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Fachosfera
Que no estaba muerto. Que no.
Renacimiento. El de una ultraderecha europea que ha decidido auto proclamarse sanadora y solucionadora de todos los males que atacan a una Unión Europea huérfana de colonias y que se refugia en su ego para no ahogarse en su propio vómito. Nostálgicos de un pasado mentiroso suben en las encuestas y en los resultados electorales de todo el continente, y a europeos y europeas se les revuelven las tripas, porque recuerdan sus pasados recientes, porque empatizan con el sufrimiento que causó esta gente a sus abuelos o bisabuelas. La izquierda europea (responsable obligatoria de que esta gente pueda dormir tranquila), mientras, se enfrasca en luchas internas, en interminables batallas de matices. Abonando el terreno para que UKIP, Front National o Alternativa por Alemania (entre otros muchos) conviertan el maltrato de la Unión a las clases más desfavorecidas en hordas de votantes que acabarán luchando en contra de su propia verdad. Y para colmo, la ultraderecha mutante se ha reencontrado con un arma que el fascismo conocía bien: el marketing.
Pero España es distinta. En la mayor parte de Europa los pueblos pelearon a sus opresores, resistieron e incluso ajusticiaron a los responsables de los abusos que sufrieron. En España no. Españaza se levantó un jueves, con el fin de semana en ciernes, y se encontró con su dictador muerto plácidamente en su cama, tras haber aniquilado a más de cien mil personas y no sin antes haber dejado bien atados los siguientes cincuenta años (de momento...). Y no es una forma de hablar, sólo hay que repasar cargo a cargo, personaje a personaje, los puestos de poder que han controlado el país desde la tranquila muerte del carnicero de Ferrol.
Gracias al 1 de octubre sabemos que ese tipo del bar de abajo, con gafas que se oscurecen con el sol, que lleva el pelo engominado de chulería y la pose al más puro estilo Carlos Fabra, es un cristo-fascista con hambre de sangre catalana y violencia policial y/o militar, porque se ha preocupado de gritarlo bien en la barra, entre cañas y tapas de paella. Hemos averiguado además que esa vecina que tiene ya dos avisos de desahucio por impago de hipoteca, a pesar de estar siendo atracada por el sistema, tiene los santos ovarios de acercarse a su bazar chino de confianza a comprar un buen trapo rojigualda de dimensiones absurdas para colgar del balcón de una casa que dentro de poco será propiedad de un fondo buitre. Hemos descubierto que ese cuñado medio 'rojeras' que, hasta la fecha, sólo era un pobre imbécil que pretendía saberlo todo, está tan encantado con la aplicación del 155 que hasta se ha acercado al cuartel de la Guardia Civil armado hasta los dientes con carpetovetónico disfraz a gritar lo del 'A por ellos', porque a él no le engañan: Cataluña es España. Hemos asistido al último día del carnaval mediático español, al entierro de la sardina de la prensa del Estado, con unos Ferrastor (perdón por el shippeo) -acusados hasta la fecha de ser impulsores de los enemigos de España y antisistema podemitas- que se han quitado la máscara para mostrar su verdadera cara que, -sorpresa- se parece bastante a la de Florentino Pérez. Hemos visto cómo toda la prensa ha coreado al unísono una misma idea, un mantra transversal que ha unido a los lectores de ABC y El País con espectadores y lectores de 13TV y El Confidencial en sagrado matrimonio, hasta que la imposible muerte de España los separe. Hemos observado cómo el señor ese del 6ºG, un electricista que se pilló un Audi de tropecientos mil euros durante el Aznarismo, que ha tenido que vender por la mitad de lo que le costó para poder pagar al menos unos días de calefacción este invierno, se desgañita frente a la tele lanzando vivas al producto de FAES que preside la marca blanca del Partido Popular. Hemos visto banderas con el pollo en numerosas ventanas que pocos días después eran cambiadas por la bandera del Borbón (hay que disimular) mientras la tele, incansablemente, azotaba a los infieles con todo tipo de reportajes, publi-reportajes y piezas pseudo documentales de apología y exaltación de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado (por si con el barco de Piolín no había calado el mensaje) . Y por supuesto, hemos alucinado (cómo no) con Valencia y su basura ultra, que siempre ha estado ahí, a la sombra de un PP valenciano que ha alimentado y defendido a toda esa calaña de neo-cabestros en una comunidad podrida.
Al 1 de octubre tenemos que agradecerle que ahora sabemos quién es quién de verdad en nuestros círculos más íntimos o cercanos: ya sabemos dónde viven, cuáles son sus balcones y ventanas, dónde se reúnen, bajo qué siglas y qué apariencia democrática se ocultan... No tenemos ese miedo europeo a la ultraderecha porque aquí llevamos sufriéndola desde 1936 incesantemente. Lo peor de todo es que no parece que tengamos ni la más mínima intención de sacudírnosla, porque aquí somos así: estoicos por naturaleza. Y también bastante gilipollas.