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Coronavirus
Salud mental después del confinamiento: entre la escasez de recursos y el exceso de catastrofismo
Duelos angustiosos, profesionales que se culpan por no ayudar más, personas que entran en espirales de tristeza y dejadez, obsesión con la muerte... La pandemia está generando problemas de salud mental en una parte significante de la población. Los profesionales piden más medios, mucha prudencia en los medios de comunicación y la integración de un enfoque psicosocial en las decisiones tomadas durante el estado de alarma.
El impacto emocional del coronavirus también desescala en fases. Tras superar el pico de sufrimiento colectivo y a medida que se levantan las restricciones, es fácil entrar en un proceso adaptativo cruzado por la ansiedad, el miedo o la falta de sueño. Son reacciones congruentes con la pandemia que, de hecho, nos predisponen a protegernos de ella. “Solo cuando se prolongan en el tiempo o nos limitan de forma importante para mantener nuestra vida cotidiana debemos buscar ayuda”, recomienda Vanessa Vilas, psicóloga clínica del Hospital Clínic de Barcelona. “Es una situación nueva y respondemos de manera desigual. En los extremos están quienes no pisan la calle por miedo exacerbado al contagio y quienes la recorren en grupo. ¿Irresponsables? No, gente con falsa percepción de seguridad tras haberse confinado 50 días sin impacto directo en su entorno”.
Este encierro prolongado y combinado con malas noticias puede desgastar la salud mental de cualquiera. Por eso el Ministerio de Sanidad y el Consejo General de Psicología (COP) activaron el 31 de marzo un teléfono de atención psicológica. Hasta la fecha han recibido unas 8.500 llamadas de personas con familiares fallecidos, profesionales en primera línea y población desbordada por la situación. “Nos llama gente inmersa en duelos angustiosos, profesionales que se culpan por no ayudar más, personas que entran en un círculo de tristeza y dejadez, otras que ven en la tele temas relacionados con la muerte y piensan recurrentemente en ella, gente con miedo a volverse loca”, cuenta Sara Liébana, jefa de sala del servicio. “En cada caso intervenimos de manera específica, pero sobre todo intentamos normalizar y hacerles entender por qué tienen esos pensamientos”, explica.
“Decimos que el sistema de salud español es uno de los mejores, pero la ratio de psicólogos por habitante es de 4,3 por cada 100.000 habitantes frente a los 18 psicólogos de media europea”
Liébana cuenta que la demanda ha fluctuado en los últimos días: “Al principio llamaban preocupados por la salud, ahora llaman porque ven vídeos de aglomeraciones y piensan, madre mía, no vamos a salir de la crisis”. Sufrimos por la incertidumbre de un escenario sin precedentes. “Es complicado saber el impacto psicológico del covid-19 en el futuro”, opina Vilas, “la literatura disponible, surgida de unos pocos países afectados, puede no reflejar nuestra experiencia, y a diferencia de otras situaciones de emergencia, aquí el escenario es cambiante, el estresor sigue activo y sus efectos se prolongarán. Podemos extrapolar las intervenciones en otros virus respiratorios y ajustarlas a nuestro entorno, pero debemos ser prudentes, no adelantarnos a las reacciones naturales y no patologizar”, afirma la psicóloga clínica, que pide valorar los problemas mentales desde la evidencia.
Perder pie sin red de seguridad
De momento hay dos evidencias sobre la mesa: los escenarios de crisis aumentan la demanda de atención psicológica y los recursos para atender dicha demanda llegan muy justos. “Decimos que el sistema de salud español es uno de los mejores del mundo, pero la ratio de psicólogos por habitante es de 4,3 por cada 100.000 habitantes frente a los 18 psicólogos de media europea. Ahora han contratado a 10.000 sanitarios en la Comunidad de Madrid y ningún psicólogo”, apunta Fernando Chacón, decano del Colegio de Psicólogos de Madrid. “Dependiendo del centro de salud, en Madrid pueden producirse esperas de entre cuatro y ocho meses para la primera cita”, afirma. “A nosotros nos llama gente desesperada porque en su centro de atención primaria les han dado cita para dentro de un año”, redunda Liébana, preocupada ante el riesgo de dejarles sin sostén cuando cierre el servicio.
