Carro de combate
Intermediarias de materias primas: las dueñas invisibles de casi todo
Probablemente no te suenen sus nombres, pero son los dueños invisibles de casi todo. O lo han sido en algún momento, porque lo que controlan son las materias primas con las que se fabrica prácticamente cualquier cosa. Mueven miles de millones de euros al año, pero no hacen publicidad ni grandes lanzamientos. Pero deciden dónde y cómo se producen desde cereales, aceite de palma o café, pasando por el petróleo, los metales o el algodón. Y, sobre todo, controlan a qué precio se vende.
El intercambio de materias primas nació en la antigua Mesopotamia hacia el año 4.000 antes de Cristo, con pequeños trueques entre diferentes productores. Sin embargo, no sería hasta el siglo XIX cuando empezarían a crearse empresas similares a lo que son hoy las intermediarias, grandes compañías cuyo principal papel es mover las materias primas de un lugar a otro. Una de las primeras fue Bunge, fundada en 1818, y que hoy en día es una de las empresas con mayor control global sobre el comercio de cereales, oleaginosas y azúcar, entre otras.
Prácticamente cualquier commodity, como llaman los anglosajones a estas materias primas poco procesadas, está controlada por cuatro o cinco empresas, a veces incluso menos
En España, por ejemplo, Bunge monopoliza, junto a Cargill, las importaciones de soja desde América destinadas a la fabricación de piensos para la industria cárnica. Tras Bunge nacerían Louis Dreyfus (1851), Cargill (1865) y Archer Daniels Midland (1902), que completan el grupo de las ‘ABCD’ de la industria agrícola, como se las conoce por el gran poder que tienen sobre el mercado. Se calcula que estas cuatro empresas controlan entre el 50% y el 60% de los cereales, oleaginosas y semillas proteicas comerciadas a nivel mundial.
Pero las materias primas agrícolas no son las únicas que están en unas pocas manos. Prácticamente cualquier commodity, como llaman los anglosajones a estas materias primas poco procesadas, está controlada por cuatro o cinco empresas, a veces incluso menos. Uno de los ejemplos más drásticos es el de los metales, muchos de ellos fundamentales en la digitalización y la transición energética. Así, tres empresas —Glencore, Trafigura y Vitol— manejan buena parte del comercio global de cobre, zinc, plomo o aluminio. Glencore es probablemente la más significativa ya que se calcula que ha llegado a controlar el 50% del mercado mundial de cobre y el 60% de zinc, aunque, al igual que el resto de intermediarias, los datos que suelen proporcionar sobre sus operaciones son escasos.
Una de las más polémicas es Cargill, empresa que fue considerada por la ONG Mighty Earth como la “peor empresa del mundo” debido a sus políticas “totalmente evitables”
El poder de estas empresas sobre los mercados es enorme. Y ni siquiera necesitan ser una de las grandes para poder trastocar sus precios. Un ejemplo es la empresa de inversión Armajaro, quien en 2010 compró más de 240.000 toneladas de cacao en un solo día, el equivalente al 7% de la producción mundial, disparando los precios a sus valores más altos desde los años 70. La empresa pretendía así guardar la materia prima para venderla cuando los precios estuvieran más altos, una estrategia habitual de las intermediarias para ganar dinero.
Las intermediarias establecen, además, los estándares de producción de las materias primas y cuáles serán sus impactos sociales y medioambientales. Así, la mayoría de estas empresas se ha visto envuelta en escándalos de trabajo infantil, deforestación o contaminación de aguas, entre otros. Una de las más polémicas es Cargill, empresa que fue considerada por la ONG Mighty Earth como la “peor empresa del mundo” debido a sus políticas “totalmente evitables”, que incluyen niños trabajando en plantaciones de cacao, personas enfermas tras consumir carne contaminada de la compañía, indígenas desplazados y selvas deforestadas para dedicar esos terrenos a la alimentación de los animales de Cargill.
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