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Carro de combate
Desperdicio alimentario: una realidad antes y después de llegar a las tiendas
Una tercera parte de lo que producimos termina en la basura. En concreto, un 32,3% si atendemos a las cifras de la FAO. Y hasta un 40% según algunos estudios como el de Driven to Waste [Tirado a la basura], realizado por WWF en 2021.
Las cifras no están claras pero lo cierto es que el foco se suele poner en la hostelería y los consumidores finales, que es donde más fácilmente se puede ver el desperdicio. Sin embargo, existe otra buena parte —al menos un 13% de todo lo que se produce—, que se desecha antes incluso: entre la cosecha y la venta minorista. Y es probable que los datos estén infradimensionados, tal y como explican desde entidades como Espigoladors, que lleva años trabajando por el aprovechamiento de los alimentos y tiene un área de trabajo específicamente dedicada a “espigar” (ir al rebusco) los campos una vez se ha recogido la cosecha.
“El tema del desperdicio es relativamente nuevo. Comenzó a hablarse de él a partir de los primeros informes de la FAO en 2011 y se ha focalizado mucho en los hogares, pero lo que pasa en el campo no se está midiendo adecuadamente”, explica Berta Vidal. Además, aunque los porcentajes puedan parecer pequeños suponen una enorme cantidad de comida. Y las causas son múltiples: en ocasiones se debe a cuestiones tecnológicas —transporte inadecuado, mal funcionamiento de las cadenas de frío— o de la propia recogida, pero en muchas otras la causa profunda está en los desequilibrios de poder del mercado y las exigencias —no fitosanitarias— que se ponen a los productos, tales como criterios estéticos relativos al calibre, coloración, maduración o niveles de azúcar.
“Es fundamental conocer cuánto, dónde, cómo y por qué se desperdicia para poder reducirlo. Necesitamos metodologías de medición rigurosas y armonizadas para poder comparar, y un análisis cualitativo para identificar las causas del desperdicio en cada eslabón”, explica Laura Martos, de Enraíza Derechos, una ONG que también investiga sobre desperdicio desde un enfoque de soberanía alimentaria. “Es una cuestión estructural”, recalca Martos, quien recuerda que “los eslabones de esta cadena están profundamente interconectados, por lo que el desperdicio puede darse en una etapa, aunque las causas se hayan originado en otra anterior”.
Así, por ejemplo, existen estrategias de marketing enfocadas a que “las consumidoras compren alimentos que no necesitan, con el riesgo de que terminen en la basura”, recuerda Martos. Además, se van instalando modelos que se ven ya como naturales pero que eran prácticamente impensables hace 30 años, como que haya pan recién hecho a todas las horas del día, con estanterías casi repletas aunque el establecimiento vaya a cerrar.
Todo esto, además del coste económico y social en un planeta en el que cerca de 800 millones de personas pasan hambre, tiene un triple impacto medioambiental de enormes consecuencias. En primer lugar, el desperdicio de insumos —agua, tierra, químicos, energía— utilizados para producir los alimentos. “El desperdicio alimentario contribuye a la maquinaria de presión sobre los recursos naturales, más del 20% de las tierras productivas y el 20% del agua dulce disponible se utilizan en alimentos que van a ser desperdiciados”, explican desde Enraíza Derechos.
A ello se suman las emisiones de CO2 provocadas durante su cultivo, recogida y transporte; además de la contaminación provocada por los propios residuos cuando son enviados a vertederos o incineradoras, debido a las emisiones de metano provocadas por sí mismos, y al empaquetado plástico en el que se encuentran habitualmente. En definitiva, un problema de enormes dimensiones e impactos que, además, no se ha logrado reducir de momento, a pesar de las políticas impulsadas en sentido contrario.