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Cómic
‘Grandville’, de ucronías antropomórficas y viñetas ‘steampunk’ victorianas
Ahora que la editorial Astiberri ha recuperado la obra integral de Grandville, publicada originalmente entre 2009 y 2017, toca recordar por qué estamos ante uno de los pináculos culturales de lo que llevamos de siglo. Uno en el que su creador, Bryan Talbot, alcanza el nivel de sus momentos más recordados: Las aventuras de Luther Arkwright (1978-1989) y El corazón del imperio (1999).
Antes de entrar en materia, conviene recordar que al hablar de Talbot lo estamos haciendo de un creador de mundos, en su sentido más literal. Mente tras algunos de los universos ficticios más originales que hayan surgido jamás en torno al retrofuturismo, nunca debemos olvidar cómo el de Lancashire se curtió en sus comienzos en revistas de cómic underground sci-fi de los años 70 y 80 como 2000 A.D y Brainstorm Comix.
El aprendizaje llevado a cabo por Talbot a lo largo de las décadas le ha empujado a transitar toda clase de formas narrativas, hasta el punto de llegar a un artilugio de difícil catalogación como lo es Grandville, una ópera egipcia del noveno arte para la cual Talbot destiló todo su maletín de virtudes a la hora de ensamblar una receta de lápices marcados por un libro de estilo muy definido: armar viñetas donde los colores brillan en una paleta intimidante de claroscuros carnosos y trazos de lápiz que nos retrotraen al clasicismo del siglo XIX.
En este sentido, uno de los aspectos más genuinos en la construcción de la estética de Grandville proviene de la influencia que tuvo el caricaturista francés del siglo XIX Jean Ignace Isidore Gérard en John Tenniel, ilustrador de Alicia en el país de las maravillas. Mientras se encontraba sumergido en Alice in Sunderland, Talbot bebió de esta conexión hasta el punto de sacar el nombre de Grandville de JJ Grandville, el título de una de las sátiras antropomórficas de Gerard.
Así lo explicaba el propio Talbot para The Guardian en 2015: “De repente, se me ocurrió que Grandville podría ser el apodo de París en una realidad alternativa en la que es la ciudad más grande de un mundo poblado de animales. Esbocé una estructura básica en veinte minutos. Luego comencé a escribir y escribí el guion completo en seis días. Fue como tomar un dictado. Increíble. Podía escuchar a los personajes hablar. En todo momento sabía lo que iban a decir”.
La inspiración que surtió de sentido al universo creado por Talbot para Grandville fue la misma que derivó en la construcción de una ucronía como forma crítica, o cómo poner cara al terror originado por las posibilidades narrativas del What if?
De este modo, los raíles retrofuturistas conformaron la línea a seguir de una megalópolis situada en el arranque del siglo XXI dentro un universo alternativo donde Grandville es el pulmón urbanístico de una sociedad erguida en torno a Francia, la gran superpotencia de dicha era. Una que de la que, en esta realidad, se ha escindido la República Socialista de Bretaña tras su victoria sobre Inglaterra en las guerras napoleónicas.
En todo momento, Talbot aprovecha para advertir de los peligros surgidos de quien piensa que los horrores/errores del pasado nunca más podrán volver a suceder. Para ello, nos imbuye en una suerte de mural davinciano donde la mezcla de culturas, épocas y estilos da con una exuberante estética steampunk retro victoriana.
La confluencia de estilos entroncados en ‘Grandville’ arma un gran despliegue autoral cuajado en base a la realidad por la cual Talbot suele ser considerado como el David Bowie del cómic ‘underground’
La misma proviene de los gustos que el propio Talbot cultivó “desde mi adolescencia en los años 70, décadas antes de que se acuñara el término. Probablemente vino por mi pasión por Sherlock Holmes y el hecho de que la época victoriana estuviese de moda entonces, con Jimi Hendrix y Mick Jagger vistiendo túnicas militares victorianas, y el arte psicodélico retro-victoriano que se creaba en aquellos años”.
Dicha vía ya fue explorada por Talbot en dos de sus obras más icónicas, Las aventuras de Luther Arkwright y El corazón del imperio. En estas dos series se dan muchas de las constantes visuales que caracterizan a Grandville. Aunque en esta ocasión, los humanos son seres sirvientes denominados carapanes. Por lo demás, el efecto espejo con sus obras más reconocidas se da en un fresco vital tallado en torno a la convivencia natural entre las primeras vanguardias, el art noveau y el estilo modernista, entre otros estilos singulares de una época en la que los zepelines y los coches de comienzos del siglo XX se mezclan con autómatas. Estos últimos son parte esencial de la representación del adoctrinamiento clasista en el que viven las diferentes razas de animales que cohabitan en tan diversificado mundo.
La confluencia de estilos entroncados en Grandville arma un gran despliegue autoral cuajado en base a la realidad por la cual Talbot suele ser considerado como el David Bowie del cómic underground. Alguien capaz de cambiar de registro sin perder nunca su depravada ironía norteña, la cual sirve tanto para articular un cómic sobre abusos sexuales —Cuento de una rata mala, de 1995— como para mezclar surrealismo y ciencia ficción o servir de biógrafo histórico de heroínas a reivindicar, junto a su mujer, en el devenir de los siglos XIX y XX.
En el caso de Grandville, Talbot retoma otra nueva autopista que le lleva hacia una obra que funciona como compendio de las diferentes perspectivas que el autor británico es capaz de imprimir en todo lo que hace y que, al mismo tiempo, brota como territorio nuevo, donde folletín, relato detectivesco y radiografía histórica utópica se dan la mano en un cuadro donde el alma de sus personajes se hace carne a través de sus diferentes formas animales.
Así sucede con el tejón protagonista de condición sherlockiana conocido como Lebrock. En este sentido, no deja de ser curioso que las dos grandes obras del noveno arte que se han llevado a cabo en este siglo dentro de los parámetros antropomórficos sean protagonizadas por detectives. Una es Grandville y la otra, la más noir, Blacksad, protagonizada por un gato del mismo nombre que la serie. En definitiva, dos series en las que sus personajes centrales buscan la verdad dentro una jungla urbana en la que sus peones se mueven como si convivieran en un zoo gigante sin jaulas ni muros. Toda una metáfora que, en el caso que hoy nos ocupa, (lo de Blacksad da para un estudio aparte), está construida en base a cinco volúmenes mayúsculos: Grandville (2009), Grandville. Mon amour (2010), Grandville. Bête noire (2012), Grandville. Nöel (2014) y Grandville. Force majeure (2017), ahora recopilados en una biblia fundamental de la diversión con sesera. Una oportunidad única para adentrarse en una de las experiencias más desbordantes y originales que nos ha proporcionado el mundo del cómic en estos últimos 15 años. Ahí es nada.
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Parece una obra estupenda, el dibujo muy bueno, y la historia tiene buena pinta, leeré y veré a este autor que no conocía.