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Crisis climática
El cambio climático pone en peligro la selva ancestral de Canarias
“Visto desde dentro parece muy verde, pero desde fuera, si te fijas, no es un bosque verde. ¿Ves que están todas las copas sin hojas? ¿Ves la cantidad de madera muerta que asoma? Todo eso no es normal, todo eso es un bosque enfermo”. Estamos en la isla de La Gomera, una de las más pequeñas de las Canarias, en la misma latitud que el Sahara Occidental. La calima, viento cargado de arena del desierto, espesa el aire, una situación a la que se suma, quizás, la mezcla con las cenizas del volcán de Cumbre Vieja, aún en erupción en la isla vecina. Entre las áridas montañas y sus matorrales crasos, algunos paisajes de La Gomera podrían asimilarse a un desierto, seco.
Nada deja adivinar lo que se esconde en sus cumbres que traspasan los mil metros: una selva, verde y fresca. Este bosque subtropical, la laurisilva canaria, debe su existencia al microclima creado por los vientos alisios que lo mantienen húmedo. Un fenómeno que podemos encontrar en otras islas Canarias, en Madeira y en las Azores.
Pero es aquí, en La Gomera, donde el ecosistema está mejor preservado. “La laurisilva es una selva de nieblas”, describe Jacinto Leralta Piñán, guía del Parque Nacional de Garajonay, declarado Patrimonio de la Humanidad.
“Son selvas relícticas, ancestrales; selvas que hace cinco millones de años ocupaban toda la cuenca mediterránea. Quizás hasta tan al norte como París”. A través de los siglos, la laurisilva ha reculado en el continente debido a la evolución natural del clima. Pero hoy en día, este bosque más antiguo que nuestra existencia se encuentra amenazado por el calentamiento global provocado por la actividad humana.
Árboles sin vida
Cuando se penetra en la laurisilva por primera vez, los ojos neófitos solo ven la belleza de esta selva misteriosa poblada de laureles y helechos, de ramas torcidas recubiertas de musgo y líquenes, de troncos centenarios. Pero rápidamente se pueden ver las señales de un ecosistema enfermo: las hojas colgando hacia abajo, una gran cantidad de árboles muertos y demasiada luz que penetra por sus copas. “No es normal que entre tanta luz”, prosigue el guía. “Estamos en una zona donde las copas están hechas un desastre. Están todas secas… Este árbol está muerto, ese otro... y este, también muerto”. Jacinto no da tres pasos sin señalar un tronco sin vida mientras se adentra en este bosque heredado de la Era Terciaria.
“No hay ningún lugar en el continente donde existan tantas especies de fauna y flora que tengan un estado tan disminuido”, lamenta el director del parque nacional
Esta parte del monte lleva como mínimo treinta años “desvitalizada”. ¿Por qué? “Por los cambios, claro. Cada vez está lloviendo menos, los veranos son mucho más tórridos, está haciendo mucho menos frío que antes, con lo que habrá más plagas… Es lo que está pasando a nivel global en el planeta. Por la dinámica atmosférica, eso es como un tren que va a 180 kilómetros por hora: tú no lo paras de repente. Eso lleva una inercia”. Jacinto relata así cómo la crisis climática está afectando a este ecosistema, a lo que añade con exasperación: “En septiembre ha llovido un litro en esta zona, que es un monte, una selva. No es nada, ¡nada!”.
En este principio de otoño, el monte tiene sed. Hace ya cinco años que la sequía afecta la isla. Las precipitaciones decaen de 3,5% cada año y las temperaturas suben. El año 2020 marcó, por primera vez, la desaparición de varios riachuelos. “Soy un optimista”, asegura Jacinto con una triste sonrisa, “pero también realista, y no creo que vuelva a llover como antes”. Con sus hojas perennes, esta selva y su microclima de primavera permanente podría llegar a convertirse en diferentes ecosistemas más áridos. Y también más propicios al fuego.
El 20% destruido en un incendio
En el 2012, un enorme incendio provocado quemó el 20% del Parque de Garajonay, que representa más del 10% de la superficie de la isla. Aún se pueden ver las secuelas. “Este incendio nos ha mostrado la fragilidad de este ecosistema. Fue un incendio producido en un año sequísimo, realmente increíble”, cuenta Ángel Fernández López, director y conservador del parque. “No hubo nieblas, ni hubo lluvia. Y, claro, para este ecosistema que está acostumbrado a la humedad, lo hace proclive al incendio. Una enseñanza es que estamos viendo que es un territorio muy pequeño, muy frágil, muy vulnerable. Con el cambio climático, si se agudiza, vamos a tener situaciones cada vez más frecuentes de este tipo de problemas”. Se trata de una inquietud compartida con los tres otros directores de parques nacionales de Canarias, que han advertido de los mismos síntomas.
