Campofrío
Ni con espumillón
Como en las navidades de los últimos años, Campofrío lanza una ambiciosa campaña publicitaria con el lema «La verdad, aunque duela, es lo único que importa». Aprovechando la ocasión que nos brinda la compañía mexicana, analizamos #LaVerdadDeCampofrío.

«La verdad, aunque duela, es lo único que importa», dice Campofrío en su anuncio navideño. Pues, sí, por eso cada vez somos más las personas que estamos difundiendo la realidad que el marketing de las grandes empresas cárnicas pretende ocultar. No deja de resultarnos llamativo que hablen de fake news quienes fabrican una realidad paralela a medida de un sector que es cualquier cosa menos transparente y que invierte grandes cantidades de dinero para que se hable de las personas famosas que salen en su último anuncio en lugar de los productos que venden, cómo se producen y qué consecuencias tienen. Pero no es de extrañar que los anuncios navideños de Campofrío se alejen tanto de lo que realmente es su actividad económica: no es fácil vender deforestación, contaminación, resistencia a los antibióticos, explotación laboral, animales hacinados…
La verdad es que la mayor parte de lo que vende Campofrío son ultraprocesados y que desde la medicina y la nutrición se nos advierte de que estos productos contribuyen al aumento de enfermedades cardiovasculares, diabetes y cánceres gástricos. Estamos hablando de una mezcla de restos cárnicos procedentes de macromataderos, grasas, sal, estabilizantes, aromas artificiales y conservantes, entre otros. Para vender productos insanos haciéndolos pasar por alimentos saludables y naturales hay que alejarse un tanto de la verdad. Y tanto se aleja Campofrío, que dirige sus campañas a la esencia de ser de España siendo una empresa… mexicana. Una nacionalidad que no le impide aprovechar jugosas ayudas públicas españolas (además de llevarse sus buenos dineros de la Política Agraria Común de la UE). Porque la realidad es que la «carne barata» de las empresas como Campofrío nos sale muy cara a los contribuyentes.
La verdad es que la ganadería industrial, que es a lo que se dedica Campofrío (por si alguien se había despistado con tanto anuncio hablando de otra cosa), de ganadería no tiene más que el nombre y es una industria que contamina el agua, el aire y los suelos, por lo que constituye un grave riesgo para la salud pública, como bien saben los cientos de municipios españoles contaminados por nitratos en los que no se puede beber agua del grifo ni cocinar con ella.
La verdad es que la producción ganadera de las empresas como Campofrío solo necesita al campo para verter sus residuos. El alimento para millones de animales que nunca pastarán al aire libre procede en su mayor parte de monocultivos de los países del Sur. El monocultivo de soja para piensos (en el Estado español, el 92 % de la soja importada se dedica a piensos industriales) deja un rastro de comunidades desplazadas, personas expuestas a las fumigaciones desde el aire con agrotóxicos tan potentes como el glifosato, deforestación e incluso asesinatos de las personas que se oponen.
La verdad es que España es el país europeo con un mayor uso de antibióticos veterinarios, el triple de los que se utilizan en Alemania y hasta siete veces el máximo recomendado por Europa. Mientras, las resistencias antimicrobianas producen cada vez más muertes (más de 3000 al año solo en España). No en vano, la OMS asegura que en 2050 la resistencia antimicrobiana podría causar más muertes que el cáncer. Pero la realidad es que las explotaciones industriales son auténticas fábricas de enfermedades y las condiciones de vida de los animales conllevan una elevada mortandad. Para que el mayor número posible de animales llegue a los macromataderos se les sobremedica: se administra fármacos a animales incluso estando sanos.
La verdad es que, como los animales, también las personas trabajadoras son tratadas como mercancías; con «falsos autónomos» que se pagan hasta las herramientas para trabajar sin vacaciones, ni bajas por enfermedad, en largas jornadas en entornos tan estresantes y propensos a lesiones como son los macromataderos.
La verdad es que todo este afán productivo no está destinado a alimentar a la población, sino a exportar: en España se produce un 170 % de lo que se consume. Y es importante saber quién produce toda esa carne. En el caso del porcino, debido al modelo de integración imperante (grandes empresas que se ocupan de todo el ciclo, desde la fabricación de piensos hasta la venta final, para maximizar ganancias), un 75 % de las explotaciones están en manos de megacárnicas que están expropiando recursos naturales del mundo rural como el agua; un bien escaso en España (el país europeo con un mayor riesgo de desertificación). La automatización de las instalaciones para ahorrar mano de obra requiere ingentes cantidades de agua de limpieza que, a su vez, genera un residuo altamente contaminante, los purines.
La verdad es que España lleva incumpliendo los límites europeos de emisión de amoníaco, un gas contaminante, desde que entraron en vigor en 2010; fundamentalmente debido a las explotaciones porcinas y avícolas industriales. Una industria con importantes emisiones de gases de efecto invernadero por estar basada en el transporte de materias primas, medicamentos, animales vivos y productos ya procesados (lo que la hace altamente dependiente de los combustibles fósiles) no tiene cabida en un contexto de emergencia climática.
La verdad es que en la provincia de Murcia hay muchos días que resulta imposible trabajar en las faenas agrícolas o en los huertos familiares por el tamaño y cantidad de moscas que atraen las explotaciones industriales. Que se producen vertidos ilegales de purines en Ourense, Huesca, Catalunya (incluso en masas de agua destinadas al consumo humano) que la ciudadanía denuncia, pero las sanciones son escasas en número y en importe. Que el Gobierno catalán invierte seis millones de euros anuales en dotar de infraestructuras alternativas a las poblaciones con los acuíferos contaminados. Un dinero que es de todos y todas y que podría invertirse en sanidad, enseñanza... Que el sector (y las Administraciones cómplices) nos cuentan que esta industria fija población en la «España vaciada»; pero Huesca, la segunda provincia con más censo porcino de todo el Estado español, pierde población continuamente desde 2010, coincidiendo con el inicio del boom del porcino industrial. Que el Gobierno de Aragón admite que casi una quinta parte de los municipios aragoneses están contaminados por los purines, siendo esta y no otra la principal fuente de contaminación del agua en Aragón.
La verdad es que España está abrazando un modelo que otros países están dejando de lado por sus nefastas consecuencias socioeconómicas, ambientales y sanitarias. Y esto no se tapa ni con espumillón.
Pese al «buen rollo» de las distintas campañas de Campofrío, esta no es, ni mucho menos, la primera vez que crean polémica, algo de lo que se vanaglorian en el spot. Ya en 2.017, la campaña «Hijos del Entendimiento» recibió el Galardón del Público, con más del 40 % de los votos, dentro los Premios Sombra otorgados por Ecologistas en Acción a la peor publicidad del año.
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