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Política
La defensa del impuesto a los ricos y la guerra cultural de la justicia
Sumar empieza anunciando sus medidas del impuesto a las grandes fortunas, pero es una medida que no defiende con argumentos de justicia, sino de humanidad.
El lema con el que lo ha defendido es “que paguen más los que más tienen”. Este lema no alude a que sea injusto que haya gente que no tenga nada, tampoco alude a que los que más tienen lo hayan obtenido beneficiándose de lo aportado de todas y del uso de recursos públicos, y por tanto debe devolver en justicia mucho a la sociedad. Nada en este sentido.
Este lema parece referirse a un reparto por solidaridad o, como es visto desde la derecha y mucha parte del centro-izquierda, por compasión. Y creo que esta falta de explicación de las medidas de izquierdas como algo justo o como reparación de una injusticia, es lo que hace perder la guerra cultural y una de las claves que provoca que tanta gente no entienda a la izquierda y no la apoye.
La derecha ataca estas medidas, afirmando que se está haciendo una injusticia, que quien más tiene se lo ha ganado y, con este impuesto, se le da a quienes no han hecho nada para merecerlo. Con este discurso, mucha gente acaba defendiendo la postura de la derecha aunque le resulte perjudicial.
En un plano más general, vivimos unas décadas de avance descomunal de una desigualdad histórica que está llevando a la gente a no poder vivir con dignidad y a convertirse en mercancías en manos de políticos y banqueros. Sin embargo, la izquierda no es capaz de defender que esto es el resultado de una injusticia, de normas injustas, de instituciones injustas, de uso injusto del poder y la política. La izquierda no es capaz de explicar que la situación de poder es injusta y que la situación de exclusión es injusta.
En su lugar, critica esta situación por ser ineficiente, por llevarnos a un mal camino, por ser inhumana o inmoral, pero no el resultado de una injusticia. Pero hemos perdido la capacidad de tachar la exclusión y el poder excesivo como injusto o ilegítimo. Esa es la auténtica guerra cultural que llevamos décadas perdiendo.
Aunque pensemos que las tácticas de guerra cultural de la derecha consistan tan solo en banalizar el debate público, evitar la reflexión y la crítica, provocar identificación vacía, movilizar emociones y demás, deberíamos reconsiderar que todo este conjunto de estrategias, en el fondo, están diseñadas de forma que provocan un cambio de lo que identificamos como justo o injusto, legítimo o ilegítimo.
La defensa de algo como justo y legítimo tiene muchos “mecanismos”: se acepta como justo porque representa un valor, supone un reconocimiento del valor de una persona, supone una reconocimiento de valores con los que nos identificamos y por tanto un refrendo de nuestra identidad, etc.
Si analizamos bien la mayoría de las tácticas de guerra cultural de la derecha y extrema derecha, tienen incidencia en estas cuestiones. Su finalidad última es fortalecer la identificación de la mayoría con unos valores, y con ello logran que las políticas y normas que respondan a esos valores con los que nos identificamos, son aceptadas como justas y legítimas.
La izquierda suele preguntarse por qué hay gente que vota en contra de sus intereses. No hay una respuesta única, por supuesto. Pero me sorprende que nadie tome en consideración la que debería ser la primera respuesta y sin duda es una de las más importantes razones. La gente vota a quienes aprueban normas contra sus intereses porque consideran que defienden posturas justas y que se identifican con los valores en que fundan sus ideas de justicia. Y los apoyan por estas razones, aunque sean medidas que van contra sus intereses egoístas.
Las personas no pedimos lo que nos interesa si lo consideramos injusto. Es más, podemos avergonzarnos de recibir algo que consideramos que no merecemos en justicia y rechazarlo. Mucha gente vota contra políticas que benefician sus intereses, sencillamente porque en el debate público son presentadas como injustas o ilegítimas, contrarias a sus valores, vergonzosas, aprovechadas, etcétera.
La mayoría de la gente tiene como objetivo e impulso llevar a cabo una vida digna con su esfuerzo sin cometer injusticias ni aprovecharse de otras personas. No van a apoyar a quienes les digan que algo injusto o indigno les beneficia. Es más probable que piensen que si no existieran aprovechados e injusticias, les iría bien solo con su esfuerzo y podrían vivir dignamente.
