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Crisis climática
No hay justicia climática en las elecciones de 2024
En 2024 la mitad de la población mundial podrá votar en elecciones nacionales o regionales, en lo que será el año con más elecciones de la historia. Estos comicios tienen lugar en un momento de disminución de la confianza en la democracia y en las instituciones que surgen de los procesos electorales. La desconfianza está justificada, ya que décadas de apoyo popular a la justicia social e incluso a la acción por el clima han sido rechazadas, repudiadas y frustradas por partidos políticos y gobiernos en nombre del poder económico, y esto se repetirá este año. El movimiento por la justicia climática debe actuar.
En 2023 volvimos a batir el récord de emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y registramos el año más caluroso de la historia. En ninguna de las elecciones de este año se presentarán soluciones a esta situación catastrófica, ya sea por servicio directo al capitalismo fósil o por miedo político. Estos hechos convierten la democracia actual en un ejercicio de teatro que conduce a la elección de parlamentos-simulacros, impedidos por voluntad propia y por la forma en que fueron diseñados de resolver la situación catastrófica en la que vivimos, en nombre de la “estabilidad”.
En 2024 habrá elecciones en Pakistán, Indonesia, Bielorrusia, Senegal, Irán, Portugal, Rusia, Corea del Sur, Panamá, Lituania, México, Bélgica, Ruanda, Mozambique, Uruguay, Estados Unidos, Austria, Croacia, India, Namibia, Sudáfrica, Venezuela, posiblemente el Reino Unido y para el Parlamento Europeo. Más de 3.000 millones de personas tendrán, al menos teóricamente, la oportunidad de votar para cambiar algo. Pero no tendrán la oportunidad de votar para detener el camino hacia el caos climático. El giro hacia la derecha y la extrema derecha siempre iba a estar ahí cuando la degradación social y medioambiental se hiciera más evidente, y sólo va a empeorar en los próximos años.
Ninguna elección, ningún partido propone nada que sea compatible con lo que se necesita
Una de las muchas razones para desconfiar de la democracia es el catastrófico estado del debate sobre la justicia climática. En la mayoría de los países habrá quienes empujen la cuestión del cambio climático bajo la alfombra, eliminando del debate la mayor crisis de la historia de la humanidad. En otros, donde el tema está presente, se están formando dos grandes polos. Por un lado, el negacionismo o negación de cualquier acción relevante, que corresponde en Europa y Estados Unidos a la alianza de los conservadores con la extrema derecha. Por otro, los remiendos y los negocios climáticos, que corresponde a la alianza del centro con los verdes y la izquierda.
La razón por la que el estado del debate sobre la justicia climática es catastrófico es simple: sea cual sea el resultado de un debate en este sentido, el resultado necesario sería la catástrofe, el caos climático.
El afán de la izquierda por aliarse con el centro para tratar de evitar gobiernos en los que participe la extrema derecha no hará sino alimentar el atrincheramiento de ésta en las sociedades, como han puesto de manifiesto los últimos años. Al abdicar de los programas de transformación radical de la sociedad mientras ésta se derrumba, la izquierda ha cedido el sentido de “alternativa” a la extrema derecha.
Es irrelevante lo apasionadas que sean las palabras y lo gritadas que sean las promesas de compromiso con la acción climática. Hace muchos años que sabemos lo que hay que hacer para detener la crisis climática: reducir el 50% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero para 2030, tomando como base las emisiones de 2010. En los países ricos del mundo, es mucho más que eso. Ninguna elección, ningún partido propone nada que sea compatible con lo que se necesita. El resultado de las elecciones que tendrán lugar en 2024 en teoría es un mandato que durará 4 o 5 años, terminando a uno o dos años de 2030. Al no presentar programas que sean compatibles con la reducción de la mayoría de las emisiones en este periodo, lo que los partidos nos están diciendo es que rechazan la ciencia climática y esperan que la física, la química y la biología se acomoden a su defectuoso análisis político.
La polarización entre extrema derecha y extremo centro, la que se perfila en la mayoría de las elecciones de este año, es un apaño político para el suicidio civilizatorio a causa de la crisis climática
El movimiento por la justicia climática se encuentra en una situación peculiar. Por un lado, tiene el impulso de pedir o proponer algo a los partidos con los que simpatiza, aunque se nieguen a asumir la emergencia climática y a hacer lo necesario. Por otro lado, no puede contemplar desde la barrera estas elecciones, en las que pueden participar miles de millones.
Los periodos electorales son momentos en los que se producen pequeñas rupturas hegemónicas en la sociedad, sólo para que poco después todo siga más o menos igual, con nuevas caras continuando el negocio del capitalismo. El movimiento por la justicia climática debe intervenir activamente en las elecciones para dejar bien claro que no hay ningún programa de justicia climática en las papeletas, para dejar claro que no sólo las soluciones a la crisis climática no están en las papeletas ni en los debates, sino que estas soluciones están siendo activamente rechazadas por el aparato político y mediático. Debe intervenir para dejar claro que, sea cual sea el resultado, el rumbo hacia el caos no se habrá visto alterado por una nueva coloración política.
La polarización entre extrema derecha y extremo centro, la que se perfila en la mayoría de las elecciones de este año, es un apaño político para el suicidio civilizatorio a causa de la crisis climática. No hay sobre la mesa ninguna política de transformación industrial y económica justa. Es imprescindible un campo antisistema por la justicia social y climática que denuncie y se oponga al debate suicida entre el centro y la extrema derecha, y construirlo es una de las tareas más urgentes del movimiento por la justicia climática.