We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Cooperación internacional
Para una respuesta política a los recortes en cooperación

Qué difícil nos lo ponen cuando nos colocan en la tesitura de defender la cooperación.
Quienes conocemos de cerca la cooperación, enfrentamos a diario contradicciones y palabras huecas. Participamos de reuniones interminables sobre formalidades en un lenguaje ininteligible para la gente. Asumimos con frecuencia injerencias de intereses diplomáticos, securitarios o comerciales. Asistimos a competiciones absurdas entre donantes por colonizar con su “ayuda” territorios y poblaciones, tras décadas viendo cómo se renueva y se incumple la promesa del 0,7% sin ninguna consecuencia.
Y, en estas, llega el trumpismo y asesta un ataque frontal a la cooperación internacional con el cierre de la USAID. Por su volumen y su especialización humanitaria, los impactos directos de esta decisión en pérdidas de vidas humanas se cuentan por millones, muchas de forma inmediata y otras en los próximos años. Varios millones de personas, las más vulnerables del planeta, apenas sobreviven en dependencia directa de programas humanitarios.
EEUU ha acelerado la senda marcada por varios países ricos, como Suecia, Bélgica o Suiza, que anunciaron recortes en su cooperación durante el año 2024 después de que los sectores más a la derecha lograran formar parte de sus gobiernos. Ahora, otros gobiernos no tan escorados suman recortes, como el Reino Unido y Francia. Hasta ahora, no hemos querido creer lo que en realidad venía anunciándose hace una década y se aceleró tras la pandemia: estos recortes son parte de un plan reaccionario de las élites contra la democracia y contra los derechos. Se acabó la etapa neoliberal que prometía ilimitados beneficios en un marco democrático y liberal, respetuoso con los derechos.
Tras el ciclo 2008-2016 —Gran Recesión, austeridad, levantamientos en el Norte y el Sur, primaveras árabes, 15M y Occupy Wall Street, mayor represión policial y judicial— parecía el final del neoliberalismo. Los poderes económicos necesitaban restaurar su marco pseudo teórico de orientaciones para salvar sus privilegios. El Consenso de Washington ya no es funcional. La emergencia de la crisis climática y el incremento del activismo han llevado a los gobiernos a adoptar programas verdes, legitimados por la ONU con la Agenda 2030, que prometían regulaciones y sanciones a quienes no cambiaran sus prácticas. Rápidamente actualizaron versión y ahora es el Consenso de Wall Street el que guía y justifica el debilitamiento de los Estados y de la democracia para evitar políticas que puedan laminar sus beneficios y su influencia, ya concentrados en forma de economía financiera. Igual que en el periodo posterior a la recesión global el mandato de la austeridad recortó en políticas sociales para rescatar al sistema bancario, en la actualidad los recortes en cooperación irán a financiar el derisking de los grandes capitales financieros.
Con su plan reaccionario y re-nacionalizador tan sólo van a empeorar las cosas, agravando las enormes dificultades de la comunidad internacional para enfrentar los desafíos comunes. El cambio climático, el incremento de las desigualdades, el agotamiento de un modelo centrado en el crecimiento económico ilimitado y la incapacidad de las democracias para dar respuestas a todo ello, constituyen un marco común que define el mundo de hoy.
Los países ricos vuelven a incumplir sus compromisos históricos justo cuando más necesario es redoblar esfuerzos políticos y financieros para enfrentar los desafíos globales. Los países empobrecidos volverán a ser los más perjudicados. Asfixiados por sus deudas eternas y por las lógicas extractivistas y coloniales, observan cómo líderes ultras dinamitan los espacios multilaterales y los acuerdos basados en el derecho internacional al tiempo que recortan sus fondos de cooperación. Advierten, como advertimos todos, que quieren convertir el futuro en una disputa geopolítica por recursos cada día más escasos, incrementando la maquinaria militar y la lógica del enfrentamiento. Occidente vive con angustia el ascenso de China e interpreta en clave de dominación y hegemonía el desafío, procurando con ello mantener la supremacía occidental por todos los medios.
En el siglo XXI, las interdependencias entre países, territorios y poblaciones son innegables. Igual que la ecodependencia radical de los seres humanos. El mundo se explica mejor si observamos las cadenas globales de producción, de trabajo, de recursos naturales o de cuidados, que si lo vemos como una competición entre países.
