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Crisis climática
¿Es posible el 1,5ºC?
El sector eléctrico (que en 2017 supuso el 22% de las emisiones españolas) es fácilmente reconvertible en el corto plazo a renovable, especialmente en nuestro país.
La Cumbre del Clima de Katowice que se está celebrando estos días tiene un reto central e ineludible: el compromiso de la comunidad internacional para que la temperatura del planeta no crezca por encima del 1,5 ºC. O como mucho, de los 2 ºC de los que hablaba el Acuerdo de París. ¿Por qué esta cifra? Porque si mantenemos el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), los informes científicos auguran que en doce años habremos perdido la oportunidad de cumplir con el objetvo del Acuerdo de París. De hecho, los compromisos presentados por los países hasta la fecha nos condenan a un aumento de la temperatura superior a 3,4 ºC. Y las consecuencias ambientales y sociales pueden ser devastadoras. Un ejemplo llevado a nuestro terreno: de no corregirse esta tendencia, dos tercios de la península ibérica podrían convertirse en una zona desértica o semidesértica. Ahí es nada.
Así que digamos que el 1,5 ºC, más que un reto, es un imperativo. Una exigencia científica y social. Pero también, un debate desoído. Porque aunque el prestigioso informe científico del IPCC advirtiera el pasado otoño de la urgencia de esta cifra, la inmensa mayoría de los países están a por uvas. Se trata, por tanto, de una encrucijada de las buenas: ¿habrá acuerdo entre las grandes potencias? ¿Se compremeterán a tener más ambición? ¿Se establecerán mecanismos para materializar el descenso drástico de GEI que permita frenar el calentamiento global?
Todo puede pasar en estos dos últimos días de conferencia internacional, aunque no parece que la situación sea muy halagüeña. Con el grupo de países liderado por Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudí bloqueando las negociaciones, el 1,5 ºC o incluso los 2 ºC parecen una quimera. Aun y con todo, los pequeños países insulares, muchos países europeos y, sobre todo, la sociedad civil pueblan el recinto de las negociaciones de la ciudad carbonera polaca para exigir ese grado y medio. ¿Es esta una exigencia realista y factible? No nos engañemos, la cosa está muy malita. Pero seamos optimistas, el 1,5º sí es posible. Veamos cómo, porque no todas las opciones que se están dando son válidas.
Para empezar, no se trata solo de no emitir GEI, algo completamente imposible a día de hoy. Se trata de reducir emisiones pero también de compensar aquellas que emitimos con otros procesos que generan sumideros de CO2. Es decir, fomentar procesos naturales de captación de estos gases para compensar las emisiones perjudiciales con procesos beneficiosos. Y aquí empieza el primer escollo.
Algunas soluciones tecno-optimistas (y que no responden a criterios científicos) están siendo desarrolladas e impulsadas por las grandes compañías eléctricas y países como Estados Unidos y Arabia Saudí entre otros. Según estas posturas, no habría problema en emitir las aproximadas 500 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente (de 420 GtCO2 a 570 GtCO2 dependiendo del modelo) de emisiones que con toda probabilidad provocarán un aumento desmesurado del calentamiento global. La razón que esgrimen es que existen métodos tecnológicos o científicos que pueden aplacar dichas emisiones (lo que se conoce como el ‘carbon removal’). Se trata de hacer de manera artificial lo que los ecosistemas hacen de manera natural, ya que la naturaleza no da a basto para realizar esos procesos al ritmo de emisiones de nuestro modelo de desarrollo.
Dentro de este grupo de soluciones podemos encontrar las consideradas soluciones asociadas a procesos industriales (captura del almacenamiento de carbono, cultivos bioenergéticos) y soluciones que plantean la manipulación de sistemas terrestres a escala planetaria (geoingeniería). Y aunque todas ellas merecen un análisis detallado y pormenorizado, no pecamos de simplistas si afirmamos que todas son ineficaces desde el punto de vista técnico y científico, que suponen un despilfarro económico y tienen muchas papeletas de agravar muchos de los problemas medioambientales que ya tenemos. Ni siquiera nos aseguran el pan para hoy del hambre que podemos pasar mañana.
De lo que sabemos de las diferentes técnicas de captura y almacenamiento de carbono (bien coger el CO2 y meterlo en el subsuelo como están experimentando en Noruega, bien usar el CO2 como fertilizante para algas que lo incorporen en sus ciclos o bien capturar el CO2 en aplicaciones energéticas de biomasa) ninguna ha demostrado su viabilidad. El proceso más conocido, el White Rose (que costó al Gobierno británico más de 100.000 millones de libras con ayudas, gran parte de ellas europeas) debería servirnos de escarmiento. Un proyecto que, tras no demostrar su efectividad, tuvo que cerrar por ser inviable técnica y económicamente.
En cuanto a la geoingeniería, sus dos técnicas principales se deben encuadrar más en la fe ciega en la ciencia que en el tecno-optimismo.
Por un lado, el manejo de la radiación solar busca modificar la cantidad de luz que refleja la tierra mediante la construcción, por ejemplo, de miles de espejos y placas solares. Una propuesta que decenas de estudios ya han advertido que, además de ineficiente, tiene enormes costes e implicaciones relacionadas con la ocupación del terreno.
