Hitchin' Bitches, fulanas que saben atar

BDSM, deseo, poder y feminismo son algunas de las cuestiones que anudan en sus prácticas las Hitchin’ Bitches Madrid, también conocidas como Fulanas Atadoras.

Hitchin’ Bitches
Bárbara Boyero Una sesión de las Hitchin’ Bitches en Madrid.
10 mar 2017 09:47

Proa, Azu, Alikha, Pilar, Miss Cire y Malaquita son seis de las integrantes de Hitchin’ Bitches Madrid, que han quedado para “hacer cuerdas”. A Alikha le gusta que la aten escuchando Madredeus y a alguien le hace gracia. Pero se respetan sus deseos, faltaría más, y se pone.

Se hace el silencio ante lo que va a acontecer. Sentadas en el suelo, Azu abraza a Alikha por la espalda. Alikha le ha dicho “ni tetas, ni boca, ni pelo”, aunque no es la primera vez que Azu la ata y sabe cuáles son las líneas rojas que no puede cruzar.

Hitchin’ Bitches es un espacio horizontal de aprendizaje de cuerdas, que se reúne el tercer sábado del mes en El Garaje, un local de ubicación no conocida públicamente, al que llegarás si estás realmente interesada. “Cuerdas” es la traducción de bondage, la B de las siglas BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación y Sumisión, Sadismo y Masoquismo). El primer grupo se crea en Londres, hace unos cinco años, pero han ido proliferando diferentes en muchos sitios alrededor del mundo. Aquí, también funciona otro en Barcelona. En Madrid, Azu y Proa fueron las precursoras.

¿Pero qué hace realmente ese grupo de mujeres cuando quedan? Desde la única perspectiva del sexo vainilla (convencional), cuesta imaginarlo. ¿Se atan y se pegan enfundadas en látex y luego practican sexo? “No es un espacio swinger, de sexo colectivo, pero podría pasar y a nadie le extrañaría. La finalidad es compartir cuerdas, ver maneras de atar y cómo vive las cuerdas cada una”, señala Azu. 

Vivir las cuerdas

Es complicado explicar en qué consiste si no se experimenta o al menos no se ve en directo. Azu comienza a atar a Alikha, las dos tienen los ojos cerrados, un trozo de la cuerda da varias vueltas por su tronco, con gesto rápido, y ralentiza el movimiento al anudar. Azu se levanta y la tumba. Amarra su pierna doblando la rodilla. La piel se tensa por la fuerza. Pasa la cuerda por el dedo gordo de su pie y Alikha lanza un pequeño alarido. Azu lo nota y vuelve a presionar el pulgar.

En Hitchin’ Bitches hay mujeres hetero, lesbianas y bisexuales; no se articulan en torno a la orientación sexual. La razón por la que quieren ser un espacio no mixto viene del hartazgo, estaban cansadas de mansplaining: “Venía a explicar un atador, que lleva un año atando, cómo hacer un nudo cuando tú llevas atando doce. Era una falta de respeto constante, así que pensamos ‘no me gusta tu espacio, no lo destruyo, pero me creo el mío’”, dice Azu.

Pero también, cansadas de que se las molestara, y dieran por supuesto que siempre vas a estar dispuesta, ya seas sumisa o dómina. 

Algo parecido cuenta Malaquita: “Tuve una pareja masculina y la primera vez que estuve con él en público, todo el mundo asumió inmediatamente que él era mi dominante, y la gente le pedía permiso como si yo fuera una mascota”. Por eso, además, para muchas es un espacio donde ejercer activismo, ser la china en el zapato y tener presencia propia en la escena BDSM.

Sin embargo, la relación entre el feminismo y el BDSM no es tan fácil, a veces es un camino arduo, que lleva a una contradicción constante: “Yo tuve un cortocircuito cuando me tuve que asumir como cruel y como sádica. A título individual puedo asumirlo, pero a título colectivo, lo personal es político. Siento que como feminista no puedo enseñarlo. Por responsabilidad no puedo”, dice Azu.

Para Proa, el problema empieza, pero ni siquiera acaba, con el BDSM de las parejas hetero en el que él es el dominante y ella, la sumisa: “Yo de entrada siempre las tomo con mucha cautela desde fuera, aunque luego, con el tiempo, creo que es gente que se ha mirado el poder, que está en un plano de igualdad, que se relaciona de otra manera. Pero si no es así, veo que camufla cantidad de violencia de género y que hay una coartada ahí brutal. Historias conocemos todas de chavalas que son sumisas con su amo ‘porque yo elijo’, pero qué elijes y desde dónde... Incluso en el BDSM de hombres sumisos y mujeres dominantes, también hay mucho de género y mucho engaño, mucha manipulación desde abajo, mucho ‘hazme lo que yo quiero’”. 

