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Cine
Colectivo Negu: “El silencio es predominante en torno al conflicto de ETA”
Ekain Albite, Nicolau Mallofré, Adrià Roca y Mikel Ibarguren firman, bajo el nombre de Colectivo Negu, su ópera prima, Negu Hurbilak, una película ambientada en el fronterizo pueblo navarro de Zubieta, donde llega una joven (Jone Laspiur, la única actriz profesional del filme) huyendo y con la idea de cruzar la muga. La película, que se estrena el viernes 23 de febrero, toma su título de la canción homónima de Mikel Laboa que significa “cercano invierno” y nos sitúa en 2011, junto en los días que ETA anunciaba el cese definitivo de su actividad armada. Este grupo de jóvenes cineastas articula un relato en el que lo político y lo íntimo se funden de manera definitiva en una estructura que trabaja desde la ficción, la investigación sobre el terreno, la hibridación entre realidad y relato y la mirada documental más pura.
El filme se presentó en el Festival de Locarno, donde obtuvo un premio en la sección Cineasti del presente, y recibió una gran acogida que confirmo el estatus universal de una historia aparentemente local y aferrada a un espacio físico muy concreto. “Cada persona tiene una lectura opuesta. En Locarno, la gente, sin conocer el conflicto, entendía el problema en su total complejidad. En cierta manera es una historia que resuena en cualquier lugar del mundo. Estamos marcados como mundo por la violencia, las guerras o las huidas, por eso cada uno puede ser parte de la película, es un libro abierto para que cada uno encuentre su página”, aseguran Ekain Albite y Nicolau Mallofré, dos de los miembros del colectivo con los que hemos conversado.
Aunque la película la firméis cuatro, ¿hay más miembros del colectivo detrás?
Ekain Albite: Al final nosotros lo que somos es un grupo de amigos de unas diez personas que hemos hecho juntos la peli. A la hora de configurarnos como directores, sí éramos cuatro personas que habían estado presentes en todas las fases de proyecto, y esa fue la manera de firmar. Pero en realidad somos un grupo de amigos que aprenden a hacer cine juntos y que hacen una película. Esto era un cortometraje de fin de grado, que al final se dimensionó más.
Nicolau Mallofré: Básicamente, nos conocimos por casualidad haciendo proyectos en la ESCAC (Barcelona), y eso comenzó a generar entre nosotros unas dinámicas y unas afinidades, que culminaron en un corto y en el proyecto de fin de carrera, que fue esta película. Hay como un bagaje de investigación y de conocimiento personal, que es una de las piezas clave para entender cómo se ha hecho esta película desde una perspectiva colectiva. La propia película es una pregunta grande nuestra, que se va resolviendo mientras la hacemos, no antes. Y la pregunta es cómo queremos hacer cine. Es una cuestión que creo que no ha quedado resuelta del todo, pero que sí nos dio unos impulsos y unas direcciones para saber dónde ir. Eso nos ha abierto mucho los ojos en ciertas cosas que igual, de entrada, no esperábamos.
E.A.: Hay un impulso de lanzarse a una aventura juntos, de reflexionar sobre unos temas y sobre un lugar. Descubrir temáticas, ideas y rastros que perseguimos desde hace años. Y la película no es más que una de las conclusiones de esa unión. También está la relación con la comunidad donde rodamos y también la nuestra interna. Y eso es igual de valioso, aunque no quede plasmado en el resultado final.
Miramos a nuestro alrededor para ver cuáles son los rastros que ha dejado el conflicto armado en el País Vasco 15 años después. A raíz de empezar a conocer estos pequeños rastros, fuimos viajando hacia atrás en el tiempo
¿Cómo llegáis a cuestionaros qué es lo que estaba ocurriendo en el País Vasco en 2011? ¿De dónde surge esa conexión con el momento del fin de ETA?
E.A.: Quizá Mikel (Ibarguren) y yo vivimos más en presente y en nuestras carnes esta cuestión en nuestra infancia. Éramos pequeños y cuando intentas recordarlo te das cuenta de que todo está sumido en una especie de confusión extraña, como si una especie de neblina lo cubriera todo. Eso genera preguntarnos qué pasó y cómo fue. Miramos a nuestro alrededor para ver cuáles son los rastros que ha dejado el conflicto armado en el País Vasco 15 años después. A raíz de empezar a conocer estos pequeños rastros, fuimos viajando hacia atrás en el tiempo. Una cosa que tiene la película es que está ambientada en 2011, pero hecha desde la perspectiva de 2023, y eso permite tener ese tiempo en el que las heridas del conflicto se siguen dando. Es como caminar entre esas ruinas que quedaron, pero hacia atrás.
