Cuidados
Manifiesto de los antónimos

Podría ser que de aquí a un tiempo nos demos cuenta de que la enfermedad ha remitido y la salud, en cambio, ha empeorado.

¿Qué es lo contrario de una bomba?, se preguntaba el filósofo Santiago Alba Rico. Lo hacía en un artículo lúcido y precioso a partir de los atentados de las Ramblas de Barcelona, en 2017, publicado en Ctxt. “No sabemos qué es lo contrario de una bomba. ¿Un beso? ¿Un silencio? ¿El “estallido” de una orquesta? Gran parte de nuestros problemas como especie social procede de la dificultad para definir los antónimos”. El problema radica en que el mal se puede mesurar y el bien no, decía. “El mal es contable; el bien inconmensurable. Si pongo una bomba en un tren o atropello con una furgoneta a los peatones de las Ramblas, puedo contar los muertos. Si escribo un poema o construyo un puente o compongo la novena de Beethoven, no solo no puedo contar a los beneficiarios: no puedo ni siquiera describir los efectos benéficos”.

Aquella pregunta inquietante me ha acompañado desde que la leí. ¿Qué es lo contrario de una bomba? En estos tiempos de recuentos diarios (número de infectados, muertos, camas, cargas virales, índice de contagios), la recuerdo especialmente. La enfermedad es contable y mesurable; la salud, no tanto. Porque la salud no es la ausencia de enfermedad, aunque algunos tarden en darse cuenta de ello. La Organización Mundial de la Salud, en 1948, definió la salud como “un estado de completo bienestar físico, psíquico (mental) y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Años más tarde, añadió que “la salud es la capacidad de las personas para hacer frente a desafíos y cambios” (así de lejos de la concepción que campa hoy por nuestras cabezas, calles, informativos, consejerías y despachos ministeriales).

Pero no hace falta recurrir a definiciones de organismos internacionales. Que la salud no puede ser solo la ausencia de enfermedad lo sentimos en nuestros cuerpos, en nuestras cabezas y en nuestros corazones (y en sus periferias: nuestro entorno), cuando percibimos que alguna cosa no va como debería, cuando intuimos que la vida podría ser algo diferente, que el bienestar podría ser otra cosa, más allá del yoga, cuando lo adjetivamos con un personal, o de la gestión de la pobreza, cuando lo adjetivamos con un social. Lo sentimos desde la planta de los pies hasta la punta de las pestañas de estos ojos nuestros cuando miramos el mundo, y de estos dedos nuestros que lo acarician. Pensamos en una idea plausible de bienestar con los pies en el suelo: pan, techo, comunidad, cuidados, cultura. Y la salud nutriéndose de todo ello.

El contrario de un centro de barrio cerrado no es aquel equipamiento abierto, es la señora María y la señora Antonia escapándose de su casa un rato, del tedio de la tele y el marido, para hacer costura, sevillanas o unas risas

Podría ser, sin embargo, que de aquí a un tiempo nos demos cuenta de que la enfermedad ha remitido y la salud, en cambio, ha empeorado. Porque ha disminuido el pan, el techo, la comunidad, los cuidados, la cultura y el trabajo. Y nos daremos cuenta de que tal vez hemos gestionado la lucha contra la enfermedad, pero sobre la salud nos hemos meado. Y meábamos sobre mojado, que el problema ya era aquella normalidad de antes, aquella donde tampoco queremos regresar.

¿Qué es lo contrario de aquella normalidad y del panorama actual? Gran parte de nuestros problemas proviene de la dificultad para definir los antónimos, decía el filósofo. De imaginar contrarios sin caer en la trampa barata de definirlos con una mera oposición de términos, me atrevo a añadir. Porque lo contrario de una UCI colapsada no es una UCI con camas libres, sino un sistema sanitario fuerte, con una atención primaria central y enmarcada en un sistema de salud comunitaria, donde sean prioritarias la proximidad, el respeto y el empoderamiento de cada uno de nosotros hacia el bienestar de todos y el de todos hacia cada uno de nosotros.

La enfermedad es contable y mesurable; la salud, no tanto

El contrario de un centro de barrio cerrado no es aquel equipamiento abierto, es la señora María y la señora Antonia escapándose de su casa un rato, del tedio de la tele y el marido, para hacer costura, sevillanas o unas risas. El contrario de un teatro cerrado no es aquel local abierto, sino la posibilidad de recordar que somos personajes y poder reescribir nuestro guión. El contrario de una sala de conciertos cerrada no es aquella sala abierta, son las 10.000 hogueras que Nando no puede señalar ya sobre el mapa de estas barcelonas nuestras, y que iluminaban mucho más que la única iglesia que ilumina, tan sagrada y tan poco familiar. El contrario de una piscina cerrada no son aquellas instalaciones abiertas, sino la posibilidad de volver a recordar que somos cuerpos. El contrario de un bar cerrado no es aquel establecimiento con la persiana subida, sino la posibilidad de juntarnos y brindar al girar la esquina, o las infinitas opciones de mezclarte dulcemente entre desconocidos y saberte una más entre tantos, tan saludable como eso.

El contrario de un desahucio no es una sociedad sin desahucios (exigencia de mínimos), sino una sociedad donde nadie sufra ni malviva por pagar alquileres abusivos, donde nadie tenga que escuchar que si tienes nueve viviendas eres un “pequeño propietario”. El contrario de ayudas que no llegan no son ayudas que sí llegan, sino una sociedad con Renda Básica Universal y con un Pacto por la Economía por la Vida.

¿Qué es lo contrario de aquella normalidad y del panorama actual? Tal vez lo contrario sea hacerse seriamente esa pregunta. Y buscarnos para tratar de responderla entre todas y todos. Pan, techo, cultura, trabajo (repartido), comunidad. Juntémoslo, juntémonos.

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Artículo publicado originalmente en La Directa.

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