Fuera de la zona protegida, en las laderas de las montañas gomeras, se pueden ver los restos del cultivo tradicional de terrazas. Unos terrenos vacíos que colindan con el monte, abandonados desde hace años por sus campesinos. Un problema más que se suma al cambio climático. “Con la cuestión del abandono rural, zonas que antes eran agrícolas y que, por tanto, eran zonas de control de incendios, ahora se convierten en vectores de incendio porque se llenan de vegetación muy inflamable”, explica el director. La paradoja está en que una vuelta a la agricultura local podría ayudar a preservar la laurisilva gomera, mientras que en gran parte del mundo agricultura y ganadería se han convertido en sinónimos de deforestación.
“Capital de la extinción”
Gracias a su formación volcánica, todo el archipiélago se considera un “punto caliente” de biodiversidad, con un gran número de especies endémicas. En la Gomera, se cuentan alrededor de cincuenta, 21 de las cuales están en peligro de extinción, según el Gobierno español.
“Tenemos una cantidad enorme de especies que están a punto de desaparecer aquí en Canarias”, lamenta Ángel. “Somos la capital de la extinción en Europa. No hay ningún lugar en el continente donde existan tantas especies de fauna y flora que tengan un estado tan disminuido. Por ejemplo, se encontró hace tres o cuatro años, aquí en La Gomera, una especie de la que solo conocemos un individuo. Y el caso se da para muchas especies.”
El Parque Nacional lleva a cabo un intenso trabajo de conservación de esta fauna y flora que ya solamente sobrevive en últimos refugios. Desde hace unos años se habla de incorporar nuevas zonas protegidas al perímetro del parque, que cuenta hoy en día con 4.000 hectáreas. Sin embargo, aunque se aceptase tal medida, el parque tendría que disponer de recursos suficientes para llevar a cabo su trabajo.
Según señalan algunos empleados, falta financiación, reclutamiento de jóvenes, y cada vez se subcontrata más a empresas privadas para las misiones de mantenimiento. “Los que nos dedicamos a la conservación parece también que estamos en vías de extinción”, ironiza Ángel. Al director, que se jubilará dentro de dos años, le gustaría tener a un sucesor al que trasmitir todos sus conocimientos y confiarle la misión de conservación. Pero, como para otros empleados del parque cuando llegue su jubilación, no hay certeza de que sea reemplazado.
Amenaza turística
Además del trabajo de conservación, el parque tiene también una misión de sensibilización. A los visitantes se les explica la fragilidad del ecosistema y la importancia de consumir productos gomeros. Pero el turismo representa otra amenaza más para la laurisilva. Este verano, el Gobierno de Canarias ha tenido que limitar el acceso de vehículos a ciertas zonas del parque para garantizar su conservación y evitar riesgos de incendio. Según señalan los guías, la crisis del coronavirus ha llevado a gente en búsqueda de naturaleza a la zona protegida en proporciones nunca vistas. En esta mañana, en temporada baja, dos autobuses llenos traen a los pasajeros de un crucero, un medio de transporte señalado por su contribución al cambio climático, hasta el centro de visitantes del parque.
“Todo esto que estoy contando no es asimilado fácilmente por la sociedad. Cada familia tiene sus preocupaciones, el día a día, los niños… No es un tema que tenga la prioridad en la política, en el mundo en general y en las islas, por supuesto”. El conservador del parque añade que la sola gestión forestal no puede detener el deterioro de esta selva de nieblas. Habla de cambiar los usos el territorio, con el abandono de la agricultura tradicional como uno de los ejemplos más emblemáticos: “No se puede estar pensando solamente que la agricultura es para producir, sino que tiene otros beneficios”.
“Vivimos de espaldas al territorio. Lo vamos a ver solo en verano, el día a hacer la excursión. Pero es el sistema productivo que hoy tenemos que influye en este fenómeno del incendio. Eso también se da en el sur de Francia, es un problema común en toda el área mediterránea, como un derivado del abandono”, conluye Ángel Fernández. “Tenemos una sociedad humana que produce incendios; la causa esta ahí”.