La justicia es tan importante para el ser humano que si tenemos una enfermedad, las personas pensamos que no nos la merecemos, que es injusto que nos pase. Es tan importante la justicia que nos hemos inventado religiones, completas visiones cosmológicas del mundo, para poder creer que habrá una recompensa a quien sufre injustamente, y un castigo a los injustos.
Huntington, en el Informe sobre la Gobernabilidad de las Democracias, diseñó las líneas de la estrategia neoliberal. Y dijo que la clave era cambiar lo que la gente aceptaba (como justo o legítimo) del poder. Y dijo que había que cambiar esto en los medios de comunicación sobretodo. La destrucción de derechos de hoy y la deriva autoritaria en toda la sociedad es el éxito de esa estrategia de cuatro décadas.
En el fondo, el neoliberalismo encierra un marco de justicia, que defiende los poderes de las élites y sus beneficios porque aportan mucho, se lo han ganado, se han esforzado y es bueno para todos. Esto es una justificación de algo justo y legítimo. También justifican los recortes de derechos atacando que las políticas necesarias para la efectividad de los derechos son un coste (algo que no aporta valor sino que lo quita), son políticas que se pagan con un dinero que se quita injustamente a quien se lo ha ganado, suponen un dinero que se da a quien no se lo ha ganado, y es perjudicial para la economía de todas las personas. Es decir, es injusto e ilegítimo.
La izquierda está perdida si piensa que podrá cambiar el orden socio-político-económico actual sin conseguir que en el sentido común de lo justo o injusto que impera en la sociedad, se vea como injusto este sistema que quiere cambiar, que la desigualdad de la riqueza extrema y la exclusión y pérdida de derechos son resultados de injusticias del sistema, que lo que la izquierda propone repara la injusticia y que las normas que pretende desarrollar son justas y legítimas.
Esto es lo que no veo en la forma de defender el impuesto que anuncia Sumar con la argumentación que le da. Por supuesto que hay muchos argumentos para afirmar que este impuesto es para reparar la desigualdad que es objeto de un sistema injusto. Pero no se dice por la izquierda actual.
Mientras, en este momento histórico en que las personas ven cómo sus derechos, condiciones de vida y expectativas de vida se deterioran o se destruyen, buscan un discurso que denuncie como injusta esta situación que viven, culpando a alguien de beneficiarse de esa injusticia, señalando a alguien por causarla con un mal ejercicio del poder. Ese discurso no lo encuentra en la izquierda. Lamentablemente, creo que es una parte de lo que mucha gente encuentra en Vox y en la extrema derecha. Aunque la extrema derecha culpe a gente que claramente son inocentes, pero su marco y discurso permite a quien sufre un deterioro de su vida poder tachar su situación de injusta y poder encontrar un discurso colectivo que le reconoce merecedor de una reparación justa, que le da reconocimiento de valor entre tanta exclusión.
En los medios del debate público actual se permite y blanquea el discurso de la extrema derecha que denuncia este sistema como injusto, aunque sea señalando a los más débiles. Seguramente, porque es un discurso que no toca a los que se benefician de verdad de la injusticia de este sistema para acumular todo el poder y control.
Lo que no se permite es un discurso de izquierda que denuncie a este sistema como injusto, señalando la actuación de los poderes políticos y económicos. En cuanto que la izquierda intenta plantear la injusticia de este sistema, de las posiciones de las élites, de la explotación de tantas personas... recibe el rechazo de todos los medios.
Así que la izquierda toma el único camino que le dejan en el debate público: defender sus propuestas con eslóganes de marketing, pensando que eso es lo que hace la derecha. Pero no, la derecha utiliza eslóganes fáciles, sí, pero que apuntan siempre a un concepto de justicia.
Para cambiar esta situación, necesitamos un movimiento ciudadano, desde abajo, para construir una democracia en el debate público, denunciar cómo se impone una defensa de los privilegios de las élites y la exclusión de las mayorías como justos, y reivindicar un marco de justicia y legitimidad democrático y comprometido con la igual dignidad de todas las personas, con la democracia.