N.M.: A Adrià (Roca) y a mí nos suelen preguntar por qué como catalanes nos llamaba tanto esta temática. Primero está nuestra propia alianza y que muchos proyectos anteriores estaban ya hechos en el País Vasco y eso genera un vínculo con el lugar. Y a través de eso surgen ciertas preguntas que resuenan desde otra mirada y otra perspectiva. Las vivencias de Ekain y de Mikel supusieron una puerta que se abre y nosotros nos lanzamos de lleno a la aventura, a conocer esas ruinas y esas heridas de las que habla Ekain. Nos dejamos impregnar por eso. No queríamos tener una mirada desde fuera, al contrario, queríamos adentrarnos en el conflicto casi como si lo hubiéramos vivido.
El trabajo previo de campo y la documentación supongo que han sido importantes.
E.A.: Hay una apertura a hablar en ciertos espacios que quizá antes no se daba, y hay una proliferación también cinematográfica sobre el tema. Muchas veces este auge está tratado desde una espectacularización del conflicto, con una voluntad de crear productos de ficción que obedezcan a las reglas del juego y no representan algo que realmente ha pasado. Nosotros teníamos la cuestión de la legitimidad, de cómo nos sentíamos por el hecho de ser más jóvenes y con dos directores que no son vascos. Pero lo interesante era eso, cómo desde nuestra perspectiva y desde nuestra mirada podemos llegar a este punto. Negu Hurbilak es un acto de presencia y de escucha a ciertas personas y testimonios que nos han dado ideas que luego se han materializado en una película de ficción y que pierden ese matiz de raíz documental. No hay vocación documental en la peli, nace de una intuición, de un viaje de un año y medio, de estar con gente que ha vivido situaciones similares. Luego la película abandona esos testimonios más directos y se convierte en una ficción que reproduce en forma de puzle estas vivencias, quita algunas o introduce otras. La película es un ente autónomo que recoge ese espíritu, pero que no quiere ser una fotografía exacta de una historia única.
N.M.: Se trataba de construir la película a través de las vivencias que estábamos descubriendo. Y, a partir de ahí, representar una especie de arquetipo, pero basándose en el testimonio de personas.
Había momentos en los que estabas hablando con testigos y te podían contar hasta cierto punto, nosotros tratábamos de indagar en el momento en que se producía su silencio
¿Habéis sentido que todavía hay silencio o miedo a la hora de hablar de lo que pasó hace más de una década?
E.A.: Lo que nos encontramos no fueron tanto historias épicas sobre cómo huir o ciertos relatos ideológicos en defensa de cómo había sido ese 2011, lo que nos encontramos fue silencio. Durante este proceso de año y medio nos topamos de cara con el silencio, y nuestra intuición previa era equivocada. La gente no quería hablar, queríamos encontrarnos con una persona que había hecho este viaje de la protagonista, pero no se reúne con nosotros porque no se acaba de fiar. Intentamos que se fíe de nosotros, al cabo de un tiempo es detenida… Es un proceso muy confuso, donde te vas encontrando con mucho silencio. Cuando poco a poco vas escarbando, van saliendo pequeñas historias y vivencias de la gente. Personas que han podido vivir su historia en los años 80. Pero el silencio es predominante en torno al conflicto. Y ahí nos dimos cuenta que la película tenía que ir hacia ese silencio, por eso toda la segunda parte se basa en eso. Dos personas que tienen la intuición de que han vivido lo mismo y que no pueden hablar se encuentran en el silencio.
N.M.: Había momentos en los que estabas hablando con testigos y te podían contar hasta cierto punto, nosotros tratábamos de indagar en el momento en que se producía su silencio. Esas preguntas en las que se quedaban en silencio son las que nos atraían. Qué ocultaba ese silencio, queríamos penetrar ahí, en lo que no se puede contar.
¿Hasta qué punto estos silencios han marcado esa estructura de la película, que arranca en la no ficción, pasa por la ficción y aterriza en el documental? ¿Teníais claro desde el principio que queríais fragmentar la narración así?
E. A.: Es algo de lo que nos hemos dado cuenta después. La estructura de la película funciona como un espejo de nuestro propio proceso, el que hemos vivido con la gente que ha pasado por este conflicto vital, pero por otro lado están nuestras vivencias con el pueblo de Zubieta. La unión de ambas cosas es lo que marca la estructura de la película y eso es muy bonito, vas construyendo la película y sientes que hay una argumentación o una lógica narrativa, pero pasa el tiempo y ves que nuestro proceso vital es igual que el del personaje. Llegamos a Zubieta y no conocíamos a nadie, de repente vamos entrando en las casas y conociendo gente. La estructura es puramente inconsciente.
