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Los Ángeles
Protestas, huelgas y sujetos: ¿puede nacer un cambio real desde Los Ángeles?

En junio de 2025, Los Ángeles arde. Las redadas del ICE en el Fashion District y otras zonas comerciales ahn desatado una ola de protestas que rápidamente se ha transformado en disturbios urbanos: coches ardiendo, autopistas bloqueadas, periodistas heridos y la intervención federal sin el consentimiento del estado. Pero más allá de los titulares, la pregunta central sigue intacta: ¿puede esta rabia social convertirse en una transformación real?
Protestas sin estructuraLa Historia nos ha enseñado que las protestas callejeras, por sí solas, rara vez alcanzan cambios duraderos. Mayo del 68 en Francia solo se volvió verdaderamente amenazante para el poder cuando diez millones de trabajadores se declararon en huelga. En cambio, movimientos como Occupy Wall Street, a pesar de su gran resonancia mediática, no lograron sostener una fuerza material ni política.
Las protestas actuales en Los Ángeles muestran un nivel alto de movilización espontánea e interseccional: migrantes, sindicalistas, colectivos LGBTQ+, estudiantes, trabajadores precarizados. Pero carecen, hasta ahora, de un eje de articulación estratégica que les permita pasar de la denuncia al poder.
El poder de las huelgasSi hay una lección clara que deja la Historia es que las huelgas son el instrumento más eficaz cuando se trata de presionar al poder. Las huelgas bloquean directamente el flujo de valor y afectan los intereses económicos de quienes dominan el sistema. En contextos de protesta como el actual, la articulación con sindicatos y centros de trabajo es crucial para ganar fuerza.
El arresto del sindicalista David Huerta puede ser una señal involuntaria pero potente de esta posibilidad. Si los sindicatos logran convertir la indignación por las redadas en paros sectoriales o incluso generales, el conflicto podría escalar a una dimensión realmente transformadora.
Un sujeto para el cambioDesde Marx hasta nuestros días, toda revolución necesita un sujeto histórico que no solo sufra la opresión, sino que tenga la capacidad de organizarse, persistir y construir una alternativa. Hoy, ese sujeto ya no es el proletariado industrial clásico. El nuevo sujeto potencial está formado por una clase trabajadora fragmentada, racializada, feminizada y precarizada.
El problema es que este sujeto está disperso, dividido, muchas veces enfrentado. El reto no es solo movilizarlo, sino articularlo: construir una organización capaz de unir sus demandas en un proyecto común.
Además, hay que reconocer que a día de hoy la toma del poder por parte de un movimiento revolucionario no está en el horizonte inmediato. Las clases trabajadoras y las minorías oprimidas se encuentran excesivamente desorganizadas, desestructuradas y poco ideologizadas como para plantear, en el corto plazo, una estrategia de conquista del poder. Por eso, la tarea es otra: comenzar a construir desde abajo ese sujeto colectivo, dotarlo de conciencia, organización y dirección. No se trata de anticipar una revolución imposible, sino de sentar las bases para que algún día lo sea.
Una reacción comprensible, una historia largaEs fundamental señalar que la reacción de los oprimidos en Los Ángeles es, en gran medida, comprensible. Cuando se ha perdido todo, cuando se vive bajo amenaza constante, cuando el Estado se presenta solo como una fuerza punitiva, la protesta espontánea y furiosa es una respuesta humana legítima.
Sin embargo, también hay que preguntarse: ¿Cómo se ha llegado hasta este punto de desorganización? La ofensiva neoliberal de las últimas décadas desmanteló sindicatos, vació las comunidades, precarizó la existencia y quebró los lazos solidarios. A ello se suman la tecnologización del control, la individualización cultural y la sustitución de la formación política por algoritmos de entretenimiento. Las clases populares no solo fueron desposeídas de bienes materiales, sino también de herramientas para comprender y transformar su mundo. De ahí que cualquier reconstrucción revolucionaria deba comenzar por lo más elemental: la organización paciente y cotidiana.
En 1914, en Ludlow, Colorado, la Guardia Nacional y pistoleros de la compañía carbonífera tirotearon a una colonia de mineros en huelga: murieron al menos catorce personas, once de ellas niños. El Estado estadounidense, en lugar de actuar como árbitro, actuó como fuerza de choque del capital. Casi un siglo después, el patrón se repite. Desde las huelgas ferroviarias del siglo XIX, pasando por el aplastamiento del movimiento obrero anarquista y socialista, hasta la persecución del IWW y el asesinato de Joe Hill, lo que hay es continuidad: represión metódica de toda organización popular que desborde los límites del sistema.
