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Colombia
Salud mental, una guerra silenciada que amenaza la frágil paz en Colombia
“Es la primera vez que hablo de esto”, confiesa Alexa Rochi (1990, Valle del Cauca) refiriéndose a su salud mental. Ella es una excombatiente y firmante del histórico acuerdo de paz alcanzado por las FARC y el Gobierno de Colombia hace siete años. La vida de Rochi dio un giro de 180 grados cuando decidió cambiar los disparos de fusil por los disparos de su cámara. Esta vallecaucana feminista, lesbiana y campesina, se enorgullece de ser la primera fotógrafa excombatiente en trabajar para la Presidencia del Gobierno.
Rochi vive en un apartamento en el corazón de Bogotá. Su casa está llena de objetos coloridos e ilustraciones de recuerdos felices con su perro. Desde aquí, comparte sus once años en la guerrilla, donde la realidad del frente no dejaba espacio para reflexionar sobre sus emociones. “No había una rutina: cuando no te sonaba plomo, estabas en la guardia, no había tiempo para aburrirse…”, recuerda.
Más del 30% de la población desmovilizada sufre estrés postraumático, más de 27% ansiedad y el 17% depresión, según un estudio oficial del Gobierno de Colombia. Además, vivir un conflicto armado multiplica por cinco la probabilidad de sufrir depresión, ansiedad o bipolaridad tal como indica una investigación global de The Lancet. Sin embargo, sigue habiendo muchas barreras para acceder a servicios de salud mental para las víctimas del conflicto debido al desconocimiento, la desconfianza, la falta de recursos o la lejanía de las zonas urbanas.
“Nuestro psicólogo fue la burla. Sonaba un plomazo y todo el mundo quedaba en shock. Después estaba uno cagado de la risa diciendo ‘uy fulano dio tres vueltas en el suelo para llegar al fusil’. Esto nos permitió salir cuerdos”
Esta fotógrafa comparte que, para ella y muchos compañeros de armas, la única terapia en la guerrilla era reírse de sus propias desgracias. “Nuestro psicólogo fue la burla. Sonaba un plomazo y todo el mundo quedaba en shock. Después estaba uno cagado de la risa diciendo ‘uy fulano dio tres vueltas en el suelo para llegar al fusil’. Esto nos permitió salir cuerdos”, explica.
Pero al dejar las armas, se enfrentó a sus traumas de guerra explorando las raíces que la llevaron a unirse a las FARC. En su caso, el desplazamiento forzado de su familia en el 1999 por parte de los paramilitares, grupos armados de extrema derecha, y un intento de abuso sexual por parte de su padre.
“No es que me quiera lanzar desde una torre, sino que antes de unirse a la guerrilla uno tenía su historia de mierda y su mundo de mierda. Yo pasé mi infancia sola y ahora quiero salvar a esa niña abandonada para poder tramitar el resto”, explica con determinación. Como ella, el 48% de las personas desmovilizadas presenció situaciones violentas o crueles antes de ingresar en el grupo armado de acuerdo con la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN).
Como parte de su tránsito a la vida civil decidió aceptar la atención psicosocial recogida en el acuerdo de paz, pero no le sirvió de mucho. “Fue pésima. Parecía más una indagatoria que ayuda. Siempre me preguntaba, ¿a dónde va a parar lo que estoy diciendo?¿Quién me garantiza que esto no es un perfilamiento?”, cuenta. Esta desconfianza explica en parte por qué menos del 50% de las víctimas del conflicto armado que sufren problemas de salud mental solicitan apoyo psicosocial según el Instituto Nacional de Salud (INS).
Por suerte, la solvencia económica de esta firmante de paz le permite acceder a terapia. “Me está ayudando verdaderamente a sanar”, afirma. No obstante, su caso es excepcional, ya que, de acuerdo con el INS, solo el 12% de los colombianos que necesitan tratamiento puede acceder a él. A ojos de Rochi, esto imposibilita el cumplimiento del acuerdo y la reparación. “No puede haber paz si la salud mental sigue siendo un privilegio”, reivindica.
“Tengo pesadillas con lo que viví en la guerra”
Desde que se firmó el alto al fuego en La Habana hace siete años, 355 excombatientes han sido asesinados de acuerdo con la Misión de Verificación de la ONU en Colombia. Algo que también impide vivir con tranquilidad a la población desmovilizada. Sebastián Paz, ex guerrillero de 43 años, es uno de ellos.
Además de las cien esquirlas que le cayeron en la cabeza por la explosión de una granada, vive en alerta constante debido a amenazas. “En mi barrio he visto panfletos que dicen que si ven a un excombatiente lo van a matar. Esto nos afecta mucho porque piensas todo el tiempo que te están siguiendo por la calle”, explica.
Paz tiene pesadillas y muchos días se despierta asustado pensando que sigue en la guerra. Aunque reconoce la necesidad de terapia, se encuentra atrapado por la falta de información y su situación económica precaria. “Este punto no se puso en la agenda en el acuerdo de paz y uno viene de una guerra con muchos traumas psicológicos”, critica.