Cuando empezábamos a hablar de decrecimiento y de impuestos globales al capital financiero, la reacción ultra arremete no contra las soluciones, sino contra los problemas, negando el cambio climático, la violencia de género y el racismo institucional. Todo un programa reaccionario que sirvió para que entraran en las instituciones de gobierno gracias a la enorme brecha que, en forma de desinformación y negacionismo, se abrió en la sociedad liberal. El descontento y la desafección que la democracia y sus instituciones se han buscado, por la incapacidad de transformar las cosas en beneficio del interés general, son el caldo de cultivo perfecto para el avance del autoritarismo, el racismo y el machismo, conectando con grandes grupos de población que sienten la necesidad de cambiarlo todo.
Con los ataques a la cooperación pasa lo mismo que con los ataques a la democracia, ambos partes del mismo plan de política reaccionaria. Nos ponen a la defensiva y, arrinconados, nos confundimos al defender ambas como quien defiende un statu quo, y con él sus versiones de baja intensidad que han provocado su insuficiencia e irrelevancia. En su lugar, hay que redoblar los esfuerzos politizándolas. Es decir, subrayar su naturaleza política original, que no es otra que controlar y vigilar que los poderosos no impongan sus intereses sobre los del conjunto de la sociedad.
El desafío es realizar como respuesta una crítica serena y radical a ambas, a la democracia y a la cooperación. Hay que reconocer que ninguna ha cumplido sus promesas de igualdad y promoción de vidas buenas en todo el planeta. Y que no lo han hecho porque no han sabido liberarse del yugo de los intereses de los privilegiados, tanto de las élites que participan de capitales financieros y sillones en consejos de administración de corporaciones en los sectores estratégicos, como de los países ricos que imponen sus modelos de desarrollo depredadores y extractivistas.
No podíamos esperar más de un sistema de cooperación gobernado por y para los intereses de los países ricos. Eso es lo que representa el Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE, que establece las normas y orientaciones de la cooperación. Es hora de reclamar con más fuerza que nunca que la cooperación internacional sea gobernada por Naciones Unidas, con los países empobrecidos participando en la soberanía de las decisiones, normas y orientaciones. En un marco en el que los países ricos no puedan recortar o suspender programas unilateral y caprichosamente porque sólo se rinden cuentas a sí mismos.
Lo que necesitamos es más democracia y más cooperación, hasta alcanzar suficiente poder para transformar las relaciones de desigualdad que gobiernan el mundo. No más ejércitos y más inversión en las empresas de tecnología militar participada por los mismos accionistas que controlan sectores financieros, energéticos, de tecnología digital e inteligencia artificial. No volvamos a derivar recursos públicos a las mismas manos cuyos intereses han formado parte del problema. La primera revolución es esa, dejar de confiar nuestros recursos públicos en quienes nos prometen soluciones milagrosas a problemas que ellos mismos generan.
No caigamos en la trampa de hablar de la cooperación como si fuera una carga a las cuentas públicas. Hablemos de cooperación internacional para hablar de cómo acabar con la evasión y elusión fiscales estableciendo estándares mínimos de tributación global para los ultrarricos y para las sociedades. Hablemos de cooperación internacional para demandar transparencia y sancionar a los países y territorios que facilitan el secreto bancario permitiendo, de facto, que los países del Sur Global no puedan seguir el rastro de los beneficios obtenidos y recaudar los impuestos razonables. En definitiva, hablemos de cooperación internacional para erradicar el programa antifiscalidad del capitalismo financiero global.
La cooperación internacional que hemos de defender hoy y que defenderán las próximas generaciones no es una cooperación voluntaria y regulada según el capricho y los intereses de los países ricos, sino un fondo global de reparación vinculante que sirva para financiar la deuda histórica con los países del Sur global y la deuda climática que el modelo de desarrollo hegemónico ha contraído con ellos y sigue contrayendo. Este fondo de cooperación para la justicia global estará basado en el principio de responsabilidades compartidas pero diferenciadas. La aportación inicial será de al menos el 0,7% de la renta de cada país y financiará intervenciones destinadas a reducir las desigualdades internas e internacionales, contribuyendo a la gestión democrática y justa de los bienes públicos globales.
El próximo verano tendremos la cumbre de Financiación Internacional para el Desarrollo en Sevilla, que convoca a miembros de todos los gobiernos del mundo para acordar la reforma de la arquitectura financiera internacional. También llegarán centenares de líderes sociales de los países empobrecidos que reclaman justicia global en la financiación internacional. Deberíamos prestar atención a la cooperación transformada que reclaman, mucho más coherente con los principios antirracistas, feministas y decoloniales.
Referencias
Gabor, D. (2021), The Wall Street Consensus. Development and Change, 52: 429-459. https://doi.org/10.1111/dech.12645
Milanovic, B. (2025), Capitalism of finitude: pessimism and bellicosity. https://branko2f7.substack.com/p/capitalism-of-finitude-pessimism
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.