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La tecnología es un factor que condiciona sociedades, culturas y formas de vida. Tal es su magnitud que la historia se divide, en su mayoría, en hitos tecnológicos. Ejemplos son la máquina de vapor, la imprenta, la electricidad, o Internet, entre otros avances.
Sin embargo, los ciclos en los que, primero, se descubren los avances tecnológicos, después se desarrollan, luego se implementan, y finalmente se democratizan, son cada vez más rápidos, ya que las barreras iniciales son menores. No tuvo la misma dificultad en tiempo y recursos implantar la red eléctrica en todo el mundo, que un derivado cualquiera de una tecnología ya existente. Ahí es donde entra la tecnología de cadenas de bloques, más conocida como blockchain.
Para los menos entendidos, blockchain es una tecnología que trata de gestionar de forma descentralizada todo tipo de tareas y proyectos en Internet. Desde activos digitales que pretenden competir con el dinero fiat tradicional (más conocidos como criptomonedas) a automatizar contratos programados mediante reglas absolutas. En lo que respecta a estos contratos se les denomina más comúnmente como smart contracts, que en español significa ‘contratos inteligentes’.
Blockchain es una tecnología que trata de gestionar de forma descentralizada todo tipo de tareas y proyectos en Internet.
Un ejemplo de uso de estos contratos podría verse en el alquiler de una vivienda. Si el contrato estableciese que la renta se debe abonar en forma de criptoactivos, con periodicidad mensual, su incumplimiento desencadenaría una respuesta automática. Esta respuesta, por supuesto, también estaría establecida en el contrato. Ya existen, de hecho, proyectos piloto en los que, vía cerradura electrónica, se puede negar la entrada a una vivienda a un inquilino por impagos o retrasos. Por el contrario, aunque nos pueda parecer la solución definitiva a los impagos de cualquier clase, no todo se puede digitalizar. Por ejemplo, ¿cómo medimos o controlamos que el propietario atiende a su inquilino de una forma digna y en base al contrato? ¿cómo digitalizamos si el propietario le ha cambiado una lavadora defectuosa o le ha arreglado las humedades al inquilino? Son cosas que ciertamente, no se pueden medir o digitalizar de forma sencilla.
Por ello, de este ejemplo se pueden sacar dos conclusiones:
1) Que la tecnología blockchain puede crear su propio ecosistema: criptomonedas y smart contracts pueden llegar a sustituir a dinero fiat e inmobiliarias.
2) Que el coste es proporcional a la intervención humana: casi nulo. Así, sin la intervención de inmobiliarias, bancos o abogados, los costes para llevar a cabo la actividad se reducen drásticamente.
Esto nos lleva a la siguiente cuestión: ¿es la tecnología blockchain una solución tecnológica para la clase media en la sociedad actual? La respuesta no es fácil. Si bien la tecnología ha sido descubierta, no olvidemos que todavía estamos en una fase de desarrollo. La implementación plena de esta tecnología y sus derivados es algo que aún no es posible. Cierto es que existen multitud de proyectos e iniciativas que tienen como meta girar en torno a blockchain, pero también es verdad que aún el activo más importante de esta comunidad es Bitcoin, el cual no es más que un supuesto valor refugio que pretende imitar el papel del oro a nivel digital. Por lo que, hasta que no se genere una aplicación tecnológica que supere en términos de valor al Bitcoin, el valor especulativo de este continuará siendo el espejo donde se siga mirando la industria y el sector blockchain. De este modo, difícilmente se va a poder avanzar en su desarrollo e implementación, al menos a corto plazo.
Hasta que no se genere una aplicación tecnológica que supere en términos de valor al Bitcoin, el valor especulativo de este continuará siendo el espejo donde se siga mirando la industria y el sector blockchain.
Con todo esto, las principales bondades de esta tecnología se centran en su transparencia, propiedad y privacidad. En cambio, sus desventajas son clave en su implementación: opacidad y gran consumo energético. En lo que respecta al consumo energético daría perfectamente para otro artículo.
Centrémonos en la opacidad y sus repercusiones fiscales. En una sociedad en la que el objetivo final es vivir de una forma digna y justa vía redistribución de la riqueza, la opacidad no puede ser un elemento clave en ningún avance social. Pero, ¿blockchain no ofrece transparencia? ¿cómo es posible que sea opaco también? Muy sencillo: blockchain ofrece garantías de que las transacciones sean transparentes en sí mismas, pero no quienes la ejecutan. De esta forma, una persona con un gran patrimonio puede ocultar parte de este con esta tecnología. Así, estaríamos ante una nueva forma de evasión fiscal y por tanto, ocultación de bienes.
Luego, si bien es cierto que esta tecnología puede utilizarse de mil formas, no se debe ignorar el riesgo que supone para el propio sistema. De hecho, es el Estado el que controla y vela por los ciudadanos de una forma centralizada. Si empezamos a operar y vivir de tecnologías descentralizadas sin ningún tipo de límite, el Estado puede perder parte de su motivo de existencia, ya que le sería más complicado sostenerse por sí mismo. Esto conllevaría a una disminución de la dimensión del Estado y por ende, a una pérdida potencial de fondos dedicados a acciones sociales y de redistribución de riqueza, tales como becas, pensiones, subsidios o sanidad pública. Existe por tanto, el riesgo de crear más desigualdad.
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Así pues, preguntémonos de nuevo ¿es blockchain un arma de doble filo? ¿beneficia más actualmente a las élites financieras que a la clase trabajadora? Depende. Blockchain ha llegado a nuestra sociedad para quedarse, la limitación de la tecnología es ponerle puertas al campo, y esto creo que es una convención aceptada por una gran mayoría. Ahora bien, una tecnología puede utilizarse para buenos o malos fines, la clave estará en cómo se adopta y regula esta herramienta.
No es la primera vez que una innovación de este estilo se ha implementado y democratizado sin mayores problemas. Internet es una tecnología que vino para cambiarlo todo y que, aunque tiene también su parte oscura, ha dejado por el momento un saldo positivo. Podríamos continuar con esta analogía y afirmar que internet es respecto a blockchain, lo que el vehículo de combustión respecto al coche eléctrico: un futuro casi inevitable.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
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Aunque no se profundiza lo necesario en las cuestiones que trata el artículo, es interesante. Hay un par de cosas con las que no estoy del todo de acuerdo (siempre desde mi posición de neófito en Blockchain). Se dice que una tecnología puede utilizarse para buenos o malos fines, la clave estará en cómo se adopta y regula esta herramienta y, la clave no está ahí, sino en manos de quién está esa tecnología, al fin y al cabo los que regulan lo hacen para los que controlan esa herramienta, no creo que la tecnología Blockchain se democratice ni que sea accesible nada más que para unos pocos. Cuánta gente en el mundo no tiene acceso ni tan siquiera a internet?