Sergio Rivero, psicólogo especializado en contextos de violencia política, explica cómo afecta este miedo permanente a ser atacados. “Cualquier comportamiento de las personas de alrededor puede asumirse como problemático, por eso se vuelven muy poco receptivos a la interacción social”, explica. La escasez de profesionales agrava la situación en Colombia, con solo 2.5 psiquiatras por habitante a diferencia de los 10 recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En su trabajo como psicólogo, Rivero ha observado determinados traumas que prevalecen entre esta población. “El trastorno de estrés postraumático es el que más frecuentemente se identifica en los excombatientes. Pero también la ansiedad social y/o generalizada, dificultad en la resolución de problemas y el control de impulsos o respuestas exacerbadas en comparación a personas que no han formado parte del conflicto”, expone.
“Desde la perspectiva psicosocial no puedes hacer terapia y ciertamente hay una proporción muy grande de excombatientes que la necesitan”
El acuerdo de paz contempla la atención psicosocial, pero no la atención clínica. Algo que a ojos de este especialista es un error. “Ahí vemos las dificultades a la hora de concebir las necesidades que tienen estas personas. Desde la perspectiva psicosocial no puedes hacer terapia y ciertamente hay una proporción muy grande de excombatientes que la necesitan”, señala este profesional.
Una niñez bajo el rigor militar
Enith Moreno pasa la mayor parte de su tiempo en La Casa de la Cultura del barrio de Antioquia de Medellín. En este lugar lleno de murales reivindicativos, las vecinas se reúnen para potenciar la cultura local. Moreno lidera desde allí el proyecto Medepaz, donde mujeres firmantes del acuerdo fabrican productos que luego venden bajo la marca “Mujeres Origen”.
El pasado de esta activista por la paz estuvo marcado por el abandono de su padre, como un cuarto de las personas desmovilizadas. “La vida no fue color de rosa, fue muy dura. No tuvimos niñez ni adolescencia”, lamenta. La guerra se convirtió en su realidad durante 18 años, donde se viO obligada a separarse de los tres hijos que tuvo en la guerra. “Yo siempre he anhelado tener una familia, sentirme una mamá criando a su hijo y amamantándolo. Creo que eso es bonito”, reconoce.
Según Moreno, los hombres excombatientes tienden a resolver las cosas a través de la fuerza. “Creo que eso es un trauma”, afirma. En cambio, las mujeres lo enfocan diferente. “Nosotras miramos la vida de otra forma, nos aferramos más a la vida familiar y el hogar”, dice.
Para ella es fundamental que las mujeres se sientan valiosas para poder superar todas las secuelas de la guerra. “Ahora mismo no tenemos un espacio para tratar la salud mental, nos hemos ocupado de tantas cosas que no nos ha dado tiempo a pensar que necesitamos un espacio para nosotras en el que nos consintamos, hablemos y nos podamos identificar con lo que la una y la otra ha vivido”, asevera.
Colombia
Acuerdos de Paz en Colombia Colombia en busca de la Paz Total: La reincorporación de los ex guerrilleros de las FARC
En ocasiones, reflexiona sobre sus compañeras y observa en ellas una nobleza, timidez y silencio que para ella revelan el trauma de la guerra. “Las mujeres llegamos allá siendo muy niñas y es difícil afrontar una niñez bajo el rigor militar donde a todas horas te están dando órdenes”, explica.
En la guerra no podían expresar sus sentimientos, solo obedecer órdenes. “Muchas siguen con ese chip de que ellas no opinan, no deciden y no hablan porque sienten que no son capaces, que ellas no saben…”, lamenta.
Mientras lucha por ampliar los espacios de encuentro y solidaridad entre mujeres en contextos de conflicto, esta líder busca soluciones en las redes sociales. “Me gusta mucho escuchar los mensajes de superación personal, sigo a muchos psiquiatras. Es muy importante aprender a escuchar a profesionales”, comparte.
La esperanza de los proyectos comunitarios
Rochi, Paz y Moreno no solo tienen en común su pasado en la guerra: también comparten una gran pasión por sus iniciativas para reconstruir sus vidas y aportar a la paz en Colombia.
Rochi enseña orgullosa su primer fotolibro titulado “Disparos x Disparos” donde narra a través de sus fotos su paso por la guerra, su proceso de reincorporación y las luchas LGTBI de este país andino. “Es un libro sobre la memoria de Colombia”, puntualiza. Paz explica como La Trocha, un emprendimiento donde firmantes de paz fabrican cerveza artesanal, le ha cambiado la vida. “Mucha gente de otros países viene acá a hablar con nosotros, a conocernos… creo que estamos demostrando que queremos paz y luchamos por ella”, afirma.
Moreno subraya que su proceso de empoderamiento ha sido largo pero que ha merecido la pena para conseguir levantar el emprendimiento de Medepaz. Además, asegura que gracias a ello ha conseguido “callar muchas bocas”, refiriéndose a las personas que la intentan desanimar o boicotear. “Siempre les digo ‘con ustedes o sin ustedes pero este proceso lo vamos a conseguir. No importa si vas a estar conmigo levantando la bandera de mi éxito pero lo voy a lograr’”, sentencia.
En cada imagen capturada por Rochi, en las cicatrices visibles e invisibles de Paz y en la persistencia de Moreno se revela la batalla diaria de los excombatientes de las FARC por la sanación de heridas profundas. Todo ello, con la esperanza de lograr algún día una paz estable y duradera que ponga fin a más de medio siglo de conflicto armado en Colombia.