La carencia de recursos incide especialmente en grupos vulnerables ya identificados y muy expuestos al hecho traumático ─personas con patologías previas, mujeres y niños víctimas de violencia de género, ancianos en soledad─, sumándose a una realidad compleja y estresada en la que abundan las historias de precariedad. “Ahora tenemos la oportunidad de revisar los fallos estructurales del sistema y priorizar que los ciudadanos tengan acceso a una vida digna para incrementar su nivel de bienestar. Nosotros atendemos a la población que sufre los efectos de la precariedad y trabajamos con ella, pero no para que esté feliz en esa situación, sino para que maximice sus recursos propios y mejore su capacidad de buscar soluciones; lo que no puede hacer un psicólogo es solucionar aquello que entra en el ámbito de un trabajador social, un abogado o un sindicato”, afirma Vilas.
“Tampoco convivimos con la muerte como convivían antes e ignoramos que el tiempo mínimo de un duelo normal es un año de tristeza”
Además de aflorar los fallos estructurales del sistema, el escenario sobrevenido invita a revisar nuestra relación con ciertas emociones. “Como sociedad toleramos poco la expresión de emociones negativas y a veces demandamos fármacos para bloquearlas en lugar de integrarlas y normalizarlas. Necesitamos socializar de forma que entendamos que todas las emociones son necesarias. La rabia puede dar información de que algo te desborda, la ansiedad de que necesitas hacer algún cambio, la fatiga de que estás sobresforzándote. Tampoco convivimos con la muerte como convivían antes e ignoramos que el tiempo mínimo de un duelo normal es un año de tristeza. Hay una demanda de respuestas rápidas y una búsqueda permanente de felicidad en la que se desatienden reacciones naturales como la tristeza o la rabia”, afirma Vilas. Esa rabia ─mal canalizada─ a veces explota en conductas irracionales rentabilizadas políticamente para alimentar la confrontación.
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Llamada a la pandemia emocional
La escasez de recursos para abordar un contexto de incertidumbre, precariedad e inseguridad emocional ha provocado que algunos psicólogos lancen un grito desesperado y catastrofista. “Más de diez millones de españoles están en riesgo de presentar problemas psicológicos derivados de la pandemia”, informaba hace dos semanas el Consejo General de Psicología en un comunicado. Éste se hace eco de un estudio de la Sociedad China de Psicología donde aparecen índices altos de ansiedad (42,6% de 18.000 ciudadanos) y depresión (16,6% de 14.000) relacionados con el coronavirus. ¿Se espera una pandemia de trastornos mentales? “No, la inmensa mayoría superaremos esto sin problemas. Cuando vi el titular no me gustó”, reprocha Chacón, vicepresidente del COP.
“Decir que todos estaremos mal puede originar una profecía autocumplida: personas que están mal porque les han dicho que es así como se sentirán”, alerta Amparo Malea, psicóloga clínica y vocal del Colegio de Psicología de la Comunitat Valenciana. “El ser humano está preparado para adaptarse a las crisis, así lo ha hecho siempre; debemos confiar en la capacidad adaptativa de la gente y no hacerles creer que van a acabar todos en la consulta del psicólogo”, afirma Malea.
“No vemos que se esté organizando una respuesta para hacer frente a una situación que se agravará cuando incrementen los despidos”
Pero el diagnóstico de pandemia emocional ha encontrado resonancia en medios seducidos por el clickbait alarmista y ha movilizado a centenares de voluntarios que, inspirados por el catecismo coaching del sonrie o muere, tienen potencial para agravar la situación: “Las guías británicas ─NICE─ dicen que intervenir en el mecanismo natural de afrontamiento demasiado pronto y en ausencia de un criterio técnico, aunque sea desde las buenas intenciones, puede provocar daños no deseados ─iatrogenia─. El primum non nocere debe prevalecer”, remarca Vilas a la vez que trata de no quedarse corta en su valoración: rechazar el catastrofismo o la anticipación a respuestas naturales podría enfriar el énfasis en la demanda histórica de dotar de recursos a la red salud mental, y la falta de dichos recursos aboca al error también histórico de curar los despidos con trankimazin.
