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Crisis climática
Por qué necesitamos un New Deal Verde europeo
Si el socialismo en un solo país era una quimera, también lo será la idea de una transición ecológica en un solo país. Para hacerlo funcionar, el New Deal Verde tendrá que internacionalizarse.
El daño causado por la contaminación del aire está siendo comparado con los efectos del tabaco. Según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación del aire supone la mayor amenaza medioambiental para la salud global en 2019, matando a siete millones de personas prematuramente cada año, lo cual es similar al número de muertes causadas por los cigarrillos.
No sorprende que una broma común sobre la contaminación del aire en la India contemporánea diga que “vivir en Delhi es como fumarse 50 cigarrillos en un día”. O que un chiste en China incluso sugiera formas de afrontar la contaminación del aire en la forma del mejor Groucho Marx: “Terapia individual: ponte una máscara. Terapia familiar: compra un seguro médico. Si tienes dinero y tiempo: vete de vacaciones. Si eres de clase baja: emigra. Terapia nacional: espera que venga el viento”.
Por desgracia, como suele pasar con el humor negro, el chiste es una realidad. Cuando en enero de 2017 China anunció por primera vez la alarma de niebla de nivel rojo a escala nacional, evitar el humo se convirtió pronto en una tendencia y cientos de miles de chinos empezaron a viajar al extranjero durante los meses de invierno —cuando la contaminación es crítica— específicamente para escapar de la contaminación atmosférica. Al mismo tiempo, aquellos que no tienen los medios para escavar tienen que quedarse con máscaras y literalmente esperar al… aire.
Cuando oímos o leemos sobre la contaminación del aire, inmediatamente pensamos en India o China. Pero la tasa de mortalidad por la contaminación atmosférica en Hungría resulta ser la segunda más alta del mundo, justo por detrás de China. Hasta 10.000 personas mueren prematuramente en el país cada año debido a enfermedades vinculadas a la contaminación del aire.
En 2018, la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) publicó un informe que mostraba que la contaminación del aire causa casi 500.000 muertes prematuras en Europa cada año. El informe advertía que el efecto sobre la salud era peor en países de Europa del Este que en China e India.
Ciencia ficción china, ¿la realidad de Europa?
Hace solo unos años habría sonado grotesco comparar el presente de Europa con la ciencia ficción china: ¿cómo podría una fantasía sobre el futuro proveniente de la China actual estar contándonos una historia sobre el propio destino de Europa? Pero, para entender la actual catástrofe ecológica europea, es útil acercarse a uno de las mejores escritoras de ciencia ficción contemporáneos de China, Hao Jingfang y su Entre los pliegues de Beijing.
Retrata un Beijing futuro que está dividido en tres clases sociales, cada una de las cuales viven en una superficie física diferente de la ciudad. Lo que describe Entre los pliegues de Beijing es una distopía contaminada en la que el protagonista trabaja en el procesado de residuos y pertenece a la tercera clase. La luz solar es tan escasa que se raciona en base a la clase económica. La tecnología y la automatización sirven a los ricos que viven en un primer espacio con aire fresco, mientras que los pobres viven literalmente en y de la basura.
Es una representación realmente inquietante de un futuro donde los mundos están literalmente separados —incluso el mismo tiempo es dividido y repartido cuidadosamente para las clases separadas— como un tipo de “realidades paralelas”, que están, sin embargo, interconectadas y son parte de la estructura del mismo mundo que sirve a los que viven en el primer espacio.
Como en toda buena ciencia ficción, esta historia no describe tanto un futuro distante, sino un mundo que ya se está desplegando bajo nuestros pies. Pero ¿y si Entre los pliegues de Beijing no está sólo atendiendo a las desigualdades sociales actuales en China y a su rápido desarrollo hasta su conclusión lógica para retratar un futuro inevitable si las tendencias actuales continúan? ¿ Y si puede representar la catástrofe ecológica y el colapso medioambiental actuales de Europa?
En los últimos años ya nos hemos acostumbrado a las fotos del esmog de Beijing como uno de los peores lugares en cuanto a calidad del aire del mundo. Pero estos días estamos siendo testigos de imágenes parecidas de Serbia, Macedonia, Bosnia y Herzegovina, Rumanía, Bulgaría, Hungría y otros países europeos menos desarrollados.
A finales de enero de 2019, 1,7 millones de habitantes de Belgrado, la capital serbia, se despertaron por la mañana para encontrarse en la ciudad más contaminada del mundo. Ese día, en una ciudad y un país con protestas antigubernamentales continuas y crecientes, los activistas del movimiento social Don’t Drown Belgrade (No ahoguéis Belgrado) enviaron una máscara de gas al alcalde con un sencillo mensaje: “Pronto todos necesitarán una máscara de gas”.
Aire fresco en el oeste, máscaras en el este
Y aquí llegamos desde Entre los pliegues de Beijing a “Entre los pliegues de Europa”. Hay una aguda división en la calidad del aire entre el oeste y el este de Europa. Incluso la revista Forbes la denominó recientemente “el nuevo telón de acero”. Pero aparte de nombrar los motivos de esta contaminación del aire, como el carbón marrón como principal fuente de energía de los países postcomunistas, Forbes no mencionó el verdadero origen del problema.
