Derribando ídolos: el eslabón perdido

La imagen es irresistible: una escalera perfecta que sube del mono al humano. Paso a paso. Hasta llegar (¡cómo no!) a nosotros, el supuesto final glorioso. Pero tiene un problema. La evolución no funciona así.
Derribando ídolos #3

Es divulgadora científica
IG: @candeliousfang

13 nov 2025 19:50

El ídolo es viejo, polvoriento, y, seamos sinceros, poca envergadura tiene ya, pero se mantiene en pie gracias a un espejismo. Casi por repetición, por insistencia. Ya no vive en el trabajo científico, pero sí lo hace en nuestro imaginario colectivo. El ídolo de hoy es “el eslabón perdido”. Vamos a rodearlo con calma, para verlo por todos los ángulos posibles.

¿Por qué ha calado tan hondo esta idea? Porque, reconozcámoslo, hay algo profundamente reconfortante en la imagen de una escalera. Cada peldaño conduce al siguiente, y nosotros, (inevitablemente nosotros) estamos en la cima, contemplando el camino recorrido. La evolución humana se ha representado así durante décadas: una procesión ordenada de homínidos que van irguiéndose poco a poco hasta alcanzar la postura erguida, el cerebro grande, la tecnología, primero el mono encorvado, luego el australopiteco torpón, después el Homo erectus con su aire prometedor, y finalmente nosotros: el Homo sapiens, coronando la secuencia. 

Es una mentira preciosa, terriblemente confortable. Y el eslabón perdido es su profeta. 

El biólogo y paleoantropólogo Antonio Rosas explica que el concepto del eslabón perdido arraiga en una noción preevolucionista, la Scala Naturae aristotélica, que ordena a los seres vivos en una secuencia lineal ascendente. Ahí se incrusta la idea de complejidad creciente y progreso. Y ahí, exactamente ahí, se instala ese vínculo intermedio en la cadena de la vida entre los monos y nosotros. La gran cadena de los seres, tan arraigada en el pensamiento occidental, se expresa de forma clara y perversa en todos esos esquemas lineales que se han perpetuado hasta la saciedad. Del mono peludo que anda a cuatro patas al humano actual, erguido y lampiño, por lo general varón y blanco. 

‘La marcha del progreso” de Rudolph Zallinger, una ilustración publicada 1965 en un libro del gran antropólogo Clark F. Howell, se convirtió en el meme científico más replicado del siglo XX

Seguimos rodeando al ídolo. Apretando imperceptiblemente el paso. En nuestra mente una sola imagen. Esa imagen. La imagen más conocida de la evolución humana: 

‘La marcha del progreso” de Rudolph Zallinger, una ilustración publicada 1965 en un libro del gran antropólogo Clark F. Howell, se convirtió en el meme científico más replicado del siglo XX. Todavía hoy, cualquier museo exhibe esa procesión de siluetas. Incluso ahora, cuando sabemos que es inexacta, seguimos usándola porque resulta pedagógicamente irresistible. No nos engañemos, nos encanta vernos como el punto final de algo. 

El problema comienza con Darwin, aunque él no tuvo la culpa. O al menos no toda. En El origen de las especies nunca dibujó escaleras, él habló de un árbol de la vida con ramas divergentes. Pero sus contemporáneos victorianos, que estaban obsesionados con jerarquías, imperios y el destino manifiesto transformaron su idea en una progresión lineal donde, casualmente, el hombre blanco europeo ocupaba el último escalón. Ernst Haeckel popularizó ilustraciones donde los “salvajes” quedaban a medio camino entre simios y civilizados. La ciencia se puso el traje de la ideología y salió a pasear. 

Los contemporáneos victorianos de Darwin transformaron su idea en una progresión lineal donde, casualmente, el hombre blanco europeo ocupaba el último escalón

Eugène Dubois se alistó como médico militar para viajar a Java, donde esperaba descubrir el eslabón perdido entre el “mono” y el hombre, siguiendo precisamente las teorías de Haeckel, que situaba nuestros orígenes en las selvas de Asia. Con la calota y el fémur que encontró en Trinil, Dubois creyó haber dado con el eslabón buscado: Pithecanthropus erectus, el “hombre-mono erguido”. La historia de la paleoantropología está plagada de estos anuncios triunfales. Cada nuevo fósil se proclama “el eslabón perdido definitivo”. Cada cráneo fragmentario promete resolver el misterio, desentrañar el salto, explicar el momento exacto en que dejamos de ser aquellos y empezamos a ser nosotros. 

180º en nuestra vuelta. Ahora ya hemos visto que la paleontología lleva décadas afanándose en otras cuestiones. Que de escalera nada. De cúspide nada. 

1.

Porque las especies vivientes no se ordenan en una secuencia. No se aprecia una escalera hacia ninguna parte, sino un árbol con numerosísimas ramas, y sin ningún tronco o eje principal. Así lo explican Arsuaga y Martínez. Y añaden que la evolución no es lineal, sino divergente. Los fósiles no apuntan a ninguna escalera, sino a un arbusto denso y espinoso. Durante millones de años coexistieron múltiples especies de homínidos en África. El Paranthropus boisei masticaba raíces duras con sus molares descomunales mientras el Homo habilis fabricaba herramientas de piedra. El Homo erectus emigró a Asia hace casi dos millones de años y allí persistió hasta hace unos cien mil años, compartiendo planeta con neandertales, denisovanos, Homo floresiensis y, finalmente, con nosotros. 