Al rato, reflexiona y añade: “Ahora me he quedado incómoda refiriéndome solo a lo hetero porque en parejas bolleras normativas también puede suceder… La cuestión es que hay que mirarse mucho el poder”.

Mirarse el poder es una expresión que vuelve a salir varias veces esa tarde: analizar si esa relación de poder y de sumisión/dominación termina realmente cuando termina el juego o es solo una prolongación de la relación desigual que se mantiene en la vida real. 

Alikha tiene las dos piernas inmovilizadas. Parecía que lloraba, Madredeus no ayuda a imaginar otra cosa. Pero eran gemidos. A veces sonríe, a veces hace una mueca al sentir molestia, a veces simplemente está absorta, con los ojos cerrados. Mientras, Azu sigue con ese “macramé”, como lo llaman irónicamente, cargado de matices y sutilezas que las demás aprecian. Retrocede dos pasos para ver su obra y dice “el pollo listo para meter en el horno”, y nos reímos todas.

“El BDSM es un juego”, argumenta Pilar. A ella le gusta la dimensión pública de atar: “Para mí es importante hacerlas en público, que haya una música, una puesta en escena. Es un espacio donde ‘yo hago’, dentro de la teatralidad. Para mí tiene sentido en la medida en que es un acto social, en la intimidad mis cuerdas son más serenas”.

En cambio, para Miss Cire no tiene ese matiz “de exhibicionismo”: “Yo ato igual en El Garaje que en mi casa, yo las siento (las cuerdas) como una necesidad con la persona a quien quiero atar”.

A Miss Cire la definen como “la más bedesemera”, porque tiene un abanico amplio de gustos. “Tus cuerdas me han parecido muy limpias, muy generosas, dulces pero firmes”, le comenta Pilar. Azu me aclara: “Hace trampling (caminar sobre alguien), yo conozco uno que se acuesta cada noche diciendo ‘qué pies tiene la Miss’… ¡y pega unas hostias como panes!”. “Es que me marcó mucho Gilda”, se defiende ella.

En público o en privado, todas coinciden en que el BDSM “bien entendido” es un espacio de autoconocimiento, de escuchar la pulsión que se lleva dentro y analizar de dónde viene esa violencia, y de encontrar cosas que, en muchas ocasiones, chocan con tu propia ética.

Alikha tiene una mano totalmente amarrada y Azu pasa el cabo de esa cuerda a modo de polea por un mecanismo que hay en el techo y la eleva un poco. Es difícil averiguar dónde acaba el dolor y empieza lo placentero, pero ambas cosas están sucediendo.

Hay palabras de seguridad cuando algo no gusta. Alguna gente lo hace por colores, rojo significaría “deja de hacer eso”. Para Azu, pronunciar su verdadero nombre es señal de parar inmediatamente: “Si tú me dices para, yo voy a cuidarte, voy a ver qué ha pasado y dónde me he equivocado”, aunque no suele ser necesario llegar a eso.

Antes de cada juego, se establece de antemano una playlist con las cosas que una quiere hacer y la otra puntúa qué le apetece o no recibir. Ellas, saliéndose del protocolo, también han tenido momentos de burla. Azu le ha metido el dedo en la nariz a Alikha y ella le ha mordido una teta.

La relación entre compañeras de cuerda, en ocasiones, puede ser simplemente una mecánica pulcra, pero lo normal es que se establezca una unión más o menos intensa, que a veces incluso perdura en el tiempo. Así le sucede a Proa: “Hay una serie de chicas con las que yo tengo una relación de amistad, por supuesto, porque para mí hay un foco muy fuerte en la química que tengo con esa persona... Pero son solo compañeras de cuerdas y a lo mejor no compartimos una genitalidad ni una relación romántica. Pero cuando nos vemos hacemos cuerdas y nos pone y disfrutamos, y hay feeling”.

Azu comienza a desanudar a Alikha, poco a poco, con la sensación de un viaje intensísimo que termina entre dos personas. Libera la pierna por la que empezó a amarrarla y se ven los surcos rojos sobre la piel de Alikha, que parece sin fuerzas y agradecida. Liberada del todo, se abrazan un rato largo. Juntan sus mejillas y sonríen.

