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Cine
El barrio de ‘La Haine’ que dejó de ser ‘El odio’
Quien quiera encontrar los decorados de la película francesa La Haine (El odio) en el barrio de La Noé, donde fue rodada hace más de 25 años, tiene por delante una tarea importante de imaginación: lo que en otro tiempo fue un barrio donde la policía entraba con antidisturbios y gas lacrimógeno hoy es un espacio renovado y agradable donde sus habitantes intentan capear los problemas entre barbacoas con los vecinos y apoyo mutuo.
Un Baudelaire de seis metros vigila con su mirada severa la arteria principal del barrio de La Noé. Le flanquean murales del mismo tamaño de otros cuatro poetas franceses, uno por cada inmueble de la plaza principal de este barrio de Chanteloup-les-Vignes, un pueblo de 10.000 habitantes a 50 kilómetros de París. Los edificios dan la espalda a la plaza y la cierran sobre sí misma, como un anfiteatro. Así lo diseñó el arquitecto Émile Aillaud buscando integrar el ideal del pueblo en la ciudad: haciendo plazas, callejuelas, rincones tranquilos ocultos a la vista... Un espacio de encuentro entre los vecinos pero una ratonera para la policía.
Chanteloup-les-Vignes era un pueblo modesto de algo más de 2.000 habitantes cuando se inauguró La Noé, en 1974. Nacía para alojar a la numerosa mano de obra que exigía la fábrica de coches Simca. En apenas ocho años, Chanteloup pasó a tener 10.000 vecinos, el 80% del pueblo, en las nuevas construcciones. Los edificios, de no más de seis alturas, eran coloridos, de fachadas violetas y pisos amplios y luminosos. Sin embargo, el confort y la tranquilidad duraron poco. La crisis del petróleo estalló justo cuando los primeros vecinos se instalaban. En una década, Francia pasó del pleno empleo a conocer cifras cercanas al 10% de paro. Al albor de los años 90, Chanteloup rozaba el 30%.
En 1994, cuando se rodó La Haine (El odio), La Noé era un polvorín de peleas entre jóvenes que podían estallar por una chiquillada en las fiestas del pueblo de al lado. Esa violencia, sin embargo, era tan explosiva y gratuita que, de pronto, las miserias cotidianas de las banlieues pasaron de las páginas de sucesos de la prensa regional a las portadas de periódicos como Le Monde y Libération. Mientras la televisión pública comparaba a Chanteloup con el Chicago de los años de la mafia, Francia descubría las condiciones de paro, desesperación y falta de perspectivas que existían en esos barrios.
Pierre Cardo y la táctica del jugador de fondo
A principios de 1994, los productores de El odio se pusieron a buscar la localización para el filme. Necesitaban una arquitectura que fuera el espejo de las frustraciones y la desesperación de los tres protagonistas. El director, Mathieu Kassovitz, les puso solo una condición: que no fuera un barrio esquilmado por la droga. Rechazados por hasta veinte ciudades, la única respuesta positiva que recibió la productora fue la del alcalde de Chanteloup-les-Vignes, Pierre Cardo.
“Yo les pedí dos cosas: que contrataran a los extras y al personal de seguridad entre los chicos del barrio, y que no se citara en la película el nombre del pueblo”, recuerda ahora Cardo. Alcalde desde 1983 y hasta 2009, quería demostrarle a sus propios vecinos que su política de apaciguamiento era efectiva, y que La Noé era segura. “Algunos en el Ayuntamiento me llamaron loco”, afirma. Pero el primer síntoma de que Cardo tenía razón es que durante los meses del rodaje, bajaron los robos. La Noé estaba entretenida en la producción.
“La banlieue es un territorio de afecto donde hay que acercarse a los vecinos, no tenerles miedo”, asegura Pierre Cardo, alcalde de Chanteloup les Vignes de 1983 a 2009
El primer título de la película no era El odio, sino Droit de cité (Derecho de ciudadanía), y se puede decir que los 26 años de mandato de Pierre Cardo se han centrado en que todos los vecinos del barrio gozaran del “derecho de ciudadanía” francés. Planes, ayudas, desarrollos, proyectos... Cardo lo tiene todo en la cabeza: “Hay que hacer que la gente se implique en su propio bienestar”, lo que él llama los “usuarios-actores”, mediadores que llenan los huecos a los que el Ayuntamiento no puede llegar. Durante su mandato, por ejemplo, en un momento en el que había muchas peleas en los transportes públicos, se desarrolló en Chanteloup un proyecto en el que chicos más mayores estaban presentes en los autobuses para evitar broncas entre chavales. Una iniciativa que luego implantó en sus trenes la SNCF, la compañía pública ferroviaria francesa.
Pero la pirámide de población de La Noé no ayudaba a calmar los ánimos: “En los 80, el 50% de los habitantes de La Noé tenía menos de 18 años, ellos hacían la ley”, recuerda Cardo. Por eso hizo llamar a un viejo conocido de la policía, Yazid Kherfi, atracador desde los quince años y una leyenda de las banlieues por sus fugas. Cardo confió en él y le puso al cargo del centro juvenil de La Noé.