Por otro lado, la ‘siembra atmosférica’ propone dispersar enormes cantidades de partículas a la atmósfera que reflejen la luz del sol para que llegue menos radiación solar al planeta. ¿Problemas? La verdad es que muchos: desde las ingentes cantidades de dinero y energía que tendríamos que destinar en emitir partículas, hasta el breve tiempo que se ha demostrado que las partículas se mantienen en la atmósfera, pasando por el tremendo problema añadido cuando las partículas desciendan ya que provocan un aumento de la temperatura a mayor velocidad. Aun y con todo, ya se sabe que el ejército español lleva desde los años 50 experimentando con la siembra de nubes, algo que de momento no les ha funcionado.
No necesitamos nuevas soluciones, solo ambición
Ante este panorama, entonces, ¿hay alternativas? La cosa no pinta bien, pero las soluciones existen y hay muchas propuestas sobre las mesas de debate que se están impulsando desde diferentes ámbitos. Hace dos días, representantes de CLARA (Climate Land Ambition and Rights Alliance) lo decían sin tapujos en un encuentro de la sociedad civil en Katowice: sí, se puede, existen medidas viables que obligan a interrelacoinar el desarrollo sostenible con la equidad y la justicia social. Cualquier otro camino hará imposible el cambio.
Para acercarnos al cómo, seamos realistas: los países del Norte Global debemos reducir en la próxima década y hasta 2030 nuestra intensidad de carbono en un 7% anual. Digamos que el resto de países también tienen que comprometerse en esta reducción, pero por una deuda ecológica adquirida, no se les puede exigir semejante porcentaje. Y tenemos básicamente dos formas de llevarlo a cabo: incrementando las renovables en el mix energético y reduciendo la demanda.
El problema es que ese 7% es un porcentaje importante y no vale con tomar medidas puntuales que vayan a favor de la sostenibilidad. Necesitamos, y es urgente, un cambio estructural en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
El sector eléctrico (que en 2017 supuso el 22% de las emisiones españolas) es fácilmente reconvertible en el corto plazo a renovable, especialmente en nuestro país. Aumentar la energía solar, desarrollar la geotérmica y la solar térmica y enfocar la hidroeléctrica como sistema de respaldo y de gestión de la red, sin olvidar su importante papel en los ecosistemas, nos ayudaría a garantizar la seguridad energética de todo el territorio.
Además, habría que reducir un tercio nuestra demanda energética total. Se puede hacer, por ejemplo, mejorando el aislamiento de viviendas y edificios (se estima que esto reduciría hasta un 40% de la demanda de energía) y reduciendo la demanda neta del transporte. El transporte provocó el 26% de las emisiones en 2017, de donde el interurbano y el de mercancías por carretera fueron grandes responsables. De ahí la insistencia de organizaciones como Ecologistas en Acción de apostar por planes de movilidad sostenible, recuperación de trenes eficientes de calidad, desplazamientos colectivos, etc.
Otro sector de donde reducir las emisiones de CO2 y que, además, es crucial para combatir el calentamiento global es la agricultura. Debemos cambiar de un modelo que es eminentemente emisor (en 2017 generó el 11% de las emisiones) a otro en el que la agricultura funcione como sumidero. Porque, atención, ¡la agricultura puede ser beneficiosa para clima! El cómo: moratoria a la industrialización, poner fin a proyectos de macrogranjas, cultivos de transgénicos, utilización de pesticidas y fertilizantes… y transición hacia la agroecología. El objetivo debe ser que para 2030 la mitad de la agricultura en nuestro país sea agroecológica.
Por su parte, el sector residuos también tiene una función importante. Para 2030 necesitamos garantizar la plena separación de materia orgánica de nuestras basuras. Porque los beneficios del compost de calidad son inmensos, ya que permiten regenerar la materia orgánica en los suelos. Esa materia orgánica tiene una enorme capacidad de fijación de CO2 en los suelos y además se puede utilizar como biogas y ahorrar energía de otros lados para actividades tan cotidianas como cocinar o calentarnos.
Terminamos con la industria, donde lo más importante es la planificación. Si tenemos que reorganizar nuestro modelo de desarrollo (no ya porque queramos sino porque no nos queda otra) es necesario tomar decisiones importantes. En esta planificación será necesario que muchas industrias energéticamente intensivas desaparezcan o se transformen, porque no va a haber energía renovable suficiente para todas. Como sociedad, entonces, deberemos priorizar aquellas industrias que son útiles y responden a necesidades humanas reales (como la industria de las placas solares, la medicina) y qué industrias pueden ir desapareciendo (las armas o el automóvil como vehículo privado).
Se trata de un camino que no es sencillo pero sí es posible y que sobre todo, exige un fuerte compromiso de toda la comunidad internacional. Pero como parece que gobiernos y grandes empresas no están por la labor de asumir esta responsabilidad, no nos queda otra que desde la sociedad civil seguir presionando para que el cambio sea posible. Se trata del ya. Y se trata del ahora.