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Las calles del progreso
En el mobiliario urbano, dos fotografías sin mensaje aparente. En una, una toma nocturna de la estatua de La Cibeles, en la otra, también de noche, el Templo de Debod. ¿Qué nos quería decir el Ayuntamiento de Madrid?
Había una vez una ciudad llamada Madrid, de cuyas calles fueron desapareciendo, un buen día, los anuncios publicitarios que durante largo tiempo la habían acosado. En el mobiliario urbano, que hasta entonces les había servido de soporte, se empezaron a ver dos fotografías sin mensaje aparente. Ambas eran tomas nocturnas: en una se veía la estatua de La Cibeles, de frente, con los leones tirando del carro, en la otra, el Templo de Debod. Qué gran gentileza por parte del Ayuntamiento, pensaron algunos madrileños, habernos liberado de la publicidad en las calles. Pero, a medida que pasaban los días, las suspicacias de la gente fueron creciendo, pues intuían que aquello no iba a durar mucho.
Las fotografías, en efecto, parecían cumplir la función de una carta de ajuste, una imagen fija de múltiples colores que se emitía por televisión de madrugada hacía años, cuando el asedio audiovisual no era tan intenso. De repente la gente se preguntó: ¿por qué no han dejado esos mismos carteles en blanco?, ¿acaso las autoridades municipales temen una epidemia de horror vacui en la población? Quizás… o a lo mejor querían decirles algo con esas fotografías. Esos dos bellos iconos de Madrid, iluminados por la noche con luces cálidas, eran una invitación a (re)descubrir sus monumentos, la supuesta esencia –por no decir escusa o, directamente, el señuelo– de las visitas turísticas; o quizás también una invitación a admirar la ciudad o a que los súbditos se sintieran orgullosos de ella. Quién sabe, pensaban, pero algunos habrían preferido que hubieran dejado todo en un blanco puro, no como aquella vez, hace años, en que el banco ING se anunció en esas mismas marquesinas con un cartel en blanco, sí, pero en el que se podía (y se debía, pues ese fue el gran acierto del publicista sarcástico que lo ideó) leer en letras muy pequeñas en los bordes: “Hemos liberado este espacio para ti”.
En lugar de retirar el mobiliario urbano que servía de soporte a la publicidad y librar de verdad a la ciudad de su sempiterno engaño, lo sustituyeron por otro más moderno. Y para que quedara claro el signo positivo de la actualización, los primeros anuncios ilustraban acerca de la novedad con mensajes que imitaban formalmente los de Whatsapp. Uno de ellos, el más largo, decía así: “Hola, soy el nuevo mobiliario urbano. Ahorro energía, soy más eficiente, sostenible, reciclable… También me encanta contar cosas, bueno, es que es básicamente a lo que me dedico. Y eso que dicen que la gente no se para a leer los textos largos. Aunque fíjate, lo mismo estás ahí esperando y te pones a leerme, y, oye, pues aquí los dos tan a gusto, ¿no? Eso sí, no oigo nada. Pero nada. Así que es mejor que hable yo solo porque si no esto va a ser raro o por lo menos va a parecerlo. Vale, pues el caso es que se vino a”. Si la propaganda que iba a mostrarse de entonces en adelante en los nuevos soportes no les gustaba a los súbditos de Madrid, al menos les quedaba el consuelo de admirar el avance tecnológico encarnado en estos. Y además, ¡eran sostenibles! El criterio que seguía el Ayuntamiento para afirmarlo era desconocido por todos, pero había que reconocer que las pantallas planas que, a partir de entonces, consumada la operación, emitían anuncios incesantemente en los mismos lugares y del mismo tamaño que los antiguos carteles, eran mucho más atractivas.Entre tanto, el misterio de las fotografías de la diosa Cibeles y del Templo de Debod quedó desvelado cuando destaparon los nuevos y flamantes artilugios: tanto una como otro anunciaban la continuidad del orden establecido; los madrileños iban a seguir adorando al mismo dios del Progreso en los mismos templos del Mercado.
Sin embargo, como la coalición de partidos que gobernaba el Ayuntamiento en aquel tiempo lejano no era de izquierdas, según algunos de los dirigentes de esos mismos partidos –deseosos de abandonar viejas formas de pensar y de clasificar la política– no hubo sarcasmo alguno en su acción. ¿O sería mejor decir “inacción”? Pues seguramente en aquella operación de propaganda acerca de la propaganda, y aunque los mensajes estuvieran firmados por el Ayuntamiento, éste se dejó guiar por los publicistas que diseñaron la campaña, externalizando así cualquier tipo de responsabilidad en este asunto, que, por lo demás, a casi nadie inquietó. De la misma forma, apenas nadie vio sarcasmo en el hecho de que, por aquellas mismas fechas, ese Ayuntamiento aprobara la construcción de una ciudad financiera en torno a la estación de Chamartín con el objetivo declarado de atraer a grandes empresas multinacionales y bancos de inversión. Pero esta ya es otra historia.
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Publicidad, publicidad, ding whatsap, publicidad, ding whatsap, dong correo, ding whatsap, publicidad,dong correo, correo. Fin de paseo.
Manoli Carmena not approved.
Buen artículo, imposible decirlo mucho mejor.
Cuando creíamos que no se podía sufrir más DECEPCIÓN siempre nos sorprenden con nuevas e ingeniosas formas.
Demasiada publicidad, no quedan casi espacios donde mirar y descansar la vista, dejarla sin estímulos agresivos.Espacios para pensar en lo que se quiera sin influencias externas.Del smartphone a la marquesina...