Contigo empezó todo
La saga de los Archs en las luchas de Barcelona

Manuel Archs muere fusilado a finales del siglo XIX. 30 años después, su hijo Ramón se pone al frente de la defensa armada de los sindicatos.
31 may 2025 06:00

El 21 de mayo de 1894 cae en Castell de Montjuïc el cuerpo acribillado de Manuel Archs. Lo rodean unos cuantos más. Son los fusilados por el caso Liceo. Quien quiera más información, tiene otra entrega de esta sección que profundiza en el asunto, pero recapitulemos brevemente. En el ambiente de finales del siglo XIX, cuando el sistema mata obreros rebeldes como si fueran moscas y algunos anarquistas caen en la desesperación y responden con violencia individual, Paulino Pallás atenta, sin éxito, contra Arsenio Martínez-Campos, una de las figuras del régimen. Pallás es ejecutado, lo que motiva a Santiago Salvador Franch a lanzar dos bombas en el teatro barcelonés. La represión alcanza, como es costumbre, a diversas personas comprometidas en la lucha social, independientemente de su participación real en el atentado. Una de ellas es Manuel Archs.

Nacido en 1859, desde niño trabaja como estampador. Emigra al barrio de Sants en Barcelona, donde participa en las asociaciones obreras y se convierte en un destacado militante libertario. Cuatro días antes de su fusilamiento, en su celda, escribe una carta que comienza así: “Querido hijo. Lee con atención estas mal trazadas líneas de tu padre, dentro de poco no seré más que lo que era antes de nacer, materia, polvo, gases, nada”. 

Si el nombre de Manuel Archs provocaba sudores a la gente barcelonesa de bien, el de Ramón Archs les causa microinfartos. Si el fusilamiento de su padre tenía como objetivo cortar la semilla de la revolución, el fracaso ha sido estrepitoso

El destinatario cuenta en ese momento con siete años de vida que el 16 de diciembre de 1920 se han convertido en 33. Se llama Ramón. Si el nombre de Manuel Archs provocaba sudores a la gente barcelonesa de bien, el de Ramón Archs les causa microinfartos. Si el fusilamiento de su padre tenía como objetivo cortar la semilla de la revolución, el fracaso ha sido estrepitoso. La nueva generación es más lista, más dura y más masiva. Ramón lleva en la línea del frente desde que tiene poco más de 20 años y Barcelona estalla en la Semana Trágica. Trabaja en la metalurgia, donde le eligen secretario de la Sociedad Metalúrgica que declara una huelga en 1910. Buscan la jornada de nueve horas y la abolición de las fiestas de carácter religioso y militar, que de “fiesta” tienen poco porque hay que recuperar las jornadas posteriormente. Su enfrentamiento con un ingeniero de una fábrica le impide participar en la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), aunque sale absuelto del proceso. Pasa la década siguiente entre exilios en Francia y regresos para militar pública o clandestinamente.

Este 16 de diciembre hay una reunión importante convocada por Evelio Boal, secretario general de la CNT, para tratar la escalada de agresiones que están sufriendo los sindicatos. Represión ha habido siempre, pero ahora la cosa es muy seria. Desde las altas esferas se ha decidido responder al éxito de las nuevas tácticas sindicalistas con un grado de violencia terrorífico. Están muriendo decenas de sindicalistas.

Ramón está en la reunión. Antes de que dé comienzo, saca del bolsillo un papel arrugado, de escasa legibilidad y resquebrajado por los bordes. Siempre lo lleva con él, aunque se lo sabe de memoria. Lo mira: “La burguesía de Barcelona ha intentado varias veces concluir conmigo; pero como el carácter de tu padre no se rompe ni se dobla, ha inventado una trama indigna contra mí, valiéndose de tormentos inquisitoriales”.

Cuando acaba la reunión, Archs ha sido designado como uno de los encargados de los grupos de autodefensa. No cree que haya que quedarse en la mera protección. Ramón no piensa ya como una simple víctima. “Hay que darles en la cabeza”. Esto se traduce en tres objetivos clave: el inspector Antonio Espejo, director de una red de infiltrados en el sindicalismo; el gobernador civil Severiano Martínez Anido; y nada menos que el presidente del Gobierno, Eduardo Dato. Meses más tarde, el único que queda de los tres es Martínez Anido.

Como es lógico, Ramón pasa a ser aún más, si cabe, objetivo de la policía. Finalmente, el 25 de junio de 1921 es detenido y trasladado inmediatamente ante la presencia del jefe de policía Miguel Arlegui. Según su compañero, el futuro escritor Pere Foix, “el propio Arlegui le cortó la lengua en su despacho, muriendo desangrado”.

Dos días después, un cuerpo casi irreconocible por los agujeros de bala y cortes de arma blanca aparece tirado en la calle. En el bolsillo hay una vieja carta en la que se lee: “Muere como tu padre si es preciso, pero sé útil a tus semejantes y pon tu grano de arena a la obra de la emancipación del proletariado”.

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