolidad occidental cotidiana (con un uso no ostentoso, pero continuo de las drogas). La impactante frase de Adam en la segunda temporada (“creo que las mujeres están atrapadas en un vórtice de culpa y envidia entre ellas que les impide ver las situaciones claramente”) es dolorosamente aclaratoria de este punto.

En realidad, todo lo anterior, es una introducción para llegar a las implicaciones políticas de Girls. Ermie, el comunista muerto en la sexta temporada, presentado como pieza de anticuario, parece indicar que los millenialls perciben al socialismo como un ideal artístico, mientras que su forma política de actuar es profundamente cultural y postmoderna. La reconversión de lo tosco y del feísmo en arte es una negación misma del marxismo, quien se revindicó en lo indie sin necesidad de reincorporarse al sistema. Girls es el reflejo de la desregulación moral y pretende encontrar en la ausencia de sentido vital un sentido generacional mismo. ¿La generación millenial no se encuentra? Ciertamente no solo ellos, los personajes mayores tampoco lo hacen. Es el mundo de la abundancia el que no se encuentra, el que no se entiende ni se acepta.

El papel de lo digital en el proceso de democratización de la opinión pública es un tema recurrente de los diálogos, con una orientación marcadamente populista. En medio de una entrevista, llega a afirmar la protagonista, que a ella todo le importa una mierda aunque tiene una opinión para todo, incluso para temas sobre los que está desinformada. Nunca antes tantos opinaron tanto sobre tantas cosas. 

Es controvertido apostar por Girls, pero es necesario. Necesario porque, aún a pesar de la imagen errónea que aporta de la mujer, su forma de relatar la maternidad junto con el posicionamiento en el debate del abuso sexual, puede llegar a compensar lo que, entendemos, es una concesión artística. Y necesario porque la generación imperfecta y sinsentido es la generación de la ruptura con el relato de la respuesta capitalista a la vida, por eso ahora nacen series donde nadie se reencuentra con nadie, donde los amigos dejan de serlo y donde las relaciones personales son oscuras y huelen a café quemado mientras miras el Facebook. 

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