Recomiendan que se integre a psicólogos clínicos en los gabinetes de expertos para dar una respuesta psicosocial que minimice el impacto de la pandemia en los grupos de riesgo
“Las verdaderas secuelas de la crisis socioeconómica las veremos en atención primaria y nosotros no tenemos ni formación ni tiempo para atenderlas”, avisa Vicente Gasull, coordinador del grupo de trabajo de Salud Mental de Semergen. “A los médicos de familia no se nos enseña a hablar de las emociones con el paciente y la limitación de tiempo hace que no te metas mucho en ese terreno porque se te come los ocho minutos que podemos dedicar a cada consulta”, subraya el médico. “No vemos que se esté organizando una respuesta para hacer frente a una situación que se agravará cuando incrementen los despidos. Recordemos que nosotros muchas veces somos vistos como la respuesta rápida y accesible a los malestares de tipo social. Y si no queremos darle una salida medicalizada a la crisis tenemos que establecer protocolos con las unidades de salud mental”, señala Gasull.
¿Ahora qué?
El repunte de trastornos y la sobremedicalización son dos riesgos reales, de modo que parece buena idea seguir el consejo de los psicólogos, invertir en recursos que sean integrados en el sistema público para dar continuidad a las intervenciones en una fase crónica del covid-19 ─y otros pacientes─ y combinar dichos recursos con el resto de mecanismos sociosanitarios. En este sentido, la inversión más urgente pasa por aumentar la ratio de psicólogos e integrar su especialidad en la atención primaria. Asturias lo hizo en 2017 de la mano del psicólogo Carlos Veiga: “Nuestro programa se inspira en investigaciones del sistema de salud británico que recomiendan integrar la psicología en atención primaria para reducir costes en bajas laborales y tratamientos farmacológicos. Tenemos seis psicólogos clínicos en el programa”, narra Veiga. “Ahora tardamos menos de una semana en coger citas, hacemos intervenciones breves con las que evitamos cronificar problemas y llegamos a gente que no puede pagar 80 euros por sesión. Las intervenciones no deberían ser un lujo al alcance de los personajes de Woody Allen”, opina.
Asimismo, según los expertos consultados, en el corto plazo urgen dos movimientos estructurales que van de lo político a lo comunicativo. Por un lado, integrar a psicólogos clínicos en los gabinetes de expertos para dar una respuesta psicosocial coordinada que minimice el impacto de la pandemia en los grupos de riesgo. Por otro, dada la responsabilidad de los medios como altavoces y de los sanitarios como portavoces, cuidar los mensajes para llegar a todo el mundo “partiendo siempre de la idea de que nadie tiene certezas, algo que en la última fase del confinamiento se ha pasado por alto”; opina Vilas. “Es tiempo de ser humildes”.
También es tiempo de evidenciar que la demanda de recursos choca con el estigma ligado a los problemas mentales y que desactiva cualquier reclamación popular. No se pide lo que da vergüenza reconocer. “Para que la demanda cale hemos de reconocer los problemas asociados a la salud mental, debemos hablar de estas cosas con normalidad, cualquiera puede desarrollar ansiedad cuando acaba en el paro o no le llega para pagar el alquiler”, dice Nel González, presidente de Salud Mental España. “Quien aún tenga capacidad para ser solidario que intente entender el punto de los demás”, insiste, e invita a no desaprovechar los recursos del tejido asociativo con atención gratuita. En la línea de dar visibilidad a la sanidad mental Carlos Veiga propone un camino más directo: “Vayamos a ventanilla o al médico de cabecera y pidámoslo: tengo un problema, quiero ver al psicólogo”.
Ese problema puede llamarse duelo y demorarse en un contexto en el que no están disponibles los rituales de despedida. “Como sociedad hay que reconocer el acto de generosidad de la gente que durante el duelo se queda en casa para salvaguardar la salud de todos. Es importante que lo integren en su historia individual”, apunta Vilas, que trabaja el afrontamiento en tiempos de coronavirus como cuando desaparece un marinero en alta mar: “Buscamos si quedan asuntos por resolver, favorecemos que la persona ventile la angustia, legitimamos sus emociones y damos un espacio de escucha sin cortar la expresión intensa con un todo va a salir bien”, detalla. “Evitemos la tentación de decir eso: para quien ha perdido a su marido en la distancia tras 50 años de convivencia, no va a salir todo bien”.