La diversidad de los homínidos y homininos ha sido mucho mayor en el pasado de lo que nunca imaginamos. No éramos el destino inevitable. Éramos una ramita más del arbusto. Una que, por motivos que aún discutimos, sobrevivió. 

Las especies vivientes no se ordenan en una secuencia. No se aprecia una escalera hacia ninguna parte, sino un árbol con numerosísimas ramas, y sin ningún tronco o eje principal

El ídolo parece tan poca cosa desde aquí que casi nos conmueve su fragilidad. Es un despojo, una precaria estructura de alambres a punto de derrumbarse. 

Seguimos andando en nuestro círculo, espoleados por la curiosidad. Y hay más, pues como dicen Arsuaga y Martínez, el cuerpo humano está formado por un mosaico de caracteres, algunos muy evolucionados y otros muy primitivos. Los caracteres que hoy observamos integrados en un todo funcional realmente han surgido en diferentes momentos de nuestra historia evolutiva. Nuestra mano tiene una forma eminentemente primitiva, heredada de remotos antepasados primates de más de 20 millones de años. La marcha bípeda y las modificaciones de la cadera tienen raíces antiguas de más de cuatro millones de años. El cerebro grande solo aparece con la evolución del género Homo en los últimos dos millones de años. Este fenómeno se conoce como evolución en mosaico. 

No hay un momento concreto. Preguntarse dónde está el eslabón perdido es como preguntarse en qué grano de arena exacto comienza una duna.

No hay un momento concreto. No hay un salto. No hay capítulos claros. Hay gradientes, transformaciones pequeñas y continuas acumulándose durante eones. Preguntarse dónde está el eslabón perdido es como preguntarse en qué grano de arena exacto comienza una duna. 

El eslabón perdido, entonces, se revela como lo que siempre fue: un fantasma conceptual. Una ficción aristotélica disfrazada de hipótesis científica. Un ídolo que heredamos de la cadena del ser medieval y que sobrevivió travestido de darwinismo. Arsuaga y Martínez recuerdan cómo todavía puede encontrarse en textos serios la adjetivación de ciertas especies como “formas desviadas”, “aberrantes”, “ensayos fallidos”, “callejones sin salida”, cuando no están en línea evolutiva directa con nuestra especie. Como si hubiera un guion de la evolución del que no fuera oportuno alejarse. 

Pero no hay guion. No hay línea directa. No hay eslabón que buscar porque nunca faltó nada en ninguna cadena. La evolución no funciona así. 

Nos detenemos ahora. Lo hemos visto todo. Sabemos que el ídolo no se sostiene, que no vale nada. Acabamos de llegar de nuevo al punto de partida. Pero, qué extraño: el ídolo ahora es distinto. Lo hemos rodeado por completo y, sorprendentemente, ahora ya no es el mismo. 

Un nuevo ídolo se yergue frente a nosotros. De finas líneas y exquisita factura. Es nuevo, brillante, prometedor. El nuevo ídolo es la búsqueda del UAC, el último ancestro común entre el género pan (chimpancés y bonobos) y nuestro propio linaje. Porque la paleoantropología contemporánea, consciente de lo caduco de su ídolo anterior, ha refinado su búsqueda. Ya no persigue el eslabón perdido. Ahora el último ancestro común que compartimos con los chimpancés. Y esto es diferente. Es científicamente legítimo. Es preciso. 

Según Rosas, la evolución de los homínidos la entendemos hoy como un proceso de bifurcaciones sucesivas. Desde el UAC entre chimpancés y humanos tuvo lugar una bifurcación que dio origen a dos ramas: el linaje de los chimpancés y el linaje de los homininos. Queremos saber cómo era esa criatura que vivió hace unos seis o siete millones de años en África. Y se tienen varios candidatos: Sahelanthropus tchadensis, Orrorin tugenensis y Ardipithecus ramidus

2.

Pero, nos asalta una duda, si la evolución es efectivamente esa hiedra caótica con infinitas ramificaciones, ¿qué sentido tiene obsesionarse con una sola bifurcación fundacional? ¿De dónde nace esta inquietud científica por señalar el momento, la pieza de cambio, la bisagra? 

Quizá de la misma necesidad narrativa que construyó las escaleras. La búsqueda del UAC es, sin duda, más científica que la del eslabón perdido. Pero tal vez, solo tal vez, se apoya en una epistemología que reproduce el mismo anhelo: el de encontrar un origen claro, una frontera nítida entre lo que somos y lo que dejamos atrás. 

Echamos a andar. Otra vuelta más. Aunque, este viaje es para otro día. 

WARNING

Esto es una sección de divulgación científica, que aúna mecanismos dramáticos con rigurosidad científica. El objetivo es claro: hacer comprensible lo complejo. Si el tema te interesa no dudes en leer las fuentes originales y en entrenar tu pensamiento científico. 

Bibliografía

- Arsuaga, Juan Luis y Martínez, Ignacio (1998). La especie elegida: La larga marcha de la evolución humana. Madrid: Temas de Hoy. 

- Darwin, Charles (1859). El origen de las especies

- Howell, F. Clark (1965). Early Man. Nueva York: Time-Life Books. [Libro que incluye la ilustración “La marcha del progreso” de Rudolph Zallinger] 

- Rosas, Antonio (2021). Los primeros homininos: Paleontología humana. Madrid: CSIC Catarata.

Una sección de ciencia crítica para tiempos confusos. Dirigida por Candela Antón, antropóloga y divulgadora científica.

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