El problema no es tanto que los países de Europa Oriental —la exYugoslavia y los estados del Bloque del Este— no estén lo suficientemente “desarrollados”. El problema es que la arquitectura actual de la Unión Europea está en realidad basada en una profunda y creciente división entre el centro (Europa Occidental) y la periferia (Europa Oriental). Sin el Este subdesarrollado, el Oeste no podría realmente pasar por esta “transición verde” o lo que los alemanes llamarían Energiewende.
Si alguna vez fue tangible que Europa se está transformando rápidamente a sí misma en una distópica “Entre los pliegues de Europa”, con diferentes espacios de calidad del aire dependiendo de si perteneces al centro o a la periferia, a los ricos globales o a los pobres globales, entonces fue con la actual prohibición del diesel en Alemania –y sus consecuencias para el este.
La prohibición misma, por supuesto, es un desarrollo en la dirección correcta, pero no resuelve el problema ecológico y económico más profundo que va más allá de las fronteras nacionales. Aunque Alemania está en este momento, como uno de los países más desarrollados de Europa, atravesando su “transición verde”, esto tiene consecuencias medioambientales y sanitarias devastadoras para el resto de la Unión Europea.
A finales de enero, cuando los niños en Bélgica estaban protestando contra el cambio climático, se hizo más claro que nunca que no puedes simplemente “deslocalizar” o “exportar” la contaminación del aire mientras que al mismo tiempo los colegios estaban cerrados en Macedonia debido a niveles extremadamente altos de contaminación atmosférica. Ya en diciembre de 2018, dos ciudades de Macedonia –la ciudad occidental de Tetovo y la capital, Skopje- fueron nombradas por el Índice de Calidad de Aire Europeo como las ciudades más contaminadas de Europa.
En otras palabras, Europa Occidental está literalmente exportando “contaminación del aire” a la periferia de la UE. Según Handelsblatt, de Alemania, la exportación de coches diésel usados alemanes aumentó hasta 233.321 en 2017, un 18% más que el año anterior. Aunque la principal exportación es todavía a Francia, Austria e Italia, un número significativo fue a Europa Oriental: 11.841 fueron a Hungría, 9.439 a Eslovaquia y 10.899 a Rumanía. En 2017, la importación de coches diésel de segunda mano desde Alemania a Croacia aumentó un 89%.
Pero de nuevo, esta vez explícitamente, el planteamiento de la historia fue una típica negación del verdadero problema. El periódico alemán llevaba el título “El apetito de Europa Oriental por los sucios y viejos diésels”, como si la gente Hungría, Serbia, Macedonia, Bosnia y Herzegovina, Rumanía y Bulgaria no fuera a estar contenta con un Energiewende y no prefiriera respirar aire fresco en vez de… llevar máscaras de gas.
“No hay transición verde en un solo país”
Lo que esta realidad de “Entre los pliegues de Europa” –menos ciencia ficción, más realismo capitalista- hace cada vez más evidente es que la solución a los problemas universales de hoy (como el cambio climático o el colapso medioambiental) no puede estar en soluciones que ya están distribuidas de acuerdo a las diferentes realidades o “categorías” de la Europa contemporánea: “transición verde” para el Oeste, diésel para el Este.
Este “desarrollo desigual” no se manifiesta sólo en la marcada división entre el centro y la periferia, que se hace tangible con la contaminación atmosférica; es al mismo tiempo una profunda división de clase dentro de las sociedades, como se visibilizó con las protestas de los Chalecos Amarillos en Francia, donde eran –una vez más- los pobres quienes estaban destinados a pagar los costes de la “transición verde” a través de un “impuesto al carbono”.
Lo que se está haciendo más obvio cuando nos enfrentamos a los recientes informes sobre un completo colapso medioambiental planetario es que la “transición verde” para los ricos, y la catástrofe ecológica para los pobres, no es una solución si queremos tener un planeta habitable.
Por ello la externalización de la contaminación atmosférica o un simple “impuesto al carbono” como insuficientes e inherentemente “desiguales” respuestas a la necesidad de Europa de una urgente “transición verde” –quizás incluso “transición” es la palabra equivocada- no pueden representar la solución adecuada para un problema planetario mucho más profundo. Necesitamos una completa desinversión en carbono que redirigiría las inversiones energéticas desde los insostenibles combustibles fósiles a la energía limpia y renovable.
Si alguna vez estaba claro que necesitamos un New Deal Verde, es hoy. Y en 2018 esta urgencia ha sido finalmente reconocida a ambos lados del Atlántico, con el impulso al nuevo New Deal Verde por parte de demócratas progresistas alrededor de Alexandria Ocasio Cortez en Estados Unidos, y en el otro lado del Atlántico por DiEM25, con su New Deal Verde que supone un plan de inversión masiva de 500.000 millones de euros al año sin aumentar impuestos, llevando a una genuina “transición verde” sin “desarrollo desigual”.
Parafraseando la famosa lección del siglo XX de que “no hay socialismo en un solo país”, el lema del New Deal Verde para el siglo XXI debería ser: “No hay transición verde en un solo país”.