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Asier Otxoa de Retana Simón y Gorka Lazkano Murua han vivido en la cárcel seis y cinco años, respectivamente. Santiago Cobos estuvo 26 años de su vida. Otxoa fue procesado en el sumario Jarrai-Haika-Segi impulsado contra las organizaciones juveniles de la izquierda abertzale; a Lazkano le acusaron de colaboración con ETA; Cobos entró inicialmente en prisión por pequeños robos. Los tres se conocieron en la cárcel de Topas, en Salamanca, en la segunda mitad de la década del 2000. Durante unos años, ellos y otros presos crearon un estrecho grupo de convivencia, ganando a la cárcel un espacio para el disfrute y la afinidad.
La prisión es, a juicio de Lazkano, “la alfombra que tiene la sociedad para tapar las cosas a las que no quiere enfrentarse, y una máquina de triturar personas”. “La cárcel infantiliza al preso, robándole la capacidad de autogestión personal. Luego te expulsa de repente, diciendote ‘arréglatelas tú mismo’, y no puedes”, dice Otxoa. “Y crea seres apáticos porque lo tienes todo hecho o impuesto”, completa Cobos. Los tres conocen bien el sistema penitenciario.
Coincidisteis en la cárcel de Topas, en Salamanca. ¿Cómo fuisteis estrechando vuestra relación?
A. Otxoa: Nos encontramos en el tercer módulo, en el que además de Gorka estaban los ‘kides’ [presos políticos] Urko y Oti. A Santi me lo presentaron casi como un kide más. No es normal encontrar personas de tanta confianza en la cárcel fuera del colectivo de presos políticos.
S. Cobos: Antes ya había tenido relación con muchos presos políticos. Aprendí un poco de euskera incluso, e intentaba ponerlo en práctica. Luego te puedes arreglar mejor o peor, como en la calle, y en nuestro caso fue un flechazo [risas generalizadas]. Para cuando llegó Asier ya teníamos en marcha el chiringuito.
¿Qué era aquel “chiringuito”?
S. Cobos: Éramos una cuadrilla dedicada a las relaciones y a la convivencia. Creamos una amistad sin intereses ocultos, que en la cárcel no es nada fácil porque hay muchas necesidades. Fue en un momento tranquilo de la cárcel, sin aislamiento, sin palizas…
A. Otxoa: Durante unos tres años fuimos siete u ocho, tres o cuatro sociales y tres o cuatro políticos, con gente que entraba y salía. Esa era la lucha, crear un espacio para el disfrute en medio de aquel ambiente hostil. Teníamos una sala, era nuestro espacio de alguna manera. Después de compartir las vivencias de entonces, da igual pasar años sin vernos. Hay una conexión especial.
G. Lazkano: Creamos nuestro pequeño mundo. La cárcel no te va a dar nada, para sobrevivir tienes que construirte tu vida como puedas, y encontrar gente cercana que te acompañe en ese camino es un tesoro. Conocer a Santi además a mí me ha enriquecido, he conocido otra pelea dentro de la cárcel.
¿Los funcionarios se tomaron mal vuestra relación?
S. Cobos: Presos fugistas, que han organizado motines, miembros de ETA, independentistas vascos, estábamos todos juntos, imagínate.
A. Otxoa: Y además todo el día riendo. Lo pasamos bastante bien en aquellos años, a pesar de todo. También tuvimos momentos duros, pero en ese sentido me siento un privilegiado. Sobre todo a los carceleros más perros les jodía un montón.
El día de los atentados del 11M, en la cárcel de Villabona los funcionarios le comieron la cabeza a los presos sociales y prácticamente los organizaron para arremeter contra los vascos. Solo les dijeron que no utilizaran ‘pintxos’
El histórico preso de la Copel Pepe Villegas contaba cómo los funcionarios le habían amenazado: “Si sigues relacionándote con los vascos, lo vas a pagar”. Y decía que lo pagó. Santi, ¿a ti te han perjudicado este tipo de relaciones?
S. Cobos: En mi caso era diferente, porque para los funcionarios yo era peor influencia que los vascos [risas generalizadas]. Pero los intentos de generar hostilidad entre los presos políticos vascos y otros presos los he visto muchas veces. Recuerdo, por ejemplo, el día de los atentados del 11M en la cárcel de Villabona. Los funcionarios le comieron la cabeza a los presos sociales y prácticamente los organizaron para arremeter contra los vascos. Solo les dijeron que no utilizaran ‘pintxos’, ya que de lo contrario se corre el riesgo de perder el control.
A. Otxoa: Lo de cambiar a los sociales de módulo por relacionarse con nosotros, muchas veces.
Habéis mantenido vuestra amistad fuera de la cárcel.
A. Otxoa: Gorka no nos podía visitar después de salir de la cárcel, lo tenía prohibido. Yo salí después de dos años y medio, y Santi continuó en Topas.
S. Cobos: Por aquel entonces mantuvimos la relación por carta, mandándonos mensajes a través de familiares, preguntando los unos por los otros. Luego fue el traslado a la cárcel de Nanclares. El primer día de permiso que tuve para salir, vinieron a buscarme a la cárcel con un amigo mío. A partir del tercer grado nos hemos visto con frecuencia. Me sirvieron de orientación al salir. Gorka me enseñó donde vivía y me dijo: “Aquí está mi casa, para lo que quieras”. Igual que Asier.
Lo que construisteis en Topas no es muy habitual. ¿Cómo son las relaciones entre presos sociales y políticos?
A. Otxoa: Es muy difícil encontrar presos en prisión tan sólidos como Santi y otros de Topas, lo que condiciona totalmente la relación.
G. Lazkano: Hay situaciones familiares y personales terribles. Además, dentro de la cárcel tienes que ser muy ‘hombre’, aparentar dureza, no mostrar debilidades. Yo soy de escuchar, y muchos venían a contarme, tenían necesidad de vaciar y ser escuchados. Verdaderos dramas.
S. Cobos: Hay una base compartida, al fin y al cabo estás en la misma mierda, en la cárcel. Eso hace que te unas al menos en unos mínimos. Yo en general he visto a los presos vascos portarse bien con los sociales, ya sea para darles un cigarrillo o ayudarles con un escrito. Y respeto por parte de los sociales, más allá de cercanías políticas.