En los años 50, con el macartismo, esa represión se volvió cultural: sindicatos, profesores, artistas, periodistas y vecinos fueron acusados de comunismo, despedidos, aislados o encarcelados. Se implantó un régimen del miedo que desmanteló buena parte de la izquierda organizada y estigmatizó cualquier idea colectiva de transformación.
A ello se suma otra ofensiva menos visible, pero igual de eficaz: la propaganda cultural. Durante décadas, desde Hollywood hasta la publicidad comercial, desde la autoayuda hasta las redes sociales, todo ha conspirado para fijar el individualismo competitivo como horizonte único. La narrativa es sencilla y poderosa: cada uno es responsable de su éxito o de su ruina; los problemas sociales son fracasos personales; y cualquier intento de organización colectiva es sospechoso, anticuado o directamente autoritario.
Lo comunitario quedó identificado con lo ineficaz, lo antiguo, lo fracasado. Lo colectivo pasó a ser sinónimo de represión. En su lugar, se promovió la marca personal, la gestión emocional individual y el emprendimiento como soluciones universales. La autogestión fue reemplazada por la autoexplotación. La libertad, reducida a consumo.
Este bombardeo simbólico ha dejado huellas profundas en el tejido popular, fragmentando los vínculos y debilitando la capacidad de respuesta colectiva frente a las agresiones del capital y del Estado. Mientras se reprimía toda acción organizada, también se desactivaba la imaginación política. Y ese legado cultural es parte esencial de por qué hoy, incluso ante una crisis tan profunda como la actual, los sectores populares carecen de estructuras organizativas sólidas.
Si aplastan la protesta, ¿quién gana?Una represión rápida y eficaz de las protestas de Los Ángeles no solo desmovilizaría al movimiento, sino que podría reforzar directamente el proyecto neorreaccionario (NRx) en curso. El NRx no busca restaurar el orden liberal-democrático, sino sustituirlo por un modelo autoritario, jerárquico, gobernado por tecnócratas, élites financieras y aparatos militares. Su ideal de sociedad combina un orden moral rígido —centrado en la familia tradicional, la obediencia y el castigo— con una gobernanza algorítmica basada en tecnologías de control social. La vigilancia masiva mediante inteligencia artificial, el rastreo de comportamientos disidentes y la administración tecnocrática del conflicto sustituyen a la deliberación democrática. En este modelo, los derechos se subordinan a la eficiencia, y la participación se reduce a obediencia o exclusión. No es una vuelta al pasado, sino una reinvención del autoritarismo con las herramientas del siglo XXI.
Cuando el poder reprime sin coste, lo que era excepcional se vuelve regla. La militarización del espacio urbano, la federalización de la violencia y la criminalización del disenso se normalizan. La narrativa de “ley y orden” desplaza a la de justicia social, y los sujetos populares vuelven a ser reducidos a “multitudes descontroladas”.
Peor aún, la forma desorganizada, explosiva y poco articulada de las protestas puede ser usada por el bloque neorreaccionario para consolidar su hegemonía cultural: los migrantes se convierten en sinónimo de “caos”, los sindicatos en “saboteadores del orden”, y la represión se legitima como defensa de la ciudadanía productiva frente a una amenaza interna. Lo que nació como respuesta a la opresión puede acabar reforzando el propio aparato opresor.
¿Cómo construir una resistencia eficaz?Para que un movimiento de protesta popular sea eficaz frente al avance del neorreaccionarismo, necesita superar la fase puramente expresiva y entrar en la fase organizativa. Algunas claves:
Huelga general: no hay golpe más eficaz al sistema que detener la producción. Es urgente tejer alianzas sindicales y laborales que transformen la rabia en paro.
Unidad estratégica: no basta con sumar identidades. Hay que construir un programa común, unificable, que articule derechos laborales, migratorios, ecológicos y democráticos.
Autodefensa y legitimidad: frente a la criminalización, es clave defender la legitimidad de la protesta. Documentar, proteger, visibilizar.
Internacionalismo: el NRx es un proyecto global. La resistencia también debe serlo. Aprender de Chiapas, de Kurdistán, de Palestina, de los movimientos por la dignidad en todo el mundo.
El poder ya ha mostrado sus cartas. La pregunta es si las nuestras serán suficientemente audaces, organizadas y solidarias como para hacerle frente.