Los jóvenes estaban fascinados por su reputación y le respetaban por sus antecedentes carcelarios, “así que me serví de ello”, dice Kherfi. De su mano, durante años, ha sido el único centro juvenil de la provincia de Yvelines que seguía abierto por las noches. “Porque quería que se acercaran al centro aunque no hubiera actividades programadas, que fueran incluso para aburrirse, pero que se aburrieran juntos, para pensar sus problemas juntos”, afirma.
Para Cardo, “la banlieue es un territorio de afectos donde hay que acercarse a los vecinos, no tenerles miedo”. Es su “táctica” de ir echando pelotas desde el fondo de la pista, antes de subir a rematar los problemas en la red: “Es básico. Si hay un grupo de jóvenes que te observan y pasas de largo, sacarán dos conclusiones: o que tienes miedo o que no te gustan. Yo voy hacia ellos, les doy la mano, les pregunto cómo están, etcétera. Llega un momento en que te han hablado, se han desahogado y se calman”.
La “táctica Cardo” encierra un poso de gestión paternalista y de querer ser el apagafuegos de todos los incendios. “Y llegó el momento en que necesitaba parar”, cuenta, por lo que en 2009 dejó la alcaldía “para desconectar de Chanteloup”. Confiesa que su mujer ya no quiere ni volver por el pueblo porque tiene grabado el sonido de las aspas de los helicópteros de la policía sobrevolando las calles cuando la banlieue ardía. Esas noches de guerrilla urbana en las que Cardo salía de su casa para calmar los ánimos sin saber si iba a volver vivo, en su moto, con su eterna bufanda blanca y su pipa de fumar. “Porque no se puede pegar a alguien que fuma en pipa”, recuerda quitándole peso al asunto.
Un cuarto de siglo después: otro barrio, mismos problemas
Los días de mercado, la calle principal de La Noé se vuelve peatonal, los vecinos hacen sus compras de la semana, se saludan. También hay tiempo para juntarse en las más de 200 asociaciones con las que cuenta Chanteloup. En una de ellas, el centro social Grains de Soleil, entre rodajas de sandía recién cortadas, las mujeres del barrio organizan desde repartos de comida para las familias necesitadas hasta barbacoas comunales en los jardines de La Noé. El teléfono de Beya, la veterana de la asociación, suena cada cinco minutos: ahora es un vecino que quiere donar una cuna de bebé que ya no usa.
Más allá de su tejido asociativo, otra particularidad de La Noé es que el barrio no se vio envuelto en la revuelta de las banlieues que vivió Francia en 2005, y puede que algo influyera la política de Cardo tanto a nivel municipal como sus requerimientos a nivel estatal. Desde 2004, el Estado francés ha invertido más de 110 millones de euros en la renovación urbana de La Noé, tirando inmuebles completos, abriendo calles para el tránsito de coches y comprando espacios residenciales para crear parques o jardines. La Noé ha ganado en instalaciones deportivas, edificios rehabilitados y la barriada se ha abierto al resto del pueblo, perdiendo su carácter de aldea inexpugnable de los años 90.
Con todo, los jóvenes de La Noé siguen prendiéndole fuego a los símbolos del poder local que hay en el barrio. Tras varios ataques con cócteles molotov contra una escuela, el año pasado ardió el circo municipal. Según Neusa Thomasi, fundadora de la compañía que gestiona el circo, el incendio es un mensaje contra dos mujeres, la actual alcaldesa y ella misma, que molestan: “Porque educamos a las chicas del barrio a ser libres, a que sean personas autónomas. Y somos un ejemplo de laicismo, las recibimos en el circo aunque vengan con velo, pero yo me paseo en minifalda”, afirma.
Hasta ahora todo va bien
En 2019 otra película, Los miserables, retomó el escenario y los temas de las banlieues francesas 25 años después de El odio, recordando a los espectadores que la República sigue teniendo un grave problema en estos barrios. Ambas comparten elementos comunes como la denuncia de la violencia policial, la importancia de los llamados “hermanos mayores” para apaciguar las tensiones... pero divergen en la representación de la violencia: los chavales de Los miserables han perdido la inocencia de los chicos de El odio.
Desde su conocimiento del terreno, de noches hablando con jóvenes de las banlieues, Kherfi considera que el título de El odio es más apropiado para lo que se vive en esos barrios hoy en día que hace un cuarto de siglo. “Por aquel entonces, los jóvenes vivían con rabia ante un futuro sin perspectivas, pero no con odio. La película de entonces se tendría que haber llamado La cólera. Odio es lo que vemos hoy en día, odio al otro, al que no es como tú, que lleva a algunos a pensar que el paraíso les espera en la mezquita o en la radicalización”, confiesa Kherfi.
Durante la película, una frase sirve para resumir ese punto de inflexión en el que la sociedad todavía es capaz de vacunarse a sí misma de lo peor: “Hasta ahora todo va bien”, pero es incapaz de ver que camina por el borde de una espiral de violencia y que desconoce cómo acabará la jornada. La conclusión que extrae de aquellos años el antiguo alcalde de de Chanteloup-les-Vignes, Pierre Cardo, la conclusión que saca de aquellos años es que “evitar lo peor depende de nosotros”.