N.M.: La mayoría de los personajes que aparecen en la película no dicen sus nombres, no los conocemos. Y en el silencio hay una evolución que va in crescendo cuando en la segunda parte de la película suben a la protagonista al caserío y se queda sola con el pastor. Ahí existe un auge del silencio, de la inmensidad de los espacios. Y el final de la película es un grito liberador de tanta angustia, donde el silencio se rompe de alguna forma durante el carnaval. La película pasa al documental, se sumerge en la fiesta y rompe la cuarta pared en algún momento. El silencio tiene que ver con el conflicto, pero también con la dureza de la forma de vida de la gente de Zubieta, con trabajos relacionados con la tierra, y para ellos el carnaval es un grito liberador, un momento dionisíaco total.
E.A.: Nosotros, como cineastas y gente que ha vivido el conflicto, también arrastramos ese silencio y necesitamos liberarlo. Cuando alguien te cuenta algo muy profundo que nunca había contado, hay un peso que recae sobre ti, y como personas sentimos la necesidad también de liberarnos de eso. Y el carnaval es un mecanismo perfecto y por eso lo encajamos en la película. Es una necesidad vital de gritar junto al pueblo.
Claro que nuestra obra es profundamente ideológica, pero no por ello quiere transmitir. Pero cómo vamos a hacer una película de huidas sin esperas, ahí está la incertidumbre. Es la antiépica, en cierta manera
Vuestra película rompe un poco con la tradición del cine sobre ETA que se ha hecho en las últimas décadas. ¿Cómo os desvinculáis de esa tradición?
E.A.: La tentación de espectacularizar nuestra propia película también existió. Pero el reto era que nuestra película pudiera llegar a tocar otro tipo de lenguajes. Es verdad que cuando escuchas estas historias hay algo de espectacular en ellas, en estas persecuciones y en esas huidas, pero eso se lleva tanto al extremo en estos referentes. La mirada de estas películas está condicionada por transmitir lo que los autores piensan, y eso las desnaturaliza. Son respuestas a mecanismos ideológicos que ellos tienen en su mente. Nosotros sentimos eso con muchas películas, que acaban siendo productos de ideologías. Claro que nuestra obra es profundamente ideológica, pero no por ello quiere transmitir. Pero cómo vamos a hacer una película de huidas sin esperas, ahí está la incertidumbre. Es la antiépica, en cierta manera.
N.M.: Queríamos construir la película con la realidad, queríamos darle cierta sacralidad a las vivencias, no queríamos que se contaminaran. La película tiene una apuesta cinematográfica, y ahí entran los referentes.
¿Cuáles son esos referentes? Porque parecen venir de un lugar más poético e incluso de hibridaciones entre realidad y ficción.
N.M.: Para nosotros era crucial el trasfondo político, pero también el trasfondo sentimental de Jone (Laspiur), que está huyendo. Y construimos la atmósfera de la película a partir de los silencios, de la niebla, de la lluvia… Con sensaciones que nos encontramos en Zubieta que nos enamoraron. Evidentemente tenemos referentes como cineastas, nos llaman la atención y nos encantan Andréi Tarkovski o Theo Angelopoulos.
E.A.: La película plantea un juego que es lo que la niebla esconde. Cómo una persona que huye en teoría por defender su país se siente abandonada por todos aquellos que la apoyaban y ahora se encuentra con este paisaje idílico. Cómo esas montañas han visto huir a la gente de la guerra civil y antes de las guerras carlistas. Esos paisajes han sido testigos de todo esto.
N.M.: Quiero mencionar a Indalecio Ojanguren, un fotógrafo vasco que ha sido un referente para nosotros. A principios del siglo XX retrató los pueblos y la vida rural. Fotos impresionantes, con rostros y también con los pueblos, que son una pasada. Para nosotros había algo esencial en lo que ocultan esas miradas en las fotos, la vida de esas personas, podíamos ver la existencia de sus antepasados en su mirada. También nos interesaba su lado antropológico, por eso solo hay una actriz profesional en la película, todo lo demás son gente de Zubieta y alrededores.
¿Tenéis pensado funcionar en forma de colectivo en el futuro?
E. A.: Es algo que todavía no hemos hablado. Esto es algo que hicimos con mucha fuerza y entre muchos amigos. Cuando estrenemos la peli, y acabe todo este proceso, nos vamos a reunir para ver un poco hacía dónde vamos.