Cargando valoraciones...
Comentar
Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra na túa conta.

Relacionadas

Cargando relacionadas...

CRTVG - Corporación Radio y Televisión de Galicia
A Xunta do PP remata o seu plan de control sobre a CRTVG tras escoller á súa nova directora en solitario
A xornalista Concepción Pombo substituirá, co único aval do Partido Popular, a Alfonso Sánchez Izquierdo. O Goberno de Alfonso Rueda modificou a lei de medios para que os votos do seu partido fosen suficientes para elixila.
Altri
A Plataforma Ulloa Viva cambia a súa directiva para os vindeiros anos de loita contra Altri
A veciñanza da comarca máis afectada escolleu entre dúas listas logo de non chegar a un consenso. A gañadora tratará de ampliar a súa base de socias e socios por toda Galiza e abrirá máis as portas ás grandes organizacións do país, como a CIG.
El Salto n.79
A celulosa ou a vida: xornalismo situado e loita social para frear un ecocidio
O xoves 17 de xullo esperámosvos no CS 'A Nubeira' de Vigo para presentar o último número da revista El Salto xunto a algunhas das súas principais protagonistas: as que loitan contra o macroproxecto de celulosa liderado por Altri e avalado pola Xunta.
AGANTRO
O desprazamento forzoso en Chiapas: metáfora da vida núa
Conversamos coa investigadora América Navarro sobre o desprazamento forzoso en Chiapas.
Altri
Galiza elixe o rumbo da loita contra Altri nas eleccións á directiva da plataforma Ulloa Viva
A veciñanza da comarca máis afectada presenta dúas listas separadas logo de non chegar a unha proposta de consenso. Por unha banda, concorre unha candidatura continuísta e, pola outra, unha alternativa que se achega máis o nacionalismo institucional.

Últimas

O Salto medra contigo
O Salto Galiza abre un crowdfunding para empapelar Altri
Queremos investigar os responsables políticos e empresarias do que podería ser o maior atentado ambiental da historia recente de Galiza.
Orgullo
O Orgullo Crítico enche de diversidade e de humanismo Galiza: “Transfeministas con Palestina”
Crónica visual de como unha enorme multitude encheu de diversidade o centro da cidade de Vigo.
O Teleclube
'O Teleclube' alucina no deserto con Óliver Laxe e 'Sirat'
Laxe leva o seu cuarto premio de Cannes, esta vez en competitición, polo seu novo filme que explosiona na gran pantalla.
A Catapulta
O tempo, o espazo e a poesía de Estíbaliz Espinosa
A poeta visita A Catapulta para conversar sobre o seu traballo e a súa traxectoria literaria
O Teleclube
'O Teleclube' pecha a temporada cos supervivintes de '28 anos despois'
Danny Boyle e Alex Garland volven ao mundo dos infectados que inspirou o renacemento dos 'zombis'.

Recomendadas

Medio rural
A esperanza da xestión colectiva fronte ao espolio: os comuneiros de Tameiga contra o Celta
Mentres varios proxectos industriais tentan privatizar e destruír os ecosistemas galegos, algúns grupos de veciños e veciñas organizadas fan oposición social construíndo alternativas comunitarias. Ás veces, tamén gañan ao xigante.
Feminismos
Dous anos sen reparación tras sufrir lesbofobia nun Rexistro Civil de Pontevedra cando ían inscribir a seu fillo
Un funcionario negouse a inscribir ao fillo de Antía e a súa parella. Un erro de redacción na lei trans está detrás dos argumentos que o funcionario esgrime para defender a súa actuación.
Migración
A veciñanza mobilízase para acoller migrantes tras o peche de centros de Rescate Internacional en Galiza
Tras o progresivo desmantelamento de varios dispositivos de acollida, moitos refuxiados foron trasladados a outros puntos do Estado sen aviso previo. Outros son simplemente desaloxados trala denegación da súa solicitude de asilo.
Ourense
Ourense organízase para loitar contra patrullas de extrema dereita nos barrios máis empobrecidos da cidade
A veciñanza e os movementos sociais responden ao discurso do medo promovido por Frente Obrero e sinalan a súa estratexia de criminalizar a pobreza e sementar odio en contextos de exclusión e abandono institucional.
Comentarios

Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.

Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!

Cargando comentarios...